Mateo Granillo

La casa 


Las sombras se arrastran por la casa
llevan los secretos de un lado a otro,

cambian de lugar la mesa y las sillas
escriben cartas hechas de amor con polvo. 

Son traviesas, esconden dulces para irritar a los niños
le ponen lodo a las alegrí­as. 

Endulzan las papas y las cebollas,
enchilan el piso y los libros

amargan la pobre madera
son como las canciones viejas, 

pasan horas arrastrándose
mezclándose entre las tablas del suelo. 

Se rí­en a oscuras de nosotros,
porque buscamos la luz.

II 

Por la mañana la casa cae
en el completo silencio,
hoy es especialmente triste.

Crecí­ aquí­, envejecí­
junto con las puertas, a ellas no se les nota,
pero doce años son para mí­ poco más de media vida. 

El piso sintió la evolución de mi melancolí­a,
mis pasos se hicieron ligeros
como la caí­da de las hojas en el jardí­n.

Cuando nada suena es difí­cil sentir que existo
sueño con levantarme de la quietud
pero mi cuerpo es un ancla en el silencio. 

Las paredes escucharon cada anhelo, cada suspiro y cada sollozo.
Esta casa y yo conocemos bien nuestras soledades
nuestros silencios que duelen. 

Hace un par de horas que no está papá,
tampoco mamá.
Tomás, el perro, murió el año pasado. 

Es un silencio de ultratumba. Algunos pájaros
se acercan a decirle cosas a las ventanas,
ojalá pudiera entenderlos.

No es que la casa esté poblada por fantasmas, pero
el silencio es pesado como un planeta
y la casa da órbitas a su alrededor. 

Me voy a bañar para irme de esta quietud pero
el silencio es un cuerpo bien gordo
que me hace imaginar situaciones terribles en la regadera. 

De las tuberí­as caen mil muertes distintas y
se van por la coladera. El miedo
se queda aquí­ conmigo
Después al vestirme siento tristeza pienso
si deberí­a cantar una canción bonita
o si eso sólo serí­a más triste. 

Si deberí­a hacer algo para solucionar esta tristeza
o espero a que se vaya sola, que alguien hable por teléfono
para que desaparezca la soledad. 

Me acerco a las ventanas para escuchar el susurro de los árboles y de los pájaros
pero sólo hay un sonido.
Una ausencia.

III 

Tiempo después
la casa fue demolida.
Cayó piedra por piedra
fantasma por fantasma, 

demolieron los años,
ladrillo a ladrillo.
Ahora, un agujero
en donde estaba el jardí­n. 

Una huella de hierba donde los cuerpos yací­an.
Un pedazo de tierra y cascajo
por cada una de las alegrí­as
arrasadas por la maquinaria. 

El peral tení­a hojas rojas
un recordatorio del otoño que llego herido.
No habrá nunca más helechos.
Ni jardí­n. 

Sólo una gigantesca torre
en la que vivirán millones
de nuevas sombras y amarguras
y otras cosas que no dejan dormir.

Mateo Granillo













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