Richard Tarnas Cosmos y psique

 SOBRE LA ASTROLOGÍA DE RICHAR TARNAS EN COSMOS Y PSIQUE

Por supuesto, durante la mayor parte de la era moderna, debido a una variedad de convincentes razones, la astrología no ha gozado de gran estima. Ciertamente, es difícil que sus expresiones populares inspiren confianza en tal empresa. En un plano más fundamental, era imposible conciliar la astrología con la descripción del mundo que surgió de las ciencias naturales de los siglos XVII y XVIII, en cuyo marco todos los fenómenos naturales, desde el movimiento de los planetas a la evolución de las especies, se entendían en términos de sustancias materiales y principios mecanicistas que funcionaban sin finalidad o propósito. Ni podía hacer frente a la tendencia de la mente moderna, instaurada durante la Ilustración, a ensalzar su autonomía racional y desvalorizar los sistemas de pensamiento anteriores, que parecían apoyar cualquier forma de participation mystique primitiva entre la psique humana y un mundo dotado de estructuras de sentido dadas de antemano. Es comprensible la reticencia de Jung a dar a conocer más abiertamente la extensión de su empleo de la astrología. En el contexto de las creencias del siglo XX y el dominio del pensamiento científico, ya había llevado lo más lejos posible las fronteras del discurso intelectual sobre el tema.
Como la mayoría de los hijos de la educación moderna, yo mismo consideré durante mucho tiempo con automático escepticismo cualquier forma de astrología. Sin embargo, más tarde, no sólo por influencia del ejemplo de Jung, sino también de numerosos colegas en cuyo buen juicio intelectual tenía razones para confiar, llegué a pensar que tal vez había en la tesis astrológica cierta esencia que merecía la pena investigar. Varios factores contribuyeron a mi interés. Una vez que dejé atrás el menosprecio habitual por las versiones convencionales, advertí que la historia de la astrología contenía algunos rasgos notables. Me pareció curioso que los períodos históricos de florecimiento de la astrología en Occidente –la Antigüedad clásica griega y romana, la era helenística en Alejandría, la Baja Edad Media, el Renacimiento italiano, la era isabelina en Inglaterra, el siglo XVI y comienzos del XVII en Europa en general–, fueran todas épocas de creatividad intelectual y cultural inusualmente luminosa. Lo mismo podría decirse de la preeminencia de la astrología durante los siglos en que la ciencia y la cultura se hallaban en su apogeo en el mundo islámico, y también en India. Pensé que también era extraño que la astrología proporcionara el fundamento principal al primitivo desarrollo de la ciencia misma en las antiguas civilizaciones de Mesopotamia, y que su íntima relación con la astronomía haya desempeñado un papel importante en la evolución de la cosmología occidental a lo largo de dos mil años, desde sus orígenes griegos hasta el período de inflexión de la revolución copernicana. Me impresionó además la elevada categoría intelectual de aquellos filósofos, científicos y escritores que en una u otra forma habían dado su apoyo a la tesis astrológica, entre quienes, para mi sorpresa, estaban muchas de las figuras más importantes del pensamiento occidental: Platón y Aristóteles, Hiparco y Ptolomeo, Plotino y Proclo, Alberto Magno y Tomás de Aquino, Dante, Ficino, Kepler, Goethe, Yeats y Jung.
Pero lo que me estimuló especialmente y, al final, me impulsó a la reconsideración de la astrología fueron, como en el caso de Jung, los inesperados resultados de la investigación que decidí emprender por mi cuenta. Ahora creo que este encuentro directo con los datos empíricos que uno ha obtenido en su investigación personal es lo único que puede contribuir de un modo efectivo a la superación de la extremada resistencia que, al principio, experimenta ante la astrología prácticamente toda persona educada en el contexto moderno.
La astrología ha sido durante demasiado tiempo la antítesis absoluta del pensamiento y de la cosmología modernos como para que pueda ser distinta la actitud con que hoy la abordan la mayoría de los individuos cultos.
De todas las perspectivas y teorías del «nuevo paradigma», la astrología es la que traspasa de modo más incómodo la línea fronteriza del paradigma predominante, la que más probablemente evoca el desdén y la burla, la más idónea para que se la conozca más por su caricatura en los medios de comunicación populares que por las investigaciones, revistas y estudios de probada seriedad. Por encima de todo, la astrología es el punto de vista que más directamente contradice la tan arraigada cosmología desencantada y descentrada que abarca prácticamente toda la experiencia moderna y posmoderna.
Postula un cosmos intrínsecamente impregnado de sentido que, en cierto modo, tiene su foco, como nexo de ese sentido, en la Tierra e incluso en el ser humano individual. Semejante concepción del universo se contrapone radicalmente a los supuestos más fundamentales de la mente moderna.
Precisamente por esta razón, la astrología ha tenido durante mucho tiempo la oposición intransigente, y a menudo vehemente, de la mayoría de los científicos contemporáneos. Como ellos mismos señalan con frecuencia, si la astrología fuera válida en algún sentido, habría que cuestionar los fundamentos mismos de la cosmovisión moderna. Su intrínseco absurdo ha quedado tan patente que no ad-mite siquiera discusión. La astrología es el último vestigio aún subsistente del animismo primitivo, afrenta de extraña perduración a la racionalidad objetiva de la mente moderna.

Se trata de enormes obstáculos para cualquiera que piense adoptar esta perspectiva y este método de investigación. Sin embargo, el conocimiento humano evoluciona y cambia constantemente, a veces de maneras inesperadas. Lo que en una época se rechaza sin la más mínima duda puede ser vigorosamente reivindicado en otra, como ocurrió con la antigua hipótesis heliocéntrica de Aristarco, que durante mucho tiempo las autoridades científicas habían ignorado por inútil y absurda, cuando fue recuperada y reivindicada por Copérnico, Kepler y Galileo. Nunca la convicción general de un momento, aun cuando fuese universal, ha sido indicio seguro de la verdad o la falsedad de una idea. En lo que a mí respecta, no podía descartar dogmáticamente la posibilidad de que en la astrología hubiera mucho más de lo que la mente moderna había supuesto.
Tras aprender los elementos básicos para calcular una carta astral, dirigí la atención a un curioso fenómeno acerca del cual sabía que circulaban informaciones, entre profesionales del campo de la salud mental, que corroboraban una observación que Jung también había hecho. Las informaciones se referían a los «tránsitos» planetarios, que son alineamientos que se forman entre las posiciones actuales de los planetas en órbita y las posiciones planetarias en el momento del nacimiento de un individuo. Comencé con una pequeña muestra, que fui ampliando constantemente, y encontré, para mi gran asombro, que individuos involucrados en una variedad de formas de psicoterapia y de prácticas transformacionales mostraban una coherente tendencia a experimentar progresos psicológicos y transformaciones curativas en coincidencia con una cierta categoría de tránsitos planetarios en sus cartas natales, mientras que los períodos de sostenida dificultad psicológica tendían a coincidir con una categoría distinta de tránsitos, que implicaban otros planetas. La coherencia y la precisión de esas correlaciones iniciales entre estados psicológicos claramente definibles y alineamientos en tránsito coincidentes parecían demasiado significativos como para explicarlos por el azar. Sin embargo, dadas las visiones hoy aceptadas del universo, esas correlaciones simplemente no deberían darse. Lo que me llamó particularmente la atención fue el hecho inexplicable de que el carácter de los estados psicológicos observados correspondiera tan estrechamente a los significados atribuidos a los pertinentes planetas en tránsito y natales, tal como los describen los textos corrientes de astrología. Pues ya era desconcertante que hubiera cualquier correlación coherente; pero que, además, las correlaciones correspondieran a los sentidos tradicionales de los planetas era sencillamente pasmoso. Con el progreso de la investigación, pronto se me hizo evidente que la naturaleza de las correlaciones planetarias era más compleja de lo que me habían hecho creer mis observaciones iniciales relativas a una simple dicotomía entre estados psicológicos positivos y negativos. Una comprensión más profunda de los principios astrológicos, en combinación con avances teóricos recientes en la psicología profunda, en particular desde la escuela arquetípica y la transpersonal, me permitió vislumbrar una gama mucho mayor de correlaciones entre los movimientos planetarios y la experiencia humana. Estos hallazgos me impulsaron a dar un paso atrás y abordar la tarea de investigación de una manera mucho más preparada y sistemática. Decidí examinar seriamente la historia y los principios de la astrología leyendo cuidadosamente el canon de importantes obras de astrología, del compendio de Ptolomeo de la astrología clásica, el Tetrabiblos, y Sobre los fundamentos más seguros de la astrología, de Kepler, a los textos modernos de Leo, Rudhyar, Carter, Ebertin, Addey, Harvey, Hand, Greene y Arroyo. (Ptolemy’s Tetrabiblos, Symbols and Signs, 1976; Johannes Kepler, «On the More Certain Fundamentals of Astrology», prefacio y notas de J.B. Brackenridge, Proceedings of the American Philosophical Society , 2, 1979, pp. 85–116; Kepler’s Astrology: Excerpts, Princeton, N.J., Eucopia, 1987; Alan Leo, Art of Synthesis, Londres, Fowler, 1968; How to Judge a Nativity, Londres, Fowler, 1969; Dane Rudhyar, Astrology of Personality, 1936, Garden City, N.Y., Double-day, 1970; Charles E.O. Carter, Principles of Astrology, Londres, Fowler, 1970; Astrological Aspects, Londres, Fowler, 1971; Reinhold Ebertin, Combinations of Stellar influence, Aalen, Alemania, Ebertin–Verlag, 1972; John Addey, Astrology Reborn, Londres, Faculty of Astrologers, 1972; Harmonics in Astrology, 1976; Robert Hand, Planets in Transit, Gloucester, Mass., para Research, 1976; Horoscope Symbols, Rockport, Mass., para Research, 1981; Liz Greene, Saturn: A New Look at an Old Devil, York Beach, Maine, Weiser, 1976; Stephen Arroyo, Astrology, Karma, and Transformation, Davis, Calif., CRCS Publications, 1978; Charles Harvey, Michael Baigent y Nicholas Campion, Mundane Astrology, Londres, Harper Collins, 1984. Entre muchas otras obras, he consultado también los tan utilizados textos de Frances Sakoian y Louis Acker, The Astrologer’s Hand-book, Nueva York, Harper & Row, 1973, y Predictive Astrology, Nueva York, Harper & Row, 1977; y también, a partir de 1976, las entregas bimensuales de Journal of the Astrological Association, británica, y las bianuales de Correlation Journal of Research into Astrology.)
Estudié las efemérides planetarias –tablas astronómicas que enumeran las posiciones del Sol, la Luna y los planetas para un día y un año cualesquiera en términos de grados y minutos de longitud celeste tal como se miden a lo largo del Zodíaco– hasta que pude descifrar con cierta facilidad las cambiantes configuraciones y alineamientos planetarios. Como esto ocurrió antes de la aparición de los ordenadores personales, aprendí a realizar con gran rapidez los múltiples cálculos necesarios para la elaboración de rigurosas cartas natales, que mostraban las posiciones exactas de los planetas en el momento del nacimiento de una persona, y para determinar otros indicadores astrológicos básicos, como los tránsitos. Las matemáticas necesarias para estas operaciones –descubrí entonces– son relativamente sencillas. Lo que encontré más importante, y más revelador, fue que los principios simbólicos asociados a los planetas en el corazón de la tradición astrológica resultaban inesperadamente fáciles de asimilar, dada su asombrosa semejanza con los arquetipos de la psicología profunda moderna –en lo esencial, eran idénticos–, ya familiares desde la obra de Freud, Jung y sus sucesores en la psicología arquetipal y en la transpersonal. Así equipado, examiné intensivamente en primer lugar mi propia carta natal y las de cuarenta o cincuenta personas a las que conocía bien, con la intención de averiguar si había alguna correlación significativa entre, por un lado, las posiciones planetarias en el momento de su nacimiento y, por otro lado, su carácter y su biografía personal. Aunque sin perder de vista el factor de sugestión inherente a ese tipo de evaluaciones, me impresionó profundamente la amplitud y la compleja precisión de las correspondencias empíricas. Era como si un psicólogo del inconsciente particularmente dotado, tras larga familiarización con mi vida y mi personalidad, o con las de otro individuo, hubiera determinado la dinámica arquetípica que operaba en la biografía de esta persona y luego hubiese construido un diagrama planetario adecuado para reproducirla, aunque en realidad este diagrama representara las posiciones reales de los planetas en el momento del nacimiento de la persona en cuestión. Esto habría sido sin duda asombroso por sí mismo, pero más extraordinarias aún eran las correlaciones entre tránsitos específicos y el momento en que tenían lugar importantes acontecimientos y condiciones psicológicas. Al extender mis observaciones iniciales, observé que los planetas en constante movimiento, tal como figuraban en las tablas astronómicas, parecían cruzar coherentemente, o transitar, las posiciones planetarias de la carta natal en coincidencia con momentos de la vida de una persona que, en términos arquetípicos, resultaban misteriosamente apropiados. En cada ejemplo, el sentido y el carácter particular de experiencias vitales significativas guardaban estrecha correspondencia con el sentido atribuido a los tránsitos planetarios que tenían lugar en ese momento. Cuanto más sistemáticamente examinaba los dos conjuntos de variables –posiciones planetarias y acontecimientos biográficos–, más impresionantes eran las correspondencias.
Sin embargo, también había problemas y discrepancias. Una parte considerable de la tradición astrológica era demasiado vaga, puntillosa o irrelevante como para obtener correlaciones útiles. Llegué a sospechar que una cantidad de principios astrológicos convencionales no eran más que heredadas fórmulas ad hoc que se habían ido solidificando hasta formar una doctrina establecida, elaborada y transmitida de generación en generación durante siglos, de modo muy parecido a las acreciones epicíclicas de la astronomía medieval.
Ciertamente, gran parte de la teoría y la práctica astrológicas carecían por completo de rigor crítico. Me pareció que muchas enseñanzas y consultas astrológicas encerraban un considerable volumen de material desechable, desorientador y hasta perjudicial.
No obstante, cierto núcleo de tradición astrológica, sobre todo las correspondencias planetarias con principios arquetípicos específicos, y la importancia de significativos alineamientos geométricos entre los planetas parecía tener un sustancial fundamento empírico.
A medida que pasaba el tiempo, apliqué la misma modalidad de análisis a la vida de un número creciente de personas en un círculo de investigación cada vez más amplio y obtuve los mismos esperanzadores resultados. Cuanto más exactos eran los datos disponibles y cuanto más profunda era mi familiaridad con la persona o el acontecimiento, más convincentes eran las correspondencias. Tanto la cantidad como la calidad de las correlaciones positivas hicieron difícil de sostener mi escepticismo inicial. La coincidencia entre las posiciones planetarias y los fenómenos biográficos y psicológicos era en general tan precisa y coherente que me resultaba imposible considerar la intrincada configuración como mero producto del azar.
Debo aclarar que esta investigación no se centró en la astrología de los adivinos ni de las secciones periodísticas. No tenía nada que ver con las predicciones de los horóscopos de signo zodiacal. Contrariamente a mi mal informada impresión anterior sobre el tema, descubrí que la modalidad de investigación que iba surgiendo poco a poco era un método de análisis intelectualmente exigente, matemáticamente preciso e incluso elegante, que empleaba todos los planetas y sus cambiantes alineamientos geométricos recíprocos, a la vez que requería una constante interacción entre la intuición arquetípica y el rigor empírico. Además, una característica esencial de este análisis era que no predecía acontecimientos específicos o rasgos de personalidad. Más bien al contrario, presentaba la dinámica arquetípica más profunda de la que los acontecimientos y los rasgos eran la expresión concreta. Y parecía hacerlo con asombrosa precisión y sutileza.
En comparación con la mayor rigidez del determinismo y la literalidad que caracterizaba gran parte de la tradición astrológica, la evidencia que encontré apuntaba más bien a otra manera de entender la «influencia» astrológica en los asuntos humanos. Esta renovada comprensión reconocía mejor el significado crítico tanto del contexto particular como del papel participativo del hombre y desafiaba la posibilidad y la adecuación de una específica predicción concreta.
Me percaté de que una clave de esta perspectiva emergente era el concepto de arquetipo tal como lo había desarrollado Jung, que no sólo tenía en cuenta su complejo trasfondo platónico, kantiano y freudiano, sino también su más reciente evolución en la psicología profunda a través de la obra de James Hillman, Stanislav Grof y otros. Sólo cuando me di cuenta más plenamente de la naturaleza multidimensional y polivalente de los arquetipos –su coherencia y consistencia formal, que podía dar nacimiento a una pluralidad de sentidos y de posibles manifestaciones– empecé a distinguir la naturaleza precisa de las correlaciones astrológicas.

Históricamente, la mayor parte de la astrología tradicional anterior al siglo XX tenía mucho en común con la metodología adivinatoria de la astrología horaria, y de hecho las formas más primitivas de astrología que surgieron en Mesopotamia parecen haber sido en gran medida adivinatorias. Esto ya no es así en los principales textos y prácticas de las principales figuras de la astrología occidental contemporánea, cuyos principios y finalidades creo que se describen mejor en términos de comprensión arquetípica que de verdadera predicción. La no examinada (y a menudo problemática) combinación de estos dos objetivos metodológicos completamente distintos –la comprensión arquetípica y la predicción concreta– es, sin duda, consecuencia de la ausencia, durante toda la historia de la astrología hasta hace muy poco tiempo, de una sólida tradición de análisis epistemológico y reflexión crítica.
… después de la investigación y la evaluación crítica más rigurosa de que soy capaz, he llegado al convencimiento de que existe en realidad una correspondencia enormemente significativa – y omniabarcante– entre los movimientos planetarios y los asuntos humanos, y de que la suposición moderna en sentido contrario era errónea. Las pruebas no sugieren que los planetas sean por sí mismos causas de diversos acontecimientos o de rasgos de carácter, sino más bien que existe una correspondencia empírica coherentemente significativa entre los dos conjuntos de fenómenos, el astronómico y el humano, y que lo más fructífero es abordar el principio de conexión entre ellos como cierta forma de sincronicidad a través de arquetipos.
Según su definición más general, la astrología se apoya en una concepción del cosmos como manifestación coherente de inteligencia creadora, finalidad y significado, que se expresan mediante una compleja correspondencia entre configuraciones astronómicas y experiencia humana. Se considera que los diversos cuerpos celestes poseen una asociación intrínseca con principios universales específicos, y que, en última instancia, tanto estos principios como sus correspondencias astronómicas se basan en la propia naturaleza del cosmos, de modo que forman parte de lo celeste y de lo terrenal, del macrocosmos y del microcosmos. Al moverse en sus respectivos ciclos, los planetas forman diversas relaciones geométricas con respecto a la Tierra. Se ha observado que estos alineamientos coinciden con fenómenos arquetípicos específicos en la vida humana. Desde el comienzo de la astrología occidental, esa manera de entender el mundo se asoció estrechamente a la concepción griega del Kosmos, palabra que los pitagóricos aplicaron por primera vez al mundo como un todo para expresar una síntesis típicamente griega de orden inteligente, belleza y perfección estructural.
Desde sus orígenes mesopotámicos y egipcios hasta su posterior síntesis helenística en la era clásica, puede considerarse que, en términos generales, la historia de la astrología occidental pasó de una fluida adivinación astral (centrada en intuir la voluntad de los dioses celestiales y responder a esta percepción con una acción adecuada, un ritual y una súplica del favor divino) a un énfasis cada vez mayor en la observación sistemática de las regularidades geométricas de los movimientos astronómicos, la aplicación de principios universales de interpretación y, finalmente, la formulación de elaboradas reglas de predicción concreta. Este proceso gradual de «racionalización» (en el sentido de Weber) se combinó, en la Antigüedad tardía y en el período medieval, con una visión cada vez más mecanicista de la causalidad celeste, que terminó a su vez por vincularse con un determinismo más rígido. Una evolución similar tuvo lugar en India tras la difusión de la cultura griega en Asia por las conquistas de Alejandro Magno; la astrología védica recibió su forma tanto de la tradición mesopotámico–helenística como del propio y característico legado religioso y social índico de una manera que ha per-durado hasta el presente. En Europa, tras la Ilustración de finales del siglo XVII y todo el XVIII, la astrología desapareció prácticamente del discurso académico y la cosmovisión de la gente culta. Subsistió principalmente en forma de almanaques populares de astrología, para experimentar, durante el siglo XIX, una gradual reaparición con el creciente interés del período romántico europeo por las tradiciones esotéricas y luego por la teosofía. Por último, en el curso del siglo xx, se produjo un amplio renacimiento de la astrología, que comenzó en Inglaterra y se propagó a Estados Unidos y al resto de Europa. Las metas y los supuestos teóricos en que se inspiraba esta astrología emergente diferían a menudo en aspectos fundamentales de los correspondientes al período antiguo y medieval. En general, era más individualista y psicológica, pues ponía más énfasis en la realidad interna que en la externa, en la autocomprensión antes que, en la predicción de acontecimientos concretos, en la interpretación simbólica por encima de la literal y en el compromiso participativo por encima del fatalismo pasivo. Junto con este cambio de carácter, poco a poco ha ido naciendo en la comunidad astrológica un discurso de reflexión filosófica crítica y de cuestionamiento de muchos supuestos y principios tradicionales. Muchos factores han desempeñado su papel en esta tendencia reciente. El creciente acceso a datos astronómicos precisos y el descubrimiento de los planetas exteriores han afectado la práctica y la teoría astrológica. Idéntico efecto ha tenido el gigantesco crecimiento del volumen de datos disponibles, con un número incomparablemente mayor de cartas natales, biografías y períodos históricos, que han dado pie a un desarrollo cooperativo de principios aceptados de interpretación. No menos importantes han sido los cambios culturales de mayor alcance que han afectado los presupuestos intelectuales generales y el moderno carácter psicológico. Estos cambios incluyen un mayor compromiso con la autonomía individual y mayor experiencia de ella, un sentido más profundo de la interioridad y del valor de la reflexión psicológica, una captación más compleja de la cognición simbólica y la polivalencia interpretativa, una mayor comprensión crítica de la implicación mutua de la realidad interior y la exterior y un reconocimiento más profundo de la naturaleza participativa de la experiencia humana. En asociación con este cambio cabe destacar también una mayor conciencia de la índole multidimensional y multicausal de todos los fenómenos, combinado con una apreciación de la irreductible indeterminación del despliegue de la vida.
El surgimiento, en la segunda mitad del siglo XX, con Jung y Dane Rudhyar como figuras clave, de una astrología psicológicamente sofisticada, representa la tendencia histórica dominante, pero a esa misma época corresponde también un importante desarrollo periférico, a saber, el nuevo interés, desde fuera de la astrología, por las comprobaciones estadísticas de hipótesis astrológicas. Lo más significativo aquí fueron los estudios a gran escala que realizaron los estadísticos franceses Michel y Françoise Gauquelin durante un período de cuarenta años a partir de la década de los cincuenta.
Desde el punto de vista que sugiero aquí, reflejo de la tendencia dominante en la teoría astrológica contemporánea, los planetas no son «causas» específicas de los acontecimientos en mayor medida en que las manecillas de un reloj son la «causa» de una hora específica. Más bien, las posiciones planetarias son indicativas del estado cósmico de la dinámica arquetípica en ese momento. Las palabras de Plotino, el filósofo más influyente de los últimos tiempos de la antigüedad clásica, defienden directamente esta visión del mundo: Las estrellas son como letras que se inscriben en cada momento en el cielo... En el mundo todo está lleno de signos... Todos los acontecimientos están coordinados... Todas las cosas dependen de todas las demás. Tal como se ha dicho: «Todo respira junto».
La actitud más característica de los astrólogos contemporáneos consiste en sostener que el conocimiento astrológico es en última instancia más emancipador que constrictivo, pues produce un incremento potencial de libertad y realización personal como consecuencia de la comprensión más rica del yo y del contexto cósmico.
Desde esta perspectiva, el conocimiento de la dinámica arquetípica y de las configuraciones significativas básicas de la propia carta natal permite al individuo una mayor conciencia de la realización de su propia y auténtica naturaleza y del potencial que le es inherente, como en el concepto junguiano de individuación. Cuanto más rigurosamente comprenda uno las fuerzas arquetípicas que configuran y afectan su propia vida, más flexible e inteligente puede ser su reacción a la hora de tratar con ellas. En la medida en que no se tiene conciencia de estas fuerzas, poderosas y a veces enormemente problemáticas, se está más o menos a merced de los arquetipos, pues se actúa de acuerdo con motivaciones inconscientes y con muy pocas posibilidades de participar de manera cocreativa en el despliegue y el refinamiento de esas potencialidades. El conocimiento de los propios arquetipos produce mayor autoconciencia y, por tanto, mayor autonomía personal. Una vez más, estamos ante la justificación racional de la psicología profunda, de Freud y Jung en adelante: liberarse de la constricción de la acción ciega y de la experiencia inconscientemente motivada, reconocer y explorar las fuerzas más profundas de la psique humana y, en consecuencia, modularlas y transformarlas. A nivel individual, la astrología se valora por su capacidad para expresar qué arquetipos son esenciales a cada persona, cómo interactúan entre sí y cuándo, en el curso de la vida, es más probable que ejerzan su influencia sobre uno. Pero, además de la evolución psicológica del yo moderno con su reforzado sentido de autonomía dinámica e interioridad introspectiva, tal vez el factor más importante de la naciente comprensión emancipadora de la astrología sea la profundización en la naturaleza de los propios principios arquetípicos.
Desde el punto de vista platónico, los arquetipos –las Ideas o las Formas– son esencias absolutas que trascienden el mundo empírico pero que dan al mundo su forma y su sentido. Son universales intemporales que sirven como realidad fundamental que informa todo particular concreto. Algo es bello precisamente en la medida en que el arquetipo Belleza está presente en ello. O, desde otro punto de vista, podría describirse algo como bello precisamente en la medida en que participa del arquetipo de la Belleza. Para Platón, el conocimiento directo de estas Formas o Ideas es la meta espiritual del filósofo y la pasión intelectual del científico. A su vez, Aristóteles, discípulo y sucesor de Platón, adoptó un enfoque más empírico del concepto de las formas universales, que se apoyaba en un racionalismo animado por un espíritu de análisis lógico más secular que espiritual y epifánico. En la perspectiva de Aristóteles, las formas perdieron su numinosidad, pero ganaron un nuevo reconocimiento de su carácter dinámico y teleológico en tanto que concretamente encarnadas en el mundo empírico y en los procesos de la vida. Para Aristóteles, las formas universales existen primariamente en las cosas, no por encima o más allá de ellas. Pero no sólo dan forma y cualidades esenciales a particulares concretos, sino que, además, los transmutan desde dentro, de la potencialidad a la actualidad y la madurez, y así las bellotas se metamorfosean gradualmente en un roble, el embrión en un organismo maduro, una niña en una mujer. El organismo es atraído por la forma hacia la realización de su potencialidad inherente, de la misma manera en que una obra artística es realizada por el artista guiado por la forma que tiene en su mente. La materia es una receptividad intrínseca a la forma, una apertura a ser configurada y dinámicamente realizada a través de la forma. En un organismo en desarrollo, una vez plenamente actualizado su carácter esencial, se produce la decadencia en la medida en que la forma va «perdiendo su fuerza». La forma aristotélica, por tanto, sirve como impulso interior que ordena y moviliza el desarrollo y, al mismo tiempo, como estructura inteligible de una cosa, su naturaleza interior, lo que hace que esa cosa sea lo que es, su esencia. Para Aristóteles, lo mismo que para Platón, la forma es el principio por el cual algo puede ser conocido, su esencia reconocida, su carácter universal diferenciado de su materialización particular. La idea de formas arquetípicas o universales sufrió luego una serie de desarrollos importantes en el período clásico tardío, en el Medioevo y en el Renacimiento. Se convirtió en el centro de uno de los debates básicos y más duraderos de la filosofía escolástica, «el problema de los universales», controversia que reflejó la evolución del pensamiento occidental y al mismo tiempo fue su eslabón intermediario mientras el lugar de la realidad inteligible se iba desplazando de lo trascendente a lo inmanente, de lo universal a lo particular y, en última instancia, de la Forma arquetípica de origen divino (eidos) al nombre general de construcción humana (nomen). Después de un florecimiento final en la filosofía y el arte del apogeo del Renacimiento, el concepto de arquetipos se retrajo poco a poco para terminar prácticamente por desaparecer con el surgimiento moderno de la filosofía nominalista y la ciencia empírica. La perspectiva arquetípica mantuvo su vitalidad principalmente en las artes, en los estudios clásicos y mitológicos y en el romanticismo, como una especie de arcaico resplandor crepuscular. Confinada por la cosmovisión dominante de la Ilustración en el dominio subjetivo del significado interior, se mantuvo latente en la sensibilidad moderna. El radiante ascenso y la dominación de la razón moderna coincidieron precisamente con el eclipse de la visión arquetípica. Entre el triunfo del nominalismo en el siglo XVII y el surgimiento de la psicología profunda en el siglo xx, la filosofía produjo un desarrollo de gran calado. La revolución copernicana de Kant en filosofía, que posteriormente tuvo importantes consecuencias en la forma en que reaparecería finalmente la perspectiva de los arquetipos –con el giro crítico kantiano centrado en el descubrimiento de las estructuras interpretativas subjetivas de la mente que ordenan y condicionan todo conocimiento y experiencia humanos, esto es, las categorías y las formas a priori–, el proyecto de la Ilustración experimentó un cambio decisivo en el interés filosófico, que pasó del objeto de conocimiento al sujeto cognoscente y que ejerció su influencia prácticamente en todos los campos del pensamiento moderno. Sólo al entrar en el siglo xx, el concepto de arquetipos, presagiado por la visión nietzscheana de la modelación de la cultura por los principios dionisíaco y apolíneo, experimentó un inesperado renacimiento. La matriz inmediata de este renacimiento fueron los descubrimientos empíricos de la psicología profunda, primero con las formulaciones de Freud del complejo de Edipo, Eros y Tánatos, el yo, el ello y el superego («poderosa mitología», dijo Wittgenstein a propósito del psicoanálisis), y más tarde en una forma expandida y plenamente articulada con la obra de Jung y la psicología arquetipal. Jung, como hemos visto, inspirado en la epistemología crítica de Kant y la teoría de los instintos de Freud, fue más allá de uno y otro al describir los arquetipos como formas autónomas primordiales en la psique, que estructuran e impelen toda la experiencia y la conducta humanas. En sus últimas formulaciones, influido por su investigación sobre las sincronicidades, Jung llegó a considerar los arquetipos no sólo expresiones de un inconsciente colectivo compartido por todos los seres humanos, sino también de una matriz más amplia de existencia y significado que configura y abarca tanto el mundo físico como la psique humana. Por último, desarrollos posteriores de la perspectiva arquetípica emergieron en el período posmoderno, no sólo en la psicología posjunguiana, sino también en terrenos como la antropología, la mitología, los estudios de religión, la filosofía de la ciencia, el análisis lingüístico, la fenomenología, la filosofía del proceso y los estudios feministas. Los avances en la comprensión del papel de los paradigmas, los símbolos y las metáforas en la formación de la experiencia y la cognición humanas aportaron nuevas dimensiones a la comprensión de los arquetipos. En el crisol del pensamiento posmoderno se elaboró y criticó el concepto de arquetipos, se refinó por medio de la deconstrucción de «falsos universales» y estereotipos culturales rígidamente esencialistas y se enriqueció con una incrementada conciencia de su naturaleza fluida, evolutiva, polivalente y participativa. Reflejando muchas de las influencias que se acaban de mencionar, James Hillman resume la perspectiva arquetípica en la psicología profunda con estas palabras: Imaginemos, pues, los arquetipos como los esquemas más profundos del funcionamiento psíquico: las raíces del alma que condicionan nuestra visión de nosotros mismos y del mundo. Son las imágenes axiomáticas y evidentes a las que siempre regresa nuestra vida psíquica y nuestras teorías sobre ella. [...] Hay muchas más metáforas para describirlos: potencialidades inmateriales de estructura, como invisibles cristales en solución o formas latentes en plantas que brotan súbitamente bajo determinadas condiciones; modelos de conducta instintiva como los que guían a los animales por sendas inmutables; los géneros y lugares de la literatura; los prototipos recurrentes de la historia; los síndromes básicos en psiquiatría; los modelos paradigmáticos de pensamiento en la ciencia; las figuras universales, los rituales y las relaciones de parentesco en antropología. Pero hay una cosa absolutamente esencial para la noción de arquetipo: su efecto posesivo emocional, su deslumbramiento de la conciencia, que le impide ver su propia actitud. Al crear un universo que tiende a dominar todo lo que hacemos, vemos y decimos en el ámbito de su cosmos, un arquetipo es más comparable con un dios. Y los dioses, dicen a veces las religiones, son menos accesibles a los sentidos y al intelecto que a la visión imaginativa y a la emoción del alma. Son perspectivas cósmicas en las que participa el alma. Son los señores de sus reinos del ser, los modelos de su mimesis. El alma no puede existir si no es en alguno de sus modelos. Toda realidad psíquica se halla gobernada por una u otra fantasía arquetípica, sancionada por un dios. Y yo sólo puedo existir en ellas. No existe un lugar sin dioses ni una actividad que no los represente. Toda fantasía, toda experiencia, posee su razón arquetípica. No hay nada que no corresponda a uno u otro dios. Por lo tanto, hay muchas maneras de entender y describir los arquetipos, y gran parte de la historia del pensamiento occidental ha evolucionado y girado en torno a esta cuestión. Para lo que ahora nos interesa, podemos definir un arquetipo como un principio o fuerza universal que afecta –impulsa, estructura, impregna– la psique humana y el mundo de la experiencia humana en muchos niveles. Se los puede concebir en términos míticos como dioses o diosas (o como lo que Blake llamó «los Inmortales»); en términos platónicos, como primeros principios trascendentes e Ideas numinosas; o en términos aristotélicos, como universales inmanentes y formas dinámicas internas. Es posible abordarlos al modo kantiano como categorías a priori de percepción y cognición; en términos de Schopenhauer, como esencias universales de vida materializadas en grandes obras de arte; o a la manera de Nietzsche, como principios primordiales que simbolizan tendencias culturales y modos de ser básicos. En el contexto del siglo xx, es posible pensarlos, de acuerdo con Husserl, como estructuras esenciales de la experiencia humana; de acuerdo con Wittgenstein, semejanzas lingüísticas de familia que ponen en relación como coincidencias particulares; de acuerdo con Whitehead, como objetos eternos y puras potencialidades cuya in-corporación informa el proceso de despliegue de la realidad; o de acuerdo con Kuhn, como estructuras paradigmáticas subyacentes que dan forma al pensamiento y la investigación en la ciencia. Por último, con la psicología profunda, es posible abordarlos al modo freudiano como instintos primordiales que impulsan y estructuran los procesos biológicos y psicológicos; o a la manera de Jung, como principios formales fundamentales de la psique humana, expresiones universales de un inconsciente colectivo y, en última instancia, del unus mundus. En cierto sentido, la idea de los arquetipos es en sí misma un arquetipo, un arkhé, un principio de principios en constante mutación de forma, con múltiples inflexiones creativas y variaciones a través de los tiempos, como si se difractara a través de diferentes sensibilidades individuales y culturales. En el curso de esa larga evolución, la idea del arquetipo parece haber recorrido un círculo completo, para llegar hoy, tras el concepto de sincronicidad, a un lugar muy semejante a sus orígenes como arkhái cósmicos, pero con su multitud de inflexiones y potencialidades, así como sus nuevas dimensiones, ahora desplegadas y exploradas. Podemos por tanto concebir los arquetipos como poseedores de cualidad trascendente y numinosa, pero que al mismo tiempo se manifiesta en específicas y realistas encarnaciones físicas, emocionales y cognitivas. Son estructuras y esencias imperecederas a priori, aunque también dinámicamente indeterminadas, maleables por una multitud de factores contingentes, culturales y biográficos, circunstanciales y participativos. En cierto sentido, son intemporales y están por encima del flujo mutante de los fenómenos, como en la filosofía platónica, pero en otro sentido son profundamente plásticos, evolutivos y están abiertos a la más amplia diversidad de la creativa representación humana. Parecen moverse desde dentro y desde fuera, manifestarse como impulsos, emociones, imágenes, ideas y estructuras interpretativas de la psique interior, pero también como formas concretas, acontecimientos y contextos del mundo exterior, incluidos los fenómenos sincrónicos. Por último, se los podría analizar y pensar de una manera científica o filosófica como primeros principios y causas formales, pero en otro nivel también se los podría entender en términos de míticos personae dramatis, que se abordan y comprenden mucho mejor con los poderes de la imaginación poética y la intuición espiritual. Como observó Jung acerca de su propia modalidad de discurso cuando analizaba el contenido arquetípico de los fenómenos psicológicos: Se puede describir este contenido en lenguaje racional, científico, pero de esa manera resulta por completo imposible expresar su carácter vital. En consecuencia, al describir los procesos vitales de la psique, he dado deliberada y conscientemente preferencia a una manera de pensar y de hablar dramática, mitológica, no sólo porque es más expresiva, sino también más exacta, que la terminología científica y abstracta, acostumbrada a acariciar la idea de que un buen día sus formulaciones teóricas se resolverán en ecuaciones algebraicas.
La tesis astrológica, tal como se desarrolló en el linaje platónico–junguiano, sostiene que estos arquetipos complejos y multidimensionales que gobiernan las formas de la experiencia humana están inteligiblemente conectados con los planetas y sus movimientos en el cielo. Esta asociación se observa en una coincidencia constante entre alineamientos planetarios específicos y fenómenos arquetípicamente configurados en los asuntos humanos. Para lo que sigue es importante que entendamos la naturaleza de estas correspondencias entre planetas y arquetipos. No parece exacto decir que, en lo esencial, los astrólogos hayan utilizado arbitrariamente los relatos mitológicos de los antiguos acerca de los dioses Júpiter, Saturno, Venus, Mercurio y el resto de los planetas para proyectar significados simbólicos en éstos, que en realidad son cuerpos materiales meramente neutrales, sin significado intrínseco. Por el contrario, hay un notable cuerpo de evidencias que sugiere que los movimientos de los planetas llamados Júpiter, Saturno, Venus, Marte y Mercurio tienden a coincidir con configuraciones de la experiencia humana que guardan estrecha semejanza con el carácter de sus figuras míticas homólogas. Esto quiere decir que la visión tal vez intuitiva o adivinatoria del astrólogo en sus orígenes antiguos parece ser en lo fundamental una visión empírica. Este empirismo recibe contexto y significado de una perspectiva mítica, arquetípica, perspectiva que las correlaciones planetarias parecen apoyar e ilustrar con notable consistencia. La naturaleza de esas correlaciones presenta al investigador astrológico algo que parece una síntesis preconcebida, que combina la precisión de la astronomía matemática con la complejidad psicológica de la imaginación arquetípica, síntesis cuyas fuentes dan la impresión de existir a priori en la textura misma del universo.
Los siete principios arquetípicos que se acaban de describir corresponden a los siete cuerpos celestes conocidos por los antiguos y que constituyeron el fundamento de la tradición astrológica desde sus orígenes prehistóricos hasta los comienzos de la era moderna. Estos principios estaban bien establecidos en su carácter básico desde los inicios de la tradición astrológica clásica occidental, en la era helenística temprana, a partir aproximadamente del siglo II a.C. y sus significados siguieron desarrollándose y experimentando nuevas elaboraciones durante la Antigüedad tardía, la era medieval y el Renacimiento, no sólo en la práctica astrológica y los escritos esotéricos, sino en el arte, la literatura y el desarrollo del pensamiento religioso y científico del conjunto de la cultura.
En comparación con los planetas conocidos por los antiguos, con sus asociaciones mitológicas grecorromanas y sus correspondientes significados astrológicos, los nombres y los significados en los tres planetas descubiertos por el telescopio en la era moderna presentan una situación muy distinta. Urano, Neptuno y Plutón recibieron sus respectivos nombres de astrónomos modernos que no tenían en mente ninguna correspondencia arquetípica. Por tanto, no heredaron significados arquetípicos instituidos por la tradición antigua, significados que a su vez fueran confirmados, refinados y elaborados por continuadas observaciones a lo largo de muchos siglos. Esta circunstancia constituyó el punto de partida de una línea de investigación inesperadamente fructífera, de cuyos resultados se ocuparán los capítulos siguientes. Sobre la base de la expansión del cuerpo de correlaciones empíricas que para todos los planetas realizaba la comunidad de investigación astrológica, salieron a la luz muchas nuevas maneras de entender y muchas aclaraciones en lo concerniente a la relación entre los nombres astronómicos que se había dado a los planetas y sus significados arquetípicos observados. Mientras que las correlaciones que implicaban a los planetas antiguos, hasta Saturno, sugieren sin contradicción alguna una coherencia definida entre los heredados nombres mitológicos de los planetas y los fenómenos sincrónicos observados, las correlaciones que implican a los tres planetas exteriores apuntan a principios que, en aspectos decisivos, difieren de sus respectivos nombres astronómicos o los trascienden de manera radical.
Urano:
Durante milenios, el Sol y la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno formaron lo que los antiguos consideraban una estructura cósmica absoluta de cuerpos celestes en movimiento que reflejaban las fuerzas primordiales que gobiernan los asuntos humanos. Más tarde, en 1781, el astrónomo y músico William Herschel, en el curso de una exhaustiva investigación del cielo con un telescopio que él mismo había diseñado, observó repentinamente un objeto que no era una estrella común. El objeto resultó ser el primer planeta que se descubría desde los tiempos antiguos. El asombroso descubrimiento de Herschel modificó de inmediato las dimensiones del sistema solar conocido, pues la distancia entre el nuevo planeta y el Sol duplicaba la que había entre Saturno y el Sol.
Además, presentaba un desafío sin precedentes a la tradición astrológica. La antigua jerarquía de siete planetas circunscrita por Saturno había quedado irrevocablemente desvirtuada y no había un significado arquetípico establecido para el nuevo planeta. Los escépticos contemporáneos vieron en este descubrimiento el último clavo en el ataúd de una astrología cuya caída había causado la Revolución Científica y había proclamado la Ilustración.
Los astrónomos barajaron varios nombres para el nuevo planeta.
Herschel propuso primero el nombre de Georgium Sidus en honor a su mecenas soberano, Jorge III de Inglaterra. Los franceses, sin duda nada entusiastas con la deificación planetaria del monarca inglés, lo bautizaron Herschel. Finalmente, en concordancia con los planetas conocidos por los antiguos, se apeló al panteón de la mitología clásica. El astrónomo alemán Johann Ebert Bode había sugerido lla-marle Urano en el año de su descubrimiento, y éste fue por fin el nombre que obtuvo la aceptación internacional. La lógica en la elección de Urano como nombre del planeta parece haber sido directa: el Ouranos mitológico era el padre de Cronos (Saturno) y, por tanto, correspondía a la localización del nuevo planeta en el cielo allende Saturno, de la misma manera en que Saturno era a la vez el padre de Júpiter en la mitología y el nombre del primer planeta en el cielo allende Júpiter. Ouranos era también el dios del «cielo estrellado», como lo llamó Hesíodo, con lo que demostraba ser un nombre particularmente idóneo para el nuevo planeta. Los astrólogos también adoptaron el nombre Urano, pero el significado que finalmente se atribuyó al nuevo planeta tuvo en general otro carácter que el del Ouranos de la mitología.
Desde por lo menos el comienzo del siglo XX hay consenso unánime entre los astrólogos en que el planeta Urano se asocia empíricamente al principio de cambio, rebelión, libertad, liberación, reforma y revolución, así como a la inesperada quiebra de estructuras; a sorpresas repentinas, revelaciones y despertares, relámpagos de intuición, la aceleración del pensamiento y los acontecimientos; al nacimiento y nuevos comienzos de todas las cosas; y al brillo intelectual, la innovación cultural, la invención tecnológica, el experimento, la creatividad y la originalidad. Además de su asociación a rupturas repentinas y acontecimientos liberadores, los tránsitos de Urano van ligados a cambios impredecibles y rompedores, razón por la que a menudo se hace referencia a este planeta como al «truhan cósmico». Otro grupo de temas asociado a Urano tiene que ver con lo celeste y lo cósmico, la astronomía y la astrología, la ciencia y el conocimiento esotérico, los viajes espaciales y la aviación. En cuanto al carácter personal, se considera que Urano representa al rebelde, el innovador, el que despierta, el individualista, el disidente, el excéntrico, el inquieto y el díscolo. A tal punto se ha observado el predominio de estas diversas cualidades en personas nacidas con un Urano prominente y a tal punto se ha comprobado su destacada influencia en la vida personal durante tránsitos de Urano que, al menos durante el siglo pasado, no parece haber habido desacuerdos significativos entre las autoridades astrológicas acerca de que éstas son las características que reflejan la naturaleza arquetípica del planeta Urano.
Sin embargo, la mayoría de estas cualidades observadas no son específicamente pertinentes a la figura mítica griega de Ouranos.
Nada hay en el carácter del Ouranos mitológico que sugiera la capacidad para impulsar el cambio, la rebelión, la liberación, el despertar o la inventiva. La atmósfera del mito es completamente otra: Ouranos es el dios primordial del cielo, presente en muchas mitologías, cuya relación con la diosa Tierra, Gea, forma parte del mito griego de la creación. El papel de Ouranos en este mito no es el de iniciar la rebelión y el cambio, sino el de resistir una y otro. Mientras que el Ouranos mitológico sufrió una rebelión de sus descendientes y fue destronado, al Urano astrológico se lo considera todo lo contrario: el que se rebela y destrona. La mayoría de las otras cualidades que los astrólogos creen asociadas al planeta Urano –libertad, impredecibilidad, aparición repentina, velocidad, excitación, estimulación, inquietud, experimento, brillantez, originalidad, individualismo, etcétera–, no tienen paralelos verosímiles en el mito de Ouranos. La importante excepción entre las cualidades y temas atribuidos a Urano es el interés por lo cósmico y lo celeste, el espacio y los viajes espaciales, la astronomía y la astrología, todo lo cual se acomoda perfectamente a Ouranos en tanto dios del «cielo estrellado». Sin embargo, aparte de este decisivo paralelismo, y a diferencia de los planetas que conocían los antiguos, el planeta Urano no presenta estrecha correspondencia entre su nombre mitológico y el abanico más amplio de significados astrológicos observados. En la mayoría de los aspectos, la elección del nombre parece deberse a la lógica convencional de los astrónomos de finales del siglo XVIII y no, como la tradición supone que ha ocurrido en el caso de los antiguos planetas, a la intuitiva comprensión de los arquetipos correspondientes.
Sin embargo, llama la atención que todas las cualidades arquetípicas asociadas al nuevo planeta se acomoden con extraordinaria precisión a otra figura de la mitología griega: Prometeo, el Titán que se rebeló contra los dioses, ayudó a Zeus a expulsar al tiránico Cronos y luego engañó a la nueva autoridad de Zeus y robó el fuego del cielo para liberar a la humanidad del poder de los dioses. Prometeo fue tenido por el más sabio de su raza y enseñó a la humanidad todas las artes y las ciencias; según una tradición posterior, Prometeo fue el creador de la humanidad y, por tanto, mantuvo desde el principio una relación especial con el destino de ésta. Cualquier tema y cualidad importante que los astrólogos asocian al planeta Urano parece reflejarse con asombrosa exactitud poética en el mito de Prometeo: la iniciación del cambio radical, la pasión por la libertad, el desafío a la autoridad, el acto de rebelión cósmica contra una estructura universal para liberar de la esclavitud a la humanidad, la necesidad interior de trascender la limitación, el impulso creador, el brillo y el genio intelectual, el elemento de emoción y de riesgo. Lo mismo ocurre con el estilo de Prometeo para superar a los dioses en astucia, cuando utiliza sutiles estratagemas y un inesperado sentido del tiempo para subvertir el orden establecido. También a él se lo consideraba el truhan de la trama cósmica. El símbolo resonante del fuego de Prometeo es al mismo tiempo portador de un rico ramillete de significados: la chispa creadora, el catalizador de lo nuevo, el progreso cultural y tecnológico, el brillo y la innovación, el incremento de la autonomía humana, la repentina inspiración desde arriba, el don liberador recibido del cielo, el fuego y la luz solares, el rayo y la electricidad, tanto en sentido literal como en el metafórico, la velocidad y la instantaneidad, la incandescencia, la iluminación repentina, el despertar intelectual y espiritual, todo lo cual los astrólogos asocian específicamente al planeta Urano.
Incluso el importante tema del Urano astrológico, que, sin duda, era pertinente al Ouranos mitológico –la asociación con el cielo, lo cósmico, lo astronómico y lo astrológico, «el cielo estrellado»–, puede reconocerse como esencial en el mito de Prometeo, visible en el papel de éste como maestro de astronomía y ciencia para la humanidad, su intención de robar el fuego del cielo y su preocupación por la premonición, la predicción y la comprensión esotérica a des-pecho del orden establecido. El mismo tema es evidente en el esencial impulso prometeico a ascender y liberar de todas las restricciones y del peso y la lentitud de la gravedad, así como, más en general, de llevar a la humanidad a adoptar una posición cósmica fundamentalmente distinta en relación con los dioses.
La literatura astrológica existente no revela la base precisa que se utilizó originariamente para determinar el significado astrológico de Urano en el curso del siglo XIX, en que los astrólogos eran pocos y los textos escaseaban. Los textos de comienzos del siglo XX dan a entender que ese consenso sobre temas y cualidades básicas ya se había logrado cierto tiempo antes. Es posible que el carácter único (y, en verdad, prometeico) del descubrimiento del planeta haya sugerido la naturaleza del principio implicado: la repentina irrupción desde el cielo, la índole inesperada y sin precedentes del acontecimiento, la decisiva implicación de un invento tecnológico (el telescopio), el radical quebrantamiento de la tradición astronómica y astrológica, la superación de límites y estructuras del pasado. No obstante, los primeros textos del siglo XIX que analizaban detalladamente a Urano se referían sobre todo a determinadas cualidades de personas que habían nacido en coincidencia con una posición prominente de Urano (inventiva, independencia, excentricidad, proclividad a los cambios bruscos e inesperados), lo que implica que el estudio de las cartas natales había sido básico en el logro de una definición.
Fuentes astrológicas más recientes sugirieron que el período histórico en que se descubrió el planeta, en el siglo XVIII, se correspondía con el significado arquetípico, sobre la base de que, en cierto sentido, el descubrimiento del planeta físico constituyó la aparición, en la percepción consciente de la psique colectiva, del arquetipo correspondiente al planeta. Desde este punto de vista, los paralelismos con el significado astrológico de Urano estaban clarísimos. El descubrimiento del planeta, en 1781, tuvo lugar en el momento culminante de la Ilustración, en esa época extraordinaria que produjo la Revolución Norteamericana y la francesa, la Revolución Industrial y el comienzo del Romanticismo. En todos estos fenómenos históricos coincidentes, la figura de Prometeo también salta de inmediato a la vista: la defensa de la libertad humana y de la autodeterminación individual, el desafío a las creencias y costumbres tradicionales, las fervientes revueltas contra la realeza y la aristocracia, la religión establecida, el privilegio social y la opresión política; la Declaración de la Independencia y la Declaración de los Derechos del Hombre, liberté y egalité; los comienzos del feminismo, el amplio interés por las ideas radicales, la rapidez del cambio, la adopción de lo nuevo, la celebración del progreso humano, la multitud de inventos y progresos tecnológicos, las revoluciones en arte y en literatura, la exaltación de la libre imaginación humana y de la voluntad creadora, toda una plétora de genios y héroes culturales. Aquí también encontramos a los poetas románticos con sus grandes apologías de Prometeo. Si hubiera que asignar una caracterización arquetípica a la era del descubrimiento de Urano, nada parecería más adecuado que la de «Prometeo Desencadenado».

