Meleagro de Gádara

Idilio de la Primavera

Distante el ventarrón de un invierno ya ausente
púrpura sonrió la primavera que da flores.
La renegrida tierra se coronó del verde
de la grama y con nuevas hojas las plantas
se dejaron crecer el cabello.

Bebiendo el delicado rocío matinal
ríen los prados, abierta la rosa.
Se deleita en la flauta un pastor
y en los grises cabritos se goza el cabrero.

Ya navega por anchas olas el marino
con el soplo apaciguado del céfiro
que abulta insinuante las velas de lino.

Ya claman a Dioniso, dador del racimo,
los tres veces ataviados con las flores de la hiedra.

Trabajos con arte forjados hay de la abeja:
miel deliciosa produce cada una en su celda,
blancos ungüentos del panal perforado de cera.

La familia de aves resuena por todo camino:
golondrina en alero y el alción en las olas,
cisne a la vera del río, ruiseñor sobre el bosque.

Y, si la fronda de las plantas saluda y ha prosperado la tierra,
si toca la flauta el pastor y la oveja lanuda está alegre,
si el navegante navega y si danza Dioniso,
si el pájaro silba y la abeja procrea…
¿Cómo, poeta, no cantar a tu vez la primavera?

Meleagro de Gádara



La isla de Tiro me crió, fue mi tierra materna
el Ática de Asiria, Gádara, y nací de Éucrates
yo, Meleagro, a quien dieron antaño las Musas
el poder cultivar las Gracias menipeas.
Sirio soy. ¿Qué te asombra, extranjero, si el mundo es la patria
en que todos vivimos, paridos por el Caos?

Meleagro de Gádara
Epitafio




¡Terrible, terrible Eros es! Pero ¿a qué andar diciendo,
entre mil gemidos, que es Eros terrible?
Rió el niño con ello y así, cuanto más se le injuria,
más goza y se crece con mis vituperios.
Un enigma es, ¡oh Cipris!, que tú, la nacida del glauco
oleaje del mar, fuego hayas parido.

Meleagro de Gádara











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