El movimiento del cielo
Trae una luz interna, se desliza como agua.
Nunca va a cambiar ese movimiento, por su extraña belleza,
ausente está en nosotros, y cae en una ciudad.
París fue la ciudad que abandoné.
No tenía 30 años.
Supo ella recogerme en sus torres, sin darme cuenta.
En las tardes, los árabes
tocaban en los balcones música de cuerdas.
Eso anunciaba que me iría de allí,
para siempre.
Tuve un vestido color blanco,
y terminé los estudios sin torres de marfil.
Bajo mi brazo derecho, había conmigo una frase.
Para mí no existes más que tú, rue des Arènes,
pero tuve que dejarte junto al Sena.
Sí, es por allí que cambia el cielo.
Los que ahora me reciben son circularmente lentos,
como un pozo, crudo y blanco.
Ya no puedo fotografiar nada más.
Todo terminó un día en la estación París-Austerlitz,
a una hora convenida por esta pena agridulce,
de todas las tardes.
María Isabel Amor
Nieve
La nieve solitaria refleja algo
y el aire despeja la basura del hombre,
su cortesía egoísta, su veneno frío
Una sombra parda
enciende mi
costumbre alcohólica,
aburrimiento
y cianuro
La nieve odia al hombre
por las tardes
y al bla, bla, bla, bla de su vacío budista
La desolación en el bosque es extensa,
química seda antigua,
culta, como jamás ha sido
el Ser
Sucio
Bastardo
El cepo de su falsificación
rueda fácilmente
por la nieve preciosamente doblada
Un pez vuela delicado a través del cielo,
bajo dos árboles dormirá esta noche
Oh ven Olvido a lavar esta Tragedia,
haz algo pronto,
borra a todo aquel que jamás
debió vivir
en ningún lugar,
ni torre,
ni camino,
ni casa,
en esta Tierra
María Isabel Amor
Porcelana
Porcelana
sumida en sombras
Oh cielo, ven a quedarte
lejos de este padecimiento
Encaje de agua, atmósfera del horror,
si acaso el horror no nos lleva
o saca de la palabrería
Oh cielo líquido de partículas abiertas,
de esa luz, de señores
amos de no sé sabe qué
Porcelana en la sombra,
encaje de niños muertos;
animal y niño mirando
el mar
¿O acaso el suplicio no les basta?
Porcelana de cristales limpios,
cuídame esta noche
ante lo que el corazón llama indiferencia
total de la humanidad
María Isabel Amor
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