Neptuno:
En 1846, sobre la base de aberraciones no explicadas en la órbita de Urano, el matemático francés Urbain Le Verrier postuló la existencia y la posición de un planeta más allá de Urano, cuya influencia gravitacional arrastraba a éste fuera de la órbita que le correspondía según los cálculos realizados. Inmediatamente después, ese mismo año de 1846, el astrónomo alemán Johann Galle descubrió el nuevo planeta y lo llamó Neptuno por el dios del mar.
Neptuno se asocia a las dimensiones de la vida que tienen que ver con lo trascendente, espiritual, ideal, simbólico e imaginativo; a lo sutil, informe, intangible e invisible; a lo intuitivo, intemporal, inmaterial e infinito; a todo lo que trasciende el limitado mundo temporal y material de la realidad empírica concreta: mito y religión, arte e inspiración, ideales y aspiraciones, imágenes y reflexiones, símbolos y metáforas, sueños y visiones, misticismo, devoción religiosa, compasión universal. Se asocia también al impulso a renunciar a la existencia separadora y el control egoico, a disolver fronteras y estructuras en favor de unidades subyacentes y conjuntos indiferenciados, uniendo lo que estaba separado y restaurando la totalidad; a la disolución de las fronteras del ego y las estructuras de la realidad, a estados de fusión psicológica e insinuaciones de la existencia intrauterina, el éxtasis sin fronteras, la unión mística y el narcisismo primario; a tendencias a la ilusión, el engaño y el autoengaño, el escapismo, la intoxicación, la psicosis, las distorsiones de la percepción y el conocimiento, la desorientación y la confusión, la proyección y la fantasía; al deslumbramiento de la conciencia, sea producida por los dioses, los arquetipos, las creencias, los sueños, los ideales o las ideologías; al encantamiento, tanto en sentido positivo como negativo.
El principio arquetípico vinculado a Neptuno gobierna todos los estados no ordinarios de la conciencia, así como el torrente de la conciencia y las profundidades oceánicas del inconsciente. Las metáforas características de su dominio incluyen el mar infinito de la imaginación, el océano de conciencia divina y el manantial arquetípico de la vida. Es, en cierto sentido, el arquetipo de la propia dimensión arquetípica, el anima mundi, el Pleroma gnóstico, el reino platónico de las Ideas trascendentes, el dominio de los dioses, los Inmortales. En términos míticos y religiosos, se asocia al vientre omniabarcante de la Diosa y a las deidades de unión mística, al amor universal y la belleza trascendente; al Cristo místico, el omni-compasivo Buda, la unión Atman–Brahman, la unión de Shiva y Shakti, el hieros gamos o matrimonio sagrado, la coniunctio oppositorum; el soñador Vishnu, maya y lila, el Narciso que se refleja a sí mismo, lo divino absorto en su propio reflejo; Orfeo, dios de la inspiración artística, las Musas; la Sophia cósmica cuya belleza y sabiduría espiritual todo lo penetran. Considerados un todo, estos temas, cualidades y figuras sugieren que el nombre Neptuno es al mismo tiempo adecuado e inadecuado como figura mitológica para encarnar el principio arquetípico correspondiente al planeta. Por un lado, algo básico en las características observadas es una subyacente asociación simbólica con el agua, el mar, el océano, las corrientes y los ríos, las nieblas y las brumas, la liquidez y la disolución, lo amniótico y lo prenatal, lo permeable e indiferenciado. A este respecto, uno piensa en la multitud de metáforas oceánicas y de agua que se han utilizado para describir la experiencia mística, el omnienvolvente océano de conciencia divina del que nuestro yo no es más que una gota mome-táneamente separada, el incesante fluir del Tao que todo lo permea y cuya fluidez acuosa escapa a cualquier definición, la primordial participation mystique de la conciencia indiferenciada, las brumas de la prehistoria, el estado amniótico fetal e infantil de fusión primaria, los dominios oceánicos de la imaginación, la fluida naturaleza de la vida psíquica en general: el flujo y el torrente de la conciencia, la afluencia de la inspiración, la niebla de la confusión, que se ahoga en las traicioneras aguas profundas de la psique inconsciente, se desliza en la locura o la adicción, se rinde al flujo de la experiencia, se disuelve en la unión divina, las limpias aguas de la pureza y la curación, el éxtasis sin fronteras, etcétera. Y también piensa uno en la referencia de Freud al «sentimiento oceánico»: «una sensación de “eternidad”, un sentimiento de algo ilimitado, sin ataduras, por así decir, “oceánico” ... es el sentimiento de un vínculo indisoluble, de ser uno con el mundo exterior como un todo». Igualmente, pertinente es la imagen de William James de una trascendental «madremar» de conciencia con la que la conciencia individual no tiene discontinuidad y a la cual el cerebro sirve en esencia como tamiz o filtro. Por otro lado, prácticamente en todos los otros aspectos el carácter mitológico original del Neptuno romano y del Poseidón griego –tempestuoso, violento, beligerante, a menudo malhumorado y vengativo (semejante a la mayoría de los otros dioses patriarcales guerreros grecorromanos)– es profundamente incoherente con el complejo conjunto de cualidades y temas que han sido sistemáticamente observados en conexión con el planeta Neptuno y que se reflejan con mayor precisión en las deidades místicamente unitivas y figuras arquetípicas antes mencionadas. No obstante, lo mismo que sucedía con la asociación mitológica de Urano al cielo estrellado y el aire, sucede con la asociación de Neptuno al mar y el agua: el nombre que se dio al nuevo planeta era en verdad poéticamente adecuado a la localización mitológica y al elemento que se asociaba a la deidad, tal vez reflejo de factores sincrónicos que desempeñan un papel en la intuición del astrónomo y en la elección de nombres.
Tal como ocurría cuando se descubrió Urano en 1781, el descubrimiento de Neptuno en 1846 coincidió con todo un abanico de fenómenos sincrónicos históricos y culturales en aquellas décadas, y sobre todo a finales de los años cuarenta, lo que sugiere de modo distintivo el arquetipo correspondiente. Estos fenómenos incluyen la rápida expansión del espiritualismo en todo el mundo a partir de finales de la década de 1840, la aparición, al mismo tiempo, de ideologías sociales utópicas, el surgimiento de aspiraciones universalistas y comunitarias tanto en movimientos seculares como religiosos, la plena hegemonía de filosofías idealistas y románticas del espíritu y la imaginación, la extendida influencia cultural del trascendentalismo, el nuevo interés popular tanto por la tradición mística oriental como por la tradición esotérico occidental y, finalmente, el surgimiento de la teosofía. Puede mencionarse también la aparición del uso ocasional de las drogas psicoactivas en los círculos bohemios europeos, el comienzo de la industria química y farmacéutica y el invento de los anestésicos. El invento y el impacto cultural de la fotografía y los primeros experimentos en cinematografía, así como el nuevo espíritu estético del impresionismo y el posimpresionismo, fueron típicos del arquetipo de Neptuno en su asociación con la imagen, la reflexión, la subjetividad, la ilusión y las realidades múltiples. También son sugerentes del arquetipo el creciente interés por el inconsciente, los sueños, los mitos, la hipnosis y los estados no ordinarios de conciencia en las décadas posteriores al descubrimiento de Neptuno. Lo mismo ocurría con la nítida aparición colectiva de una sensibilidad humanitaria con mayor compasión social, que se expresó en actitudes públicas, en la legislación social, el arte y la literatura de la era victoriana y del siglo XIX en general (las novelas de Dickens y de Stowe, Tolstoi y Dostoievski, la abolición de la esclavitud y la servidumbre, los movimientos contra la explotación de los trabajadores y las leyes que limitaban el trabajo infantil y otras crueldades del capitalismo industrial, las primeras leyes de protección de los animales, el creciente papel de las mujeres en el diseño de la política social, el inicio de la enfermería moderna gracias al trabajo de Florence Nightingale, la difusión del cuidado de los enfermos y los heridos de guerra, la primera Convención de Ginebra, la fundación de la Cruz Roja Internacional, etc.).

Plutón:
Sobre la base de las discrepancias observadas en la órbita de Neptuno y las aberraciones todavía no explicadas en la órbita de Urano, el astrónomo norteamericano Percival Lowell postuló la existencia de otro planeta más, y eso llevó a su descubrimiento por Clyde Tombaugh en 1930. Después de cuidadosos exámenes de numerosas alternativas, el nuevo planeta recibió el nombre de Plutón, dios del inframundo. Las observaciones de las correlaciones potenciales con Plutón que hicieron los astrólogos en las décadas posteriores sugirieron que las cualidades asociadas al nuevo planeta resultaban en realidad asombrosamente pertinentes al carácter mítico de Plutón, el Hades griego, y también a la figura de Dioniso, a la que los griegos asociaban estrechamente la de Hades–Plutón. (Tanto Heráclito como Eurípides identificaron a Dioniso y Hades como una misma deidad.) Además de su analogía con el concepto freudiano de ello primordial, «la caldera hirviente de los instintos», y con la concepción darwiniana de una naturaleza en permanente evolución y la lucha biológica por la vida, el arquetipo asociado al planeta Plutón también se vincula con el principio dionisíaco y la voluntad de poder de Nietzsche y con la ciega y esforzada voluntad universal de Schopenhauer, todo lo cual encarna las poderosas fuerzas naturales que surgen de las profundidades ctónicas de la naturaleza, dentro y fuera del intenso y feroz inframundo elemental. Una vez más, como había ocurrido con Urano y con Neptuno, también en el caso de Plutón el dominio mitológico y el elemento asociado al nombre que se había dado al nuevo planeta parecían poéticamente adecuados, pero esta vez los paralelismos arquetípicos entre la figura mítica y las cualidades observadas son particularmente extensos.
Más allá de estas antiguas figuras grecorromanas (Plutón, Hades, Dioniso) y los modernos conceptos europeos afines (ello freudiano, naturaleza darwiniana, voluntad en Schopenhauer, voluntad de poder e impulso dionisíaco en Nietzsche), el arquetipo asociado al planeta Plutón también comprende una cantidad de importantes deidades al margen del contexto occidental, como la deidad hindú Shiva, dios de la destrucción y la creación, y Kali y Shakti, diosas del poder erótico y la transformación elemental, la destrucción y la regeneración, la muerte y el renacimiento.
Para resumir el consenso de los astrólogos contemporáneos: Plutón se relaciona con el principio del poder, la profundidad y la intensidad elementales; a aquello que obliga, refuerza e intensifica todo lo que toca hasta extremos sobrecogedores y catastróficos; a los instintos primordiales, libidinales y agresivos, destructivos y regenerativos, volcánicos y catárticos, supresores, transformadores, en permanente evolución; a los procesos biológicos de nacimiento, sexo y muerte, el ciclo de muerte y renacimiento; el auge, la quiebra, la decadencia y la fertilización; violentas descargas catárticas de energías reprimidas, fuego purificador; situaciones extremas de vida o muerte; luchas por el poder, todo lo que es titánico, poderoso y masivo. Plutón representa el submundo y el subsuelo en todos los sentidos: elemental, geológico, instintivo, político, social, sexual, urbano, criminal, mitológico, demoníaco. Es lo oscuro, misterioso, tabú, y a menudo la terrorífica realidad que acecha bajo la superficie de las cosas, bajo el yo, las convenciones y el barniz de civilización, bajo la superficie de la Tierra, que periódicamente estalla con fuerza destructiva y transformadora. Plutón impulsa, quema, consume, transfigura, resucita. En términos míticos y religiosos, se asocia a todos los mitos de descenso y transformación, así como a todas las deidades de destrucción y regeneración, muerte y renacimiento: Dioniso, Hades y Perséfone, Pan, Medusa, Lilit, Innana, Isis y Osi-ris, la diosa volcán Pele, Quetzalcoatl, el poder de la Serpiente, Kundalini, Shiva, Kali, Shakti.
En cuanto al descubrimiento de Plutón, los fenómenos sincrónicos en las décadas inmediatamente anteriores y posteriores a 1930, y más en general en el siglo xx, incluyen la fisión del átomo y la liberación de la energía nuclear; la titánica dotación tecnológica de la civilización industrial y la fuerza militar modernas; el surgimiento del fascismo y otros movimientos de masas; la amplia influencia cultural de la teoría de la evolución y el psicoanálisis, con su foco en los instintos biológicos; el incremento de la expresión sexual y erótica en las costumbres sociales y las artes; la intensificada actividad y conciencia pública del submundo criminal; y una tangible intensificación de la violencia masiva y los catastróficos desarrollos históricos que responden al impulso instintivo, evidentes en las guerras mundiales, el Holocausto y la amenaza de aniquilación nuclear y devastación ecológica. También se podría mencionar aquí la politización intensificada y las luchas por el poder, características de la vida del siglo XX, el desarrollo de poderosas formas de transformación y catarsis de la psicología profunda, y el reconocimiento científico de que el cosmos en su conjunto es un vasto fenómeno evolutivo desde la primigenia bola de fuego al presente, todavía en evolución.

Si miramos hacia atrás, los descubrimientos de Urano, Neptuno y Plutón parecen haber coincidido con el surgimiento de tres arquetipos fundamentales en la experiencia humana colectiva en una forma recientemente constelada, visible en acontecimientos históricos y tendencias culturales importantes de los siglos XVIII (Urano), XIX (Neptuno) y XX (Plutón). Los siglos correspondientes a sus respectivos descubrimientos parecen haber provocado, en la evolución de la conciencia humana, el rápido desarrollo y el radical acrecentamiento de un conjunto característico de cualidades e impulsos que también se pudieron observar sistemáticamente en precisas correlaciones natales y de tránsito que involucraban a esos planetas específicos en referencia a individuos y épocas a lo largo de la historia. Aunque la tradición astrológica se desarrolló sobre la base de los siete antiguos cuerpos celestes y sus significados heredados, gran parte de las evidencias que iremos examinando implica alineamientos de estos tres planetas exteriores cuyos correspondientes principios arquetípicos parecen ser particularmente pertinentes al esclarecimiento de más profundas configuraciones transpersonales y colectivas de experiencia humana. Los descubrimientos de pequeños objetos con aspecto de planetas que se han realizado en los últimos años en el Cinturón de Kuiper, más allá de Plutón, y que probablemente sean restos de una etapa muy anterior de la evolución del sistema solar, son demasiado recientes como para formular evaluaciones correctas en relación con sus posibles correlaciones empíricas o su significado potencial. El hecho de que Plutón sea clasificado como planeta enano no altera el significado arquetípico, que repetidamente se ha observado que coincide con sus movimientos. Sin embargo, los cuerpos celestes recién descubiertos, aparecidos a comienzos del nuevo milenio con sus inusuales órbitas y su ambiguo estatus astronómico, son útiles para recordar, tanto a los astrónomos como a los astrólogos, que el horizonte de conocimiento que tenemos de nuestro sistema solar aún está en expansión.

Tal como se ha desarrollado la tradición astrológica, las correspondencias entre los movimientos planetarios y las configuraciones de los asuntos humanos han adoptado muchas formas. Hoy se tiene como las más importantes estas tres:
La carta natal. Se considera que las posiciones de los planetas relativas al momento y el lugar de nacimiento de un individuo presentan una correspondencia significativa con la vida de dicha persona tomada en su totalidad, pues reflejan la dinámica y las relaciones arquetípicas específicas que se expresan en sus tendencias psicológicas específicas y en su biografía.
Tránsitos personales. Se considera que las posiciones de los planetas en un momento dado cualquiera presentan, en relación con sus posiciones en el momento del nacimiento de un individuo, una correspondencia significativa con las experiencias específicas de dicho individuo en ese momento, pues reflejan una activación dinámica del potencial arquetípico simbolizado en la carta natal.
Tránsitos mundiales: Se considera que las posiciones de los planetas en un momento dado cualquiera y en relación con la Tierra presentan una correspondencia significativa con el estado predominante del mundo, pues reflejan el estado de la dinámica arquetípica visible en las condiciones y acontecimientos históricos y culturales de ese momento.
Se considera que, en estas tres formas de correspondencia, las particularidades de la interacción planetaria –qué planetas están implicados y cómo se alinean geométricamente entre sí– son los factores determinantes fundamentales para la comprensión de los fenómenos humanos correspondientes. Estas tres formas de correspondencia pueden entenderse como diferentes expresiones del principio básico de Jung del tiempo cualitativo antes mencionado, para el cual el tiempo es «un continuo concreto que contiene cualidades o fundamentos que pueden manifestarse en forma relativamente simultánea en distintos lugares y con un paralelismo inexplicable, como en los casos de aparición simultánea de idénticos pensamientos, símbolos o condiciones psíquicas... Lo que nazca o se haga en ese momento particular tendrá la cualidad de ese momento». Desde este punto de vista, el tiempo no se caracteriza sólo por la cantidad, como en la comprensión científica convencional, sino también por la cualidad, que es tan tangible como mensurable es la cantidad.
Desde la perspectiva astrológica, los arquetipos planetarios constituyen algo así como un panteón olímpico de principios fundamentales que gobiernan la dinámica cualitativa del tiempo, siempre cambiante. El nacimiento de cualquier ser o el acaecimiento de cualquier fenómeno –una persona, una obra de arte, un movimiento cultural, un fenómeno histórico, una nación, una comunidad, o cualquier otro organismo o emergencia creadora– se ve como reflejo y encarnación de la dinámica arquetípica implícita en el momento de su nacimiento o aparición, así como despliegue creativo de esa dinámica en el curso de su vida. En palabras de Jung: «Nacemos en un momento dado y en un lugar determinado y, como los vinos de añadas famosas, tenemos las mismas cualidades del año y de la estación que nos vio nacer».
Una carta natal (horóscopo) es un retrato geométrico del cielo desde la perspectiva de la Tierra en el momento en que un individuo nace. El Sol, la Luna y los planetas se posicionan en la carta de tal modo que reflejan sus posiciones en torno a la Tierra cuando esa persona ha nacido. Por ejemplo, el lugar en que el símbolo del Sol se localiza en la carta refleja el momento del día en que la persona nació. Si uno ha nacido al amanecer, el Sol se muestra naciente del lado izquierdo de la carta, cerca del horizonte oriental, llamado Ascendente; si uno ha nacido al mediodía, el Sol está en la parte superior de la carta, llamada Medio Cielo o MC (Medium Coeli). Un nacimiento en el ocaso, con el Sol en el horizonte occidental, se muestra con el Sol al lado derecho de la carta, en el Descendente; un nacimiento a medianoche, se muestra con el Sol en la base de la carta, el IC (Imum Coeli).
Así, la carta natal de una persona nacida al amanecer, en el momento de plenilunio, muestra el sol en el Ascendente, a la izquierda, y la Luna en el Descendente, a la derecha, reflejando la salida del Sol en el este y la puesta de la Luna en el oeste. Si Júpiter ha estado en la vertical en el momento del nacimiento, se lo muestra cerca del Medio Cielo.
La principal diferencia entre una carta natal y la realidad astronómica que describe es que aquélla tiene dos dimensiones, no tres, y no refleja las distancias variables del Sol, la Luna y los planetas en relación con la Tierra. En su condición de esquemático diagrama simplificado, su principal finalidad es transmitir fielmente la configuración exacta de las relaciones angulares existentes en un momento dado entre los cuerpos celestes y la Tierra en el medio cósmico.
Los tránsitos personales con respecto a la carta natal pueden describirse colocando fuera del círculo de la carta las posiciones de los planetas en tránsito en el cielo en un momento dado, a fin de esclarecer sus alineamientos geométricos con las posiciones planetarias natales que se muestran dentro del círculo. La naturaleza de esas configuraciones –qué planetas son y cómo se posicionan–, parece guardar una correlación asombrosamente coherente con el carácter arquetípico de las experiencias del individuo en ese momento. Cada planeta o luminaria tiene una órbita de distinta longitud; en consecuencia, sus tránsitos tienen una duración proporcionalmente distinta. Los tránsitos de la Luna duran varias horas; los tránsitos del Sol, Mercurio, Venus o Marte duran varios días; los tránsitos de Júpiter y Saturno duran varios meses, y los tránsitos de Urano, Neptuno y Plutón duran varios años.

Sobre los tránsitos
Los tránsitos mundiales, lo mismo que una carta natal, representan las posiciones planetarias con respecto a la Tierra en un momento dado. Las correlaciones más significativas en esta categoría implican alineamientos cíclicos de los planetas exteriores a largo plazo, en coincidencia con distintas configuraciones arquetípicas en fenómenos históricos y culturales colectivos, con una duración de muchos meses o años.
En consecuencia, el potencial arquetípico simbolizado por los alineamientos planetarios en un momento dado se observa tanto en la dinámica colectiva y en los fenómenos culturales que tienen lugar en ese momento (tránsitos mundiales), como en la vida y la personalidad de los individuos que han nacido en ese momento (cartas natales). Estos individuos encarnan y despliegan ese potencial dinámico en el curso de su vida, y se observa que el ritmo de despliegue de ese desarrollo coincide con los movimientos planetarios continuos de los tránsitos mundiales, en la medida en que éstos establecen relaciones geométricas específicas (tránsitos personales) con las posiciones planetarias natales. En esencia, la interacción precisa entre los tránsitos mundiales y la carta natal en un momento dado cualquiera constituye los tránsitos personales del individuo.
Desde este punto de vista, cada persona y cada período de tiempo están configurados por múltiples fuerzas arquetípicas en interacción dinámica.

Ciclos y aspectos
En el curso de todo ciclo planetario, tal como se lo ve desde la Tierra, cada planeta entra en –y sale de– determinados alineamientos o relaciones geométricas en relación con la Tierra y con todos los otros planetas. Estos alineamientos reciben el nombre de aspectos. La presencia de un aspecto entre planetas se considera indicativa de una clara activación recíproca e interacción de los arquetipos planetarios correspondientes. Esto quiere decir que cuando dos planetas entran en una relación geométrica específica (medida en grados de longitud celeste a lo largo del círculo zodiacal de la eclíptica), se observa que los dos arquetipos correspondientes están en gran interacción dinámica y se expresan concretamente en los asuntos humanos. Para Kepler, éste fue el principio fundamental y de mayor confirmación empírica de la astrología:
La experiencia, más que ninguna otra cosa, da credibilidad a la eficacia de los aspectos. Esto es tan claro que sólo pueden negarlo quienes no lo han probado por sí mismos.
El poder que hace eficaces a los aspectos [es] un reflejo de Dios, que crea de acuerdo con principios geométricos, y es activado por esta misma geometría o armonía de los aspectos celestes.
Los griegos reconocieron cinco alineamientos como los más importantes. Hoy se los conoce como aspectos mayores: Conjunción (0°)
Oposición (180°)
Trígono (120°)
Cuadratura (90°)
Sextil (60°)
La conjunción y la oposición –los alineamientos «axiales»– representan los dos clímax de todo ciclo planetario. Por ejemplo, la Luna Nueva de cada mes está formada por la conjunción de la Luna con el Sol; la Luna Llena, por su oposición al Sol. Los otros aspectos mayores representan puntos significativos intermedios en el despliegue del ciclo. En términos generales, la conjunción, la oposición y las dos cuadraturas –que juntos constituyen los aspectos «cuadráticos»– se consideran indicativos de una interacción más dinámica y potencialmente crítica («dura») entre dos arquetipos planetarios. Los dos trígonos y los dos sextiles que se dan durante cada ciclo se ven como reflejos de una interacción más intrínsecamente armoniosa y confluyente («blanda»).
La formación de un aspecto mayor entre dos planetas se ve cómo coincide con una significativa activación mutua de los dos arquetipos correspondientes, y la naturaleza o vector de esa interacción refleja qué aspecto específico se ha formado. Tanto la tradición astrológica como la investigación contemporánea sugieren que los alineamientos cuadráticos de aspecto duro en cualquier ciclo dado (conjunción, oposición, cuadratura) coinciden en especial con tendencias arquetípicas de elevado dinamismo y acontecimientos concretos decisivos que reflejan ese dinamismo. Por el contrario, se considera que los aspectos blandos (trígonos y sextiles) reflejan estados armoniosos y potencialmente generadores en los que estos principios están plenamente presentes y se activan mutuamente, pero de una manera en general menos desafiante, menos dinámicamente evidente y con menos probabilidad de tener correlación con acontecimientos concretos tensamente constelados.
Mientras los planetas se acercan y luego se alejan de los alineamientos exactos, se observa que la expresión arquetípica concreta del aspecto se intensifica gradualmente hasta alcanzar la exactitud, para disminuir luego, también gradualmente, en un continuo en forma de onda, semejante a una curva de Gauss. Para considerarlos «en aspecto», dos planetas deben posicionarse dentro de un determinado margen de grados con respecto a la exactitud. Se denomina orbe a este margen de grados dentro del cual, a cada lado de la exactitud, se considera que un alineamiento es arquetípicamente operativo. El orbe específico varía de acuerdo con el aspecto (una conjunción tiene un orbe más amplio que un sextil) y de acuerdo con la forma de correspondencia implicada (en las cartas natales y los tránsitos mundiales los aspectos tienen orbes más amplios que en los tránsitos personales).
En términos generales, en el marco teórico que aquí se esboza, los factores astronómicos que más importa conocer son: qué planetas están en un aspecto mayor, qué aspectos están implicados y cuál es la proximidad de los alineamientos en relación con la posición exacta.
Este puñado de conceptos y principios –las tres formas básicas de correspondencia, los cinco aspectos mayores y una comprensión cada vez más profunda de los significados específicos de los diez arquetipos planetarios– constituyeron la estructura teórica esencial de la investigación a la que se pasa revista en este libro. Aunque muchos otros factores, como los doce signos zodiacales (de Aries a Piscis) y los doce sectores diurnos de la carta llamados casas, desempeñan un papel importante tanto en la práctica astrológica tradicional como en la contemporánea, he encontrado de modo sistemático que las correlaciones que implican los aspectos planetarios más importantes en las cartas natales, los tránsitos personales y los tránsitos mundiales son lo que parece representar el núcleo fundamental de la perspectiva astrológica, y ofrecen el camino de acceso más convincente y clarificador a este campo de estudio.

