Nicolás Acosta

Desenlace 

I

La mesa está servida
y los comensales sonrí­en.
Nadie quiere matar a nadie,
los cuchillos están reservados para el pan,
los dientes solo se disponen a las sonrisas.
No nos odiamos
todo ha sido olvidado.

II

Bajo las uñas de la abuela
se acumula una mugre imperceptible
que navega despacio hacia el corazón
para estallar en un alud de gusanos.
Una risa estrepitosa esconde el secreto;
la muerte la está reclamando a cuotas,
el miedo le astilla los huesos.
Todos reí­mos.
Todos comemos.

III

El niño
–antes hombre–
se hunde en un recuerdo,
una memoria de platos rotos y gargantas secas,
sus puños se crispan
tuerce sus ojos
contrae su alma sobre sus propias heridas.
El pasado lo mira sin párpados
desde su parálisis ambarina
y susurra entre dientes
los viejos odios. 

IV

Un estallido de plagas
inunda la mesa,
la abuela exhala tierra y gusanos.
El padre se encoge
y el mundo se convierte
en un maelström de porcelana y gritos
La madre derrama una ofrenda de sangre muda
para apaciguar a los asesinos,
y ellos la beben
para emborrachar su rabia.

V

Las manos tiemblan,
los pulmones crujen,
los cuerpos
-convertidos en árboles violados-
se mecen temerosos,
asombrados frente a la dimensión inhóspita
de su cólera,
se mecen rotos,
incapaces de mirarse a los ojos
y ya nadie rí­e,
ya nadie come.

Nicolás Acosta











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