Ciclos de tránsito personal
Pese a que los análisis de cartas natales han sido la base de la mayor parte de la investigación y la práctica astrológicas modernas, y pese a que el estudio de mi propia carta natal y de las de otras personas ha sido decisivo en mi creciente reconocimiento de la posible validez de la astrología, lo que por primera vez acaparó mi atención fue el análisis de los tránsitos personales. El estudio de tránsitos personales es particularmente esclarecedor porque implica la correlación precisa de los acontecimientos de la vida con dos conjuntos de factores astronómicos: las posiciones planetarias presentes en el cielo y las posiciones planetarias en la carta natal individual, uno de ellos en alineamiento con el otro, cada uno con sus propios significados arquetípicos específicos, que dependen de qué planetas estén implicados. Si resulta que tanto el ritmo en que se despliegan los acontecimientos de una vida particular como su cualidad arquetípica se correlacionan con los tránsitos planetarios adecuados a través de las posiciones planetarias natales adecuadas, es mucho más fácil evaluar las posibles implicaciones.

Despertares, rebeliones, rupturas innovadoras: el ciclo de Urano

Los tránsitos del Sol, la Luna y los planetas interiores –Mercurio, Venus y Marte– son rápidos y breves. En cambio, los cinco planetas exteriores se mueven más lentamente y sus tránsitos pueden prolongarse meses o años. Éstos son los más significativos para la investigación biográfica. Sorprendentemente, dada la larga tradición astrológica, de los conjuntos de correlaciones que observé, el primero en llamarme la atención acerca de la importancia potencial de los tránsitos personales no se centraba en uno de los planetas conocidos por los antiguos y que había formado siempre parte de la tradición astrológica, sino en Urano, el primer planeta que se descubrió con el telescopio en la era moderna.
Con una regularidad que aún me sigue pareciendo asombrosa, encontré que Urano en tránsito celeste resultaba estar en preciso alineamiento geométrico con los planetas de las cartas natales individuales durante los períodos en los que aquellos individuos experimentaron importantes transformaciones biográficas con el carácter subyacente de cambio repentino, despertar creador e inesperadas perturbaciones en las estructuras vitales establecidas: puntos de inflexión y grandes progresos psicológicos, cambios radicales de la perspectiva filosófica, intensos períodos de innovación y descubrimiento, actos de rebelión contra diversas limitaciones personales o sociales, etcétera. Los tránsitos de Urano duran alrededor de tres años.
Después de los primeros casos en que observé esa correlación en la vida de personas a las que conocía bien, empecé el examen sistemático de centenares de casos del mismo tipo. Los acontecimientos y las experiencias coincidentes no eran literalmente idénticos, ni, dada su variedad concreta de expresión, se los podía medir estadísticamente, y a pesar de eso era posible discernir claramente el conjunto común de cualidades subyacentes. Igualmente, significativo fue que esas cualidades casaran tan bien con el consenso de la tradición astrológica moderna en lo tocante al significado arquetípico que se asocia al planeta Urano.
En muchos de estos casos, Urano en tránsito había formado alineamientos exactos con el Sol natal individual, y en ellos los períodos de cambio rápido y ruptura creadora parecían especialmente ligados a un despertar del yo individual, que experimentaba un cambio radical y a veces creaba el sentido de identidad personal. Ese tránsito puede darse en diferentes momentos de la vida para distintos individuos, en función de la situación astronómica específica en cada caso. Una persona, por ejemplo, podía pasar muy pronto en la vida, incluso en la primera infancia, por el tránsito de Urano en conjunción con el Sol; a otras eso mismo podía ocurrirles mucho después, en la cincuentena, lo que proporcionaba un contexto biográfico completamente distinto en el que pudiera emerger el complejo arquetípico correspondiente. Sin embargo, a pesar de la gran cantidad de diferencias de edad y de contexto biográfico, en todos los casos era evidente la naturaleza común del arquetipo, pues en todos se producían diversos acontecimientos y experiencias de indudable carácter prometeico.
Me fue dado observar un patrón de correlación particularmente digno de tener en cuenta, el que se presentaba cuando Urano en tránsito configuraba un aspecto mayor con la posición del propio Urano en la carta natal de un individuo. Como veremos, todos los individuos experimentan la secuencia de alineamientos geométricos mayores de Urano con respecto a su propia posición natal más o menos a la misma edad. Descubrí que cada uno de esos alineamientos coincidía con períodos en los que era evidente un potencial mayor que el normal para súbitos cambios radicales rupturas de distintos tipos. Esta configuración de clara activación arquetípica en coincidencia con el ciclo de tránsito de Urano resultó particularmente evidente cuando empecé a examinar en detalle las biografías de importantes figuras culturales con cuya vida y obra estaba yo familiarizado.
Por ejemplo, descubrí que cuando Galileo realizó sus primeros descubrimientos con el telescopio entre octubre de 1609 y marzo de 1610 y luego con gran rapidez escribió y publicó Sidereus Nuncius (El mensajero de los astros), que anunciaba la verdad de la teoría copernicana y causó sensación en círculos intelectuales europeos, había tenido exactamente el mismo tránsito de Urano que tuvo René Descartes en 1637, cuando publicó el Discurso del método, manifiesto de la razón moderna y obra fundamental de la filosofía moderna. Y, además, era también el mismo tránsito que tuvo Isaac Newton en 1687 cuando publicó los Principia, la obra fundamental de la ciencia moderna.
En los tres casos, el tránsito que coincidió con estos períodos cruciales fue el de Urano en el punto medio exacto, 180°, de su ciclo completo alrededor de la carta natal, es decir, el punto de oposición al grado de longitud celeste que ocupaba Urano en el momento del nacimiento del sujeto de la carta. Se denomina «Urano en tránsito opuesto a Urano natal» (o, simplemente, «Urano en oposición a Urano»). Se lo puede pensar como la «Luna Llena» del ciclo personal del tránsito de Urano. Es el único momento en la vida de una persona en que Urano alcanza el punto medio de su órbita de ochenta y cuatro años desde el nacimiento de la persona. La duración de este tránsito es aproximadamente de tres años, lo que representa el período durante el cual Urano en tránsito está a menos de 5° de oposición exacta con respecto a su propia posición natal, margen u orbe usual dentro del cual he observado correlaciones arquetípicas en tránsitos personales de aspectos duros de los planetas exteriores.
Descubrí también que este mismo tránsito está presente con regularidad en momentos comparables de hallazgo, ruptura, innovación, rebelión y cambio radical, todos ellos repentinos, en la vida de otras importantes figuras culturales. Por ejemplo, Freud tuvo este mismo tránsito en 1895–1897, los años en que se produjo en su pensamiento la súbita ola de descubrimientos que dio nacimiento al psicoanálisis, comenzó su autoanálisis sistemático e inició la redacción de La interpretación de los sueños, es decir, el período al que luego él mismo se referiría con estas palabras: «Semejante penetración intuitiva sólo se da una vez en la vida de una persona».
Una vez más, en todos estos casos –Rosa Parks, Betty Friedan, Freud, Jung, Galileo, Descartes, Newton y los numerosos individuos que experimentaron transformaciones psicoterapéuticas, rupturas y puntos de inflexión personales–, es indudable que, a pesar de que los acontecimientos biográficos particulares difieren en carácter, intensidad y consecuencias y no se pueden comparar estadísticamente como fenómenos idénticos, parece evidente, sin embargo, que bajo ellas late una configuración arquetípica coherente.
Es posible que, después de un repaso superficial de unas cuantas correlaciones de este tipo, se pueda llegar razonablemente a la conclusión de que, con frecuencia, lo único que estas coincidencias reflejan es que los tránsitos de oposición de 180° de los ciclos de Urano se han producido en un período de la vida –alrededor de los cuarenta años– en que es de esperar de todos modos una suerte de pico de vitalidad creadora. Una y otra vez tuve en cuenta esa posibilidad, pero una combinación de factores interconectados desaconsejaba descartar las correlaciones como meras coincidencias. En primer lugar, era impresionante, incluso misteriosa, la precisión de las correlaciones entre los alineamientos en tránsito y los acontecimientos pertinentes, con su exactitud en el grado y el mes, sobre todo teniendo en cuenta que el carácter de los acontecimientos correlacionados se adecuaba con toda precisión al significado astrológico del planeta implicado. En segundo lugar, los diferentes tránsitos de Urano que tenían lugar en diferentes momentos de la vida coincidían con fenómenos del mismo carácter arquetípico, pero dichos fenómenos variaban según el aspecto o el alineamiento implicado. Y, además, variaban de acuerdo con el planeta natal al que afectaba el tránsito (un tránsito de Urano al Venus natal, por ejemplo, tendía a coincidir con una categoría de cambio, despertar o subversión repentinos distinta de la correspondiente al tránsito de Urano a Mercurio o a Marte).
Finalmente, cuando estudié las vidas de un espectro mucho mayor de individuos, fuera de las figuras tan conocidas que acabamos de mencionar y los casos de repentina iluminación psicológica con los que me encontré inicialmente, descubrí que el tránsito de Urano en oposición a Urano coincidía regularmente con un período de la vida en el que la experiencia interior y los acontecimientos externos presentaban una cualidad distinta que, a pesar de que en muchos aspectos difería de estos más dramáticos puntos de inflexión, sugería con fuerza la presencia activa del mismo principio arquetípico prometeico. Con sorprendente frecuencia, el lapso específico de tres años de este tránsito coincidía con el período de la vida al que se suele hacer referencia como crisis de los cuarenta. Típica de ese momento era una cierta inquietud existencial, un deseo súbitamente intensificado de liberarse de las estructuras de la vida personal: carrera, trabajo cotidiano, matrimonio, comunidad, identidad personal y persona social habituales, sistema de creencias, etcétera. También se daba una mayor osadía de la acostumbrada para correr riesgos, una necesidad de explorar nuevos horizontes y una disposición a renunciar a compromisos y responsabilidades previos. Además, igualmente comunes durante este tránsito eran los acontecimientos de carácter impredecible, cuyo efecto –al producir cambios bruscos en las circunstancias de la vida y las estructuras existenciales– era similar al de los cambios iniciados por la persona misma. Los despertares que coincidían con este tránsito podían ser muy estimulantes o intensamente problemáticos. Sin embargo, el principio arquetípico subyacente parecía ser el mismo, ya se tratara de acontecimientos imprevistos o deliberados, ya tuvieran un resultado final desestabilizador y problemático o liberador y creativo.
A menudo los acontecimientos coincidentes durante ese tránsito reflejaban todas esas cualidades, como sugieren varios de los ejemplos anteriores. Ni Freud ni Jung buscaron en especial, ni recibieron de buen grado, los desafiantes estados psicológicos emergentes en ese momento, aun cuando los frutos intelectuales y el crecimiento interior que de ellos derivaron en ese período constituyeran avances decisivos que luego desarrollaron durante el resto de la vida. Los impulsos y las acciones que durante este tránsito adoptaron Rosa Parks o Galileo eran personal y culturalmente liberadores, pero también desencadenaron una sucesión de acontecimientos enormemente desafiantes y desestabilizadores en su vida y en su mundo.
Análogamente, la actitud del individuo con respecto a estos fenómenos es muy variable. Se pueden abrazar con entusiasmo los cambios externos y los impulsos interiores, o bien simplemente habérselas con ellos. Se los puede cultivar y desarrollar activamente o bien oponerse a ellos denodadamente y reprimirlos. Ninguna forma específica de acontecimiento o respuesta parecía predeterminada. Lo consistente fue la cualidad arquetípica subyacente de cambio significativo repentino o rápido, novedad desde dentro y desde fuera, experimento, incertidumbre y cambios inesperados en las circunstancias vitales o en la visión personal. El denominador común parecía ser la constelación de una situación existencial en la que el dominio personal de experiencia se veía repentinamente presionado, más allá del statu quo, hacia nuevos horizontes, con independencia de que se viera en la condición previa una fuente de seguridad estable o de limitación opresiva.
Considerada en sí misma, al margen de las otras correlaciones, la coincidencia entre esta fase de transición o transformación en la vida de muchos individuos y el tránsito en oposición de Urano habría sido sugerente, pero no decisiva, por supuesto. Lo que la hacía más convincente era su inserción en una más amplia configuración de correlaciones que implicaban al mismo planeta y el mismo principio arquetípico. Por ejemplo, antes del punto de oposición del ciclo de Urano en la vida de cada individuo, hay un período previo en el que Urano alcanza el primer alineamiento cuadrático, o aspecto dinámico fuerte, de su ciclo (cuadratura de 90°, que se produce a mitad de camino entre el nacimiento y la oposición de 180° que se acaba de analizar). Este tránsito Urano–cuadratura–Urano coincide con un período de tres años al final de la adolescencia y comienzos de la veintena, en que la rebelión juvenil y la lucha por la independencia se hallan típicamente en una fase de culminación. Una vez más, lo mismo que en el punto de oposición del mismo ciclo, parece que durante estos años se cataliza un impulso de emancipación radicalmente exaltado, que empuja a la juventud a realizar su primer corte fundamental con las estructuras establecidas o aceptadas por la generación anterior. La lucha incansable por la autonomía ilimitada, cuyo vigor aumenta en la adolescencia, tal como se expresa en actos de rebelión social e impredecibles cambios de comportamiento, es plenamente catalizada y potenciada y llega a su punto culminante durante este período. Tanto el encuentro con nuevas formas de experiencia, nuevas perspectivas, nuevas relaciones y nuevos campos de acción, como el impulso a experimentar con ellos, se ven rápidamente acelerados e intensificados.
Éstas y muchas otras correlaciones del mismo tipo me sugirieron la posibilidad de que existiera en cada vida una conexión y una continuidad arquetípica significativa entre los acontecimientos que coincidían con los sucesivos alineamientos importantes del ciclo de tránsito de Urano. La naturaleza de la evidencia parecía indicar la existencia de una correlación constante entre los tránsitos de Urano y las activaciones de un principio arquetípico con el carácter de Prometeo –emancipatorio, rebelde, inventivo, impredecible, mediador del cambio brusco y nuevas realidades–, visible en la cualidad y el ritmo de aparición específicos de estos diversos acontecimientos y descubrimientos. Muchos otros factores, como qué planetas formaban aspectos con Urano en la carta natal y la presencia de otros tránsitos concurrentes, eran también pertinentes en la evaluación del carácter exacto y el tiempo de aparición de estas correlaciones.
Además del ciclo Urano–Urano, muchos acontecimientos comparables, con estas mismas cualidades, coincidieron con tránsitos en los que Urano pasaba por otro punto importante de la carta natal (por ejemplo, Urano transitando en conjunción con el Sol natal, como cuando James Joyce escribió Ulises, a comienzos de 1914), o en los que otro planeta exterior transitaba el Urano natal (por ejemplo, Plutón transitando en conjunción con Urano natal, como cuando Thomas Jefferson redactó la Declaración de la Independencia, en junio de 1776). Sin embargo, el ciclo de tránsito Urano– Urano en sus propios términos parecía representar una configuración cíclica particularmente significativa para lo que parecía ser el despliegue de un impulso prometeico.
Descubrí que para estas dos formas de tránsito de Urano (ya como planeta en tránsito, ya como planeta natal transitado por otro planeta) era igualmente probable su coincidencia con fenómenos prometeicos, tales como importantes rupturas creadoras. Por ejemplo, en su descubrimiento conjunto de la estructura del ADN en 1953, que se anunció en la edición del 25 de abril de la revista Nature, James D. Watson tenía a Urano en tránsito con su Sol natal, mientras que Francis Crick tenía a Plutón en tránsito con su Urano natal.



El despliegue estructural de la vida: el ciclo de Saturno
Otro ciclo de tránsito planetario en el que resulta fácil reconocer correlaciones arquetípicas distintivas en biografías individuales es el de Saturno, cuya duración es de aproximadamente veintinueve años y medio. Todos los individuos pasan por el primer tránsito de retorno de Saturno de los veintiocho a los treinta años de edad, poco más o menos, un período en cuyo curso parece tener lugar con notable consistencia un complejo característico de acontecimientos biográficos y experiencias personales.34 Durante estos años, los individuos son proclives a tener la sensación de que su vida llega claramente al final de una etapa que pone fin a los años de juventud e inicia a la persona, a menudo de una manera desafiante, en el período principal de su actividad madura en el mundo, en relación con el orden social establecido.
Al examinar muchos centenares de biografías individuales, observé que entre los veintiocho y los treinta años tendía a hacerse presente una postura claramente distinta, en general más seria con respecto a la vida, el trabajo, las metas a largo plazo, la seguridad, los padres, la tradición y las estructuras sociales establecidas. Al mismo tiempo, las aspiraciones más amplias y las búsquedas más erráticas de la juventud parecían sufrir una transformación, para desplazar el foco y el fundamento a fines prácticos más concretos y compromisos más definidos: vocacionales, relacionales, intelectuales, psicológicos, espirituales. A menudo tocaban a su fin relaciones importantes, mientras que comenzaban otras de consecuencias duraderas. Modos de ser característicos de los años anteriores perdían fuerza y quedaban definitivamente atrás, ya porque se habían vuelto inadecuados, ya porque las nuevas circunstancias de la vida los dejaban irremisiblemente de lado. Las consecuencias de acciones y acontecimientos del pasado tendían a emerger y a hacer necesaria su asimilación, al tiempo que era típica una creciente tendencia a la reflexión seria sobre uno mismo y la retrospección biográfica.
En coincidencia con el tránsito de retorno de Saturno, las desafiantes realidades de la vida y la muerte, el tiempo y el envejecimiento, la pérdida y la adversidad, el trabajo y la responsabilidad, se convertían en las preocupaciones dominantes de un modo claramente distinto de como se las experimentaba en la adolescencia y en la veintena. Igualmente, característica de este tránsito de tres años era una clara sensación de compresión o constricción existencial, acompañada de obstáculos, limitaciones y frustraciones de diversos tipos –financiero, físico, relacional– y que a menudo incluye un definitivo encuentro con la mortalidad humana, la finitud y la falibilidad. Para algunos, los años de este tránsito cercano a los treinta años de edad marcaban una transformación psicológica que ponía fin al yo juvenil, más creativo, aventurero, mentalmente abierto y de espíritu libre, e instauraban una personalidad más rígidamente conservadora, restringida y reacia al riesgo, que se identificaba con el statu quo y los valores convencionales, sin cuestionarlos. Por el contrario, muchos otros parecían resolver esta transición arquetípica mediante la esforzada producción de una síntesis de los impulsos ambiciosos y creativos de la juventud con los impulsos estructurantes, estabilizadores y disciplinantes propios de la madurez.
En cualquier caso, la diferencia, a menudo observada y tan fácil de reconocer, entre los individuos que han pasado los treinta años y los que aún no han llegado a esa edad parecía asociada a la decisiva emergencia, precisamente en estos años, de las cualidades personales y las circunstancias vitales cuyas características comunes resultaban comprensibles en términos de una poderosa constelación del arquetipo de Saturno en ese momento.
La siguiente descripción de Gertrude Stein, perteneciente a su obra temprana Fernhurst, presenta un acertado retrato de una forma característica de transición vital que coincide con el período de retorno de Saturno. A menudo ocurre que en el año vigesimonoveno de vida todas las fuerzas que durante los años de infancia, adolescencia y juventud han estado comprometidas en confuso y feroz combate, se organizan en filas ordenadas. Uno no está seguro de sus propios objetivos, significado y poder durante esos años de tumultuoso crecimiento, en los que la aspiración es extraña a la realización y uno se sumerge aquí y allí enérgicamente y sin dirección en la tormenta, a la vez que se esfuerza en construir una personalidad, hasta que finalmente llegamos a los veintinueve años, la directa y estrecha entrada a la madurez. Entonces la vida, que era todo agitación y confusión, se limita a forma y finalidad; y entonces cambiamos una inmensa y oscura posibilidad por un pequeña y dura realidad. También en nuestra vida norteamericana, donde no hay coerción en las costumbres y sólo de nosotros depende que cambiemos de actividad tan a menudo como lo deseemos y tengamos oportunidad de hacerlo, es común pasar por la experiencia de que la juventud se prolonga hasta los treinta años, que es cuando encontramos finalmente la profesión en la cual sentimos que encajamos y a la que con gusto dedicamos nuestro trabajo continuado. Examinando en centenares de biografías la trayectoria personal de cada individuo, observé de manera regular que, con una mirada retrospectiva, las tres décadas siguientes –de los treinta a los sesenta años– podían considerarse decisivamente modeladas por las transformaciones estructurales ocurridas durante el primer retorno de Saturno, entre los veintiocho y los treinta años.
Otros patrones biográficos de carácter arquetípico comparable resultaron evidentes durante esos años del retorno de Saturno, de los veintiocho a los treinta de edad, como, por ejemplo, la tendencia a asumir un nuevo nivel de responsabilidad y lograr un nuevo grado de independencia personal...
O se abandonan los vagabundeos de la juventud para seguir una vocación de madurez («Los días irresponsables de mi juventud han quedado atrás», escribió Tennessee Williams en referencia al momento en que, a los veintinueve años, recibió en México un telegrama del Theatre Guild en el que se le pedía que regresara a Nueva York para su primera producción en Broadway) ...
O se produce el encuentro con el mentor o el modelo para el posterior desarrollo personal (Agustín se encuentra con el obispo Ambrosio, Melville hace amistad con Hawthorne, Freud estudia con Charcot, Jung inicia su correspondencia con Freud, Pablo Neruda conoce a Federico García Lorca). O hay una mudanza al lugar y el medio cultural en el que comenzará a desarrollarse el trabajo de toda la vida (Leonardo se muda a Milán para trabajar en la corte del duque Ludovico Sforza, Rousseau va a vivir a París y se encuentra con Diderot y los enci-clopedistas, Gertrude Stein se instala en París y establece su salón en el número 27 de la calle Fleurus).
El tránsito de retorno de Saturno coincidía en general con lo que podría llamarse período de cristalización biográfica, visible no sólo en acontecimientos externos, como los que se acaban de mencionar, sino también en una cierta consolidación de la constitución psíquica del individuo y en el establecimiento de la estructura básica de la personalidad. William James creía que después de los treinta años de edad el carácter de una persona «quedaba enyesado». En función de la respuesta específica del individuo a las presiones y las circunstancias de estos años críticos, esta maduración y solidificación podía acarrear en realidad un nuevo nivel de autonomía personal y autoconfianza, que no se había logrado en los años inmediatamente anteriores, una nueva seguridad basada en el conocimiento de uno mismo y la sensación de haber encontrado dirección y finalidad propias.
Muchos factores parecían pertinentes a la comprensión de la variedad de experiencias de los distintos individuos durante este período, incluidos los diferentes modos de vida de cada persona antes del tránsito y las diferencias en sus cartas natales.
Ocasionalmente, el logro de independencia e individuación connaturales a la madurez parecía inhibir o limitar las fuentes de creatividad accesibles en la juventud, como si la afluencia espontánea de una especie de manantial de creatividad no pudiera sobrevivir la transición a la madurez. En el caso de determinados artistas jóvenes notablemente creadores, el resultado de la cristalización de la personalidad y las presiones de la madurez, propias del período de retorno de Saturno, fue el apogeo de la individuación y, al mismo tiempo, el fin de la creatividad libremente experimental de la veintena (una creatividad que comenzaba típicamente durante el tránsito de Urano en cuadratura a Urano, a finales de la adolescencia y los primeros años de la veintena). Un ejemplo llamativo de este modelo es el caso de los cuatro Beatles: John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr. Después del período de brillante creatividad grupal, que tuvo lugar en la veintena, de 1962 a 1969, los cuatro músicos se separaron definitivamente en el curso de sus tránsitos de retorno de Saturno, prefirieron la composición individual de canciones, produjeron sus primeros álbumes en solitario y establecieron relaciones matrimoniales que impedían el estrecho vínculo creador de los años anteriores. El trabajo que los cuatro hombres produjeron durante sus respectivos períodos de retorno de Saturno, entre los veintiocho y los treinta años, que comenzaron en 1968 y se extendieron hasta los primeros setenta, marcó el apogeo de sus vidas creadoras, como ha quedado materializado en sus extraordinarios álbumes finales como los Beatles (el doble White Album, Let It Be, Abbey Road) y los primeros álbumes en solitario que produjo cada uno de ellos. Después de los treinta, sus esfuerzos individuales raramente alcanzaron el brillo creador de su juventud, como si esa forma particular de creatividad hubiera florecido mejor como influencia colectiva espontánea en la mente grupal de los Beatles jóvenes y hubiera dejado de prosperar tras la asimilación del principio saturniano de madurez, separación, autoconfianza y serio compromiso con las realidades de la vida individual durante el retorno de Saturno.
Descubrí que las variaciones individuales en las experiencias relativas a este período también correspondían estrechamente a los tránsitos de otros planetas exteriores que en ese momento coincidían con el retomo de Saturno, tránsitos que variaban de una persona a otra según la configuración original de su carta natal. (El tránsito de un planeta con su posición natal es el único que tiene lugar para todos aproximadamente a la misma edad, como ocurre con los ciclos mencionados de Urano en tránsito con el Urano natal y de Saturno en tránsito con el Saturno natal.) La cualidad específica de los acontecimientos y las respuestas que tenían lugar durante un retomo de Saturno parecía afectada por el carácter distintivo de los principios arquetípicos asociados a estos otros tránsitos planetarios.
El caso de James ejemplifica una síntesis de los dos impulsos arquetípicos diferentes que operan en correlación con los dos tránsitos. Por un lado, vemos las tendencias biográficas características del de retorno de Saturno: la aparición de una crisis personal implica un encuentro con la mortalidad, la sensación general de contracción existencial y maduración impuesta, la decisión vital de establecer un compromiso y una perspectiva personales y permanentes, la cristalización de rasgos de carácter para toda la vida, así como el acaecimiento de un hecho decisivo en la orientación de la carrera profesional (su designación como profesor en Harvard). Por otro lado, el resultado de este período también tuvo el carácter arquetípico propio de los temas y las cualidades prometeicas, características de un tránsito mayor de Urano con el Sol natal: la súbita emancipación personal de una realidad coercitiva, la nueva e inesperada sensación de libertad del yo, la recién aparecida capacidad para la afirmación activa de la voluntad individual, el descubrimiento de un sendero de expresión liberadora de la propia creatividad, y una nueva experiencia de creativa indeterminación en el mundo mismo.
Vi que un umbral de transformación análogamente decisivo y con parecida variabilidad individual coincidía sistemáticamente con el segundo tránsito de retorno de Saturno, un ciclo entero de Saturno más tarde. Durante un período de tres años, aproximadamente entre los cincuenta y siete y los sesenta años de edad, el período del segundo retorno de Saturno presentaba de modo característico la marca de alguna forma de culminación, compleción o cierre cíclico del proceso y las estructuras establecidas durante el primer retorno de Saturno, tres décadas antes, manifiesto en la propia obra y la carrera profesional, relaciones importantes y actitudes existenciales básicas.
Una vez más, era típico un encuentro profundo con los límites y la realidad mortal de la existencia humana (como lo expresa, por ejemplo, la gran novela de Tolstoi La muerte de Ivan Illich, escrita durante su segundo retorno de Saturno). Un agudo despertar a la conciencia de que se estaba más cerca del final de la vida que del comienzo intensificó las preocupaciones existenciales por lo que se había realizado en vida, a qué valores se había servido, y si los compromisos presentes reflejaban o no la finitud del tiempo restante. Era como si todo el espectro de motivos y tendencias asociados al arquetipo de Urano se hubieran constelado otra vez en ese momento de la vida y en coincidencia con la compleción de la órbita de Saturno: edad, mortalidad, seriedad del interés, autocrítica, deber, estatus en el mundo, obra y valor, el final de las cosas, el paso de una época, umbral decisivo en el proceso de maduración.
En general, el acercamiento a los sesenta años de edad parecía marcar un momento fundamental de transformación biográfica, con una evocadora cualidad de compleción cíclica, de revisión de la vida y de reconfiguración estructural que en ciertos aspectos no se diferenciaba del primer retorno de Saturno. Pero en este período, la compleción y reconfiguración tenía lugar después, en el otro extremo del ciclo de treinta años de actividad y responsabilidad adulta en el mundo. Mediaba la transición a lo que, en las sociedades tradicionales, se llamaba estatus de ancianidad, ya fuera que esta transición connotara simplemente edad y las consecuencias del tiempo y del desgaste de la vida, ya que aludiera a un nivel notablemente nuevo de responsabilidad social, de bien ganado respeto, de seriedad personal o de sabiduría fundada en la larga experiencia. A menudo el carácter de este período sugería la cosecha de lo que se había sembrado, para bien o para mal. Comenzaba una nueva etapa de la vida, más vieja y, sin embargo, a veces, también más ligera, como tras el cumplimiento de una tarea o la liberación de una carga o una obligación. Los dos períodos de retorno de Saturno parecían funcionar como una suerte de estrecho canal de nacimiento que engendraba la fase siguiente de la vida.
Antes y después de estos períodos de conjunción del ciclo de Saturno, en las proximidades de los treinta y los sesenta años, hay otro patrón de correlaciones, digno de ser tenido en cuenta: los alineamientos cuadráticos en el ciclo de Saturno después del nacimiento y después de cada conjunción: la cuadratura, la oposición y la siguiente cuadratura, seguida de otra conjunción. Estos aspectos cuadráticos tienen lugar con intervalos de aproximadamente siete años o siete años y medio, y se prolongan más o menos un año cada uno. El primer tránsito Saturno–cuadratura–Saturno tiene lugar cerca de los siete años de edad; el tránsito de oposición tiene lugar alrededor de los catorce o quince años; la cuadratura siguiente se da entre los veintiuno y los veintitrés años. Después del primer retorno de Saturno, a los veintiocho–treinta años, el ciclo comienza de nuevo y continúa con intervalos de aproximadamente siete años durante toda la vida.
He comprobado que estos tránsitos marcan con una regularidad casi de reloj períodos de transformación crítica, crisis de madurez, decisiones fundamentales y varios tipos de contracciones y tensiones biográficas. Eran muy característicos los encuentros transformadores con la autoridad, con limitaciones, con la mortalidad y con las consecuencias de las acciones del pasado. A menudo se producían también diferentes formas de separación de la matriz parental, familiar o social –lo que requería un nuevo nivel de autoconfianza existencial, autoridad interior, madurez y competencia, individuación, concentración de energías y consolidación de recursos–, a la vez que una reorientación fundamental de la propia vida y el carácter. Muchas veces se advertían claros signos de conexión entre un período de alineamiento cuadrático de Saturno y otro, siete, catorce–quince o veintiocho–treinta años después.
En el curso de mi investigación, no he encontrado prácticamente ninguna biografía en la que dispusiera de registros suficientemente detallados de acontecimientos importantes, tanto interiores como externos, que no mostrara con toda claridad la estructura que acabo de mencionar. Lo que hacía para mí impresionantes estas correlaciones era la precisión con la que se correspondían con el principio arquetípico al que se ha asociado siempre el planeta Saturno en la tradición astrológica. Igualmente, asombrosa fue la sistematicidad con que las cualidades adicionales de cada caso único se correspondían con los otros planetas específicamente en tránsito durante esos períodos particulares. En cada ejemplo, las cualidades y los acontecimientos arquetípicamente saturnianos de los períodos de alineamiento de Saturno parecían adquirir inflexiones específicas y matices cualitativos en estrecha correspondencia con los otros principios arquetípicos planetarios constelados en ese momento.

COHERENCIA ARQUETÍPICA Y DIVERSIDAD CONCRETA
Los mismos principios y configuraciones arquetípicos evidentes en el estudio de los tránsitos personales fueron igualmente evidentes en el estudio de las cartas natales. Encontré que la coherencia de estas formas diferentes de correspondencia era un factor de especial importancia en la evaluación de los datos. Con respecto a los dos planetas que hemos examinado en el capítulo anterior, por ejemplo, he observado que los individuos que habían nacido con Urano en posición prominente (como en un aspecto mayor en relación con el Sol) tendían a desplegar en su vida y en su personalidad un conjunto de características arquetípicas relacionadas: rebeldía, impaciencia ante restricciones convencionales o estructuras tradicionales, originalidad e inventiva, comportamiento errático e impredecible, pre-disposición a frecuentes y repentinos cambios en la vida, búsqueda incansable del camino propio en la vida, lucha incesante por la libertad y la novedad, deseo habitual de experiencias insólitas o apasionantes, etcétera. Por contraste, los individuos nacidos con Saturno en posición similar mostraban tendencias igualmente claras a la pre-caución, el conservadurismo, la conciencia de los límites y las restricciones, la seriedad y la disciplina, la madurez de larga experiencia, una tendencia al pesimismo y la rigidez, etcétera.
.. debo subrayar que cualquier complejo arquetípico que coincida con un alineamiento natal o tránsito personal específico podría encarnarse de una extraordinaria diversidad de maneras que, no obstante, serían claramente reconocibles como manifestaciones de los mismos principios subyacentes. No todas las personas nacidas con una conjunción del Sol con Urano son como Shelley, ni todas las que han nacido bajo conjunciones del Sol con Saturno son como Schopenhauer. En muchos otros individuos nacidos con una u otra de estas dos configuraciones he comprobado que, en realidad, su vida y su personalidad reflejaban claramente el complejo arquetípico correspondiente, pero de una manera única en cada caso. Un aspecto natal Sol–Urano podría encontrarse en la carta natal de una importante pionera feminista o de un irresponsable padre ausente, de un importante innovador científico o de un excéntrico inofensivo, de un famoso libertador cultural o de un delincuente juvenil de por vida (y a veces ambas cosas a la vez). Un aspecto natal Sol–Saturno podría encontrarse tanto en una persona notable por su madurez de juicio, disciplina, confianza en sí misma y aceptación gustosa de la soledad, como en una persona proclive a la depresión, la soledad y la rigidez. La evidencia sugería que cada individuo expresaba diferentes y a menudo múltiples elementos del complejo arquetípico de acuerdo con las distintas circunstancias culturales y biográficas de cada caso. Muchos eran los factores que parecían influir en estas diferentes expresiones del mismo complejo, incluso lo que parecía ser la única e impredecible respuesta creativa de cada individuo a la asimilación de este complejo particular. Esta diversidad en la manifestación característica era observable en todas las categorías de aspecto natal o tránsito personal que estudié.
Además de tener en cuenta el contexto cultural y biográfico, he podido comprobar que sólo es posible entender un alineamiento planetario particular de la carta natal en rotación con los otros alineamientos planetarios presentes cuando se produjo el nacimiento del individuo. Las tendencias arquetípicas que coinciden de modo característico con una conjunción Sol–Urano o con cualquier otro alineamiento planetario natal adoptan formas diferentes según qué otros planetas estén en un aspecto próximo a ese alineamiento al nacer la persona, formando una configuración multiplanetaria más amplia.
Que un aspecto natal dado coincida con la expresión de un complejo arquetípico específico en una variedad prácticamente ilimitada de formas no es sólo, creo, característico de todas las correspondencias astrológicas, sino también esencial a ellas. Una vez más, por debajo de esta observación parece estar el principio de que los patrones astrológicos no son predictivos concretamente, sino arquetípicamente. Aunque comprobé que un alineamiento planetario dado tendía a coincidir con una activación visible del complejo arquetípico, el carácter específico del resultado final no parecía estar predeterminado de ninguna manera por la existencia de ese aspecto. Dos personas distintas podían haber nacido con el mismo alineamiento planetario, pero para una de ellas el poder y la cualidad intrínsecos del estímulo arquetípico podía ser considerablemente mayor o más profundo que para la otra, y esa diferencia no era necesariamente discernible en la carta natal. O bien el arquetipo podía expresarse de una manera u otra (como rebeldía compulsiva, por ejemplo, antes que como genio innovador), siendo ambas igualmente apropiadas al arquetipo en cuestión. Desde esta perspectiva, la investigación de las principales figuras culturales no resultaba útil porque fueran las únicas personas que habían nacido con los aspectos en cuestión, pues no era ése el caso, ni porque su particular logro cultural representara el resultado probable de un aspecto natal determinado, sino más bien porque sus respectivas vidas y caracteres expresaban determinados rasgos arquetípicos de una manera particularmente notable y públicamente evaluable.
La combinación entre la coherencia arquetípica y la diversidad concreta de la evidencia parecía fundamental e irreductible. Impedía los intentos de confirmación o refutación estadística al mismo tiempo que permitía un campo de auténtica autonomía humana. En el seno de estas estructuras más profundas de despliegue del significado arquetípico parecía expresarse un tipo de autonomía cósmica, tanto en respuesta a actos y decisiones autónomos del individuo como a través de ellos (de modo muy parecido a como William James presentaba la libertad humana, como expresión y reflejo a la vez de la investigación del universo). La carta natal parecía indicar algo así como las subyacentes estructuras tonales de la vida, mientras que los tránsitos sugerían el tempo y la estructura rítmica de su desarrollo. Lo que no estaba indicado era la melodía singular, la manera específica de realización creativa que la vida individual ponía finalmente en acción dentro y por medio de las estructuras arquetípicas.
Después de muchos años de investigación, me di cuenta de que la solidez de los principios arquetípicos asociados a los planetas resultaba más evidente a medida que ampliaba el cuerpo de datos. Tal vez lo más elocuente era que los principios arquetípicos resultaban más claramente visibles cuanto más sorprendentemente específicos eran los datos particulares que analizaba. Piénsese, por ejemplo, en dos personas nacidas no sólo con el mismo alineamiento planetario, sino también el mismo día del mismo año y que, por tanto, tienen en común prácticamente las mismas configuraciones planetarias en sus respectivas cartas natales. Charles Darwin y Abraham Lincoln, por ejemplo, son sumamente interesantes a este respecto: los dos nacieron el 12 de febrero de 1809, con menos de doce horas de diferencia. Uno, en la riqueza y el privilegio de la Inglaterra imperial; el otro, en la pobreza y las privaciones de la vida rural norteamericana. Con los años, he llegado a estudiar muchos casos de éstos y he encontrado sistemáticamente que individuos exactamente contemporáneos tendían a expresar toda la dinámica arquetípica pertinente de modos concretamente distintos en su vida y en sus tendencias psicológicas, pero que, en otro nivel, presentaban profundos paralelismos y analogías.
Está bien documentado que las biografías de Lincoln y de Darwin muestran de un modo notable todas y cada una de estas características. Sin embargo, lo hacen en contextos completamente distintos, con diferentes inflexiones y con consecuencias históricas absolutamente distintas. En ambos casos, la misma dinámica arquetípica parece manifestarse con gran poder y especificidad, pero en formas y circunstancias divergentes. Las limitaciones educacionales, los hábitos mentales, el poder intelectual, los silencios y las largas reflexiones, la seriedad de pensamiento y expresión, la capacidad e inclinación a pensar al margen de las estructuras de creencia convencionales, los dones esforzadamente desarrollados para la escritura y la comunicación persuasiva eran en esencia asombrosamente similares. Lo mismo ocurría con su compartido escepticismo acerca de la vida personal después de la muerte y su tendencia a la depresión y la desesperación. Ambos perdieron trágicamente a su madre en la infancia (Darwin a los ocho años, Lincoln a los nueve), pérdidas que en los dos casos se vieron agravadas por la incapacidad paterna para confortar espiritualmente a sus desconsolados hijos. Ambos sufrieron la pérdida igualmente trágica de hijos jóvenes cuando les tocó a ellos ser padres. Ambos se sentían perseguidos por un sentimiento de responsabilidad por la muerte de otros, ambos estaban dotados de insólita sensibilidad al sufrimiento y la muerte de otros (en los dos casos incluyendo a los animales) y ambos odiaban la esclavitud. La compartida seriedad de sus respectivas visiones morales, su enfoque terrenal y su sombrío realismo, su impulso hacia el liderazgo cultural, su participación activa en importantes acontecimientos revolucionarios y emancipadores: cada una de estas cualidades particulares, evidentes en su vida y su personalidad, parecían la encarnación concreta de un campo más amplio de potencialidades y tendencias cualitativas, que a su vez eran inteligibles en términos de complejos arquetípicos más fundamentales, modificados por y a través de contextos biográficos e históricos particulares.
También habría que poner aquí de relieve que esas cartas natales no parecían entrañar ningún vector moral preestablecido –en una carta natal no había configuraciones planetarias ni ningún otro factor que guardara correlación alguna con el hecho de que un individuo llegue a ser buena o mala persona, noble o innoble–. Charlie Chaplin y Adolf Hitler tenían cartas natales muy semejantes, ya que nacieron con sólo cuatro días de diferencia, en abril de 1889, y muchas de sus principales configuraciones planetarias, aunque no todas, mantuvieron el mismo alineamiento durante el breve período que abarca sus respectivos nacimientos. Compartían una combinación particular de diversos aspectos planetarios, cada uno de los cuales, según pude comprobar, estaba coherentemente asociado a un complejo arquetípico y un campo de potencialidades cualitativas específicas. Una vez más, la forma concreta que estos diversos complejos adoptaban en casos individuales mostraba una considerable diversidad, aunque sin dejar de traslucir la existencia de patrones arquetípicos subyacentes.
Sea cual fuere la relación entre el carácter moral y la dimensión arquetípica –y, como Jung, creo que se trata de una relación compleja y profunda–, el vector de ese carácter no parece estar en absoluto prefigurado en la carta natal. Muchos factores distintos parecen desempeñar papeles determinantes en la manera en que un complejo arquetípico se encarna concretamente: culturales, históricos, ancestrales, familiares y circunstanciales. Y a éstos habría que agregar factores tales como la elección individual y el grado de autoconciencia, además, tal vez, del karma, la gracia, la suerte y otros imponderables. El género parece desempeñar un considerable papel.
Al reflejar una complicada interacción de factores biológicos y culturales, un complejo arquetípico particular expresado en la vida y la personalidad de una mujer parecía a menudo estar influido y representado de distinta manera que el mismo arquetipo en la vida y la personalidad de un hombre que hubiera nacido en el mismo momento. Al menos algunas de esas diferencias parecen verse intensificadas en proporción directa a la medida en que las estructuras patriarcales dominan la sociedad en la que el individuo ha nacido. Las posibilidades de expresión y materialización de tendencias arquetípicas de una mujer que vive en Afganistán o Nigeria en nuestros días son muy distintas de las que tiene una mujer que vive en Escandinavia o en California. El contexto es decisivo.
Todas estas consideraciones subrayan el rasgo central de todo el conjunto de evidencias que he examinado y lo que tal vez sea el factor más decisivo a la hora de comprender el fenómeno de las sincronicidades planetarias: el extraordinario despliegue empírico de estabilidad arquetípica y diversidad concreta en todas las correlaciones planetarias. Una y otra vez me he maravillado ante la asombrosa coherencia de los patrones, tanto de la unidad como de la multiplicidad del significado arquetípico, que resultaba evidente en fenómenos biográficos e históricos en coincidencia sistemática con los patrones de alineamiento planetario. A mi juicio, era notable la manera característica en que, en sutil e intrincada interacción, tanto la constancia como la polivalencia resultaban evidentes en los datos.
Pero, dado el considerable alcance de las posibilidades que se observan a propósito de cualquier complejo arquetípico asociado a una configuración planetaria, surge la pregunta: ¿Con semejante diversidad, hasta qué punto son genuinas las categorías arquetípicas? Esto evoca, por supuesto, una cuestión crucial que ha dominado la historia de la filosofía occidental: el problema de los universales. Sobre su resultado descansan grandes apuestas, no sólo epistemológicas, sino también cosmológicas. ¿Hunden las categorías arquetípicas sus raíces en algo que trascienda nuestras proyecciones locales? ¿O son meras construcciones arbitrarias de la mente categorizadora? ¿O serán acaso nada más que ficciones de la imaginación metafórica?
Sólo un amplio espectro de datos y una investigación profunda acorde con la profundidad de estos temas pueden proporcionar la posibilidad de resolverlos, de modo que en los próximos capítulos expondré una revisión inicial de datos empíricos que, creo, contribuirán a ello. Anticipemos que, después de intensos análisis de un extenso conjunto de evidencias obtenidas durante los últimos treinta años, estoy completamente convencido de que estas categorías arquetípicas no son meras construcciones, sino que en cierto sentido son de naturaleza psicológica y cosmológica. Proporcionan una estructura conceptual gracias a la cual las complejidades de la experiencia humana adquieren una inteligibilidad imposible de lograr con ningún otro enfoque que yo haya conocido. La existencia de inflexiones permanentemente diversas de los mismos principios arquetípicos parece reflejar una indeterminación dinámica de configuraciones formales en la naturaleza de las cosas, que es lo que permite la coexistencia de coherencia de significado e impredecibilidad creativa en la vida humana.
En las categorías de datos que se han analizado anteriormente, por ejemplo, he encontrado que un tránsito específico por el que pasa un individuo, como el de Urano en oposición a Urano natal o un retorno de Saturno, no predetermina en absoluto qué acontecimientos externos o cambios internos podrían desplegarse en ese momento de la vida del sujeto afectado. Ni el hecho de haber nacido bajo un aspecto planetario particular, como el Sol en conjunción con Urano o Mercurio en cuadratura con Saturno, implica predeterminación alguna de la forma concreta que las diversas cualidades o tendencias pertinentes habrán de adoptar en la vida y la constitución psíquica de esa persona. Sin embargo, en cada caso los principios arquetípicos asociados a los planetas proporcionan una luminosa perspectiva de configuración, orden y coherencia para comprender la múltiple complejidad de las características personales y el despliegue biográfico del individuo. Parecían igualmente posibles encarnaciones radicalmente diferentes de un complejo arquetípico da-do, así como múltiples potencialidades y «tendencias a existir» (para usar la frase habitual en física cuántica), aunque, de manera subyacente, se mantenían fieles a los principios implicados más profundos.
Sin embargo, en términos filosóficos, ¿cómo puede un principio ser tan polivalente y al mismo tiempo mantener su identidad subyacente en todas sus expresiones? Esta pregunta nos orienta al verdadero corazón de la perspectiva arquetípica, con sus raíces en las Formas platónicas de la filosofía clásica y en los dioses de la imaginación mítica antigua. En particular, nos obliga a comprometernos con lo que el filósofo J. N. Findlay ha llamado capacidad intrínseca de las Formas arquetípicas para la «identidad variable y elástica», la «iridiscente variación de aspecto» y la «diferenciación sin diferencia». Su verdadera esencia reside en esta multiforme potencialidad, de la que se desprende la particularidad única y creativamente actualizada en la vida en curso. Desde este punto de vista, cada ser individual es un lugar de confluencia de muchas formas y fuerzas arquetípicas que se interpenetran, cada una de las cuales impregna e influye el todo de manera tal que cada presencia arquetípica afecta de un modo característico a todo el resto. Cada individuo, movido por incontables factores interactivos, expresa y representa creativamente una inflexión y una encarnación únicas de los muchos principios arquetípicos que informan su ser. Tampoco se trata de una situación estática, pues un campo arquetípico particular puede estar más vigorosamente constelado en determinados períodos de la vida de una persona, en coincidencia con tránsitos a los correspondientes aspectos natales. También puede verse afectado por la presencia de otros factores arquetípicos importantes que se han activado a la vez. Como método para distinguir y aclarar estas múltiples complejidades, me pareció que la perspectiva astrológica era capaz de proporcionar una visión singularmente precisa de qué arquetipos tenían más probabilidades de ser dominantes en la vida de una persona, en qué combinaciones arquetípicas y en qué momentos de la vida.

LA EVALUACIÓN DE LOS PATRONES DE CORRELACIÓN
El desafío inherente a cualquier intento de examinar y evaluar la prueba relativa a las correlaciones planetarias proviene del hecho de que ninguna correlación aislada entre la personalidad de un individuo y su carta natal, ni entre un acontecimiento biográfico en particular y un tránsito personal podrían constituir por sí mismos una evidencia decisiva para la hipótesis astrológica. Ni tampoco podría serlo ningún grupo de tales correlaciones, aunque no cabe duda de que cuanto mayor sea el grupo y más vívidas las correspondencias, más sugerentes son las pruebas. Finalmente, sin embargo, vi que era la enormemente vasta y creciente recopilación de correlaciones observadas para todos los planetas –cada uno con su correspondiente complejo arquetípico de significado y con sus alineamientos en coincidencia una y otra vez con acontecimientos y características personales– la que, tomada en su conjunto, constituía un cuerpo de datos coherente y convincente. Sin embargo, la exposición de esa evidencia presenta considerables dificultades. Ese gran número de correlaciones debe abordarse simultáneamente como un todo, a pesar de que cada una de sus particularidades requiere una atención matizada. Un tránsito particular o aspecto natal sólo se pueden evaluar en el contexto de un conjunto mucho más amplio: todos los tránsitos mayores en la vida individual, por ejemplo, o todos los aspectos mayores de la carta natal, y todo ello en relación con los mismos tránsitos y los mismos aspectos natales correspondientes a muchos otros individuos. Sin embargo, aunque lo que en última instancia se requiere para evaluar cualquier correlación singular es el conjunto más amplio de datos, en la práctica sólo es posible examinar y señalar una correlación cada vez y construir poco a poco un fundamento y un contexto de mayor amplitud para evaluar cada nuevo caso particular.
En nuestra situación, antes de poder reconocer o evaluar una correlación debemos tener un conocimiento funcional de los arquetipos planetarios que forman nuestro lente interpretativo. Para ello no sólo necesitamos una comprensión básica del complejo de significados específicos de cada arquetipo planetario en sus propios términos; también necesitamos ser capaces de reconocer la manera en que esos significados se combinan e influyen mutuamente cuando dos de esos arquetipos están vinculados, en correspondencia con un alineamiento entre dos planetas. La naturaleza de los datos culturales, históricos, biográficos, existenciales, estéticos, es tal, que no puede evaluarse con simples métodos cuantitativos de análisis, insertos en un protocolo estadístico y mecánicamente cuantificados. El significado de los datos debe juzgarse tanto individualmente como en su totalidad, con todas nuestras sensibilidades culturales y psicológicas integradas en la ecuación.
Lo que se requiere especialmente es sobre todo habilidad para reconocer configuraciones arquetípicas polivalentes y coherencias subyacentes en un amplio espectro de personalidades y biografías, acontecimientos históricos y épocas culturales muy diferentes. La capacidad para ese discernimiento es una habilidad humana, una modalidad de visión y de comprensión cultivada, que no se puede reducir a un algoritmo informático ni desplegarse de forma impersonal en un estudio con controles de doble ciego.
El método empleado en esa investigación es, en esencia, una ciencia y un arte, al mismo tiempo matemático e interpretativo, racional y estético, en intrincada síntesis.
Históricamente, los tránsitos mundiales representaron la forma más primitiva de observación astrológica. Mientras que la astrología moderna, al reflejar el individualismo humanista de la era moderna, se ha interesado principalmente por el análisis de las cartas natales individuales y los tránsitos personales, las formas más antiguas de astrología se basaban más bien en el estudio de las correspondencias astronómicas con acontecimientos de significación colectiva. Para mi gran sorpresa, descubrí que con esta categoría de correlaciones –alineamientos cíclicos de los planetas exteriores entre sí y en coincidencia con acontecimientos históricos importantes y fenómenos culturales muy extendidos– era posible evaluar la presencia y el significado relativo de las correlaciones tan fácilmente como en el análisis de la carta natal y el tránsito personal de individuos famosos, pero con ventajas específicas añadidas.
Al estudiar las cartas natales individuales uno puede siempre preguntarse cómo, a pesar de la impresionante concordancia entre las posiciones planetarias y la vida y la personalidad de un individuo, ese mismo aspecto natal o ese mismo tránsito personal guardan correlación con la vida de otros incontables individuos que nacieron bajo la misma constelación planetaria. Diez, veinte, incluso miles de convincentes ejemplos sólo serían una gota en el océano de la vasta clase de individuos nacidos con ese aspecto o que pasaron por ese tránsito. Pero cuando miramos también los tránsitos mundiales, podemos examinar la cronología de la comunidad humana, su biografía colectiva, por así decir. En un estudio de ese tipo, a la hora de evaluar correlaciones con los alineamientos planetarios concurrentes, uno puede centrarse en épocas culturales enteras y en la experiencia colectiva de muchos individuos a la vez, lo que abarca una distribución más amplia de fenómenos en un momento particular.
Los años y las décadas específicas en cuestión implican muchos acontecimientos y muchas vidas que se funden en el marco de un cierto Zeitgeist general, lo que se presta más fácilmente a evaluaciones críticas y comparaciones históricas. En contraste con los detalles de las biografías individuales, el carácter y el significado cultural de importantes épocas históricas tienden a ser más ampliamente conocidos, a estar mejor documentados y más abiertos a la evaluación directa. Obviamente, o bien se adaptan a los significados arquetípicos postulados para los alineamientos planetarios presentes, o bien no se adaptan.
Aunque el primer encuentro que la mayoría de la gente tiene con la astrología seria se da a través de la lectura que otros hacen de su carta natal y sus tránsitos personales, hay en esos análisis muchos factores que han proporcionado en realidad motivos para que la mente moderna se alejara de la perspectiva astrológica. Los elaborados y complicados principios de interpretación y, a menudo, la misteriosa terminología que se emplea en la mayoría de los análisis astrológicos convencionales, en combinación con la subjetividad y la sugestibilidad de los receptores de los análisis, sobre todo en las fases tempranas de la investigación, han contribuido a crear una situación en la que miles de personas creen en privado que la astrología podría «funcionar», pero no saben cómo evaluar por sí mismos esa posibilidad. No ven cómo lograr que ese enfoque resulte coherente con la cosmovisión científica dominante ni cómo comunicar sus intuiciones de una manera que los demás encuentren aceptable.
Durante toda la era moderna, el cosmos arquetípico ha quedado oculto tras una poderosa combinación de diversos factores: la desencantada cosmología de la era moderna; las sospechosas afirmaciones que aparecen en las columnas de horóscopos de los diarios; la resistencia blindada de los escépticos, que no examinan en profundidad lo que con tanto celo rechazan; la jerga barroca de muchos discursos astrológicos; las perspectivas ingenuamente acríticas y las prácticas predictivas, a menudo perjudiciales, de muchos astrólogos contemporáneos, y una vaga incomodidad acerca de las implicaciones aparentemente deterministas y fatalistas de un universo gobernado por la astrología. Sin embargo, he llegado a la convicción de que, debido a los importantes avances teóricos y tecnológicos que en nuestro tiempo se han producido en este campo, un cuidadoso examen de las correlaciones históricas con los ciclos de los planetas exteriores puede permitir a la mente moderna explorar y evaluar la perspectiva astrológica con un rigor y una profundidad que antes no eran posibles.
Dicho esto, creo, con todo, que un individuo que desee realizar una evaluación auténticamente rigurosa de la posible legitimidad de la astrología debe tener un conocimiento suficiente como para ser capaz de reconocer las estructuras de significado más importantes en una carta natal, así como de calcular e interpretar tránsitos personales. No se trata de habilidades difíciles de adquirir, y no hay sustituto adecuado para un encuentro directo con la profundidad y la consistencia de estas configuraciones arquetípicas, en particular sobre la base de un examen sostenido de correlaciones natales y de tránsito en el contexto de la propia historia biográfica y la experiencia en curso de la vida.


ÉPOCAS DE REVOLUCIÓN DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
En lugar de tránsitos personales, en que un planeta en el cielo se mueve hacia una posición planetaria en una carta natal individual, los tránsitos mundiales son configuraciones entre dos o más planetas mutuamente alineados en el cielo, alineamientos que atañen al mundo entero, por así decirlo, y no a un individuo particular. Estos alineamientos, como la conjunción y la oposición, pueden durar un año o más, y cuando están involucrados dos de los tres planetas más remotos (Urano, Neptuno, y Plutón), hasta una década o más.
Los significados arquetípicos de los tres planetas exteriores parecen haber derivado sobre todo de correlaciones observadas en el estudio de cartas natales individuales y tránsitos personales, así como en los fenómenos históricos sincrónicos de las épocas en que estos planetas fueron descubiertos. Cuando apliqué esos significados a esta categoría completamente distinta de fenómenos –el análisis de períodos de la historia en que los planetas exteriores formaban en el cielo alineamientos mayores y en los que, por tanto, en teoría, los arquetipos correspondientes llegaban a su máxima activación en la psique colectiva–, las correlaciones empíricas que encontré me impresionaron enormemente. Estos alineamientos tan amplios de los planetas exteriores parecían coincidir de un modo sistemático con prolongados períodos históricos en los que un complejo arquetípico particular resultaba claramente hegemónico en la psique colectiva y definía, por así decirlo, el Zeitgeist de ese momento cultural. El complejo arquetípico dominante estaba siempre claramente compuesto por los principios que se asociaban a los planetas alineados, como si esos arquetipos interactuaran, se fundieran y se influyeran mutuamente.
El planeta Urano parece estar correlacionado con acontecimientos y fenómenos biográficos que sugieren un principio arquetípico de carácter esencialmente prometeico: emancipador, rebelde, progresista e innovador, incitante, inquietante y desestabilizador, impredecible, útil para catalizar nuevos comienzos y cambios bruscos e inesperados. El planeta Plutón, por el contrario, se asocia a un principio arquetípico de carácter dionisíaco: elemental, instintivo, poderosamente apremiante, extremo en su intensidad, que surge de las profundidades, al mismo tiempo libidinal y destructivo, abrumador y transformador, siempre en evolución. En el nivel colectivo, el principio arquetípico asociado a Plutón se considera poseedor de una dimensión prodigiosa, titánica, que transmite potencia, intensidad y urgencia a todo lo que afecta en escala masiva. Cuando apliqué estos significados arquetípicos específicos a un examen de los períodos históricos que coincidían con la secuencia de alineamientos mayores del ciclo de Urano–Plutón, no sólo fue evidente de inmediato que estos dos principios arquetípicos eran manifiestamente activos, cada uno por separado, en la psique colectiva durante esos períodos, sino también que, en cierto sentido, combinaban sus respectivas influencias, actuaban el uno sobre el otro, se modificaban mutuamente y se fusionaban sinérgicamente. El complejo arquetípico que de ello resultaba parecía expresarse con todo dramatismo durante las épocas históricas específicas en que Urano y Plutón estaban en alineamiento axial, como ponían en evidencia fenómenos tales como la extendida y radical transformación social y política y, a menudo, la insurrección destructiva, la potenciación masiva de impulsos revolucionarios y rebeldes, la intensificación de la creatividad artística e intelectual. Otros rasgos distintivos de estos períodos históricos fueron el avance tecnológico de inusitada rapidez, un subyacente e incansable espíritu de experimentación, impulso de innovación, necesidad de libertad en muchos campos, revuelta contra la opresión, adhesión a filosofías políticas radicales e intensificada voluntad colectiva de dar nacimiento a un nuevo mundo. Estos impulsos y acontecimientos se mezclaban de un modo típico con masivos cambios demográficos y un ambiente general de ferviente y a veces violenta intensidad, junto con la emoción de ponerse rápidamente en marcha hacia nuevos horizontes. Por ejemplo, Urano y Plutón no sólo estuvieron alineados durante toda la década de los sesenta, sino también durante toda la década de la Revolución Francesa, de 1787 a 1798, en conjunción y en oposición, respectivamente. Por supuesto, se trata de una era cuyo carácter presenta notables semejanzas con la de los sesenta, con la que tantas veces se la ha comparado.
Urano y Plutón, formaran tan precisos alineamientos mayores durante esos períodos particulares, y que nunca lo hicieran durante épocas de relativo equilibro social y cultural, la coincidencia habría sido, en el mejor de los casos, interesante y curiosa. Lo que me llamó la atención fue el hecho de que el carácter histórico de estos períodos correspondía exactamente, profundamente incluso, a los significados arquetípicos de estos dos planetas de acuerdo con el consenso de textos astrológicos establecidos, pese a que esos significados derivaban de fuentes por completo distintas de las que en ese momento estaba yo estudiando. Igualmente, notable fue la correlación ulterior de los alineamientos del ciclo de Urano–Plutón con períodos históricos comparables de grandes insurrecciones revolucionarias, liberación social y radical cambio cultural en cada uno de los siglos que he examinado remontándome en el pasado.
En el curso de mi examen de millares de acontecimientos históricos y fenómenos culturales a lo largo de los años, descubrí que los acontecimientos arquetípicamente pertinentes empezaban en coincidencia con la entrada de los planetas exteriores en la franja de aproximadamente 20° previa a sus conjunciones y oposiciones exactas, aumentaban poco a poco en frecuencia e intensidad y luego, una vez alcanzado el alineamiento de 0°, decrecían al modo de un continuo en forma de onda. Desde el momento en que los planetas llegaban a los 15° del alineamiento exacto, el complejo arquetípico parecía estar en plena actividad, con frecuencia e intensidad particularmente fuertes en las correlaciones observadas. En honor a la simplicidad y la claridad, en la revisión detallada de evidencias que se presenta en estos capítulos, los años que en cada período he especificado reflejan un orbe de menos de 15°. Sin embargo, más allá de este punto hay un margen de penumbra, hasta más o menos los 20°, durante el cual es posible observar de manera regular correlaciones que mencionaré y especificaré como tales cuando sean pertinentes. También debería aclarar que los períodos coincidentes con estos alineamientos no marcaban años en que los acontecimientos históricos y las tendencias culturales que los caracterizaban aparecieran y desaparecieran de repente, como si fueran accionados por un interruptor eléctrico. Más bien, los períodos en cuestión parecían representar momentos en que tendencias continuadas, y a veces de largo desarrollo, llegaban al punto de ebullición, por así decir, esto es, al punto en que cierto estímulo o determinada realización desencadenan fenómenos culturales sobresalientes, haciendo surgir de manera explícita y espectacular esas tendencias en la conciencia colectiva. A partir de ese punto decisivo de origen o clímax, esas tendencias culturales continúan luego desplegándose de distintas maneras en los años y las décadas siguientes, una vez transcurrido el alineamiento. En general, las correlaciones observadas sugerían modelos cuánticos de ondas en fluida interpenetración, antes que aislados acontecimientos atomistas newtonianos. La dinámica parecía ser compleja, holística y probabilística antes que simple, lineal y reductivamente determinista. Las correlaciones eran mucho más inteligibles si no se las consideraba desde el punto de vista de la causalidad mecánica, sino como multidimensionalmente arquetípicas y sincrónicas.

PATRONES SINCRÓNICOS Y DIACRÓNICOS EN LA HISTORIA
Los patrones arquetípicos relativos a los acontecimientos históricos y la actividad cultural que coincidía con estos alineamientos planetarios eran tanto de naturaleza diacrónica como sincrónica. Los patrones sincrónicos comprendían los casos en que acontecimientos del mismo carácter arquetípico tenían lugar simultáneamente en diferentes culturas y vidas individuales en coincidencia con el mismo alineamiento, como revoluciones o descubrimientos científicos simultáneos que se producían de manera independiente y en países o continentes distintos. Los patrones diacrónicos, por el contrario, comprendían casos en que los acontecimientos que tenían lugar durante un alineamiento se hallaban en estrecha asociación arquetípica, y a menudo histórica, con acontecimientos correspondientes a los alineamientos anteriores o posteriores de los mismos planetas, de tal manera que sugerían el despliegue de un ciclo.
Por tanto, los períodos correspondientes a estos alineamientos de Urano y Plutón no se relacionaban sólo por el carácter arquetípico general que compartían, sino también por su dinamismo secuencial. Las tendencias históricas y los movimientos culturales parecían experimentar una aguda intensificación en su desarrollo durante cada uno de estos períodos específicos, sugiriendo una evolución en constante despliegue, pero cíclicamente «puntuada». Estos patrones diacrónicos se mostraban en clara correlación con los alineamientos de Urano y Plutón de los últimos siglos en un gran número de campos de la historia cultural moderna, como el feminismo y el movimiento de las mujeres, los movimientos abolicionistas y por los derechos civiles o las filosofías de revolución política y de cambio social radical, entre otros.
Feminismo y movimientos de mujeres
Los historiadores del feminismo y los movimientos de mujeres reconocerán inmediatamente la importancia central de las cuatro épocas que coinciden con los alineamientos axiales consecutivos de Urano y Plutón en los últimos doscientos cincuenta años, como si la evolución de la lucha por los derechos de las mujeres hubiera sido decisivamente impulsada en fases con que se iniciaron exactamente durante estos períodos de alineamiento planetario.

En mi examen de las secuencias cíclicas de una corriente cultural específica he observado dos patrones típicos. Uno adoptaba la forma de denso racimo de acontecimientos y de figuras que compartían un carácter arquetípico específico –en este ejemplo, un impulso intenso hacia la emancipación y el poder personal–, que aparecían durante un alineamiento particular y eran seguidos de un período intermedio en el que esos fenómenos disminuían en cantidad y en intensidad. Este período de menor actividad se prolongaba hasta el siguiente alineamiento cíclico, que coincidía con un nuevo y denso agrupamiento de acontecimientos y figuras del mismo carácter y una clara relación histórica con la época anterior. El período intermedio de inactividad parecía un estadio de gestación en cuyo transcurso el impulso cultural pasaba por una especie de invisible desarrollo subterráneo, hasta que el alineamiento siguiente producía un resurgimiento del fenómeno, pero ahora en una nueva forma, que reflejaba las influencias históricas intermedias y el nuevo contexto cultural. En el segundo patrón, al período de denso agrupamiento durante el alineamiento original le seguían años de aparición continuada, y a veces creciente, de fenómenos culturales relacionados.

Movimientos abolicionistas y por los derechos civiles
Un patrón paralelo de fases cíclicas de desarrollo acelerado tuvo lugar durante estos mismos siglos en una lucha totalmente distinta: el movimiento por la libertad y los derechos civiles de los afroamericanos. Durante el alineamiento de Urano y Plutón de 1787–1798, el de la Revolución Francesa, se produjo al mismo tiempo en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia el primer amplio llamamiento público a favor de la abolición de la esclavitud, con la aparición de peticiones de enorme popularidad contra el tráfico de esclavos…
Importantes y continuas evoluciones que se inician durante el largo período de alineamiento de Urano y Plutón, llegan luego a una crisis y a algún tipo de ruptura cuando Saturno entra en aspecto duro con Urano.
Los grandes dramas históricos de estos dos prolongados movimientos de cambio social y libertad humana parecen responder así a un patrón sistemático de picos cíclicos que coinciden precisamente con los períodos de alineamiento de Urano y Plutón. Parecen ser manifestaciones particulares de un patrón cíclico más general en el que un impulso colectivo de emancipación y cambio radical es activado y potenciado en muchas áreas al mismo tiempo. A menudo las conexiones entre estas épocas son aún más específicas. Por ejemplo, la filosofía y las tácticas de desobediencia civil no violenta que emplearon Martin Luther King y otros en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra en los años sesenta, se inspiraban ante todo en el ejemplo de Gandhi. Durante la oposición de Urano y Plutón inmediatamente anterior a la conjunción de los años sesenta, Gandhi desarrolló y empleó por primera vez su filosofía de desobediencia civil y satyagraha («la fuerza de la verdad» o «adhesión a la verdad») en la lucha por los derechos de los indios en Sudáfrica en 1906, como respuesta a su expulsión de un vagón de tren «exclusivo para blancos». Gandhi, lo mismo que luego King, recibió la influencia de los escritos políticos de León Tolstoi, cuyo ascendiente sobre los movimientos revolucionarios y de reforma radical en la sociedad rusa y cuya rebeldía personal contra el Estado y la Iglesia de Rusia se hallaban en su apogeo en esos mismos años de 1896 a 1907. Este patrón cíclico se remonta más aún en el tiempo, pues fue durante la conjunción de Urano y Plutón anterior a ésta (1845–1856) cuando Thoreau escribió y publicó, en 1849, su influyente ensayo Sobre el deber de la desobediencia civil, que describía su breve encarcelamiento por negarse, por motivos antiesclavistas, a pagar un impuesto que el gobierno de los Estados Unidos recaudaba para sostener su guerra contra México. El ensayo de Thoreau tuvo su efecto directo, primero en Tolstoi, luego en Gandhi y después en King. Esta línea de descendencia en materia de desobediencia civil –Thoreau, Tolstoi, Gandhi, King– es bien conocida. Lo sorprendente –y lo que no sería de esperar que ocurriera de modo tan sistemático– es la correlación precisa con el ciclo de Urano–Plutón, correlación que, por lo demás, se reproduce en muchos otros fenómenos históricos y culturales arquetípicamente relacionados.
Una vez más, a medida que se retrocede en la historia, se encuentran períodos plenamente comparables de extraordinaria agitación social, rebelión y transformación política, en coincidencia con el ciclo de Urano–Plutón. Por ejemplo, la oposición anterior a la que se acaba de mencionar tuvo lugar entre los años 1533 y 1545, el período más tumultuoso y radical de la Reforma, que conmovió a Europa entera: insurrecciones armadas, revuelta anarquista de los anabaptistas en Münster y su establecimiento militante de un «estado comunista» bajo Juan de Leiden, el gran cisma de Enrique VIII que separó Inglaterra de Roma y de la Iglesia católica, y la adopción de la Reforma en Ginebra, Würtemberg, Brandemburgo, Sajonia, Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia.
Y para mencionar aquí tan sólo dos ejemplos de la antigüedad clásica, de la masiva rebelión de esclavos y desposeídos encabezada por Espartaco contra el Estado romano en 73–71 a.C., que fue la insurrección de mayor alcance y la más prolongada de la historia antigua, tuvo lugar durante la conjunción de Urano y Plutón de 74–65, el mismo momento en que Julio César inició su ascenso al poder. E incluso antes, la conjunción de 328–318 a.C. coincidió con el período de profunda agitación cultural y política que transformó el mundo antiguo, de Grecia y Egipto a Persia e India, tras las conquistas de Alejandro Magno y en el comienzo de la era helenística.

REVOLUCIONES CIENTÍFICAS Y REVOLUCIONES TECNOLÓGICAS

Una de las características más peculiares de las correlaciones históricas con el ciclo de Urano–Plutón es la presencia de desarrollos cíclicos iguales a los ya mencionados, pero en áreas completamente distintas y en apariencia independientes –pero estrechamente relacionadas en términos arquetípicos–, durante los mismos períodos y con el mismo grado de definición cíclica. Por ejemplo, toda la secuencia de alineamientos de Urano y Plutón de la era moderna, que hemos estudiado en términos de fenómenos sociales y políticos revolucionarios, resulta ser también una secuencia de épocas marcadas por revoluciones y progresos científicos y tecnológicos igualmente importantes; es decir, épocas de grandes adelantos, revoluciones y radicales cambios sociales, pero también de impulsos emancipatorios de índole por completo distinta. Una vez más, todo parecía ocurrir como si durante estos períodos históricos se activara al mismo tiempo en muchos campos de la actividad humana un complejo arquetípico polivalente: un principio prometeico a la vez emancipador e innovador, científico–tecnológico y sociopolítico. Es difícil de explicar en términos sociológicos convencionales esta coincidencia de fenómenos científico–tecnológicos y sociopolíticos durante cada período de alineamiento, mientras que, desde el punto de vista arquetípico, tiene perfecto sentido. En efecto, desde este punto de vista, los diversos fenómenos reflejan una potenciación colectiva (Plutón) del impulso prometeico (Urano), una energía evolutiva y dinámica que empuja, tanto a los individuos como a las sociedades, hacia el cambio radical, la libertad y la innovación en muchos niveles simultáneamente.
(Como veremos más adelante, el ciclo mucho más breve y frecuente de Júpiter–Urano, por ejemplo, coincidía con extraordinaria regularidad con un patrón cíclico de grandes descubrimientos científicos o importantes acontecimientos de orden intelectual y cultural, que se desplegaba tanto entre dos alineamientos de Urano y Plutón como en coincidencia con ellos.) Pero, sin dejar de tener esto presente, era innegable una inequívoca tendencia de estos alineamientos largos y relativamente raros de Urano y Plutón a coincidir con avances científicos continuos y particularmente revolucionarios.
Ciertamente, consideradas una por una, ninguna de las muchas correlaciones que hemos examinado hasta ahora representa un reto significativo. Es más bien su carácter acumulativo, así como su precisión arquetípica, lo que resulta difícil pasar por alto. He podido identificar fácilmente patrones diacrónicos y sincrónicos prácticamente idénticos y en estrecha coincidencia con la secuencia de períodos de alineamiento de Urano y Plutón en otras categorías importantes de fenómenos históricos y culturales. Los historiadores y especialistas en las disciplinas correspondientes reconocerán asombrosas correlaciones entre los períodos específicos de estos alineamientos y las épocas marcadas por desarrollos tan arquetípicamente pertinentes como la insólita rapidez de la modernización y la secularización de la sociedad; cambios trascendentales en el surgimiento y caída de potencias y dinastías imperiales y en los puntos de inflexión en la historia mundial que marcan cambios tectónicos en el equilibrio global del poder; períodos que producen el surgimiento del nacionalismo en distintos países y continentes al mismo tiempo; épocas de inmigraciones en masa y cambios demográficos; y períodos con grandes desarrollos históricos en los medios de comunicación de masas, repentinos aumentos en el poder de la prensa y luchas por la libertad de prensa, todas ellas correlaciones que sugieren patrones cíclicos comparables a los que hemos estado analizando.
Se puede esbozar rápidamente la secuencia diacrónica de correlaciones entre el ciclo de Urano–Plutón e importantes evoluciones históricas en el poder de la prensa, la lucha por la libertad de prensa y el surgimiento de los medios de comunicación de masas.
EL CICLO DE URANO–PLUTÓN
Alineamientos axiales desde 1450
Orbe de 15º
Alineamiento < 1º
1450–1461
conjunción
1455–1456
1533–1545
conjunción
1538–1540
1592–1602
conjunción
1597–1598
1643–1654
conjunción
1648–1649
1705–1716
conjunción
1710–1711
1787–1798
conjunción
1792–1794
1845–1856
conjunción
1850–1851
1896–1907
conjunción
1901–1902
1960–1972
conjunción
1965–1966
Estas fechas representan la primera y la última vez que los planetas estuvieron en el interior del orbe de 15º y de menos de 1º.

DESPERTARES DE LO DIONISÍACO
Con cada correlación planetaria, ya implique un aspecto natal, un tránsito personal o un tránsito mundial, comprobé que un alineamiento entre dos o más planetas indicaba sistemáticamente una activación mutua de los arquetipos correspondientes, cada uno de los cuales actúa sobre el otro del mo-do que le es propio. En los casos examinados hasta ahora me he ocupado principalmente de las épocas de alineamiento de Urano y Plutón en términos que tal vez puedan entenderse más sencillamente como el arquetipo plutónico–dionisíaco, asociado al planeta Plutón, que intensifica y potencia en gran escala el arquetipo prometeico de rebelión y libertad, creatividad, innovación y cambio radical y repentino asociado al planeta Urano. Esta manera de aproximarse a los fenómenos se centra esencialmente en un vector de actividad arquetípica: Plutón actuando sobre Urano, por así decirlo: Plutón–Urano.
Sin embargo, también es posible entender más a fondo esos períodos si pensamos en la dinámica arquetípica inversa, en los acontecimientos históricos y fenómenos culturales que coinciden con tales alineamientos: es decir, si no sólo consideramos que el arquetipo de Plutón impele y potencia intensamente el impulso prometeico en estas épocas, sino también que el arquetipo de Prometeo libera repentina e inesperadamente las fuerzas elementales del impulso plutónico–dionisíaco: Urano–Plutón. Pues en cualquier complejo arquetípico dado que esté constituido por dos o más principios planetarios, cada principio parece al mismo tiempo actuar y recibir una influencia en los fenómenos pertinentes y cada uno lo hace de acuerdo con su carácter arquetípico específico. El principio prometeico asociado al planeta Urano parece actuar mediante la liberación o el despertar súbito de aquello que toca, con consecuencias inesperadas, innovadoras, perturbadoras y emancipadoras, mientras que el principio plutónico–dionisíaco parece actuar por compulsión, potenciación e intensificación de lo que toca, con consecuencias profundamente transformadoras y, a veces, arrolladoras, destructivas.
Con estas consideraciones en mente, he constatado que muchos de los fenómenos culturales e históricos más distintivos durante los períodos de alineamiento Urano–Plutón podrían reconocerse en función de este segundo vector de dinamismo arquetípico, a partir de lo prometeico y actuando sobre, hacia y a través de lo dionisíaco: Urano–Putón. Este vector resultaba inmediatamente visible, por ejemplo, en la extraordinaria consistencia de los despertares y emancipaciones de la dimensión erótica de la vida en los períodos Urano–Plutón que ya hemos analizado, tal como se expresa en las costumbres sociales, las artes y las principales ideas filosóficas y psicológicas que surgieron en esas épocas.
En este sentido, recordamos por supuesto la década de los sesenta y principios de los setenta del siglo XX, con las súbitas y extraordinarias explosiones de liberación (Urano) de lo erótico (Plutón) durante esa década y los años inmediatamente posteriores, la «revolución sexual» en todas sus formas, la radical relajación de las restricciones sexuales en las costumbres sociales, la reivindicación del cuerpo y la celebración de la experiencia sensorial, el esfuerzo personal por la liberación erótica, el «amor libre» de los hippies, los incontables festivales dionisíacos de música y danza, los multitudinarios happenings y experiencias con ácido lisérgico, la exuberante desinhibición sexual de la floreciente prensa alternativa y los cómics contraculturales, la emancipación de la sexualidad de las mujeres impulsada por la revolución feminista y la nueva disponibilidad de anticonceptivos fiables, el comienzo de la liberación homosexual, la publicación de libros de autoayuda ampliamente leídos, de El sexo y la joven soltera, en 1962, a La alegría del sexo, en 1972. En esta misma época se despertó un renovado interés por las perspectivas psicológicas derivadas de Freud en defensa de una mayor libertad sexual, con nueva y amplia atención a las ideas de Wilhelm Reich, D.H. Lawrence y William Blake, así como el surgimiento de teóricos y promotores de la liberación sexual, tales como Herbert Marcuse, Norman O. Brown, Germaine Greer, Monique Wittig y Mary Daly.
Todo el período estuvo marcado también por una nueva sexualidad explícita en el teatro, la literatura, la música, la danza y el cine.
Piénsese, por ejemplo, en el progresivo incremento del erotismo desde La Dolce Vita de Fellini, de 1960, a su Satiricón, de 1969, o la gran popularidad de la música cargada de erotismo y poderosa teatralidad dionisíaca de Mick Jagger y los Rolling Stones, Jim Morrison y The Doors, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Cream, The Who, Led Zeppelin, The Velvet Underground, y muchos otros intérpretes y grupos similares. Recuérdese el espíritu de apasionada energía y salvaje abandono que dominaba la época, la cualidad polimórfica-mente orgiástica de la década. Todas esas cualidades específicas sugieren con extraordinario vigor la presencia de un complejo arquetípico constituido por una síntesis del principio prometeico y el dionisíaco, sobre todo si podemos despojar a estos principios arquetípicos transculturales de su genérica inflexión helénica y retener en la mente, por ejemplo, la clara asociación de Dioniso–Plutón con las grandes figuras míticas indias de Kali y Shakti, diosas del poder erótico y la transformación elemental, muerte y renacimiento, destrucción y creación.
El inequívoco ambiente cultural que impregnaba la década de los sesenta, un Zeitgeist cuya cualidad predominante combinaba el despertar masivo de impulsos emancipadores y creativos con una titánica irrupción de fuerzas elementales y libidinales, fue objeto de comentario, celebración, crítica y temor.
Hubo intentos de eliminarlo e intentos de mantenerlo indefinidamente. Dominó la experiencia de la gente en ese momento, de la misma manera en que domina hoy la visión retrospectiva de esa época. En cierto sentido, los años sesenta parecían desencadenar un gran impulso edípico colectivo que catalizó una inmensa ola de rebelión de motivación erótica contra las estructuras represivas de la autoridad establecida. La fuerza impulsiva de gran parte de las actividades y los sentimientos más característicos de la época parece haber sido el intento de acabar con todas las limitaciones impuestas a la satisfacción libidinal, ya fueran sociales o políticas, artísticas, intelectuales, psicológicas o somáticas. Una vez más, si tras-cendemos la inflexión masculina de estos resonantes símbolos helé-nicos para comprenderlos en su nivel más general, transgenérico, es posible reconocer esencialmente el impulso y el complejo de Edipo como una manifestación de dos arquetipos distintos –el rebelde prometeico y el erótico dionisíaco– que actúan en estrecha conjunción y se activan mutuamente.
Pero la liberación de lo dionisíaco en los años sesenta no se limitó a ese aspecto erótico y libidinal del arquetipo, pues esa misma década se caracterizó por la erupción igualmente poderosa de las volcánicas, violentas y destructivas energías elementales asociadas al principio dionisíaco–plutónico–kálico. Además, durante todo este período, la expresión de estas energías estuvo sistemática y directamente ligada a la causa prometeica de cambio revolucionario y liberación política. Allí estaba la tremenda violencia masiva desencadenada por la Revolución Cultural China, la repetida irrupción de violencia y feroz destrucción en las comunidades afroamericanas de las ciudades del interior de los Estados Unidos, la oleada de asesinatos, la década entera de destrucción de una intensidad sin precedentes en Vietnam, la autoinmolación de contestatarios en Praga y Saigón, el incremento hasta entonces desconocido de la violencia en el cine –
Bonnie and Clyde, Grupo salvaje, La naranja mecánica–, los extremos de disturbio y violencia que se mostraban diariamente en los telediarios, el persistente impulso hacia la furiosa violencia de ambos lados en las manifestaciones contra la guerra, el penetrante «calor» del período.
Comprobé que abordar la década de los sesenta como manifestación colectiva de una síntesis arquetípica de Prometeo y Dioniso ofrecía una perspectiva no sólo históricamente rigurosa y precisa, sino también polivalente y omniabarcante. Suministraba una profunda comprensión, tanto a través de la multitud de significados de los dos arquetipos como a través de la dinámica reciprocidad de su interacción. En la compleja interacción de esos dos principios arquetípicos, el carácter histórico y el permeante espíritu de los años sesenta parecían expresarse en una suerte de concisa y profunda claridad.

También me encontré con una profundización similar en la comprensión del período de la Revolución Francesa, el de 1787–1798. Hasta aquí hemos analizado esa época predominantemente como el arquetipo prometeico de liberación y cambio radical, intensamente compelido y potenciado por el principio plutónico–dionisíaco. Pero si reorganizamos nuestro enfoque con el fin de tener en cuenta el lado inverso de esta dinámica arquetípica –es decir, el súbito despertar y la repentina liberación de las energías elementales de lo plutónico–dionisíaco por el principio prometeico–, se hace inteligible una dimensión completamente diferente, aunque igualmente fundamental del período de la Revolución Francesa: su síntesis espectacular de innovación emancipadora y violencia masiva. También aquí, como en el período 1960–1972, vemos el elemento específicamente destructivo del arquetipo dionisíaco, pero lo vemos inextricablemente unido a los temas prometeicos de libertad y rebelión (la multitud de insurrecciones masivas que convulsionaron París y gran parte de Francia durante la década, las repetidas masacres, el regicidio, los millares de ejecuciones en la guillotina, el Reino del Terror, el derramamiento de sangre y la furia, la desatada rabia irracional de los radicales que intentaban rehacer el mundo, las cabezas de decapitados clavadas en el extremo de picas y al frente de alegres turbamultas, el caos social y la agitación política incontenible.
Lo mismo que en los sesenta, también aquí se tuvo la experiencia de una repentina y duradera conmoción de magnitudes cata-clísmicas, un despertar de fuerzas volcánicas que precipitaban el hundimiento del orden establecido. Una vez más, se levantó una repentina ola colectiva de desinhibición y retorno de lo reprimido que desató fuerzas destructivas primordiales en estrecha asociación con impulsos liberadores y rebeldes. La orgía apocalíptica de muerte de las masacres de septiembre de 1792 y el Régimen de Terror de 1793–1794 tuvieron en la década de 1960 sus correlatos en las incontables atrocidades de la Revolución Cultural China, la tremenda destrucción del Tíbet, Vietnam, Camboya, Laos, Indonesia, la masacre de My Lai, los asesinatos de Manson, Altamont, los Ángeles del Infierno. Los diversos grupos extremistas de la Francia revolucionaria, como los jacobinos, los indulgentes o los enragés, tenían sus correlatos en muchas fracciones radicales similares de los sesenta, como los Guardias Rojos, los Panteras Negras y los SDS Weather-men, con sus propios Días de Cólera.
Estas dos décadas presididas por Urano–Plutón produjeron repetidas explosiones de emoción masiva de gran intensidad. Fuera violento o libidinoso, el complejo arquetípico dominante en cada uno de esos períodos parecía constelar repetidas y continuadas explosiones de intensidad emocional y potencia elemental, que moldearon la actividad y la experiencia humana a gran escala. Tampoco esta irrupción de renovada emoción masiva de la época de la Revolución Francesa se limitó a la violencia y la agresión, pues también era evidente una elemental erupción de fraternité, el tercero de la trinidad soberana de valores de la Revolución Francesa. La poderosa ola de sentimiento que embargó la Asamblea Legislativa en julio de 1792, en el apogeo del período democrático de la Revolución, cuando los diputados depusieron de repente sus antagonismos y comenzaron a abrazarse y besarse entre lágrimas de profunda emoción, y que se extendió por todo París en 1792, tuvo su correlato en acontecimientos como el del Verano del Amor de San Francisco en 1967 o el festival de música de Woodstock en 1969.
Lo mismo ocurrió con la irrupción de erotismo y sensualidad en ambas épocas. La liberación sexual de los años sesenta tuvo sus correlatos en los noventa del siglo XVIII en la nueva poesía erótica de Goethe, la adopción redentora del deseo sexual y el éxtasis sensual unidos al poder creador divino y la libertad imaginativa de Blake, los pechos desnudos y las túnicas traslúcidas de las mujeres en París, las memorias de intrigas y hazañas amorosas de Casanova, la desatada violencia sexual de las novelas del marqués de Sade. Casi idénticos fenómenos culturales se destacaron de manera muy llamativa en la década de 1960 –y a menudo implicaron el redescubrimiento, la apropiación y el desarrollo creativo de sucesos ocurridos en la última década del XVIII, como fue el caso de la famosa y controvertida Marat/Sade, pieza teatral y película, en la que el impulso a la revolución violenta (personificado por Jean–Paul Marat) y el impulso al erotismo violento (personificado por el marqués de Sade) se descargan en un tenso diálogo dramático.
El mismo redescubrimiento y la misma reapropiación del ambiente cultural de la década de los noventa del siglo XVIII los vemos durante los años sesenta del siglo pasado en el retorno entusiasta a Blake, con su titánica exaltación de la «Energía» –erótica, creativa, emancipadora– en rebelión contra los grilletes de la Iglesia y el Estado, el comercio y la industria, el materialismo mecanicista y el empirismo positivista. Muchos aforismos de El matrimonio del Cielo y el Infierno reflejan el ethos común a ambos períodos de Urano–Plutón, las décadas de 1790 y 1960, a la vez prometeicas y dionisíacas, que celebraban la pasión sin ligaduras y desafiaban todos los límites arbitrarios impuestos a la exuberancia creadora de la vida: Energía, Eterno Deleite.
El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la ira del tempestuoso mar y la espada destructiva son porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo humano.
Cuando ves un Águila, ves una porción del Genio. ¡Yergue tu cabeza!
El gozo fecunda. El dolor engendra.
La cabeza Sublime, el corazón Pathos, los órganos genitales Belleza, manos y pies Proporción.
Quienes reprimen al deseo pueden hacerlo porque éste es tan débil como para reprimirse.
Quien desea y no obra, engendra peste.
Antes asesina a un niño en su cuna que nutras deseos que no realices.
Nunca sabrás lo que es suficiente a menos que sepas lo que es más que suficiente.
El camino del exceso lleva al palacio del saber.
La maldición vigoriza: la bendición relaja.
Exuberancia es belleza.

Una vez más, las décadas presididas por Urano–Plutón parecen haberse caracterizado por continuas erupciones de principios prometeicos y dionisíacos en combinación, con todas las complejidades de estos dos arquetipos en interacción mutua.
He observado repetidamente un patrón muy claro según el cual los individuos históricamente significativos que desempeñaron papeles decisivos en épocas posteriores de Urano–Plutón, nacieron cuando estos mismos planetas estaban alineados. En este contexto resulta particularmente interesante la influyente figura de Jean–Jacques Rousseau.

LA LIBERACIÓN DE LA NATURALEZA
Es así como los dos períodos de alineamiento de Urano y Plutón que hemos examinado, el de la época de la Revolución Francesa y el de la década de 1960, fueron notables por la visible presencia en ellos de fenómenos al mismo tiempo prometeicos y dionisíacos, y no sólo unos u otros: llamamiento a la libertad, pero también revelación de la naturaleza; despertar intelectual, pero también irrupción de sentimientos e instintos; cambio radical, pero también exaltación del eros; innovación creadora y experimento, pero también destrucción y agitación. Especialmente sugerente me pareció la evidencia relativa a la compleja interacción de ambos arquetipos, su síntesis inextricable: libertad autónoma con afirmación de la naturaleza, liberación con sexualidad, rebelión con violencia, innovación y cambio con intensidad sobrecogedora, todo a escala masiva. Por supuesto, lo particularmente sugerente y desafiante era la coincidencia de que estos dos principios fueran los arquetipos planetarios específicos asociados a los dos planetas que durante esas épocas particulares se presentaban alineados. Cuando tuve en cuenta los principales acontecimientos que se produjeron durante el período de la Revolución Francesa fuera del contexto europeo, reconocí el funcionamiento de una dinámica arquetípica sorprendentemente semejante en otros lugares del mundo.
Una vez más, comprobamos durante este mismo alineamiento la fusión del tema de la revolución científica y el despertar a la evolución dinámica de la Tierra en la fecunda obra de Hutton de 1795 titulada Una teoría de la Tierra, fundamento de la geología moderna.
En muchos de estos ejemplos nos reencontramos con desarrollos culturales e intelectuales que ya hemos examinado a la luz del principio prometeico de despertares revolucionarios impulsados y potenciados por lo plutónico (Plutón–Urano), pero que ahora podemos entender como reflejos de la dinámica arquetípica inversa del repentino despertar, propio del principio de Prometeo, de la psique colectiva y la mente científica a nuevas dimensiones de las fuerzas dionisíaco–plutónicas de la naturaleza, procesos evolucionistas e impulsos instintivos (Urano–Plutón). Esta configuración secuencial de despertares artísticos e intelectuales a las fuerzas elementales de la naturaleza y los procesos ctónicos evolucionistas resulta otra vez evidente durante la conjunción más reciente de Urano–Plutón, la de 1960–1972.
Además de la repentina aparición y la omniabarcante presencia del impulso dionisíaco en la música, la danza, el cine, el teatro y la literatura de la década de 1960, encontramos durante esos años un complejo de temas típicamente prometeico–dionisíacos que adopta distintas formas de expresión en las ciencias. Se aprecia en los rápidos desarrollos teóricos y en el intenso interés en las raíces evolutivas del comportamiento y la anatomía humanos, ejemplificadas en obras de gran repercusión como Sobre la agresión de Konrad Lorenz, El imperativo territorial de Robert Ardrey y El mono desnudo de Desmond Morris, así como en el desarrollo, en esos años, de la sociobiología de Edward O. Wilson y otros. Y también se aprecia en la «segunda revolución darwinista» en biología evolucionista, así como en la teoría del equilibrio puntuado de Gould y Eldredge. El motivo del despertar ctónico aparece también durante estos mismos años en las ciencias de la Tierra con la revolución de la tectónica de placas, desarrollo del concepto de Wegener de deriva continental de comienzos del siglo. Catalizada en 1960 por la teoría de Hess sobre la expansión del fondo marino, la revolución de la tectónica de placas se desarrolló poco a poco durante este alineamiento, con la formulación de los decisivos experimentos de Vine y Matthews en 1963 («de importancia no menor que la de cualquier otro que se haya formulado en las ciencias geológicas en este siglo») llevados a cabo con éxito en los años inmediatamente siguientes. Estos desarrollos parecían a su vez formar parte de un despertar intelectual más amplio a la Tierra como sistema vivo, dinámico y autotransformador. Muchos otros desarrollos científicos y filosóficos de esos años, como los relacionados con la teoría del caos, la teoría de la complejidad y la teoría de sistemas, reflejan temas indicativos de este mismo complejo arquetípico. Una vez más, encontramos una expresión paradigmática de estos temas en la propuesta que Lovelock realiza en 1968 de lo que luego se conocería como la hipótesis Gaia, que concibe la Tierra entera como un ecosistema planetario vivo y autorregulado.
De hecho, durante todo el período 1960–1972 de la conjunción Urano–Plutón observamos un amplio despertar de los derechos de la naturaleza y una liberación de la voz de la naturaleza, con la rápida emergencia de la conciencia ecológica iniciada por Rachel Carson cerca del inicio de la conjunción, en 1962. En el verano de 1969, en medio del período más intenso de activismo antibélico, asambleas y rebeliones estudiantiles, empezó a planificarse el Día de la Tierra, una protesta global de base popular en defensa del medio ambiente.

En la categoría de fenómenos históricos y culturales que hemos explorado, vemos variaciones arquetípicas cíclicas, y con una creatividad aparentemente inagotable, sobre el tema de la liberación o el despertar de las fuerzas de la naturaleza: los poderes creadores de la naturaleza y la vida, la libido erótica y la sexualidad, el inconsciente freudiano y el ello, la voluntad de poder de Nietzsche y la voluntad universal de Schopenhauer, las fuerzas evolutivas darwinistas y las fuerzas geológicas de la Tierra. También hemos visto otras formas, como en esa repentina liberación de las fuerzas creadoras en los pueblos de sociedades previamente represivas, que con tanta frecuencia acompañó las emancipaciones revolucionarias, como en la Inglaterra de la década de 1640, en toda Europa en la de 1790 y en todo el mundo en la de 1960. Incluso si retrocedemos a la conjunción de Urano y Plutón de la década de 1450 y el desarrollo de la imprenta de Gutenberg, encontramos otra versión del mismo tema: el desencadenamiento sin precedentes de fuerzas históricas y de fuerzas creadoras del espíritu humano gracias a la imprenta, la cual demostró ser un requisito esencial para muchos de los desarrollos culturales y tecnológicos más importantes de la era moderna. Y hemos visto ya la expresión más problemática de este motivo arquetípico en el desencadenamiento de violencia política y agitación popular a gran escala durante todos estos alineamientos.
Si revisamos ahora en su totalidad la categoría de las revoluciones tecnológicas a las que hemos hecho referencia, comprobamos que este mismo tema arquetípico también ha conocido otra forma de presentación, a saber, un desencadenamiento prometeico más literal de las fuerzas de la naturaleza, con consecuencias de gran calado, perceptibles aún hoy. Así, la conjunción de Urano y Plutón de 1705–1716 coincidió con el invento de la máquina de vapor y el descubrimiento del uso del carbón para los hornos de fundición de acero, que inauguraron la Revolución Industrial y la edad del vapor, el carbón y el hierro. La conjunción siguiente de Urano y Plutón, la de 1845–1856, coincidió con el descubrimiento del petróleo como combustible, descubrimiento que inició la era del petróleo, cuyas consecuencias culturales, ecológicas y geopolíticas son aún hoy patentes. Y la oposición siguiente de 1896–1907 coincidió con el nacimiento de la era nuclear con el descubrimiento de radiactividad en el uranio, el aislamiento del radio y el polonio y la fórmula e= mc2, de Einstein.
Cada uno de estos inventos y descubrimientos desempeñó a su vez un papel en importantes desarrollos tecnológicos e industriales que coincidieron con posteriores períodos presididos por Urano–Plutón, lo que sugiere el mismo tipo de configuración diacrónica cíclica que hemos observado en otros campos.
Nos hallamos ante los mismos desarrollos que ya hemos analizado anteriormente en términos de trascendentales revoluciones científicas y tecnológicas, entendidas como la potenciación plutónica del principio prometeico de eclosión intelectual y cambio radical (Plutón–Urano). Y ahora percibimos también la dinámica arquetípica inversa, por la cual la innovación tecnológica prometeica y el ingenio humano desencadenan las fuerzas plutónicas de la naturaleza (Urano–Plutón). Todos estos fenómenos representan la materialización concreta de la máxima de Bacon según la cual «saber es poder», otra manifestación de Prometeo liberado y potenciado. El propio Bacon, como recordaremos, empezó a redactar sus escritos filosóficos inspirados en el imperativo «saber es poder» bajo la conjunción de Urano y Plutón de 1592–1602. Durante esta misma conjunción tuvo lugar el nacimiento de Descartes, el otro importante progenitor filosófico de la moderna voluntad de poder científico–tecnológico.

REBELIÓN RELIGIOSA Y EMANCIPACIÓN ERÓTICA

En materia de religión, durante los períodos de alineamiento de Urano y Plutón han sido sistemáticamente evidentes tanto la reforma radical como la rebelión contra la autoridad y la tradición. Tanto una como otra han adoptado diversas formas: unas veces, la repentina presión desde dentro a favor del cambio, como ocurrió en el caso del Concilio Vaticano II, de un carácter reformista sin precedentes, convocado por el papa Juan XXIII en 1962 «para abrir la ventana» de la Iglesia católica al aire fresco y el nuevo espíritu de los tiempos; otras veces, formas más radicales y antagónicas, como ocurrió con la abolición del culto de Dios por la Revolución Francesa en 1793, que cerró las iglesias de París y prohibió la lectura pública de la Biblia. El obispo de París abjuró públicamente de la religión católica y declaró que, a partir de ese momento, en Francia sólo se rendiría culto a la Libertad y la Igualdad.
Sin embargo, en todos estos períodos y en muchos de los fenómenos claramente prometeicos que se acaban de citar, estaba implicado también el elemento dionisíaco. En cada una de las épocas presididas por Urano–Plutón advertimos una explosiva síntesis en la 320 cual la rebelión contra la autoridad y el dogma religiosos se da en estrecha vinculación con un impulso colectivo a la emancipación erótica, que ha despertado súbitamente. Semejante síntesis de ambos motivos, el erótico y el religioso, fue particularmente notable en la Fiesta de la Razón de la Revolución Francesa, cuando, tras las ceremonias en la catedral de Notre Dame, la multitud enardecida bailó salvajemente en el santuario catedralicio, las mujeres dejaron sus pechos al aire y los hombres se desvistieron, mientras que en la sacristía las parejas copulaban libremente. Todo el desfile por las calles, con su ambiente de carnivale y las multitudes alegres y rebeldes aplaudiendo y vitoreando al magnífico carruaje que transportaba a la Diosa a la catedral, evoca de una manera asombrosa la antigua procesión ceremonial del carro dionisíaco.
Similares patrones de liberación y el propio emerger del principio dionisíaco en los asuntos humanos son evidentes en los alineamientos de Urano y Plutón desde siglos antes de la Revolución Francesa, como en los tumultuosos levantamientos y los extendidos movimientos revolucionarios que dominaron el período de 1643– 1654 en la época de la Revolución Inglesa, exactamente un ciclo completo antes del período correspondiente al Matrimonio del Cielo y el Infierno de Blake y la Revolución Francesa.
A menudo, en las épocas presididas por Urano y Plutón, el impulso combinado de libertad religiosa y libertad sexual no sólo se expresó en rechazo radical, sino también en constantes esfuerzos a favor de la reforma liberal.
A mi juicio, la innovación tecnológica debería considerarse más bien un factor sincrónico y poderosamente sinérgico en un proceso histórico mucho mayor y más complejo, en el que los dos principios, el prometeico y el dionisíaco, interactúan poderosamente y se catalizan uno al otro en muchos niveles, lo que produce y acelera la proliferación de causas y efectos.

LA SECUENCIA CÍCLICA COMPLETA

En todos estos fenómenos que implican la síntesis y la mutua activación de estos dos impulsos arquetípicos, advertimos claras indicaciones de las dos formas diferentes de configuración relacionada con el ciclo de Urano–Plutón: un patrón sincrónico, en el que un alineamiento singular coincide con una multiplicidad de acontecimientos arquetípicamente relacionados en diferentes lugares y en distintos campos de actividad, que tienen lugar independientemente aunque en estrecha proximidad temporal; y un patrón diacrónico, en el que una serie de alineamientos cíclicos durante varios siglos coincide con una clara secuencia de hitos significativos en un movimiento específico o en un área específica de actividad. Cuando avancé en mi investigación histórica descubrí que estos dos tipos generales de configuración aparecían en cada uno de los ciclos planetarios que estudiaba y en una asombrosa variedad de formas, aunque con rigurosa consistencia arquetípica. Ambos tipos de configuración eran también visibles, y ambos resultaban más comprensibles y más coherentes cuando introducía los alineamientos cuadráticos intermedios. En aras de la simplicidad, al revisar el patrón distintivo de correlaciones para el ciclo de Urano–Plutón he circunscrito la atención casi por completo a los alineamientos axiales, la conjunción y la oposición, que son los dos clímax del ciclo completo de 360°. Un análisis más detallado incluiría el cuidadoso examen de fenómenos históricos y culturales que coinciden con los alineamientos intermedios y completan la secuencia cuadrática.
En la secuencia inmediatamente posterior de alineamientos cuadráticos podemos percibir el mismo patrón. La cuadratura de Urano y Plutón a mitad de camino entre la oposición de la Revolución Francesa y la conjunción de las revoluciones de 1848 se produjo entre 1816 y 1824. Fueron éstos los años en que los dos planetas estuvieron a menos de 10o del alineamiento exacto, que es la franja habitual en que he observado la coincidencia con acontecimientos arquetípicamente interesantes (el alineamiento llegó a su posición exacta en 1820–1821). Este período de ocho años coincidió precisamente con la gran oleada de revoluciones latinoamericanas que llevó la independencia en rápida sucesión a Argentina (1816), Chile (1817), Colombia (1819), México, Venezuela, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Panamá, Santo Domingo (todas en 1821, cuando el alineamiento estaba en su punto exacto), Brasil y Ecuador (1822), y Perú (1824). Una vez más resulta claramente discernible la campana de Gauss que adopta la configuración del patrón arquetípico de un principio prometeico repentinamente potenciado y que se expresa en una ola de actividad humana colectiva y acontecimientos históricos, en este caso inequívocamente centrados en 1820–1821.
EL CICLO DE URANO–PLUTÓN
Cuadraturas intermedias
Orbe de 10º
Alineamientos exactos < 1º
1489–1507
cuadratura
1496–1500
1563–1570
cuadratura
1566–1567
1620–1627
cuadratura
1623–1624
1674–1683
cuadratura
1678–1680
1749–1764
cuadratura
1755–1758
1816–1824
cuadratura
1820–1821
1873–1880
cuadratura
1876–1877
1928–1937
cuadratura
1932–1934
2007–2020
cuadratura
2012–2015
El orbe de 15º comprende de uno a tres años y después de las fechas consignadas para los 10º.

La súbita aparición de una colectiva voluntad de poder durante las épocas presididas por Urano–Plutón también puede concentrarse y encarnarse en una sola figura poderosa, un conquistador o un tirano político–militar de la historia mundial que parece impulsado por una fuerza de la naturaleza: una de las secuencias diacrónicas más impresionantes de este ciclo es la coincidencia de los alineamientos de Urano y Plutón con la aparición de ese tipo de figuras: 335 Alejandro Magno en la conjunción de 328–318 a.C., Julio César en la conjunción de 74–65 a.C., Carlomagno en la oposición de 766-782, Genghis Khan en la conjunción 1196–1206, Tamerlán en la oposición de 1390–1400, Pedro el Grande en la conjunción de 1705–1712, Napoleón en la oposición de 1787–1798, Hitler, Mussolini, Stalin y Mao durante la cuadratura de la década de los treinta, y el apogeo de este último y el culto a su personalidad durante la conjunción de los años sesenta. Muchas otras figuras de menor poder, pero con características e impulsos similares –dictadores, conquistadores, tiranos, hombres fuertes– surgieron a lo largo de los siglos durante períodos regidos por alineamientos de Urano y Plutón.
Si volvemos a prestar atención a la larga secuencia de épocas presididas por Urano–Plutón, comprobamos que, además de todos los temas e impulsos que hemos observado ya –revoluciones sociales y políticas, emancipación sexual, revoluciones científicas y tecnológicas–, es posible reconocer la correlación de este ciclo con los períodos históricos de creatividad tremendamente exaltada que afectaron de manera similar a todos los campos de la actividad humana e hicieron en realidad posible la gran cantidad de manifestaciones y motivos que acabamos de mencionar. Una vez más, esto parece reflejar el vector dinámico del arquetipo plutónico que impulsa y potencia al prometeico: Plutón–Urano. Lo mismo que sucedió con la espectacular explosión de creatividad e influencia cultural que entre 1962 y 1970 mantuvieron sin interrupción los Beatles y Dylan, junto con decenas de músicos repentinamente dotados de gran creatividad, era como si todas las artes y las ciencias de los años sesenta hubieran recibido un gran impulso de shakti creativa paralelo a la titánica explosión tecnológica, social y política de la década, un poder creativo capaz de lanzar a los seres humanos alrededor de la Tierra y al espacio, tanto exterior como interior. Es lo que ocurrió también en la oposición precedente, a la entrada del siglo XX, con su gran eclosión de rupturas creadoras en las artes y las ciencias –Einstein y Planck, Freud y Jung, Mahler y Stravinsky, Cézanne y Picasso, Mann y Rilke, William y Henry James, Isadora Duncan, entre muchos otros–, y una vez más en estrecha armonía con los cambios revolucionarios y los movimientos de emancipación que se produjeron entonces en todo el mundo, tanto en el orden social como en el político y el tecnológico. Y todos levantando vuelo, por así decir, junto con los hermanos Wright.
Aunque muchas veces los temas anteriores –revolución científica y tecnológica, por ejemplo, o liberación sexual– se solapaban con la categoría a la que ahora nos referimos, mi interés específico se centra aquí en la creatividad cultural por sí misma. El fenómeno de la creatividad parece estar asociado a los tres arquetipos planetarios exteriores, cada uno de ellos con una inflexión diferente. En una sección posterior examinaremos correlaciones con Neptuno y sus cualidades y motivos distintivos. En el ciclo de Urano–Plutón que aquí analizamos, el principio de Prometeo asociado a Urano comprende los aspectos de la creatividad que implican inventiva, repentinos e imprevistos despertares y saltos espectaculares, el excitante impulso a producir lo nuevo, cambios bruscos en el despliegue de la realidad, brillantes y asombrosos descubrimientos y avances, así como la necesidad urgente de liberar a los seres humanos de limitaciones y cargas. En contraste, el principio plutónico–dionisíaco concierne más al aspecto elemental de la creatividad –desde las profundidades, desde los manantiales evolutivos de la naturaleza y desde las profundidades del inconsciente, lo ctónico y lo libidinal–, es decir, la creatividad como complemento polar y compensación del aspecto destructivo del mismo arquetipo de Plutón, fundamentalmente ambiguo. Así, la síntesis dinámica de estos dos principios, el prometeico y el dionisíaco, que tiende a darse durante alineamientos del ciclo de Urano–Plutón, es especialmente sinérgica en la constelación de creatividad. Shakti, la suprema diosa india y principio del poder creativo divino, es por muchas razones una síntesis de estos dos principios (y también en combinación con Neptuno). Los períodos presididos por Urano–Plutón pueden considerarse épocas marcadas por el despertar particularmente vivaz y poderoso de Shakti en la psique colectiva…

Estas épocas y figuras parecen ser los recipientes idóneos para el surgimiento repentino, desde las profundidades de la naturaleza, de fuerzas creativas elementales que catalizan y aceleran la transformación evolutiva de la vida humana.
Lo mismo que en esta gran cantidad de expresiones emblemáticas de la voluntad y la imaginación individuales, también en la vida colectiva y en los acontecimientos históricos de las épocas presididas por Urano–Plutón que hemos examinado, se destacan sistemáticamente el mismo poder y el mismo drama intelectual, emocional y elemental. En nuestra propia vida y nuestro propio tiempo, tengamos veinte o setenta años de edad, el período de conjunción más reciente de Urano y Plutón, la década de 1960, continúa ejerciendo sus titánicos efectos emancipadores, revolucionarios, violentos, creativos, eróticos, perturbadores, desestabilizadores, que impulsan inexorablemente al futuro y despiertan a lo nuevo.
Sin embargo, como tan agudamente exploraron Dostoievski y Melville, Shakespeare y Jung, el despertar de este impulso es también peligroso por su intensidad y por la potencial destructividad de sus energías desatadas, así como por su potencial autodestructividad. Aquí encontramos uno de los desafíos y ambigüedades de mayor calado de este complejo arquetípico. Cuando consideramos muchas de estas figuras y épocas prometeicas titánicas, resulta evidente que la combinación del principio prometeico y el dionisíaco, a menudo parecen expresarse no sólo mediante la intensificación, la potenciación y la irrupción violenta de lo prometeico, sino también a través de la destrucción de lo prometeico, que arde en las llamas de su propia intensidad, en las exigencias de su propio drama arquetípico. Este resultado potencial refleja la profunda ambigüedad del principio dionisíaco–plutónico–kálico, que al mismo tiempo refuerza e intensifica, es violento y destructivo, transformador y regenerativo.

UNA PERSPECTIVA MÁS AMPLIA DE LOS AÑOS SESENTA
Tras muchos años de riguroso estudio de las correlaciones que hemos expuesto en los capítulos anteriores, así como de las correlaciones de los otros ciclos de planetas exteriores, me he forjado poco a poco la idea de que, en cierto sentido, todo lo que ocurre durante un alineamiento está implícitamente presente en los posteriores y a ellos contribuye, como si se tratara de un único desarrollo histórico continuado y acumulativo. Esto no sólo parecía ser cierto en la vida de una persona individual durante alineamientos sucesivos del mismo ciclo, sino también en la vida colectiva de una cultura, como si en realidad toda la cultura fuera un único individuo. Tenía la impresión de que todo lo logrado, experimentado, sufrido o producido penosa o alegremente durante un alineamiento cíclico, fuera lo que fuese, seguía de alguna manera presente y mantenía su eficacia causal (tanto en el sentido aristotélico como en el de Whitehead), durante los alineamientos siguientes del ciclo, lo que hacía posible y a la vez informaba nuevos desarrollos. Algo parecido a esta continuidad dinámica fue sin duda evidente en las diversas líneas de desarrollo que enlazaron, por ejemplo, la época de la Revolución Inglesa del siglo XVII con la de la Revolución Francesa del siglo XVIII, posteriormente con las revoluciones de mediados del siglo XIX y la gran cantidad de procesos revolucionarios a caballo entre el siglo XIX y el XX, y por último con la década de los sesenta, en todas las áreas que hemos analizado: feminismo y derechos de las mujeres, antiesclavismo y derechos civiles, pensamiento y movimientos políticos progresistas y radicales, revoluciones tecnológicas y científicas, emancipación sexual y desencadenamiento de las fuerzas de la naturaleza, de violencia y destrucción y de autodestrucción.
Así las cosas, me parecía que era mejor no tratar en forma aislada cada época, cada acontecimiento, cada fenómeno cultural y cada vida individual que coincidiera con un alineamiento planetario específico, sino considerarla profundamente modelada por lo que ha ocurrido en períodos de alineamiento anteriores del ciclo –al tiempo que portadora de ello– y también, como veremos más adelante, lo sucedido durante alineamientos anteriores de otros ciclos planetarios asociados a complejos arquetípicos muy distintos. Esto parecía cierto incluso cuando lo conseguido, o aquello contra lo que se luchó, no saliese del ámbito cerrado de una vida individual o una sociedad o subcultura local aisladas, ignorantes de la vida del amplio mundo en el que se hallaban insertas. Cuando se presta atención a estos numerosos fenómenos históricos y culturales, se tiene la sensación de que lo que se elabora y se produce en cada momento no se pierde nunca, ni está verdaderamente aislado en su contexto individual o local. Por el contrario, en algún nivel más profundo, participa y perdura en despliegues colectivos de mucho mayor alcance.
Estos desarrollos arquetípicos en curso nos afectan a todos, y no solamente a quienes nacieron bajo esos alineamientos particulares, a unos de modo más notable que a otros, evidentemente, pero en cierto modo todos llevamos dentro todo. En el interior de todos nosotros viven todos esos principios y complejos arquetípicos, en distintas formas y variadas combinaciones con otros impulsos arquetípicos –de manera muy parecida a como todos esos planetas están presentes en nuestras respectivas cartas natales, en configuraciones interminablemente distintas–, impulsos arquetípicos que son portadores de vastas corrientes de experiencia histórica.
Desde este punto de vista, es como si todo el mundo que haya nacido después de la década de los sesenta hubiera vivido realmente, de una u otra manera, en los años sesenta. Llevan dentro los efectos de esa época, conocen sus conflictos y sus luchas, sus verdades y sus revelaciones. En cierto sentido, este conocimiento vive subconscientemente dentro de ellos. Entran en nuevas eras con todos esos impulsos y fuerzas de poderosa existencia en su interior, tanto las trascendentales resoluciones heredadas de la época anterior como lo que ha quedado profundamente sin resolver. Lo mismo hacemos todos con respecto a todos los siglos anteriores de alineamientos y experiencia humana.

Todas estas reflexiones, por supuesto, han sido anticipadas por la concepción junguiana del inconsciente colectivo, pero las pruebas expuestas en este libro introduce en esa perspectiva una cierta especificidad, y tal vez un fundamento cósmico más explícito.58 Indica con nitidez y con gran detalle los despertares cíclicos y las activaciones reales de un impulso arquetípico particular en los asuntos humanos, al mostrar su continuidad dinámica y su ritmo específico de aparición a lo largo de los siglos. Permite un nuevo potencial de autoconciencia histórica y participación arquetípica consciente. To-do esto es posible gracias a la hipótesis, o a la comprensión, de que los movimientos planetarios tienen significado, es decir, que se corresponden de manera inteligible con principios arquetípicos particulares, y que sus patrones cíclicos de despliegue están estrechamente asociados con los patrones cíclicos de despliegue de los asuntos humanos.
Así como todo lo sucedido en los años sesenta dependía de todo lo que había sucedido en las épocas anteriores presididas por Urano–Plutón –y lo llevaba en sí–, lo mismo sucede con la continua presencia dinámica de «los años sesenta» en épocas posteriores, hasta el día de hoy. El gran despertar mundial del feminismo y el movimiento de liberación de la mujer –que hizo su aparición en los sesenta, se expandió en los años siguientes y continúa hoy creciendo y ganando vigor– dependía por completo de aquello por lo que habían luchado y que habían conseguido las sufragistas militantes de la primera década del siglo XX, las pioneras de los derechos de las mujeres de 1848 y Mary Wollstonecraft y las mujeres de la Revolución Francesa de la última década del siglo XVIII. Cuando Dylan cantó con su lengua de fuego en los años sesenta, se inspiraba en todos los cantantes y poetas que habían clamado por la libertad y los cambios sociales antes que él, y el poder de su profética voz en esos años continuó dando forma al ethos cultural de cada década posterior. Lo mismo ocurrió con Martin Luther King y el movimiento por los derechos civiles, Rachel Carson y el movimiento ecologista, los movimientos políticos progresistas, los avances científicos y tecnológicos, la evolución de la literatura y las otras artes. Y lo mismo ocurrió con las desatadas fuerzas titánicas de la naturaleza: del poder tecnológico, de la libertad instintiva y libidinal y de la rebelión radical, ya en forma de violencia revolucionaria, ya como voluntad de poder sublimada que produce una transformación más profunda e integrada de la sociedad y el yo. Naturalmente, gran parte de esto que digo cuenta ya con amplia aceptación o es a veces incluso una obviedad, pero, una vez más, las evidencias que hemos examinado hasta ahora proporciona una cierta especificidad detallada de conexiones dinámicas, tanto históricas como arquetípicas, y también una especificidad detallada del ritmo de aparición y del carácter arquetípico de estos procesos, que de otra manera nos resultarían inaccesibles. Creo que esta especificidad de detalle y esta configuración cíclica refuerzan radicalmente nuestra comprensión de la evolución cultural como vasto desarrollo histórico modelado por fuerzas dinámicas arquetípicas, poderes que actúan en el interior de una psique colectiva que a su vez refleja y expresa un fundamento cósmico.
Fue por consiguiente esta inesperada combinación de tantos factores –el encaje tan asombroso entre los fenómenos históricos y los principios arquetípicos correspondientes, el ritmo preciso de aparición, la inexplicable simultaneidad de tales fenómenos en lugares extremadamente dispersos, y la coherente coincidencia de importantes figuras y acontecimientos arquetípicos relacionados con los alineamientos cíclicos a lo largo de prolongados períodos– lo que, en su conjunto, me pareció que merecía una nueva evaluación de la antigua visión astrológica del universo, mucho más allá de lo que las explicaciones convencionales modernas eran capaces de proporcionar. Encontré convincente la sutileza y globalidad del método astrológico arquetípico, que permitía integrar e iluminar fenómenos de diferentes categorías y aparentemente sin relación entre sí.
Descubrí que a medida que ampliaba mi investigación para abarcar un espectro mayor de fenómenos de diferentes temas y cualidades, y a medida que surgía una imagen más amplia de los múltiples ciclos planetarios en curso – secuenciales, entrelazados y mutuamente solapados–, los complejos patrones arquetípicos de la historia humana resultaban más claros y su comprensión ganaba en riqueza.


CICLOS DE CRISIS Y CONTRACCIÓN
LAS GUERRAS MUNDIALES, LA GUERRA FRÍA
A continuación, examinaremos el ciclo planetario de Plutón con Saturno, que en algunas cuestiones importantes se asemeja al de Urano–Plutón. La naturaleza de esta semejanza parece reflejar la presencia activada, en ambos ciclos, del principio arquetípico asociado al planeta Plutón. Pero la manera en que el arquetipo de Plutón es activado durante los alineamientos de Saturno y Plutón (Saturno–Plutón) y, a la inversa, el segundo principio arquetípico que potencia e intensifica el arquetipo plutoniano (Plutón–Saturno), da lugar a panoramas completamente distintos.
Mientras que los períodos dominados por Urano–Plutón coinciden sistemáticamente con amplias agitaciones revolucionarias, renovados impulsos a la emancipación y radical innovación cultural, los sucesivos alineamientos cuadráticos del ciclo de Saturno–Plutón coinciden con períodos históricos particularmente desafiantes, marcados por una atmósfera de gran contracción: épocas de crisis y conflicto internacional, potenciación de fuerzas reaccionarias e impulsos totalitarios, violencia y opresión organizadas, todo ello marcado a veces por persistentes efectos traumáticos. Estos períodos de entre tres y cuatro años tienden a ir acompañados de una atmósfera de gravedad y una extendida sensación de fin de época: «el fin de una era», «el fin de la inocencia», la destrucción de un modo de vida anterior que, mirando hacia atrás, podía caracterizarse por una gran complacencia, decadencia, ingenuidad y vanidad. Como en el ciclo de Urano–Plutón, el tema dominante es la transformación profunda, pero en este caso a través de la contracción, la crisis y la reacción conservadora.
Tanto la Primera como la Segunda Guerra Mundial comenzaron en coincidencia con los alineamientos prácticamente exactos de aspectos duros de Saturno y Plutón, en agosto de 1914 y septiembre de 1939. El alineamiento más reciente de Saturno y Plutón se produjo en coincidencia absoluta con los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 –la destrucción del World Trade Center en Nueva York y el ataque al Pentágono en Washington–, y los que, en gran número, se desencadenaron a partir de éstos.
El intenso conjunto de cualidades, emociones y significados vinculado a esos graves sucesos –el comienzo de las dos guerras mundiales, el 11 de septiembre y sus consecuencias, así como muchos otros acontecimientos semejantes durante los alineamientos de Saturno y Plutón– encaja bien con la síntesis de los principios arquetípicos asociados a esos dos planetas, en su forma más extrema: acontecimientos muy opresivos y de consecuencias perdurables, violencia y muerte a gran escala, fin irrevocable de un orden establecido de la existencia, poder de destrucción enormemente disciplinado y cuidadosamente organizado y una extendida sensación de victimización y sufrimiento bajo el impacto de las fuerzas cataclísmicas y opresivas de la historia.
En términos más generales, este complejo arquetípico tiende a constelar una sensación de tener la vida personal determinada y constreñida por una enorme variedad de grandes fuerzas impersonales –históricas, políticas, militares, sociales, económicas, judiciales, biológicas, elementales, instintivas–, demasiado poderosas y dominantes para ser afectadas por el yo individual. Esta sensación de vulnerabilidad es a menudo compensada por un impulso de poder, control y dominación. A veces, ambas caras de esta Gestalt más amplia se constelan simultáneamente en dos personas o grupos opuestos: uno, en calidad de victimario; el otro, de víctima. Pero con la misma frecuencia ambos aspectos se constelan en una misma persona, un mismo grupo o una misma nación, de tal modo que cada parte del complejo evoca inconscientemente a la otra. Las experiencias de profunda humillación a que dan lugar la violencia, la violación y la derrota se ven así a menudo acompañadas de una compensatoria necesidad de demostrar vigor de acero, invulnerabilidad y capacidad para una venganza mortal.
Los períodos correspondientes a los alineamientos de Saturno y Plutón también se caracterizan por el despliegue de determinación personal y colectiva, voluntad indeclinable, coraje y espíritu de sacrificio; esfuerzo concentrado, silencioso y de gran energía ante el peligro y la muerte; creciente profundidad del discernimiento moral, gracias a la experiencia y el sufrimiento, y la transformación y la forja de duraderas estructuras materiales, políticas o psicológicas.
Desde hace mucho tiempo se asocia a Saturno, en tanto principio arquetípico, con un complejo de significados que, aunque polivalente y diverso, posee una coherencia fácil de reconocer: las duras estructuras y limitaciones de la realidad material y la existencia mortal, la contracción y la constricción, la privación y la negación, la división y el conflicto, la gravedad, la necesidad, la terminación de las cosas. Saturno empuja las cosas hacia su conclusión y las define en su finitud. Se expresa en realidades existenciales como el envejecimiento y la madurez, la agonía y la muerte, el trabajo y el deber, el sufrimiento y la adversidad, el peso del tiempo y del pasado, la sabiduría de la experiencia. Gobierna la autoridad, la solidez, la seguridad, la fiabilidad, la tradición establecida, el statu quo, el orden y el sistema, lo que permanece y sostiene. El arquetipo de Saturno abarca todo lo que implica límites y fronteras. Define y fundamenta, oprime y solidifica. Se expresa en la disciplina y el control, el rigor y la rigidez, la represión y la opresión. Rige el juicio, la culpa, las consecuencias de acciones del pasado, el error y la falta, el defecto y el fracaso, la pérdida de vigor y la decadencia, la depresión y la tristeza. Saturno es, para decirlo con una frase de Nietzsche, el «espíritu de lo que pesa», a la vez grave y oscuro. En términos freudianos, es el «principio de realidad», las postergaciones de la gratificación y las resistencias a ella, los obstáculos y las limitaciones que las exigencias de la vida imponen. Saturno es el portador de la verdad pura y dura: desnuda, sin ador-nos, instructiva, sobria, a menudo dolorosa. Es el resultado final, el funcionamiento de la necesidad, lo inevitable, lo ineludible.

En los aspectos mayores entre dos planetas, si uno de ellos es Saturno, los fenómenos correspondientes sugieren que, al combinar-se con el otro principio, el arquetipo de Saturno tiende a expresar sus cualidades y temas característicos de contracción, realismo, división, privación, materialidad, dificultad, juicio, autoridad estricta, etcétera –en este caso a través del principio arquetípico asociado a Plutón–. Sobre todo, en lo que respecta a los aspectos duros, el principio de Saturno tiende a poner de relieve el potencial problemático de todo lo que toca, mientras que en otros sentidos se opone a ese segundo principio planetario o lo niega. Su influencia arquetípica parece también ser uno de los acontecimientos dinámicamente orientados a coyunturas críticas y decisivas. Así como durante los alineamientos de Urano y Plutón el principio arquetípico asociado a Plutón parecía potenciar e intensificar el impulso prometeico de rebelión, innovación, cambio radical y urgente necesidad de libertad, con transcendentales consecuencias transformadoras y a veces destructivas, así también durante los alineamientos de Saturno y Plutón el principio plutoniano parece potenciar e intensificar, a veces en un grado irresistible y a gran escala, cada una de las tendencias y cualidades saturnianas ya mencionadas. Además de esta influencia potenciadora e intensificadora, el arquetipo de Plutón también parece añadir al complejo sus cualidades características, que ponen en juego fuerzas instintivas y elementales, poder titánico y violenta intensidad, violación y destrucción, profundidades ctónicas y transformación evolutiva. Con estos principios arquetípicos en mente podemos comenzar a observar la extraordinaria coincidencia entre, por un lado, los períodos de profunda gravedad, crisis y contracción históricas y, por otro lado, los sucesivos alineamientos mayores del ciclo de Saturno– Plutón.

EL CICLO DE SATURNO–PLUTÓN
Alineamientos cuadráticos desde 1914
Orbe de 15º para conjunciones y oposiciones
Alineamientos exactos < 1º Orbe de 10º para las cuadraturas
Agosto 1913–junio 1916
conjunción octubre 1914–mayo 1915
Octubre 1921–octubre 1923
cuadratura Enero–octubre 1922
Enero 1930–octubre 1933
conjunción Febrero–diciembre 1931
Marzo 1939–marzo 1941
cuadratura junio 1939–abril 1940
Junio 1946–septiembre 1948
conjunción Julio–agosto 1947
Diciembre 1954–octubre 1957 cuadratura diciembre 1955–oct. 1956
Marzo 1964–enero 1968
conjunción abril 1965–febrero 1966
Mayo 1973–mayo 1975
cuadratura agosto 1973–junio 1974
Diciembre 1980–octubre 1984 conjunción octubre 1982–julio 1983
Marzo 1992–enero 1995
cuadratura marzo 1993–enero 1994
Junio 2000–abril 2004
conjunción Julio 2001–junio 2002
Noviembre 2008–agosto 2011 cuadratura nov. 2009–agosto 2010
Enero 2018–diciembre 2021
conjunción dic. 2019–enero 2020
Para las conjunciones y las oposiciones, el orbe de 20º añade en general dos meses antes y después de las fechas consignadas para los 15º y, ocasionalmente, hasta once meses. De la misma manera, para las cuadraturas, el orbe de 15º añade de dos a once meses antes y después de las fechas consignadas para los 10º.
El primer ciclo de Saturno–Plutón del siglo XX guardó estrecha relación con las guerras mundiales, mientras que el segundo hizo lo propio con la Guerra Fría. En cuanto al tercero, aunque todavía nos hallamos en él, los acontecimientos coincidentes con sus sucesivos aspectos cuadráticos guardan estrecha correspondencia, hasta ahora, con el fenómeno del terrorismo internacional y la consiguiente guerra contra el terror.
El despertar de la actividad terrorista de la segunda mitad del siglo XX fue más notable durante la conjunción de Urano y Plutón de los años sesenta: los asesinatos, el terrorismo y la disidencia violenta impregnaron toda la década. Como se analizó en la sección correspondiente, los alineamientos anteriores de Urano y Plutón, como los de la Revolución Francesa, los sucesos de 1848 y la entrada en el siglo XX, coincidieron con oleadas similares de asesinatos, terrorismo y aparición de filosofías que propugnaban la anarquía y la revolución violenta. Creo que esto se puede entender como el perturbador despertar o liberación (Urano) de violentos instintos y agitaciones sociales (Plutón) en asociación con impulsos y programas revolucionarios o de emancipación (Urano). Los alineamientos cuadráticos subsecuentes o superpuestos de Saturno y Plutón parecen coincidir sistemáticamente con importantes crisis de terror y represión; a menudo, las dos caras del conflicto expresan en compleja síntesis ambas caras de la Gestalt arquetípica.
Siempre que he dispuesto de registros históricos suficientes he podido comprobar la coincidencia de una multiplicidad simultánea de categorías de acontecimientos diversos, pero arquetípicamente conectados, con alineamientos de Saturno y Plutón. Veamos un ejemplo de esta onda sincrónica. La primera conjunción de Saturno y Plutón del siglo XIII tuvo lugar en los años 1210–1213. De modo muy parecido a lo que ocurrió en el siglo XX entre 1914 y 1916, las guerras y la violencia generalizada se apoderaron de gran parte de Europa en este alineamiento, impulsadas por conflictos entre la Iglesia católica romana y el Sacro Imperio Romano Germánico y por los esfuerzos del papa Inocencio III por extirpar a herejes e infieles y sojuzgar a los enemigos políticos de la Iglesia. En esos mismos años, los cátaros del sur de Francia, amantes de la paz, fueron perseguidos y quemados en la hoguera como parte de la cruzada contra los albigenses. En Asia, durante esa misma conjunción, en 1211– 1212, el conquistador mongol Gengis Jan comenzó su masiva invasión de China. Llama la atención la correlación del ciclo de Saturno–Plutón con el genocidio, el etnocidio y las matanzas en masa. En el siglo pasado, tenemos las matanzas masivas de armenios por los turcos otomanos durante la conjunción de 1914–1915, la muerte de millones de kulaks bajo Stalin, que comenzó durante la oposición de 1930–1933, la concepción por parte de Hitler de la solución final y la eliminación masiva de judíos que se inició durante la cuadratura de 1939–1941, la matanza de cerca de un millón de indonesios por el régimen militar derechista en 1965–1966, el asesinato de más un millón de camboyanos por los Jemeres Rojos, que empezó durante la cuadratura de 1973–1975, los escuadrones de la muerte en El Salvador y Guatemala durante la conjunción de 1981–1984, los asesinatos masivos en Bosnia y en Ruanda durante la cuadratura de 1992–1994 y, más recientemente, las muertes de centenares de miles de sudaneses en la región de Darfur a manos de su propio gobierno, durante la conjunción de 2000–2004.

TENSIONES Y CONTRASTES HISTÓRICOS
Un tema constante de los períodos de alineamiento de Saturno y Plutón es el de la potenciación general de las tendencias conservadoras, reaccionaras o represivas, en coherencia con los principios arquetípicos asociados a estos planetas: lo plutoniano potencia e intensifica el impulso saturniano hacia la reacción o la represión conservadora. Por ejemplo, la conjunción más reciente de Saturno y Plutón, la de 1981–1984, coincidió con el primer gobierno de Reagan y con los últimos años del viejo régimen de la Unión Soviética bajo Brezhnev, Andropov y Chernenko. Esos años presenciaron el ascenso casi universal del conservadurismo, en formas distintas, pero con evidentes características comunes. Esto no sólo se produjo en Estados Unidos y la Unión Soviética (visible, por ejemplo, en el encarcelamiento de disidentes como Sajarov y Sharansky, ordenado por el Kremlin), sino también en la Gran Bretaña de Margareth Thatcher y, en formas dictatoriales más extremas, en la Polonia del general Jaruzelski (que implantó la ley marcial y reprimió al movimiento Solidaridad), el Chile del general Pinochet, Panamá bajo Manuel Noriega, Irak bajo Saddam Hussein y Filipinas bajo Ferdinand Marcos, entre otros muchos casos.
Si contrastamos el período correspondiente a la conjunción más reciente de Saturno y Plutón, de 1981 a 1984, y el correspondiente a la conjunción más reciente de Urano y Plutón, de 1960 a 1972, reconocemos fácilmente la diferencia entre el espíritu subyacente a dichos períodos históricos, en coincidencia con estos ciclos planetarios. Mientras que la década de los sesenta había traído consigo una amplia y decisiva potenciación del impulso emancipador, innovador, desestabilizador, revolucionario, que produjo la reforma liberal y el cambio radical en prácticamente todos los terrenos de la actividad humana –religión, política, sexualidad, derechos civiles, derechos humanos, feminismo, ecología, artes–, la de los ochenta llegó acompañada de una potenciación igualmente decisiva del impulso conservador, reaccionario o represivo en esos mismos terrenos. En Estados Unidos fue evidente durante esos años una sistemática reacción contra los diversos movimientos dominantes en la década de los sesenta. Fue derrotada la Enmienda de Igualdad de Derechos a favor de las mujeres. El gobierno de Reagan impuso nuevas políticas federales en oposición a la discriminación positiva. Se iniciaron y autorizaron políticas medioambientales que entregaban los bosques nacionales a la tala y las tierras federales a la excavación petrolera, a la vez que se derogaron las limitaciones previamente establecidas en materia de contaminación industrial. Idénticas tendencias se hicieron evidentes durante esos mismos años en Gran Bretaña bajo el gobierno de Thatcher y en muchos otros países de todo el mundo.
Una vez más, en la primera mitad de la década de los ochenta, el principio plutoniano de intensificación y potenciación parece haberse unido vigorosamente al principio arquetípico de contracción y conservadurismo asociado a Saturno, tal como había hecho en los años sesenta con el principio arquetípico de emancipación e innovación asociado a Urano.
Mientras que el complejo arquetípico asociado a los alineamientos de Urano y Plutón se expresaba coherentemente en la forma de radicales impulsos liberadores y revolucionarios, los alineamientos de Saturno y Plutón tendían a coincidir con el surgimiento del «conservadurismo radical». El factor común a ambas tendencias, el componente radical, parece reflejar la cualidad y la orientación características que la presencia del arquetipo de Plutón imprime a cualquier complejo. La naturaleza del principio plutoniano–dionisíaco consiste en presionar a favor de una mayor intensidad, de llegar al extremo, de ser convincente, profundo, radical, en el sentido de radix, raíz, esto es, con fundamento en las profundidades, en el poder del inframundo, capacidad para transmitir una fuerza arrolladora a todo lo que se toca y posesión de una potencialidad compulsiva, destructiva e incluso autodestructiva.
Después de los aspectos mayores, una de las categorías con correlaciones arquetípicas más sistemáticas en la investigación histórica y biográfica es la de los puntos planetarios medios. Cuando un planeta forma un aspecto muy preciso (de 2° a 3°), sobre todo la conjunción, con el punto medio exacto de otros dos planetas, los tres arquetipos planetarios correspondientes parecen entrar en compleja interacción. En octubre de 1929, justo antes de producirse la cuadratura en T de Saturno, Urano y Plutón, estos planetas formaron una configuración exacta de punto medio. Urano alcanzó el punto medio exacto de Saturno y Plutón, mientras estos dos planetas se acercaban por primera vez a su oposición. El 29 de octubre de 1929, Urano estaba exactamente –a menos de 0° 10’– del punto medio de Saturno/Plutón. Luego los tres planetas entraron en una cuadratura en T cada vez más exacta, que se prolongó desde 1930 hasta 1933. Tras la salida de Saturno de este alineamiento, Urano y Plutón continuaron en una cuadratura de 90° dentro del orbe de 10° hasta 1937 y del de 15° hasta 1939. Justo cuando el alineamiento de Urano y Plutón tocaba a su fin, en 1939, Saturno entraba en cuadratura con Plutón, en coincidencia con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Los períodos históricos en que Saturno y Urano entran en aspecto dinámico están marcados por temas fáciles de comprender en función de los principios arquetípicos asociados a esos dos planetas:
La exacerbación de tensiones entre autoridad y rebelión, orden y libertad, estructura y cambio. A menudo, ambos principios arquetípicos se combinan e interpenetran contradictoriamente: revolución represiva, autoridad errática e impredecible, etcétera, como fue sin duda el caso durante el Terror en la Francia revolucionaria y la Revolución Cultural china, como se acaba de exponer. Particularmente frecuentes son en este ciclo las crisis y repentinos hundimientos de estructuras, choques y accidentes, súbitos fracasos y quiebras, tanto en el campo político como en el económico o el psicológico.


AUGE CONSERVADOR
Para volver al ciclo de Saturno–Plutón propiamente dicho, examinaremos la configuración de acontecimientos históricamente significativos que coinciden con las conjunciones sucesivas y luego con las cuadraturas y las oposiciones intermedias. Los sucesos correspondientes a la conjunción de 1981–1984 –la potenciación de las tendencias conservadora y reaccionaria en todo el mundo y la intensificación máxima del antagonismo de la Guerra Fría entre las dos superpotencias– pueden reconocerse en estrecha relación con los acontecimientos de la conjunción inmediatamente anterior de Saturno y Plutón, la de 1946–1948, a comienzos de la Guerra Fría.
Durante los períodos dominados por Saturno–Plutón, como los de 1981–1984 o 2000–2004, la potenciación de la tendencia conservadora se expresó también en restricciones sociales y legales y juicios (Saturno) contra la sexualidad (Plutón), tales como los intentos de limitar el uso de medios anticonceptivos y el derecho al aborto, las relaciones sexuales prematrimoniales y el matrimonio homosexual. Durante ambos períodos se recortó la financiación gubernamental de la investigación científica y de los programas internacionales de salud pública, que los conservadores consideraban un estímulo a la irresponsabilidad sexual. Se defendió la abstinencia sexual y la monogamia como ideales sociales y religiosos. La naturaleza misma pareció conspirar a favor del cambio arquetípico que se produjo entre los años sesenta y comienzos de los ochenta, cuando la aparición de la epidemia de sida, en coincidencia con la conjunción de Saturno y Plutón de 1981–1984, produjo lo que en su momento se bautizó como «el fin de la revolución sexual» y de la era de experimentación y libertad sexual, que había predominado durante la conjunción de Urano y Plutón y el despertar dionisíaco de la década de los sesenta. Temas tan típicos de Saturno–Plutón como el sufrimiento, la enfermedad, la muerte y el temor generalizados se presentaron esta vez en relación con la sexualidad, tal como hizo la transformación conservadora de las costumbres sociales con el establecimiento de nuevas estructuras de inhibición y control, tanto internas como externas.
Otro importante conjunto de temas típicos de Saturno– Plutón se puso de manifiesto en la psique colectiva de esta época en el gran número de interpretaciones fundamentalistas de la epidemia y en la denuncia moral de la misma como justo castigo de Dios por el pecado y el libertinaje. Este fenómeno se parecía mucho al del amplio surgimiento de opiniones que en la Europa medieval, durante la conjunción de Saturno y Plutón de 1348–1350, consideraron evidente que la peste negra o bubónica era la encarnación de la ira con que Dios castigaba a los hombres. Interpretaciones análogas de acontecimientos de la historia contemporánea reaparecieron durante la conjunción de Saturno y Plutón correspondiente al período 2000–2004, como las afirmaciones fundamentalistas cristianas acerca de la verdadera causa del ataque al World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre. Líderes religiosos como Jerry Falwell y Pat Robertson sostuvieron que los atentados eran el justo castigo divino por la corrupción moral y el libertinaje de la ciudad atacada, que simbolizaba los pecados cometidos por la América secular, los liberales, los homosexuales y las 386 feministas. En cierto sentido, estos juicios eran casi idénticos, tanto en terminología como en carácter arquetípico, a las ideas de los fundamentalistas islámicos, incluidas las que inspiraban a los terroristas de la yihad. En otros períodos de la historia se produjeron fenómenos comparables, como las antiguas interpretaciones, tanto paganas como cristianas, del saqueo de Roma por los bárbaros como expresión de la cólera punitiva de los dioses o de Dios contra un pueblo sin fe.
Durante todos estos alineamientos se destacaron muchos otros temas relacionados con este complejo arquetípico: cada vez más llamamientos al rigor moral y las restricciones sociales, la censura y 388 la represión, los modelos puritanos de conducta, severos juicios punitivos (como el uso creciente de las duras leyes de la sharia en el mundo islámico, o la imposición de la pena de muerte en Estados Unidos), y las guerras contra enemigos percibidos como malignos. Llama la atención la notable correlación de muchos de estos períodos de alineamientos cuadráticos con depresiones, recesiones y dificultades económicas en el mundo entero (1921–1923, 1929–1933, 1946–1948, 1973–1975, 1981–1984, 2000–2004). En términos más generales, este patrón cíclico parece coincidir con una extendida sensación, tanto individual como colectiva, de estar severamente constreñido o amenazado por fuerzas superiores, por poderes hostiles, por la pobreza o la falta de recursos, por la herencia y los errores del pasado, así como por los juicios punitivos y el poder opresivo de la autoridad.
Igualmente notable durante los alineamientos de Saturno y Plutón es el despliegue de acontecimientos con un claro marchamo de grave delito, escándalo moral y político, culpa y humillación pública, proceso y sentencia judicial, crimen y castigo. Los juicios de Nuremberg a los criminales de guerra nazis durante la conjunción de Saturno y Plutón en 1946–1948 fueron un ejemplo de consecuencias históricas característico de esta tendencia.
En el mismo período tuvieron lugar importantes escándalos empresariales y financieros con prácticas delictivas sistemáticas de administradores y ejecutivos de Enron, Halliburton, WorldCom, Vivendi, Harken Energy y la Bolsa de Nueva York, entre muchos otros en Estados Unidos, aparte de epi-sodios similares en Rusia, Italia, Francia, México o Naciones Unidas. Estos fenómenos reflejaban el tema, característico de Saturno– Plutón, del crimen y el castigo, del juicio saturniano por transgresiones plutonianas, ya fueran de codicia, de poder, de sexualidad o de corrupción política.
Es notable que Saturno y Plutón también estuvieran en oposición del 28 al 31 d.C., los años en que muchos historiadores bíblicos ubican el juicio a Jesús y su crucifixión. También se encuentran claramente temas característicos del ciclo de Saturno–Plutón en el espíritu de profunda perentoriedad, gravedad y enjuiciamiento moral, llamadas al arrepentimiento y apocalípticas expectativas del fin de los tiempos que impregnan los relatos del Nuevo Testamento sobre las enseñanzas tanto de Jesús de Nazaret como de Juan el Bautista, cuyo ministerio comenzó el 28–29, «en el año quince de Tiberio César».
Si miramos a un pasado aún más lejano, encontramos que Saturno y Plutón también formaban un aspecto duro en 399 a.C., el año del juicio contra Sócrates y su muerte en Atenas, condenado por «impiedad y corrupción de la juventud» por sus enseñanzas filosóficas. Aquí, una vez más, al igual que en el juicio a Giordano Bruno y su quema en la hoguera en 1600, la condena del copernicanismo por la Iglesia en 1616 y el juicio a Galileo por la Inquisición en 1633, observamos la coincidencia del ciclo de Saturno–Plutón con acontecimientos de gran calado histórico que reflejan el motivo del proceso, el juicio, la condena y la afirmación punitiva de la autoridad conservadora o reaccionaria.

ESCISIÓN, MAL Y TERROR

Una de las características más importantes y potencialmente útiles que he observado en todas las categorías de correlaciones es la persistencia de algo común –aunque no libre de ambigüedad– a las experiencias interiores y los acontecimientos exteriores correspondientes al mismo alineamiento. El complejo arquetípico involucrado parece tan pertinente para la comprensión de las manifestaciones subjetivas como de las objetivas, y a menudo es difícil establecer una frontera entre unas y otras. Por ejemplo, los alineamientos del ciclo de Saturno–Plutón, incluido el más reciente, que coincidió con los acontecimientos del 11 de septiembre y sus secuelas, no sólo parecen guardar relación con acontecimientos cuya extraordinaria gravedad, peligro, carácter opresivo y oscuridad moral eran absolutamente reales, sino también con una tendencia igualmente pronunciada de la psique colectiva a constelar esas sombrías cualidades con insólita potencia. Esta tendencia adoptó de modo característico formas tales como la interpretación del mundo en términos exclusivos de guerra entre el bien y el mal, la percepción y la imposición intransigente de dicotomías simplistas, la consideración de los otros como peligrosas amenazas morales o mortales y la identificación de individuos o Estados particulares como perversos enemigos.
Muchas veces, durante estos alineamientos se da una fuerte identificación, ya con un líder, ya con un grupo o una nación, ya con un Dios de recta venganza e implacable justicia, cuya voluntad y juicio están al margen de cualquier cuestionamiento. Se afirma una postura de absolutismo moral con la convicción de que las propias motivaciones personales están sin ninguna duda del lado de las fuerzas del bien en el mundo. Durante los alineamientos de Saturno y Plutón, cuando la psique colectiva empieza a estar atrapada por estas percepciones y sombríos impulsos arquetípicos, tienden a aparecer 396 los líderes que los expresan al mismo tiempo que los exacerban y que, a veces, catalizan de manera devastadora los exaltados impulsos de naciones enteras. Símbolos religiosos íntimamente entretejidos con impulsos autoritarios manipulan poderosamente la opinión pública. Es típico de estos períodos el llamamiento a cruzadas, yihads y guerras santas contra el perverso enemigo.
Por tanto, esta Gestalt arquetípica parece reflejar una interacción epistemológicamente ambigua de los dos principios polivalentes asociados a Saturno y Plutón. Por un lado, está la percepción, la proyección o la irrupción de amenazadores elementos subversivos: infieles, herejes, terroristas, salvajes, razas inferiores, bárbaros, criminales, perversos, malvados. A todos ellos se los puede considerar representantes del «inframundo» plutoniano arquetípico en varios sentidos: instintivo, psicológico, sociológico y teológico. Por otro lado, esta percepción de terrible amenaza es igualada por un auge compensatorio de fuerzas conservadoras, represivas o reaccionarias en compleja combinación. Semejante auge produce muchas veces la aplicación de métodos y actividades (guerra, tortura, esclavitud, asesinato legalizado, exterminio, armas de destrucción masiva, manipulación mediante engaño y propaganda) que en otros contextos o en manos de otros actores se habrían considerado moralmente condenables y se habrían prohibido.
La psicodinámica subyacente a esta interacción fue agudamente descrita por Freud en su concepción de la compleja relación entre superego y el ello. El superego, en tanto principio interno de la conciencia, el juicio moral y la limitación instintiva, lleva en su naturaleza misma el temor de la reacción punitiva de la autoridad parental introyectada. Freud reconoció que el superego no era sólo una instancia represiva y punitiva contra los impulsos instintivos del ello, pues, desde el punto de vista energético, el propio ello le daba impulso (inconscientemente, desde abajo, por así decir). A veces la consecuencia psicológica podía adoptar la forma de tendencias obsesivo–compulsivas, o bien crueles y sádicas, dirigidas ya hacia adentro, contra uno mismo, ya hacia fuera, contra otros, y a menudo ambas cosas. Esta concepción del superego (arquetípicamente asociado a Saturno) y del ello (a Plutón) fue formulada por Freud precisamente durante una cuadratura de estos dos planetas, en su libro El «yo» y el «ello», publicado en 1923. En términos psicoanalíticos, la intensificada dialéctica en el plano colectivo entre la represión del ello y el «retorno de lo reprimido», a menudo en forma encubierta, fue típica de los períodos históricos presididos por Saturno–Plutón. Los períodos correspondientes a tales alineamientos parecen coincidir con una tendencia particularmente acentuada a la «escisión» psicológica, como, por ejemplo, la tendencia a identificarse con el bien e identificar al otro con el mal, ambas cosas de manera absoluta. En estrecha asociación con este mecanismo de defensa existe otra tendencia, tan fuerte como la anterior, a la intensa objetivación de otros sujetos. Esta objetivación, cuando se combina con la proyección o la experiencia del mal y la negatividad, tiende a promover emociones como la suspicacia violenta, el terror, el odio, la venganza, el fanatismo y la crueldad asesina. Semejantes impulsos parecen posibles debido al establecimiento o la experiencia de una frontera absoluta (Saturno) entre el yo y el otro. Entonces se percibe al otro –ya se lo defina en función de la nacionalidad, la religión, la raza, la clase, la casta, el género, la orientación sexual, el sistema de creencias o de cualquier otra categoría– como radicalmente separado y ajeno. Durante estos alineamientos de Saturno–Plutón son frecuentes las referencias a bestias abominables, animales depredadores, el cerdo, la suciedad, demonios, diablos, el cáncer, virus, alimañas, roedores, topos, reptiles, víboras, ciénagas, guaridas, persecución de animales hasta darles caza o ahuyentarlos, exterminación de una pestilencia, etcétera, todo lo cual refleja temas plutonianos. La intuición freudiana de la doble relación oculta del superego con el ello puede profundizarse mediante la perspectiva de Jung, según la cual la sombra, que posee al ego pero que es proyectado en el otro, pone en acción su crueldad contra el objeto de su cólera con toda la insidiosa destructividad que percibe en el otro y niega en sí mismo. En términos teológicos, el mal se apropia sutilmente de las motivaciones del alma, que, puesto que se identifica exclusivamente con Dios y el bien, ejecuta sus acciones perversas engañándose a sí misma, pero con absoluta confianza en que está moralmente obligada a actuar de esa manera contra un mal tan evidente. Es así como el padre temeroso de Dios castiga al hijo rebelde con crueldad, pero «por su bien». El inquisidor tortura y quema en la hoguera a una persona cuyas creencias percibe como peligrosamente distintas de las suyas. El comité de seguridad, el departamento de actividades secretas, reúnen su información, entrenan a sus escuadrones de la 399 muerte, sabotean las elecciones, fomentan y asesinan, todo para asegurar el predominio del bien en el mundo.
A menudo el complejo saturnoplutoniano constela una compulsión a la persecución obsesiva, como la de Ahab, de un mal que es imperioso desarraigar a cualquier precio. Es notable que Henry Melville, quien exploró este complejo con tan reveladora profundidad, haya nacido durante la primera conjunción de Saturno y Plutón del siglo XIX (1819), y escribiera Moby Dick precisamente un ciclo más tarde, durante la conjunción inmediatamente siguiente de estos planetas (1850–1851). Desde ese encuentro casi fatal Ahab alimentó una terrible necesidad de venganza contra la ballena, que cada vez se exacerbó más en él, pues en su insensata obsesión llegó a identificar con Moby Dick no sólo todos sus males físicos, sino todas sus exasperaciones intelectuales y espirituales. La Ballena Blanca nadaba frente a él como la encarnación monomaníaca de todas esas fuerzas perversas por las cuales algunos hombres profundos se sienten devorados en su interior, hasta que quedan reducidos a vivir con medio corazón y medio pulmón. Ante esa maldad intangible que existe desde el origen de todas las cosas, a cuyo dominio los cristianos modernos adscriben la mitad de los mundos y que los antiguos ofitas de Oriente reverenciaban en su estatua del mal, Ahab no caía de rodillas, como aquéllos; al contrario, identificando en su delirio esa imagen del mal con la de la aborrecida ballena, se arrojaba contra ella, mutilado como estaba. Todo lo que atormenta y enloquece más la razón humana; todo lo que trastrueca las cosas; toda verdad contaminada de malicia; todo lo que enturbia la mente; todo el sutil demonismo de la vida y del pensamiento; todo el mal estaba encarnado en Moby Dick para el enloquecido Ahab y, por lo tanto, en ella le era posible ata-carlo. Sobre la blanca giba de la ballena, Ahab acumulaba la suma de todo el furor y el odio sentidos por su raza desde Adán; y como si su pecho hubiera sido un mortero, en él hacía estallar la bomba de su ardiente corazón. Así actúan el terrorista suicida, el que quema brujas, el esclavis-400 ta que blande el látigo y el miembro del Ku Klux Klan que incendia cruces, el dictador monomaníaco y el líder derechista cuya tarea, por encargo divino, es liberar el mundo del mal que, él lo sabe, está exclusiva y perversamente encarnado en otra persona o raza. Con esta convicción absoluta de un destino y una justicia ineluctables, justo antes de la batalla final con el aborrecido objeto de su obsesión, Ahab declara: «Esta escena está escrita, es inmutable... Soy el lugar-teniente de los Hados; obro porque me han dado órdenes».
Todas estas figuras y estos acontecimientos –la vida y la imaginación creadora de Melville, el relato y los temas de Moby Dick, la titánica figura de Ahab, la matanza de ballenas y las ballenas que matan a los asesinos de ballenas– reflejan profundamente el carácter de los complejos arquetípicos que hemos estudiado aquí, el de Saturno–Plutón y el de Urano–Plutón. Me sorprendió extraordinariamente la configuración sincrónica en que dos acontecimientos, el nacimiento de Melville y la publicación de Moby Dick, coincidían con los sucesivos alineamientos de Saturno y Plutón y de Urano y Plutón con tal precisión: fueron las dos únicas conjunciones de Saturno y Plutón de los primeros setenta años del siglo XIX y los dos únicos alineamientos de aspecto duro de Urano y Plutón en ese mismo período. Pero cuando, más tarde, descubrí que los dos acontecimientos coincidían también con los naufragios de balleneros 405 hundidos por cetáceos, acontecimientos tan excepcionales, tan simbólicamente evocadores y a la vez tan misteriosamente relacionados con la vida entera de Melville y con su obra maestra, aunque también tan pertinentes a los complejos arquetípicos asociados con los alineamientos mencionados, tuve la sensación de que en todos esos acontecimientos, que se sucedieron con implacable coherencia, había hecho irrupción en la naturaleza misma un poder sincrónico de gran intensidad que, en su potencia elemental, resultaba auténticamente numinoso.

DETERMINISMO HISTÓRICO, REALPOLITIK Y APOCALIPSIS

Si analizáramos cada uno de los individuos nacidos bajo aspectos de Saturno–Plutón o que experimentan tránsitos de Saturno–Plutón (mundiales o personales), veríamos muchos ejemplos de encarnaciones igualmente características, aunque menos intensas, de los mismos principios arquetípicos. Y si analizáramos también los aspectos confluyentes, o blandos, de este ciclo, esto es, los trígonos y los sextiles, observaríamos que estos dos principios se dan conjuntamente en innumerables formas más armoniosas, de apoyo mutuo e intrínsecamente fortalecedoras; por ejemplo: capacidad bien desarrollada para mantener el esfuerzo y la disciplina, facilidad espontánea para contener y dirigir energías de gran intensidad, organización equilibrada y eficaz del poder, cierto espíritu de autoridad y seriedad personal merecidas, gran firmeza de carácter, 409 sensibilidad en el juicio moral, todo tipo de estructuras profundamente establecidas y duraderas, etcétera.
Además, contrariamente a lo que sostiene gran parte de la tradición astrológica, he comprobado que, a menudo, incluso aspectos duros entre dos planetas coinciden con la manifestación de las potencialidades positivas de los arquetipos correspondientes, aunque lo típico es que esto ocurra tras considerable esfuerzo individual o colectivo para lograr la integración de los diferentes impulsos implicados en una dialéctica tan difícil.
Los motivos arquetípicos que dominan la vida y la obra de un individuo parecen hallar paradigmática expresión en momentos de alineamiento planetario arquetípicamente consonante con esos temas específicos, cuando los acontecimientos exteriores correspondientes dan forma tanto al punto de vista individual como al Zeitgeist de la época.
Insistamos en que las correlaciones arquetípicas trascienden las simples dicotomías de lo subjetivo y lo objetivo, de la proyección distorsionada y el discernimiento riguroso. Cuando se constela un campo arquetípico poderoso, su influencia no es meramente intrapsíquica. A menudo, la convicción de que los individuos humanos están condenados a ser presa de abrumadoras fuerzas impersonales, destructivas o tenebrosas, presente de manera sistemática durante los alineamientos de Saturno y Plutón (incluido el más reciente, de 2000 a 2004), se basa en evidencias poderosas. Es verdad que tales alineamientos también coinciden de modo regular con la creencia religiosa en la inminencia del fin del mundo. Sin embargo, durante esos alineamientos, las perspectivas apocalípticas y el Día del Juicio Final también se hallan en rigurosos análisis políticos y militares, incluso en las ciencias naturales y con considerable apoyo empírico. Por ejemplo, la hipótesis del «invierno nuclear» a resultas de una guerra atómica fue postulada por Carl Sagan y otros científicos durante la conjunción de Saturno y Plutón de 1981–1984, cuando durante la primera presidencia de Reagan llegó a su punto más peligroso la sensación de que una «espada de Damocles» nuclear se cernía sobre el mundo. En aquellos años, la tremenda concentración nuclear a ambos lados del Atlántico llegó a adquirir proporciones apocalípticas y provocó en la psique colectiva el temor al holocausto nuclear en el que podría desembocar una batalla maniquea entre las superpotencias.
Paradójicamente, los alineamientos de Saturno y Plutón no sólo coinciden con la intensificada conciencia colectiva de espantosas amenazas a la especie humana y a la biosfera, sino también con otra expresión frecuente del mismo complejo arquetípico, aunque en forma casi opuesta, la intensificación de los esfuerzos contrarios a la defensa del medio ambiente, en particular en Estados Unidos, por parte del establishment empresarial y político. A este respecto, una típica combinación de materialismo depredador e incansable impulso de control y dominación de la naturaleza sugiere la presencia del complejo negativo de Saturno–Plutón. Igualmente sugerente es la frecuente asociación de políticas insensibles al medio ambiente con posiciones políticas y sociales conservadoras, creencias religiosas fundamentalistas y presiones empresariales en favor de la ausencia de regulación estatal y del incremento de beneficios.
El ciclo planetario de Saturno–Plutón y su complejo arquetípico parecen asociarse íntimamente a muchos fenómenos y tendencias cuyo tema central es la «guerra entre el hombre y la naturaleza». La batalla de Freud entre el superego y el ello, el conflicto de Hobbes entre una autoridad gubernamental de control y el estado natural de guerra interminable, el obsesivo impulso de Agustín y de Calvino a negar las demandas del instinto y reprimir la sexualidad, los motivos afines del rechazo del mundo en el puritanismo y el cristianismo fundamentalista, las creencias apocalípticas, el ascetismo punitivo y el odio al cuerpo, el temor o la aversión a la sexualidad, el miedo al poder elemental de la naturaleza, el impulso a dominar la naturaleza o vengarse de ella, la caza de la ballena y la caza mayor, la devastación de la naturaleza por las grandes multinacionales, la objetivación de la naturaleza, ciertas formas de ciencia mecanicista y de tecnología industrial son todas ellas expresiones de esta tensión arquetípicamente constelada.
Cada uno de los términos de la expresión «guerra entre el hombre y la naturaleza» refleja presuposiciones casi siempre inconscientes y hunde sus raíces en temas centrales del complejo de Saturno– Plutón: la metáfora de la «guerra», que implica una situación establecida de violencia masiva mutua, intencional y continuada, y de antagonismo asesino; la estrecha simbolización de heroísmo masculino implícita en «hombre», término que se emplea para representar la totalidad de la condición humana y de la comunidad humana; y, finalmente, la índole sustantiva de la «naturaleza», ente definido y objetivado que, a cierto nivel, se distingue esencialmente del «hombre» y se erige en su antagonista, con la imagen inconsciente de una poderosa y acechante Madre Naturaleza en segundo plano. En esta «guerra» arquetípica hay varios motivos característicos del complejo de Saturno–Plutón: en primer lugar, la focalización del interés en los aspectos ásperos, punitivos, problemáticos, restrictivos, avasalladores y mortalmente amenazantes de la naturaleza; en segundo lugar, el miedo a la naturaleza, que produce la necesidad compensatoria de defenderse de ella, controlarla, derrotarla, castigarla o destruirla; en tercer lugar, el énfasis en los instintos depredadores y asesinos tanto en los seres humanos como en el resto de la naturaleza; en cuarto lugar, la tendencia a trazar una frontera rígida entre el hombre y la naturaleza para ver a ésta como radicalmente «otra», inferior, inconsciente, sin alma, insensible al dolor, incapaz de sufrimiento, bestial, infrahumana y evidentemente indigna de los derechos y el tratamiento respetuoso que merece un ser humano; en quinto lugar, una variante científica de lo mismo, el impulso a objetivar y reducir la naturaleza a fin de dominarla (personificado claramente por Francis Bacon, que nació bajo la cuadratura de Saturno y Plutón), a menudo en combinación con la creencia en que la naturaleza puede reducirse a puro cálculo y (como en el caso del científico y matemático Pierre–Simon Laplace, que nació bajo Saturno y Plutón en conjunción), y en sexto lugar, en contrapunto con todo lo anterior, la perspectiva ecologista de una naturaleza víctima de la despiadada explotación humana: objetivada, diseccionada, presa, convertida en granja industrial, deforestada, objeto de cruel experimentación, devastada, extinguida. (En palabras de Schopenhauer: «Se podría decir, sin faltar a la verdad, que los seres humanos son los demonios de la Tierra y que los animales son las almas que esos demonios atormentan».)
Tal como sucede con todos los complejos arquetípicos, parece que ambos lados de la Gestalt de Saturno–Plutón se dan siempre en interacción dinámica, como elementos polares que se implican mutuamente y que en conjunto constituyen el complejo en su totalidad.
No hemos de olvidar la naturaleza compleja de estos principios arquetípicos y el múltiple potencial de sus manifestaciones concretas. En particular, es importante llamar aquí la atención sobre la dimensión más noble de la Gestalt arquetípica de Saturno–Plutón que resulta evidente en muchos de estos fenómenos. Los alineamientos de Saturno y Plutón parecen coincidir con el llamamiento, tanto individual como colectivo, a incesantes esfuerzos y resolución, gran concentración y disciplina con mínimos recursos, así como coraje y actos de voluntad excepcionales a fin de hacer frente al peligro y la dificultad extremos, la muerte y la oscuridad moral.

Por oscura y problemática que fuera su sombría proyección, este complejo arquetípico parecía mantener la misma capacidad para constelar acciones, transformaciones y consecuencias sociopolíticas que implican extraordinaria determinación moral, así como gran esfuerzo físico y de voluntad. Para bien o para mal, esos períodos parecen coincidir con una sensación colectiva de determinación, de galvanización de la voluntad contra poderosísimos obstáculos, de dura resolución ante un peligro extremo. Son típicos los actos de abnegación personal y social, el trabajo duro y tenaz, el compromiso perseverante con una tarea difícil y la profundización radical de la seriedad en la psique colectiva.
La radical profundización de la gravedad que tiende a surgir en la psique colectiva durante los alineamientos de Saturno y Plutón queda bien expresada en un ensayo de Charlene Spretnak, escrito menos de un mes después de los hechos del 11 de septiembre de 2001: La conmoción y el lamento iniciales después de los atentados terroristas infundió en la psique norteamericana una gravitas, un sentido profundo de realidad básica que parecía ralentizar el tiempo en nuestro loco mundo y llevarnos más a la reflexión silenciosa que al hablar compulsivo. Era como si todo nuestro cuerpo sintiera el peso del pensamiento, que se negaba a acomodarse a moldes simples cuando tratábamos de captar la nueva e inimaginable realidad. En esa palpable realidad básica de la primera semana estábamos todos unidos a los muertos y unidos entre nosotros, dispuestos a hacer llegar a los familiares y los amigos de todo el país nuestro conmovido y cariñoso apoyo. Era como si al tener que soportar de pronto lo insoportable, nos hubiéramos entregado a otra manera de ser, una manera modelada por el trauma de la inmensa tragedia y el movimiento de regeneración. Incluso los comentaristas menos críticos observaban que las preocupaciones triviales de nuestra cultura de consumo parecían extremadamente irrelevantes. Habíamos entrado en un tiempo nuevo y en un nuevo espacio psicológico.
Un tema frecuente relacionado con este ciclo es la movilización permanente de la voluntad y los recursos colectivos para satisfacer una emergencia de vida o muerte, como fue palpable en la catástrofe del 11 de septiembre. Otro ejemplo paradigmático fue el puente aéreo que establecieron Estados Unidos y Gran Bretaña en respuesta al bloqueo soviético de Berlín occidental, durante la conjunción de Saturno y Plutón de 1948, en que miles de aviones volaron con 4.500 toneladas diarias de alimento y otros suministros durante más de un año para evitar que dos millones de residentes de Berlín Occidental sucumbieran por hambre o cayeran bajo la ocupación soviética. Cada uno de estos temas –por un lado, la permanente fortaleza, la organización disciplinada y el despliegue de recursos masivos y, por otro lado, la amenaza de hambruna y de opresión en una sombría atmósfera de peligro mortal y graves consecuencias geopolíticas– refleja una dimensión diferente del complejo de Saturno– Plutón. Igualmente, característica de este complejo arquetípico es la tarea de reconstruir a partir de escombros, como sucedió con el Plan Marshall y la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, durante la conjunción de 1946–1948. Una expresión más reciente de este mismo tema fue la hercúlea labor de desescombro y limpieza en la Zona Cero, el lugar de Manhattan donde otrora se levantara el World Trade Center, así como la restauración de las estructuras y la estabilización de los cimientos y contenciones destruidos o dañados. Muchas versiones menos dramáticas y menos extremas de estas mismas tendencias, en escala más reducida y en circunstancias más personales y con menos intensidad gráfica, fueron evidentes durante estos mismos alineamientos en otros contextos: la reconstrucción a partir de las cenizas, la necesidad de afrontar problemas aparentemente insuperables, la movilización incesante de recursos y voluntades en situaciones de crisis mortal, y la valiente confrontación del peligro, el mal, la muerte o el intenso sufrimiento. Durante los alineamientos de Saturno y Plutón se advierte un notable incremento de la tendencia colectiva a mirar de frente el lado oscuro de la humanidad. Esto fue evidente, por ejemplo, durante la conjunción de 1946–1948, cuando el mundo afrontó por primera vez la verdadera magnitud del horror y la maldad del Holocausto gracias a los juicios de Nuremberg a los criminales de guerra nazis, la exhibición de películas relativas a los campos de concentración filmadas al final de la guerra, y la publicación de los primeros libros acerca de esos campos. La atmósfera de gravedad moral y jurídica de estos procesos, de confrontación con la espantosa maldad e «inhumanidad del hombre para con el hombre», es típica de esta Gestalt arquetípica. La misma conjunción de Saturno y Plutón coincidió también con la amplia reflexión acerca del lanzamiento de bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki por Estados Unidos, como se expresa, por ejemplo, en el poderoso relato de John Hersey de 1946, Hiroshima. En una conferencia pronunciada en el Massachussetts lnstitute of Technology durante esta conjunción, en 1947, Robert Oppenheimer, principal figura del Manhattan Project que produjo la bomba, expresaba esta sombría conciencia emergente en una confe-sión, al estilo agustiniano, de la responsabilidad y la caída moral colectivas: «En un sentido de crudeza tal que ninguna vulgaridad, humor ni exageración borrarán del todo, los físicos han conocido el pecado; jamás podrán liberarse de ese conocimiento». Juntos, el Holocausto y los bombardeos atómicos produjeron una ola de intensa reflexión moral sobre la oscura realidad de la crueldad y la violencia humanas, el horror de la muerte y el sufrimiento en masa y la responsabilidad individual y colectiva ante tales acontecimientos. Este mismo fenómeno fue otra vez evidente tras el 11 de septiembre de 2001, en la extraordinaria profusión de reflexión moral sobre la capacidad humana para el mal y la violencia y sobre el lado oscuro de los fundamentalismos religiosos y del triunfalismo económico occidental.
Los dos principios se combinan de múltiples maneras en el mismo fenómeno: el complejo de Saturno–Plutón es a la vez la tiranía ejercida por el terrorismo (dirección Plutón–Saturno) y el denodado e incansable esfuerzo para oponerse a él y exterminarlo (dirección Saturno–Plutón). También es la tiranía de una sociedad presa de sus temores, sus controles y sus rigideces antiterroristas,

En cierto sentido, los principios negativos de Saturno y Plutón se combinan sinérgicamente en los diversos acontecimientos: el trauma y la crisis de la guerra, la eficiente organización de la violencia y de un despliegue de inmenso poder destructivo, la victimización de los que carecen de poder, la muerte masiva y el fin de la inocencia. También vemos que el principio negativo de Saturno actúa contra un principio plutoniano proyectado, pero al mismo tiempo es impelido por impulsos plutonianos internos, como en el superego sádico de Freud: el despliegue de violencia y terror bajo el manto de la rectitud moral, una causa justa, la voluntad de Dios, la seguridad nacional o la ley y el orden, la dura represión gubernamental, la objetivación del otro, la escisión radical entre el buen yo y el enemigo maligno. Sin embargo, en otro sentido, en el drama subsiguiente de reflexión moral, vemos que la conciencia saturniana se yergue para juzgar las fuerzas plutonianas de la guerra y los instintos desatados, lo que refleja una expresión positiva del superyó en su tarea de oponerse y juzgar al ello: haciendo frente y dando nombre a la crueldad inhumana, la maldad bestial, el horror del Holocausto y el horror nuclear, la limpieza étnica, el imperialismo depredador. Por último, el arquetipo de Plutón da intensidad y profundidad al juicio de Saturno, da hondura a su evaluación moral. Potencia el impulso necesario para penetrar en una dura verdad subyacente, para una confrontación moral consigo mismo o con el otro, a veces a escala masiva. Las manifestaciones positivas y negativas del mismo complejo están inextricablemente entrelazadas. Todas estas dimensiones de la dialéctica arquetípica, todas estas encarnaciones distintas de dirección Saturno–Plutón y de dirección Plutón– Saturno operan simultáneamente en este fenómeno.
En la Constitución de Estados Unidos es posible reconocer diversos motivos que sugieren la síntesis positiva de los dos principios asociados a Saturno y Plutón: la estructura de poder duradera y firmemente establecida, legalmente vinculante y consagrada por la tradición, la historia y la antigüedad, que proporcionaba una organización estable (Saturno) de poder (Plutón) en un sistema complejo de controles y equilibrios que sostenían cuidadosamente la tensión y la interacción de fuerzas e impulsos políticos en conflicto. Todas estas cualidades representan precisamente la dinámica característica del complejo arquetípico de Saturno–Plutón.

En la Constitución de Estados Unidos es posible reconocer diversos motivos que sugieren la síntesis positiva de los dos principios asociados a Saturno y Plutón: la estructura de poder duradera y firmemente establecida, legalmente vinculante y consagrada por la tradición, la historia y la antigüedad, que proporcionaba una organización estable (Saturno) de poder (Plutón) en un sistema complejo de controles y equilibrios que sostenían cuidadosamente la tensión y la interacción de fuerzas e impulsos políticos en conflicto. Todas estas cualidades representan precisamente la dinámica característica del complejo arquetípico de Saturno–Plutón.
En Jung, como en otros individuos o épocas con este alineamiento, he descubierto que la presencia del principio prometeico como tercer factor en el complejo de Saturno–Plutón, parecía proporcionar no sólo una mayor dimensión problemática al conflicto, que ve incrementado su reto ya en apariencia intolerable, sino también una nueva posibilidad de resolución creativa de polaridades antagónicas. Por un lado, produce una situación en la que se activa al mismo tiempo el impulso al cambio y la libertad, si bien encadenado por el complejo de Saturno–Plutón y preso de éste en un estado de «Prometeo encadenado»: Saturno/Plutón–Urano. Por otro lado, coherente con su naturaleza arquetípica, el principio prometeico también parece proporcionar un potencial de inesperada liberación por medio y a través del conflicto titánicamente intensificado e ineluctable: Urano–Saturno/Plutón.
Aquí, en la profundidad de la autoridad y la solidez de carácter que impregna estas palabras, encontramos otro tema a menudo evidente en individuos que nacen bajo configuraciones de Saturno– Plutón. La experiencia de haber pasado por un intenso enfrentamiento con los opuestos y por una implacable contradicción y compresión interior, en combinación con el encuentro con la dimensión sombría de uno mismo y de la existencia, puede desembocar en una profunda autoridad existencial que se comunica a través de la obra y la personalidad de aquel individuo.

OBRAS DE ARTE PARADIGMÁTICAS
La dimensión arquetípica se expresa en forma particularmente viva y tangible en el dominio del arte. A lo largo de nuestra investigación hemos visto el ciclo de Saturno–Plutón asociado a temas tales como la brutalidad de la opresión y la coerción, el crimen y el castigo, el pecado y el juicio, el trauma y la venganza, el control inflexible y sus sombrías consecuencias, las contradicciones y las tensiones intensamente exigentes, las profundidades de la sombra y el discernimiento moral. Estos mismos temas se manifiestan clara y consistentemente en la creación de obras literarias escritas durante períodos correspondientes a alineamientos de Saturno y Plutón. Así, las ya mencionadas 1984 de Orwell, Moby Dick de Melville y El proceso de Kafka, cada una de ellas elocuente reflejo de este dominio arquetípico, fueron escritas cuando Saturno y Plutón se hallaban en conjunción. Estas correlaciones forman parte de patrones sincrónicos y diacrónicos de mucho mayor alcance que implican otras obras literarias paradigmáticas.
En la historia de la pintura, un ejemplo particularmente emblemático de este complejo arquetípico de temas, que coincidió con la oposición de Saturno y Plutón de 1536, es El juicio final, de Miguel Ángel, con su poderosa evocación de la caída en el inframundo de la perdición, el sufrimiento en masa, la absoluta impotencia ante la abrumadora condenación divina.
El característico auge del conservadurismo religioso que coincide con los alineamientos de Saturno y Plutón se manifiesta a menudo en libros y filmes que expresan aspectos de la tradición cristiana como el sufrimiento y la crucifixión de Cristo, la oscuridad del mundo, la culpa y el juicio.
Es característico de artistas nacidos durante alineamientos de Saturno y Plutón que, obra tras obra, expresen facetas distintas del complejo arquetípico, como compelidos a explorar nuevas modalidades posibles, hasta ahora no representadas ni encarnadas.
A menudo se ha puesto de relieve esta dimensión profética y anticipadora del arte (como la famosa sentencia de Oscar Wilde, que con tanta penetración anticipaba su propia vida: «La vida imita al arte en mucho mayor medida que el arte imita a la vida»). Sin embargo, la sistemática coincidencia de las obras de arte y los acontecimientos que prefiguran con diferentes alineamientos del mismo ciclo planetario, presenta una nueva dimensión a los misterios de la imaginación creadora.
A menudo la resonancia inconsciente entre esos períodos en una vida personal sirve como catalizador creativo, como ocurre con un artista que pasa por determinadas experiencias durante un alineamiento dado y les da expresión artística cuando el mismo alineamiento se repite.
Uno de los patrones más sorprendentes que he encontrado fue una sistemática relación entre los alineamientos de los ciclos de planetas exteriores (Saturno– Plutón, Júpiter–Urano, Saturno–Neptuno, etcétera) y la simultánea redacción y publicación de gran cantidad de libros acerca de acontecimientos históricos y temas ya dominantes durante alineamientos anteriores de los mismos planetas. Es fácil evaluar un cuerpo exhaustivo de esta evidencia mediante un examen sistemático de las recensiones de libros, tanto de ficción como de no ficción, de cualquier importante revista semanal de libros, por ejemplo, la New York Times Book Review, u otras publicaciones de este tipo, como la New York Review of Books, la London Review of Books o el Times Literary Supplement.
La legalización de la opresión, la compulsiva expresión artística de esa opresión desde ambos lados de la experiencia de la esclavitud, el intenso impacto de ese retrato y la abrumadora respuesta ante él y, finalmente, el profundo juicio moral contra el mal y la crueldad de la esclavitud, son expresiones diferentes, pero intrínsecamente interconectadas, de la Gestalt de Saturno–Plutón.
Ya se trate de La cabaña del tío Tom de Stowe y la Ley sobre Esclavos Fugitivos, ya de La letra escarlata de Hawthorne y los juicios por adulterio bajo la sharia (o, en otra categoría, del Moby Dick de Melville y el hundimiento de buques balleneros por ballenas), la evidencia sugiere que amplias constelaciones arquetípicas se dan en la psique colectiva en coincidencia con alineamientos planetarios específicos, y que éstos son visibles, sincrónica y diacrónicamente, tanto en expresiones artísticas y filosóficas como en acontecimientos históricos concretos. A menudo, las dos categorías están íntimamente relacionadas. Hemos observado el mismo patrón en muchos otros casos, como en La ciudad de Dios de Agustín, El corazón de las tinieblas de Conrad, El malestar en la cultura de Freud y 1 de septiembre de 1939 de Auden. La solución final de Hitler fue concebida y comenzó a ponerse en práctica durante la cuadratura de Saturno y Plutón de 1939–1941.
Quisiera poner de relieve que en el examen de estos patrones arquetípicos peculiares no sólo resultan de gran pertinencia los tránsitos mundiales y los aspectos natales, sino también los tránsitos personales que implican la combinación de Saturno y Plutón. En tales casos, como en los de El infierno de Dante y A puerta cerrada de Sartre, ya mencionados, el mismo complejo arquetípico que hemos venido examinando en el nivel colectivo tiende a constelarse en la vida y la experiencia de un individuo durante los meses o años específicos en que experimenta un tránsito personal de Plutón sobre su Saturno natal, o de Saturno sobre su Plutón natal. Aunque la mayoría de los individuos no ha nacido bajo un aspecto duro de Saturno–Plutón, todos pasan no sólo por las épocas colectivas de los alineamientos cíclicos de estos planetas, que hemos analizado en estos capítulos, sino también por períodos de su vida en que experimentan tránsitos personales de Saturno– Plutón. Estos períodos se caracterizan por fenómenos muy similares, aunque circunscritos a la experiencia vital del individuo. En el caso de artistas y escritores, el complejo arquetípico es apreciable en su mundo interior y su trabajo creativo, en los acontecimientos biográficos exteriores o en ambos 473 campos.
LA FORJA DE ESTRUCTURAS PROFUNDAS

Como se desprende de los capítulos anteriores, el potencial positivo del complejo arquetípico asociado a los alineamientos de Saturno y Plutón parece entretejido con la necesidad de hacer frente a sus manifestaciones negativas: la rectitud moral y la sabiduría nacidas de experiencias difíciles y de sufrimiento; fortaleza y arrojo ante lo oscuro, el mal, el peligro y la muerte; capacidad para mantener el esfuerzo, determinación y control disciplinado de intensas energías, tanto interiores como exteriores. En términos generales, el complejo de Saturno–Plutón parece presionar a la psique, individual o colectiva, hacia la forja de una estructura de conciencia moral más profunda y más vigorosa. El superego resultante puede ser rígido, patológico y proclive a la proyección y a la escisión, o bien representar un progreso moral, una profundización de la conciencia y de la autoconciencia crítica. Cuando está bien integrado, puede producir una comprensión más aguda de las complejidades de la motivación humana, tanto en uno mismo como en los otros, lo que a su vez refuerza la determinación moral en un mundo de gran dramatismo y en el que están en juego consecuencias de gran calado. Encontramos bien representada esta polivalencia en las famosas palabras finales del Retrato del artista adolescente de Joyce, cuando el joven protagonista, Stephen Dedalus, rechaza finalmente la estrecha visión del pecado y la condenación eterna de la religión de su infancia para asumir, con la misma seriedad moral, su vocación artística: Amén. Así sea. Bien llegada, ¡oh, vida! Salgo a buscar por millonésima vez la realidad de la experiencia y a forjar en la fragua de mi espíritu la conciencia increada de mi raza... Antepasado mío, antiguo artífice, ampárame ahora y siempre con tu ayuda.
He comprobado que a menudo los individuos nacidos bajo un aspecto duro de Saturno y Plutón parecen sentir a lo largo de sus 481 vidas que tienen responsabilidades morales especiales, a veces con la pesada carga de la historia sobre sus hombros.

LA APERTURA DE NUEVOS HORIZONTES

En efecto, la imagen misma de Dios y lo divino, tal como es vivida y expresada por diferentes individuos y en diferentes épocas, parece profundamente afectada por los complejos arquetípicos más activos en cada una de ellas. Ya sea en religión, en arte, en biografías personales o en grandes acontecimientos y épocas de la historia, lo que da a la vida su significado profundo y lo que inspira el cambio de perfil de su drama en curso es esta dimensión arquetípica de la experiencia. Sin embargo, precisamente en este sutil poder para configurar o reforzar nuestras percepciones y creencias conscientes es donde reside el peligro.
Este poder no consiste meramente en distorsiones internas y en percepciones selectivas que producen diferentes estados existenciales. La absoluta diferencia de espíritu y de actitud entre La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde y su De Profundis, escrito tres años después, no se debió únicamente a una transformación interior, a un cambio de humor. Como tampoco fue esa la razón del cambio de actitud de Estados Unidos en materia de seguridad nacional después del 11 de septiembre de 2001. Hubo acontecimientos exteriores decisivos que pusieron en marcha el complejo arquetípico. Pero aun cuando los factores causales no sean evidentes, los acontecimientos externos y las actitudes internas tienden a reflejarse mutuamente. Este reflejo recíproco de lo interior y lo exterior, que todos nosotros hemos observado en el curso de la vida, parece expresar la coherencia subyacente a dos manifestaciones interrelacionadas de una realidad de mayor alcance. En cierto sentido, el mundo se hace cómplice de nuestros estados internos, y a la inversa. El «destino» colabora con fenómenos sincrónicos absolutamente adecuados que afectan y al mismo tiempo reflejan el estado de conciencia. Rara vez se trata de puras imaginaciones.
Ésa es la gran ambigüedad que impregna muchos de los fenómenos que aquí estamos estudiando. Las percepciones del mundo que responden a arquetipos pueden ser «realistas» y a la vez tan parciales y posesivas como para cegar cada vez más al sujeto ante otras realidades y potencialidades. Estas percepciones conducen a supuestos y convicciones que nos llevan sutilmente a actuar de cierta forma y producen nuevas confirmaciones de la percepción inicial.
Pronto, en compleja interacción dinámica con el medio, el sujeto instaura una estructura estable de la realidad que determina poderosamente el futuro, por ejemplo, un estado de «guerra contra el terror» que se basa en el uso del terror, un ciclo perpetuo de violencia y represión, bombardeos y venganzas, temor y hostilidad. O, como ocurrió durante la Guerra Fría, un estado de peligro nuclear mundial en el seno de una división maniquea cada vez más profunda, impulsada por la demonización recíproca y la hostilidad a escala global. O en religión: un estado de temor y juicio metafísicos, pecado y culpa, herejes e inquisiciones, expectativas de apocalipsis, condena eterna, predestinación del alma en manos de un Dios colérico, inconciliable división del mundo entre los renacidos y los irredentos, entre el bien y el mal, con todas las consecuencias sociales y psicológicas de tales creencias. O incluso en ciencia: un estado de desencanto cósmico empíricamente refrendado, en el que el ser humano, genéticamente programado y existencialmente aislado en un universo sin sentido, es un síntoma solitario de inteligencia y aspiración espiritual en un vasto cosmos de procesos aleatorios sin ninguna finalidad.
Así, la presencia de un complejo arquetípico en nosotros puede servir como ventana al universo, como puerta y sendero, pero también como muro que cierra, como frontera y barrera infranqueable que limita nuestro universo. Sólo una conciencia crítica de esa limitación y un acto de imaginación para transcenderla pueden abrir nuestro horizonte. A tal fin es muy útil reconocer los complejos arquetípicos y la dinámica predominantes en una época dada, ya sea en el caso de un individuo, ya en el de toda una civilización, y ello se ve extraordinariamente realzado por el conocimiento de qué planetas están alineados en cada momento y por cuánto tiempo, así como por la comprensión de cuál de ellos es el que puede proporcionar una perspectiva decisiva sobre la cambiante dinámica arquetípica.
En este sentido, incluso cuando las correlaciones observadas afecten a las cuestiones más graves y oscuras, la perspectiva arquetípica abre la posibilidad de una inesperada liberación de limitaciones que de lo contrario podrían resultar insuperables. Este potencial emancipador tiene tres elementos distintos pero interrelacionados.
En primer lugar, al proporcionar una visión matizada, clari-ficadora, de cuáles son los complejos arquetípicos con mayor probabilidad de constelarse en un individuo o en una sociedad, y cuándo, semejante perspectiva puede abrir un nuevo potencial de reflexión crítica y autoconciencia, una nueva posibilidad de trascender la inmersión inconsciente en el presente y, por tanto, un grado decisivo de autonomía en relación con las poderosas fuerzas que operan en la psique individual y colectiva.
En segundo lugar, esa intuición permite percibir la relatividad 491
de toda situación existencial en que uno se encuentre, ya sea un estado mental, una fase de la vida o una época histórica: «También esto pasará», tanto lo penoso como lo agradable; por convincente que parezca la Gestalt arquetípica actual, en ella no se agota la historia.
Por último, más allá de las particularidades de la configuración planetaria y arquetípica, el mero reconocimiento de que tales correlaciones se dan con tan extraordinaria consistencia y elegante complejidad, permite una profunda conciencia de la condición humana como inserción y participación creativa en un cosmos vivo, de significado y finalidad en continuo desarrollo.
Sigue siendo para mí una fuente de asombro la regularidad con que se muestran en los fenómenos históricos y culturales unos patrones arquetípicos de tan impactante claridad y definición, cada uno con su carácter propio y adecuado, correspondientes a cada uno de los diez ciclos planetarios que involucran a los cinco planetas exteriores y sus combinaciones. Tal vez lo más sorprendente sea los alineamientos mayores del ciclo relativamente breve de Júpiter– Urano, cada una de cuyas conjunciones dura más o menos catorce meses.
Al igual que los otros planetas conocidos por los antiguos, parece ser que el significado arquetípico de Júpiter se estableció en los orígenes mismos de la tradición astrológica clásica. Ligado a las cualidades específicas de la figura mítica correspondiente –la deidad griega Zeus, rey de los dioses del Olimpo, el Marduk de Babilonia, el Júpiter romano–, ha sido también objeto de ampliaciones simbólicas derivadas de distintas tradiciones: platónica, hermética, árabe, medieval y renacentista. En este desarrollo histórico, Júpiter ha sido asociado al principio de expansión y grandeza, providencia y plenitud, liberalidad, elevación y ascenso, así como a la tendencia a experimentar crecimiento y progreso, éxito, honor, buena fortuna, abundancia, engrandecimiento, prodigalidad, exceso y vanidad. También se asocia con frecuencia al ámbito y las aspiraciones de la cultura, sobre todo la alta cultura: principio de excelencia, estudios superiores, amplitud de conocimiento, educación liberal, erudición culta, una perspectiva amplia y envolvente. En general, parece impulsar un movimiento que tiende a abarcar totalidades de mayor alcance, ampliar el mundo personal y abrazar principios de orden más elevado, órdenes superiores de magnitud y más dilatados horizontes de experiencia. Cuando Júpiter y otro planeta entran en alineamiento cíclico, los acontecimientos coincidentes sugieren que la influencia arquetípica de Júpiter magnifica y aporta al segundo arquetipo planetario una cualidad de expansión y elevación –«lo corona», por así decir–, garantizando su éxito, honrándolo, haciéndolo fructificar, mediando en favor de su despliegue positivo, su crecimiento, su realización, su enriquecimiento, su ascenso cultural, con un potencial asimismo para el exceso y la vanidad.
En el ciclo de Júpiter–Urano, todas estas tendencias parecen interactuar de manera intensa con el principio asociado a Urano, esto es, el complejo arquetípico que implica cambio radical y repentino, rupturas creativas, rebelión contra las limitaciones y el statu quo, el impulso a la libertad y a lo nuevo, aperturas y despertares repentinos, una tendencia a constelar lo imprevisto y lo perturbador, etcétera. La naturaleza específica de estos dos principios planetarios es tal que su interacción arquetípica parece tener un efecto mutuamente estimulante y de enorme capacidad sinérgica. Estas épocas se caracterizan por una expansiva y alegre cualidad, que a menudo da lugar a cierto brillo creativo y al entusiasmo que acompaña a la experiencia de horizontes expandidos.
En los tránsitos mundiales, los alineamientos cíclicos de Júpiter y Urano se dan en correlación con oleadas de célebres hitos de actividad creadora o emancipadora en múltiples campos. La conjunción de estos dos planetas se produce aproximadamente cada catorce años. Durante cada conjunción, así como durante las oposiciones intermedias, parecen presentarse, en un breve lapso y con gran sincronicidad, decisivas crestas de movimientos de ruptura e innovación en muchos terrenos de la actividad humana. Las pruebas sugieren que los desarrollos culturales a largo plazo asociados al ciclo más largo de Urano–Plutón (y a otros ciclos más largos de los planetas exteriores que aún no hemos examinado, como el de Urano– Neptuno) tienen florecimientos cíclicos más frecuentes en coincidencia con los alineamientos de Júpiter y Urano. Estas ondas cíclicas de actividad cultural creativa y emancipadora tienen lugar como crestas intermedias entre los alineamientos más largos y menos frecuentes de Urano y Plutón, o bien como momentos de apogeo durante o inmediatamente después del alineamiento más largo. Tal como ocurre con los tránsitos personales de Urano ya mencionados, también aquí he podido rastrear la frecuencia y la calidad de importantes descubrimientos, logros y nuevos comienzos en la cultura sobre el fondo de las posiciones planetarias que durante meses y años se producen a uno y otro lado del alineamiento exacto, y en cuyo transcurso el acercamiento de Júpiter y Urano a la zona de exactitud y su posterior alejamiento trazan una curva semejante a una campana. No sólo era evidente la estrecha correlación que con este ciclo planetario presentaban las configuraciones sincrónicas de expresiones de creatividad, rebelión y despertares culturales, sino también la que mostraban los patrones diacrónicos de acontecimientos estrechamente relacionados a lo largo de alineamientos consecutivos.

CONVERGENCIA DE AVANCES CIENTÍFICOS

Muy pronto en mi investigación consideré a la posibilidad de que algún patrón cíclico de la historia se diera en correlación con el ciclo de Júpiter–Urano. Vi que un gran número de coincidencias famosas en la historia de la ciencia, en las que dos o más científicos hacían públicos descubrimientos importantes prácticamente al mismo tiempo, coincidían también con una conjunción de Júpiter y Urano.
Estas diversas convergencias de descubrimientos científicos que llegaron al dominio público bajo conjunciones de Júpiter y Urano – la de Kepler y Galileo en 1609–1610, la de Darwin y Wallace en 1858, la de Freud y Planck en 1900, la de Bohr, Heisenberg, Lemaître, Whitehead y demás en 1927– me sugirieron la existencia de patrones de mayor alcance. En este momento inicial de mi investigación, sólo habría tomado nota de estas correlaciones en lo que respecta a la combinación de su conocido carácter de puntos de inflexión en la historia de la ciencia y su asombrosa adecuación a los 497 significados arquetípicos de Júpiter y Urano: el éxito y la elevación cultural (Júpiter) en una inesperada irrupción del impulso a la ruptura creativa y el cambio radical (Urano). En todos estos casos era como si, de pronto, el principio prometeico de la psique colectiva recibiera un gran impulso de expansión y de realización, así como una inesperada afirmación e influencia cultural. Esta impresión inicial se vio considerablemente realzada cuando reparé en otra categoría de los fenómenos históricos prometeicos, esto es, en la esfera social y política. Pronto vi que en coincidencia con el ciclo de Júpiter–Urano había eclosiones súbitas, y con frecuencia brillantemente triunfales y objeto de amplias celebraciones posteriores, de un impulso colectivo de emancipación social y política, innovación y rebelión.

EL CICLO DE JÚPITER–URANO
Alineamientos axiales desde 1775
Orbe de 15º
Alineamientos exactos < 1º
Marzo 1775–abril 1776
conjunción junio de 1775
Enero 1782–noviembre 1783
oposición
Marzo–diciembre 1782
Agosto 1788–octubre 1789
conjunción Junio–julio 1789
Febrero 1796–marzo 1797
oposición
Abril 1796–marzo 1797
Octubre 1802–julio 1804
conjunción septiembre 1803
Junio 1809–abril 1811
oposición
Mayo 1810
Diciembre 1816–febrero 1818 conjunción noviembre 1817
Julio 1823–abril 1825
oposición
Sept. 1823–junio 1824
Diciembre 1830–enero 1832
conjunción marzo 1831
Octubre 1836–julio 1838
oposición
Sept. 1837–julio 1838
Marzo 1844–mayo 1845
conjunción febrero 1845
Nov. 1850–octubre 1852
oposición
Octubre 1851
Julio 1857–marzo 1859
conjunción mayo 1858
Diciembre 1864–octubre 1866 oposición
Febrero–diciembre 1865
Julio 1871–septiembre 1872
conjunción Mayo–junio 1872
Febrero 1879–febrero 1880
oposición
Marzo 1879–enero 1880
Septiembre 1885–nov. 1886
conjunción agosto 1886
Junio 1892–marzo 1894
oposición
Abril–mayo 1893
Noviembre 1899–enero 1901
conjunción octubre 1900
Junio 1906–julio 1907
oposición
Agosto 1906–junio 1907
Diciembre 1913–enero 1915
conjunción Febrero–marzo 1914
Octubre 1919–agosto 1921
oposición
Sept. 1910–mayo 1921
Marzo 1927–abril 1928
conjunción Junio i927–enero 1928
Octubre 1933–sept. 1935
oposición
Enero–octubre 1934
Julio 1940–agosto 1941
conjunción Mayo 1941
Diciembre 1947–enero 1949
oposición
Febrero–noviembre 1948
Junio 1954–agosto 1955
conjunción Sept. 1954–mayo 1955
Mayo 1961–febrero 1963
oposición
Marzo–diciembre 1962
Agosto 1968–nov. 1969*
conjunción nov. 1968–julio 1969
Mayo 1975–marzo 1977
oposición
Abril 1976
Noviembre 1982–dic. 1983
conjunción Febrero–octubre 1983
Junio 1989–julio 1990
oposición
Agosto 1989–mayo 1990
Noviembre 1996–dic. 1997
conjunción febrero 1997
Septiembre 2002–agosto 2004 oposición
Agosto–septiembre 2003
Marzo 2010–abril 2011
conjunción mayo 2010–enero 2011
Octubre 2016–sept. 2018
oposición
Dic. 2016–octubre 2017
Junio 2000–abril 2004
conjunción Julio 2001–junio 2002
Noviembre 2008–agosto 2011 oposición
Nov. 2009–agosto 2010
Enero 2018–diciembre 2021
conjunción dic. 2019–enero 2020
En general, el orbe de 20º añade un mes antes y un mes después a las fechas consignadas para los ocasionalmente, hasta nueve meses. En el caso de oposiciones y, más raramente, de conjunciones que entran y salen del orbe de 15° durante veintitrés meses, el orbe de 20o añade siempre un mes antes y otro después.

REBELIONES Y DESPERTARES SOCIALES Y POLÍTICOS
El patrón más consecuente que he observado es la coincidencia de los períodos de alineamiento de Júpiter y Urano con los meses de arranque de largos procesos, como si el impulso arquetípico asociado a este ciclo actuara como catalizador inicial de esos fenómenos: el principio de expansión y crecimiento, propio de Júpiter, junto al impulso prometeico de nuevos comienzos.
Así como los alineamientos axiales del ciclo de Urano–Plutón –conjunciones y oposiciones– coinciden de manera sistemática con fenómenos históricos y culturales arquetípicamente significativos, así ocurre también con el ciclo de Júpiter–Urano. En efecto, los alineamientos axiales consecutivos de estos planetas muestran configuraciones en las que los acontecimientos correspondientes a una conjunción se asocian a los correspondientes a la oposición y a la conjunción siguientes que completan el ciclo. Esta configuración diacrónica es fácilmente visible, por ejemplo, en el ciclo completo de alineamientos de Júpiter y Urano que se desplegaron en las décadas de 1770 y 1780. La Revolución Norteamericana, que empezó en coincidencia con la conjunción de Júpiter y Urano de 1775–1776, culminó con la independencia de la nueva nación, formalmente ratificada con la firma del Tratado de París siete años después, durante la oposición inmediatamente posterior de Júpiter y Urano de 1782–1783.89 La plena consecución de la anhelada independencia, la ale-89 Debido al movimiento aparente, tanto retrógrado como directo, a menudo las oposiciones de Júpiter y Urano (y, muy raramente, las conjunciones) recorren la franja de 15° en un período de hasta alrededor de veintitrés meses. En estos casos, no son menos evidentes las correlaciones, en particular las de los patrones diacrónicos, pero los sincrónicos se presentan de un modo algo más difuso que en los alineamientos de catorce meses de duración. Un ejemplo de esto es la oposición de 1782–1783, en la que Júpiter y Urano se mantuvieron a menos de 15° del alineamiento exacto durante aproximadamente dieciséis meses sobre un período total de veintitrés, entre enero de 1782 y noviembre de 1783. Con escasas excepciones, las conjunciones tienen lugar en períodos concentrados de catorce meses consecutivos (como en 1775–1776 y en 1788–1789), mientras que los períodos de oposición son en general más prolongados y discontinuos.
Cuando estos alineamientos más cortos del ciclo de Júpiter– Urano coinciden con los más largos del ciclo de Urano–Plutón –es decir, cuando los tres planetas, Júpiter, Urano y Plutón, entran en alineamiento recíproco, como en el momento de la toma de la Bastilla–, los acontecimientos concurrentes tienden a ser especialmente dramáticos y cargados de consecuencias. En poco más de cincuenta días de julio y agosto de 1789, en coincidencia con este alineamiento múltiple, el Ancien Régime francés, aparentemente indestructible, se hundió casi por completo. Era como si la típica explosión de dinamismo rebelde, expansiva innovación cultural, emancipación y despertar, que tiende a coincidir con los alineamientos breves de Júpiter y Urano, catalizara aquí el impulso revolucionario más enérgico asociado al alineamiento de Urano y Plutón, que empezaba en ese momento y proseguiría durante la mayor parte de la década de los noventa.
En el siglo pasado hubo un momento en que Júpiter, Urano y Plutón estuvieron en triple conjunción: fue en 1968–1969. Durante todo este período de dos años, los tres planetas estuvieron más cerca uno de otro que en ningún otro momento del siglo xx. Fue, naturalmente, el extraordinario momento de apogeo de los años sesenta, una explosión de rebeliones, manifestaciones y huelgas sin precedentes en todo el mundo. El movimiento de protesta norteamericano se hallaba entonces en su punto culminante; las revueltas estudiantiles alteraron la vida normal de multitud de centros de enseñanza y universidades, como las de Columbia, Harvard o San Francisco State, entre muchas otras. El período comprendido por esta triple conjunción vio los fecundos acontecimientos del Mayo de París, la poderosa insurgencia del Tet en Vietnam, las tumultuosas protestas de Chicago en la Convención Nacional Demócrata, el consiguiente proceso a los Ocho de Chicago, los Días de Furia de los Weathermen, los disturbios del People’s Park en Berkeley, los atletas afroamericanos negros en los Juegos Olímpicos de México en el podio con sus puños en alto cubiertos con guantes negros en apoyo de los derechos civiles y del Poder Negro, la fundación del American Indian Movement y los disturbios de Stonewall en Nueva York, entre muchos otros acontecimientos comparables. La «contracultura» –el término se inventó precisamente durante esos meses– entraba en su fase más exuberante. Tuvo lugar el festival de música de Woodstock, uno más de una oleada de festivales masivos celebrados en esos meses al impulso de una irrupción extraordinariamente rica de creatividad, tanto en música como en otras artes. En muchos ámbitos se discutían ideas radicales y se actuaba de acuerdo con ellas, como si de pronto se hubiera alcanzado un punto de ebullición en el torbellino creativo de la década.
En realidad, este período de triple conjunción de 1968–1969 coincidió con una ola de innovaciones culturales, tecnológicas y científicas, indicativas de que también en muchos otros aspectos históricamente relevantes estaba emergiendo algo poderoso y arquetípico.

SALTOS CUÁNTICOS Y EXPERIENCIAS CUMBRE
De todos los ciclos planetarios, el de Júpiter–Urano presenta tal vez la configuración secuencial más rica en el registro cultural e histórico. El impulso arquetípico de expansión y grandeza asociado a Júpiter parece interactuar de una manera inusualmente dinámica con el principio emancipador e innovador de cambio radical repentino que se asocia a Urano. Los alineamientos mayores de estos dos planetas coinciden con un sistemático despliegue de grandes hitos creativos y acontecimientos liberadores en todos los campos de la actividad humana con cuya historia tengo la familiaridad suficiente como para evaluar correlaciones significativas. Los patrones de este complejo arquetípico son evidentes sobre todo en el dominio de la alta cultura –artes y ciencias, filosofía y humanidades–, pero no de manera exclusiva. Este ciclo planetario y esta combinación arquetípica también se asocian a la aparición de grandes avances personales con una implícita sensación de despertar repentino y feliz, de renacimiento psicológico, de gozosa epifanía intelectual, de horizontes radicalmente ampliados, de acontecimientos a menudo descritos como «saltos cuánticos» y «experiencias cumbre» por los sujetos que los experimentaban.
La expresión «experiencias cumbre» –acuñada por Abraham Maslow para referirse a experiencias particularmente ennoblecedoras que producen en el individuo la sensación de un incremento radical de comprensión, felicidad y vitalidad– tuvo su origen en dos experiencias personales, una intelectual y una emocional, por las que Maslow pasó durante la conjunción de Júpiter y Urano de 1927–1928. Era la misma conjunción que se había dado en el apogeo de la revolución cuántica, marcado por el principio de complementariedad de Bohr, el de indeterminación de Heisenberg y la celebración del Congreso Solvay de 1927.
Es llamativa la regularidad con la que tantos hitos de la historia de la ciencia coinciden con el ciclo de Júpiter–Urano.
El complejo de Júpiter–Urano parece asociarse a la experiencia de rupturas de todo tipo, gozosos momentos prometeicos de descubrimiento, ascensos repentinos, intuiciones inesperadas que expanden el mundo personal, la experiencia del «¡aja!». La historia de los avances tecnológicos se asocia estrechamente a los alineamientos axiales de Júpiter–Urano: el descubrimiento de la inducción electromagnética (1831), el invento del telégrafo (1844), el invento de la bombilla eléctrica (1879), la primera emisión de radio (1920), la primera película sonora (1927), la primera transmisión de televisión (1927), la primera transmisión por Internet (1969). Durante la oposición de Júpiter y Urano de 1976, Steve Wozniak y Steve Jobs construyeron su primer ordenador personal. Particularmente notable es la historia de la aviación y de los vuelos espaciales, en los que se encarna con especial claridad el característico impulso de Júpiter–Urano a desafiar límites, a trascender la gravedad, a ascender y alejarse hasta alcanzar la libertad y el espacio exterior. Cuando se produjo el primer vuelo espacial, el del globo que lanzaron los hermanos Montgolfier en Francia a finales del siglo XVIII, Júpiter y Urano estaban alineados. Los hermanos Montgolfier inventaron el globo de aire caliente en noviembre de 1782. Tras meses de experimentos lanzaron el primer globo con un pasajero humano en París, el 15 de octubre de 1783; fue el primer caso registrado de alejamiento físico de la Tierra por parte de un ser humano. Los dos acontecimientos –el invento y el lanzamiento– tuvieron lugar durante la oposición de Júpiter y Urano de 1782– 1783, que coincidió con la ratificación de la independencia de las colonias norteamericanas por el Tratado de París, firmado en esta ciudad un mes antes del exitoso lanzamiento.
En resumen: la conjunción de Urano y Plutón abarca todo el período del programa espacial de los años sesenta, que empezó cuando Júpiter entraba en oposición con esta conjunción. Su apogeo, el alunizaje del Apolo 11 en 1969, coincidió con el momento en que Júpiter entraba en conjunción triple con Urano y Plutón. El «salto de gigante para la humanidad» es un ejemplo paradigmático del tema de los saltos cuánticos y las experiencias cumbre, que aquí tuvo lugar de modo general en el mundo entero. La hazaña científica, tecnológica y humana de volar a la lejana Luna, poner pie en ella y regresar sin problema a la Tierra –sin precedentes, espectacular y hasta entonces prácticamente inconcebible– constituyó un salto cuántico en la evolución humana y, a la vez, una experiencia cumbre para los seiscientos millones de personas que presenciaron el acontecimiento en todo el mundo.
Los alineamientos de Júpiter y Urano no sólo parecen coincidir con esas proezas en el campo de los viajes espaciales y la aviación, sino también con el impulso a intentarlas, con independencia del resultado.
Es notable que Descartes naciera con el Sol en cuádruple conjunción con Júpiter, Urano y Plutón, tal vez el retrato cósmico más impresionante que quepa imaginar de quien anunció el nacimiento del yo moderno en toda su radiante gloria solar y confianza emancipadora.
La extraordinaria conjunción del Sol, Júpiter, Urano y Plutón en el nacimiento de Descartes, el 31 de marzo de 1596, estaba también en conjunción con Mercurio, en coherencia con la afirmación cartesiana del cogito y la racionalidad como base de la identidad del yo autónomo y como método para establecer su existencia: «Pienso, luego existo».

MÚSICA Y LITERATURA

Las correlaciones secuenciales que hemos estudiado en estos capítulos sugieren la coincidencia de importantes alineamientos cíclicos de los planetas exteriores con una activación mutua de los correspondientes principios arquetípicos, pero lejos de agotar su significado en un mecánico «encendido» de la Gestalt arquetípica y su posterior «apagado» una vez finalizado el tránsito, cada alineamiento parece representar un despliegue complejo y sutil de patrones arquetípicos en forma de onda. La evidencia sugiere que cada alineamiento de un ciclo planetario particular coincide con un período en el cual el complejo arquetípico correspondiente se manifiesta de una manera definida y fácil de distinguir –expresa su significado, muestra su esencia en la psique colectiva con una notable concentración de acontecimientos arquetípicamente apropiados–, pero que una vez que el alineamiento ha tocado a su fin, ese mismo impulso continúa activo. Permanece, evoluciona, experimenta cambios, a veces por debajo de la superficie, a veces por encima. Pasa por incontables modificaciones bajo el impacto de nuevas influencias arquetípicas mientras se desarrollan los alineamientos cíclicos y siempre cambiantes con otros planetas y mientras los individuos pasan por sus tránsitos personales y responden creativamente a las fuerzas arquetípicas activas. Luego, cuando los dos planetas originales vuelven a entrar en un alineamiento cíclico, se produce otra notable activación del complejo arquetípico correspondiente, con fenómenos culturales y religiosos claramente relacionados con períodos anteriores del mismo ciclo. Pero esa nueva activación tiene lugar de tal manera que todo lo que se ha desplegado desde el último alineamiento cíclico ha sido absorbido y ahora el nuevo ciclo lo integra. Hemos visto indicaciones de ese proceso, por ejemplo, con el ciclo de Urano–Plutón y los grandes movimientos de emancipación y despertares dionisíacos que se presentan de manera cíclica en la era moderna. Lo hemos visto también con el ciclo de Saturno–Plutón y sus correlaciones con las guerras mundiales y la Guerra Fría, y a propósito de las confrontaciones morales colectivas con el lado sombrío de la existencia. Y también es evidente en los desarrollos históricos aquí mencionados, de la liberación social y política a las revoluciones y la creación artística. Cualquiera que sea el campo de la actividad humana al que diri-jamos la atención, una vez captado el modelo propio del ciclo de Júpiter–Urano, los patrones coincidentes de rupturas creativas e hitos culturales resultan sorprendentemente claros.
El patrón diacrónico de estas dos conjunciones consecutivas (1788–1789 y 1803) que conectan a Mozart y Haydn con Beethoven es indicativo del cuadro más complejo de evolución arquetípica que acabo de describir. Estas dos conjunciones de Júpiter y Urano son las mismas que tuvieron lugar en el comienzo y en el final del período de la Revolución Francesa. Se podría decir que lo que separa a las últimas sinfonías de Mozart y Haydn de la Heroica de Beethoven y sus sucesoras es la oposición de Urano y Plutón de la década de 1790 y todo lo que ella representó. En términos arquetípicos, lo que marcó la evolución dramática de Mozart y Haydn a Beethoven fue precisamente la radical intensificación de las cualidades prometeicas y dionisíacas en interacción dinámica –el exaltado impulso emancipador, la titánica voluntad de libertad creadora, la intensidad del torbellino y los cambios repentinos e impredecibles, el arrollador movimiento masivo de las energías, el poder de transformación–, esto es, las mismas cualidades que marcaron toda la época de la Revolución Francesa. Como más tarde diría Wagner, Beethoven fue «un titán en lucha con los dioses».
En términos generales, he comprobado que estos alineamientos discontinuos tienden a coincidir con fenómenos arquetípicamente pertinentes desde el momento en que los planetas entran por primera vez en el orbe hasta que salen de él por última vez. Esto también es cierto en relación con los tránsitos personales de los planetas exteriores, en los que se dan movimientos retrógrados y directos similares sobre las posiciones de la carta natal.
Es cierto que el ciclo de Júpiter–Urano coincide con extraordinaria regularidad con rupturas creativas e hitos en la historia de la música, al igual que en muchos otros campos. Pero no es menos cierto que las obras compuestas y estrenadas bajo estos alineamientos relativamente breves tienden a reflejar, como ethos cultural general del momento, cualidades particularmente expresivas del complejo arquetípico de Júpiter y Urano, por ejemplo, un espíritu creador de inspiración particularmente elevada, exuberante y festiva.
Los alineamientos del ciclo de Júpiter–Urano coinciden regularmente con obras creativas que destacan por su magnitud impactante o por una sorprendente expansión de los límites convencionales, lo que puede entenderse como expresión de la dirección dinámica Urano–Júpiter, con la súbita liberación del impulso a la grandeza y la expansión y su encarnación creadora por vías sorprendentes.
El cuadro general de la historia de la literatura presenta un panorama en el que los alineamientos axiales del ciclo de Júpiter–Urano coinciden de manera sistemática con hitos concurrentes de innovación creadora. En efecto, en la historia de la literatura occidental desde el Renacimiento hasta nuestros días son evidentes los asombrosos patrones diacrónicos en coincidencia con el ciclo de Júpiter y Urano. Pero no se trata, una vez más, de que tales acontecimientos ocurran repentina y exclusivamente durante estos alineamientos, sin conexión con los acontecimientos y las actividades de los años intermedios. Por el contrario, es como si en la actividad literaria y la creatividad cultural se produjese una suerte de cresta de ola en correlación con esos alineamientos. Estas crestas son perceptibles en multitud de publicaciones o inicios de obras importantes y revolucionarias que tienen lugar durante esos alineamientos, así como en las diversas concentraciones que se producen en muchas categorías de acontecimientos, como la puesta en marcha de movimientos de gran influencia, nuevos géneros o asociaciones creadoras de grandes figuras literarias. Todo el conjunto de correlaciones parece formar un patrón inteligible de fenómenos culturales cíclicamente relacionados y portadores de las cualidades arquetípicas asociadas a Júpiter y Urano.
A menudo, un período particular de la conjunción de Júpiter y Urano produce una obra que marca el comienzo de una serie de obras del mismo tipo de un gran autor, que adoptarán el carácter básico de la que había aparecido en coincidencia con la conjunción. Un ejemplo es Faulkner, quien dio comienzo a la larga serie de novelas del condado de Yoknapatawpha durante la conjunción de Júpiter y Urano de 1927–1928, con Sartoris y El ruido y la furia, primeras de la serie de obras maestras que vinieron a continuación (Mientras agonizo, Santuario, Luz de agosto y las demás). Otro caso es el de Thomas Hardy, que empezó su larga serie de novelas de Wessex con Bajo el árbol, durante la conjunción de 1871–1872, para continuar con Lejos del mundanal ruido, El regreso del nativo, El alcalde de Casterbridge, Tess la de los D’Urbervilles y sus otras novelas centradas en el pueblo y el paisaje del sudeste de Inglaterra. Durante la misma conjunción de 1871–1872, Émile Zola inició su experimento de veinte novelas naturalistas, el ciclo de novelas de los Rougon–Macquart, que documentaba la vida en el Segundo Imperio Francés, con la publicación de La fortuna de los Rougon.
El denominador común de muchos de estos patrones de creatividad literaria es la correlación precisa del ciclo de Júpiter y Urano con diversos tipos de nuevos comienzos: la publicación de la primera obra de un autor importante, la primera de una serie importante de libros esencialmente relacionados, la primera de un nuevo género, y así sucesivamente.


MOMENTOS EMBLEMÁTICOS E HITOS CULTURALES
Las correlaciones con el ciclo de Júpiter–Urano que implican otros fenómenos culturales, como la historia del cine, el teatro, la pintura, el jazz, la música, el rock y la contracultura, o campos específicos de estudio como la antropología, la psicología o la filosofía, presentan patrones igualmente ricos de acontecimientos y de hitos sincrónicos y diacrónicos.
Ningún otro momento de la historia de la música popular es comparable con este período de triple conjunción de Júpiter, Urano y Plutón, la única del siglo XX.
Otra categoría de fenómenos culturales cuya correlación con el ciclo de Júpiter–Urano cabe destacar es la de famosos primeros encuentros de figuras culturales que se han convertido en emblemas de la imaginación colectiva.

Las relaciones más significativas de amor romántico suelen coincidir con tránsitos personales de los planetas exteriores sobre Venus, la Luna o el Ascendente (y también, en el caso de matrimonios y relaciones de larga duración, con el ciclo de tránsito personal de Saturno). Sin embargo, también aquí, muchas veces resulta pertinente el ciclo de tránsito mundial de Júpiter y Urano: por ejemplo, los estudiosos de Goethe reconocerán que las dos conjunciones que coincidieron con los comienzos de la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa (1775–1776 y 1788–1789) coinciden también exactamente con los comienzos de las dos relaciones amorosas más importantes de Goethe: la primera, con Charlotte von Stein; la segunda, con Christiane Vulpius. Análogamente, el famoso primer encuentro de Petrarca con Laura en Aviñón, punto de inflexión en el itinerario creativo del poeta, pues Laura iba a ser su fuente de inspiración el resto de su vida, tuvo lugar el 6 de abril de 1327, cuando Júpiter y Urano estaban en oposición y transitaban sobre su Sol natal.
Un tema común a muchas de estas correlaciones es el de la repentina e inesperada expansión de horizontes personales o culturales. Puede tratarse de una expansión en sentido literal a la vez que intelectual.
En general, en la historia del pensamiento y la cultura occidentales, que es la tradición que mejor conozco, he encontrado patrones correlativos bien definidos para cualquier siglo del que se disponga de registros históricos lo suficientemente precisos y extensos. A medida que se retrocede en la historia, la densidad de los datos culturales decrece poco a poco, y cuando uno se adentra en los siglos y los milenios anteriores a 1500, dichos datos desaparecen casi por completo. Por tanto, resulta particularmente interesante el estudio de la primera conjunción posterior a 1500, exacta en 1513 (en realidad, los planetas entraron por primera vez en el orbe de 15° en junio de 1512, salieron y volvieron a entrar en él durante el resto de 1512 y 1513 y lo abandonaron definitivamente en febrero de 1514, lapso insólitamente prolongado para una conjunción de Júpiter y Urano). Este período coincidió con una ola extraordinaria de acontecimientos que, en muchos sentidos, parecían marcar el punto 556 culminante del Renacimiento italiano.
Los historiadores de la ciencia consideran que este período coincidió con la redacción y la distribución privada del Commentariolus de Copérnico, el breve manuscrito que contenía la primera descripción de su teoría heliocéntrica, que hizo circular entre amigos y colegas. El primer dato que tenemos de la existencia de este texto es su registro, a principios de 1514, en el inventario de la biblioteca de un erudito, sólo dos meses después de que la conjunción dejara atrás los 15°. Los estudiosos de Copérnico piensan que lo más probable es que haya sido escrito en 1512–1513. Es como si, hace cinco siglos, una fuerza arquetípica impulsara el nacimiento del yo moderno –en arte, religión, ciencia, el Renacimiento, la Reforma, la Revolución Científica– y este breve período representara una suerte de umbral de un fenómeno más amplio. Incluso en el campo de la exploración mundial, fue en estos mismos meses extraordinarios, en septiembre de 1513, cuando Balboa divisó por primera vez el Océano Pacífico, forma literal, geográfica, de un despertar inesperado y de la expansión a nuevos horizontes. Además, junto a todos estos acontecimientos y fenómenos culturales sincrónicos se advierte también la presencia de configuraciones diacrónicas en la exploración mundial: durante la oposición inmediatamente posterior, la de octubre y noviembre de 1520, Magallanes atravesó por primera vez el estrecho que conecta el Atlántico y el Pacífico (y bautizó a éste como Pacifica) durante la histórica expedición que por vez primera circunnavegó el globo. Exactamente dos ciclos antes, durante la oposición de Júpiter y Urano de 1492, Cristóbal Colón zarpó en el viaje que lo llevaría por primera vez al Nuevo Mundo.

PROMETEO Y NIETZSCHE

En estas correlaciones podemos reconocer el principio arquetípico de Júpiter en su dimensión de ensanchamiento y elevación cultural: expansión de horizontes intelectuales y artísticos, inclinación a las aspiraciones superiores, la cultura refinada, las artes y las ciencias, la filosofía, comprensión más vasta, amplitud de visión cultural e intelectual, apertura a otras culturas y a un espectro más rico de perspectivas. También podemos observar la asociación de Júpiter con el impulso a expansiones de un orden más literal, como en las exploraciones de los navegantes transoceánicos. A su vez, el principio prometeico asociado con Urano parece catalizar y liberar este impulso jupiteriano en formas inesperadas e innovadoras, mientras se eleva y se expande con éxito (Júpiter) en su propia tendencia emancipadora y creativa (Urano). Aquí comenzamos a ver algo de la complejísima dialéctica arquetípica que se da entre los dos principios: Júpiter–Urano y Urano–Júpiter, que se activan, se penetran y se influyen recíprocamente.
Muchos hitos de la historia de la libertad coinciden con el ciclo de Júpiter–Urano, desde la toma de la Bastilla hasta la caída del Muro de Berlín. Este despliegue cíclico de expansiones y florecimientos del impulso prometeico también se manifiesta en súbitos avances en la lucha por los derechos humanos, como la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano que se proclamó en Francia durante la conjunción de 1789 y la Carta de Derechos que se presentó ese mismo año en el Congreso de los Estados Unidos durante la misma conjunción.
A la vista de esta comparación y de las correlaciones similares mencionadas en los capítulos dedicados a estos dos ciclos, se podría decir que la combinación arquetípica de Saturno y Plutón sugiere una cualidad dominante de sombría gravedad, una dirección de profundidad descendente, de fuerte contracción, de siniestra realidad, muerte y pérdida, el lastre del pasado; mientras que los alineamientos de Júpiter y Urano parecen coincidir con una orientación más luminosa, ascendente y expansiva, a saber, el avance hacia el futuro, el ascenso a brillantes alturas, la libertad repentina, la expansión a mundos nuevos e inesperados, todo ello con alegría creadora. A la inversa, mientras que los acontecimientos del ciclo de Saturno–Plutón producen estructuras duraderas, gravedad moral, profundidad de experiencia, solemnidad y solidez, antigua tradición y raíces profundas, la costosa sabiduría de la madurez y la potenciación del principio del senex, la tendencia de Júpiter–Urano es a menudo ingenuamente optimista e ilimitada, el puer eternus, el niño eterno, engreído y sin trabas, en un vuelo que, al modo de Ícaro, no conoce límites en su ascenso. En efecto, a los alineamientos de Júpiter y Urano se asocia la celebración acrítica del progreso científico y tecnológico, la jubilosa quiebra de reglas y superación de límites, la pródiga falta de control de la rebelión contracultural, los excesos carnavalescos, la efímera euforia de los recién liberados, las indulgencias excesivas y la vistosa riqueza del nuevo rico, la ostentación y el deslumbramiento de la fama, el inventor fanático que no puede dejar de seguir innovando.
Todo complejo arquetípico tiene su sombra, y en el caso del complejo de Júpiter–Urano es fácil poner de manifiesto la sombra de tan feliz superabundancia. Como dijo Mae West, que nació bajo una oposición de Júpiter y Urano, «el exceso de lo bueno es maravilloso». Así habla el irreprimible y sonriente Truhán en defensa de la plenitud desmesurada, propia de Júpiter, libre de preocupaciones inhibidoras y con un imprevisto toque de humor para celebrar las virtudes del exceso y los buenos momentos sin límites. En el universo del complejo arquetípico de Júpiter–Urano no se ven las sombras.
Pero el mundo no está gobernado por ningún complejo arquetípico en solitario. Los dioses, dijo Schiller, nunca aparecen solos.
El estilo de Nietzsche, dominado por elocuentes metáforas de vuelo y de ascenso, siempre buscando horizontes radicalmente nuevos y la apertura de nuevos mundos, refleja con toda vivacidad el complejo de Júpiter–Urano.
Todo individuo es a la vez punto de encuentro y continente de muchos impulsos arquetípicos. Con Nietzsche, lo mismo que con cualquier otra persona que analizamos en este libro, la única manera en que podemos comenzar a captar la rica complejidad de sus arquetipos astrológicos es reconocer en qué medida cada aspecto natal se inserta en un todo de mayor alcance –la carta natal completa– que comprende todos los planetas, cada uno configurado de manera única con otros, de tal manera que cada complejo arquetípico pertinente resulta modelado y modificado por los otros complejos activos en la vida de la persona. Mientras que, en un sentido, es posible aislar la conjunción de Júpiter y Urano de Nietzsche y reconocer su complejo arquetípico distintivo en la biografía y las ideas del filósofo, en otro sentido sólo es posible comprender ese complejo si se tiene en cuenta la carta natal completa con su multiplicidad de aspectos natales en intersección. En este libro, en aras de la sencillez y la claridad, he centrado la exposición en una sola combinación planetaria cada vez. Pero un análisis más riguroso debe ocuparse del complejo más amplio de relaciones arquetípicas que operan siempre en toda vida personal, en todo acontecimiento y en toda época cultural.

NACIMIENTOS OCULTOS
Difícilmente el torrente de actividad y pensamiento humanos coincide exactamente con los alineamientos planetarios. Todos los años hay multitud de fenómenos culturales importantes. Sin embargo, parece claro que las conjunciones y las oposiciones de Júpiter y Urano tienden a coincidir, con extraordinaria regularidad, con un clímax cíclico de creatividad y liberación cultural y una sensación de nuevos comienzos, tanto en la vida de los individuos como en la del conjunto de la comunidad humana. Cada uno de estos alineamientos parece hacer las veces de signo de puntuación en la continuidad del ciclo: como culminación de lo que le antecedía, como fructificación del proceso creativo del pasado inmediato e incluso como gran paso adelante hacia un nuevo nivel de creatividad que se despliega en los años sucesivos, con ideas revolucionarias que se incorporan al discurso público, con procesos creativos de larga germinación que asoman bruscamente a la superficie, con el nacimiento y la difusión de nuevas obras, la exploración de nuevos horizontes, el comienzo de nuevas asociaciones, el inicio de nuevos movimientos, la conquista de nuevas libertades, el despertar de nuevas formas de comprensión.
Sin embargo, una característica menos evidente de las correlaciones aquí mencionadas es que el significado de muchos acontecimientos que coincidieron con alineamientos del tránsito mundial de Júpiter y Urano no fue advertido en el momento en que ocurrieron, ni en los años inmediatamente posteriores. Es cierto que en muchos de los ejemplos que hemos expuesto, el significado era evidente y ampliamente reconocido, como el alunizaje, la toma de la Bastilla o la caída del Muro de Berlín. Pero en 1858, cuando Darwin y Wallace presentaron conjuntamente ante la Linnean Society su artículo sobre la teoría de la evolución, pocas personas advirtieron el significado del mismo. En su momento, este anuncio sólo recibió el silencio por respuesta, y cuando publicó en las actas de la sociedad, la reacción fue en general crítica. Varios meses después, cuando el presidente de la sociedad resumió los acontecimientos del año anterior, se lamentó: El año que acaba de terminar... no ha quedado en realidad marcado por ninguno de esos descubrimientos asombrosos que de inmediato revolucionan, por así decir, el campo científico al que pertenecen. A menudo el momento de despertar cultural, cualquiera que sea su trascendencia histórica, se da muy silenciosamente.
Aunque los alineamientos de Júpiter y Urano coinciden con comienzos creativos y de emancipación, con el nacimiento de obras, movimientos e ideas importantes, estos comienzos son a menudo como nacimientos en un establo, humildes y alejados de los centros del poder y la atención mundiales, esto es, en privado y en solitario, en un estudio silencioso, en una pequeña reunión, en un cuaderno de notas, en la soledad de un sendero montañoso, junto a una charca, en una mente individual, en el castillo interior. Con frecuencia fueron ignorados por el público general de su época, y a veces no tuvieron el reconocimiento de nadie, ni siquiera de sus protagonistas. Sólo con posterioridad el acontecimiento o su importancia se hicieron visibles; a veces mucho más tarde, bajo un alineamiento posterior de Júpiter y Urano, como sucedió con los descubrimientos genéticos de Mendel, por mucho tiempo ignorados.
Tal vez sea adecuado terminar esta sección sobre el ciclo de Júpiter–Urano con la aclaración de que el Discurso sobre la dignidad del hombre, de Pico della Mirandola, con el que empezamos este libro, fue escrito durante la conjunción de Júpiter y Urano de 1486, cuando alboreaba la culminación del Renacimiento. La coincidencia es representativa de este ciclo. El manifiesto de Pico, que los estudiosos modernos consideran unánimemente como iniciador de una nueva época, apenas fue conocido en el año de su redacción, pues el Vaticano prohibió la celebración de la reunión de filósofos para la que había sido escrito como discurso de apertura. Sin embargo, con su conmovedora declaración de libertad humana y de ilimitadas posibilidades en la aventura cósmica, con su optimismo y su creatividad, así como con su éxito cultural final y su legendario estatus histórico, ilustra con intensidad los temas centrales del ciclo Júpiter– Urano y el triunfo de Prometeo: Tú, no coartado por límite alguno, en concordancia con tu propio libre albedrío, en cuyas manos te hemos puesto, ordenarás por ti mismo los límites de tu naturaleza... No te hemos hecho celestial ni terrenal, mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, puedas darte la forma que prefieras.

CAMBIOS TRASCENDENTALES DE VISIÓN CULTURAL
Examinemos ahora nuestro cuarto y último ciclo planetario de esta exposición inicial de tránsitos mundiales y correlaciones históricas con fenómenos culturales colectivos. El ciclo de Urano– Neptuno tiene unos años de duración, el más largo de los que hemos analizado hasta ahora. Las conjunciones y las oposiciones de Urano y Neptuno se prolongan por períodos relativamente largos y permanecen en el orbe de 15º entre catorce y diecinueve años. En general, el carácter arquetípico de estos períodos históricos es menos concreto y tangible que el de los otros ciclos que hemos examinado, pero su influencia final en los tiempos que les sucedieron no fue menos profunda ni menos duradera.
En el siglo y medio posterior al descubrimiento de Neptuno, los astrólogos han considerado el principio arquetípico asociado al planeta como omniabarcador y de evanescente sutileza. Se le adjudica el dominio de las dimensiones trascendentes de la vida, la visión imaginativa y espiritual y el ámbito de lo ideal. Rige el fundamento invisible e intangible de la experiencia, pues da forma a la conciencia más allá de los mecanismos causales habituales. Su influencia típica es la de disolver fronteras y estructuras, mezclar lo que está separado. Antepone lo unido a lo dividido, lo intemporal a lo temporal, lo inmaterial a lo material, lo infinito a lo finito.
El arquetipo de Neptuno también se asocia a la ilusión, el engaño y el autoengaño, la confusión, la ambigüedad, la proyección, maya. Rige tanto el sentido positivo del encantamiento como el negativo, tanto la visión poética como la quimera, el misticismo como la locura, las realidades superiores como la irrealidad engañosa. Es esencial a todo lo que está paradójicamente unido. Trasciende y confunde los intentos de mantener fronteras, definiciones y dicotomías estrictas. Es el principio arquetípico de lo multidimensional y lo metaempírico, lo metafórico y lo polivalente.
El principio de Neptuno se relaciona especialmente con la corriente de la conciencia y las profundidades oceánicas del inconsciente, con todos los estados de conciencia no ordinarios, con el ámbito de los sueños y las visiones, las imágenes y los reflejos. Gobierna el mito y la religión, la poesía y las artes, la inspiración y la aspiración, la experiencia de la divinidad, lo numinoso, lo inefable, lo sagrado y lo misterioso. Su mundo es antes el significado que la materia, antes lo simbólico que lo real. Se asocia con la esfera del alma y del espíritu, el dominio transpersonal, el inconsciente colectivo, el anima mundi, la dimensión arquetípica de la vida, el mundo de las Ideas platónicas. En términos más generales, se considera que Neptuno gobierna en última instancia todos los modos de conciencia, en el sentido de que abarca todos los dioses y arquetipos que informan y modelan la manera en que se tiene experiencia del mundo externo y del interno. Es también el principio arquetípico que inspira los enunciados que acabamos de formular, es decir, que hace posible toda perspectiva o experiencia relativa a «dioses y arquetipos», «lo numinoso» o «el anima mundi».
En los períodos correspondientes a alineamientos de Urano y Neptuno, al igual que en los otros ciclos que hemos examinado en los que interviene Urano, observé que el arquetipo de Prometeo volvía a parecer claramente constelado en la psique colectiva y en los fenómenos culturales. Era fácil observar sus conocidas cualidades de cambio acelerado, despertar repentino, innovación creativa, emancipación, rebelión y trastorno, pero en este caso esas cualidades surtían efectos relacionados con los diversos temas arquetípicos asociados a Neptuno. Los períodos correspondientes a alineamientos de Urano y Neptuno se caracterizan no tanto por grandes cambios políticos u otros cambios materialmente tangibles, como por transformaciones de la visión subyacente a una cultura: amplios despertares espirituales, el nacimiento de nuevos movimientos religiosos, renacimientos culturales, el surgimiento de nuevas perspectivas filosóficas, el retorno del idealismo, cambios repentinos en la visión cosmológica y metafísica de una cultura, rápidas transformaciones colectivas en la comprensión psicológica y la sensibilidad interior, 588 ciertas formas de cambio de paradigma científico, nuevas ideas y movimientos sociales, así como cambios fundamentales en la imaginación artística de una cultura. Estos alineamientos tienden también a coincidir con períodos de amplia confusión y desorientación espiritual y filosófica, asociados a la rápida disolución de estructuras establecidas de creencias y certezas, así como a una cierta susceptibilidad a distintos tipos de trance de masas. Lo mismo que ocurre con otras configuraciones en las que interviene Urano, hay una permanente cualidad de despertar estimulante y liberador, acompañada de una espontánea innovación creadora, o bien una cualidad desestabilizadora producida por inesperados y repentinos cambios radicales. Pero ambas cualidades se expresan de modo característico mediante la imaginación colectiva y la visión cultural –espiritual, artística, científica, cosmológica, filosófica, social– con una tendencia a lo ideal, lo poético, lo esotérico y lo místico, a menudo en compañía de un incansable impulso de trascendencia e iluminación espiritual.
En lo concerniente a despertares espirituales y el nacimiento de 589 nuevas religiones, Urano y Neptuno estuvieron en oposición de 32 a 13 a.C., período que en general los historiadores consideran que abarca la vida adulta y el ministerio de Jesús, su muerte y el nacimiento de la religión cristiana. Como veremos en el curso de la exposición, es posible reconocer aquí la esencia de muchos rasgos característicos de otros alineamientos de Urano y Neptuno: la influencia carismática de un maestro espiritual inspirado por un despertar místico, la revelación de un nuevo orden espiritual y de una nueva relación con lo divino, la creencia en que una realidad divina superior ha entrado inesperadamente en los asuntos humanos con consecuencias liberadoras, la afluencia pentecostal de nuevos poderes espirituales y la comunión extática con la divinidad.
Así como los ciclos de Urano–Plutón de la década de 1960, la Revolución Francesa y otros períodos comparables, como el de la enorme rebelión de Espartaco en la Antigüedad romana, coinciden con activaciones colectivas de un Prometeo de poder titánico, el ciclo de Urano–Neptuno parece coincidir con la activación colectiva de un Prometeo más espiritual. La imagen de Jesucristo que surge de este período es portadora de muchos de los motivos prometeicos, aunque en manifestación marcadamente espiritual: el rebelde divino contra el viejo orden, el liberador eterno de la humanidad que trae el fuego de la gracia divina del cielo para emancipar a la humanidad de su dependencia de la muerte y el pecado y reabrir las puertas del paraíso. Como veremos, en esta era resultan evidentes muchos otros temas que posteriormente caracterizarán los períodos de alineamiento de Urano y Neptuno: el énfasis en fenómenos milagrosos y sobrenaturales, curas repentinas tanto de naturaleza física como espiritual, la preocupación por la redención y el renacimiento espiritual, la creencia colectiva en una realidad radicalmente diferente que repentinamente reemplazará el orden actual del mundo, la disolución de antiguas estructuras coercitivas, el inesperado despertar a una vida inmortal, el llamamiento a una ética de compasión universal y la unidad espiritual de la humanidad.
En el contexto del ciclo que ahora nos ocupa, podemos reconocer varios temas característicos del complejo arquetípico de Urano–Neptuno, como la revelación numinosa de una renovada forma autónoma del ser humano, el fluido sincretismo e interpenetración de muchas tradiciones espirituales y filosóficas, a menudo de carácter esotérico, la renovación de la antigüedad clásica y la imaginación antigua, la revisión creativa de mitos antiguos y de textos bíblicos, y la celebración de una imagen del ser humano al mismo tiempo prometeica y espiritual, divinamente inspirada para cumplir con su papel cósmico único.
Como hemos observado en otros ciclos planetarios, los alineamientos mayores de los planetas exteriores no sólo coinciden con fenómenos culturales arquetípicamente pertinentes, sino también con el nacimiento de individuos cuya vida y obra posterior encarnarán y transmitirán al futuro dichos impulsos arquetípicos.
Durante este alineamiento en el centro mismo del Renacimiento podemos reconocer fenómenos arquetípicos que se dan simultáneamente en diversas categorías de la experiencia cultural y la imaginación: las artes, la filosofía, la religión, la ciencia. También vemos la tendencia característica de estos períodos a unir distintos ámbitos, como en Leonardo (arte y ciencia), Ficino y Pico (filosofía y religión, erudición y gnosis), y Botticelli y Rafael (arte y filosofía). En el pasado reciente, un ejemplo muy claro de esta interacción sincrónica nos lo ofrece la más reciente oposición de Urano y Neptuno, que tuvo lugar a comienzos del siglo XX.
En los fenómenos y acontecimientos culturales que se produjeron en coincidencia con el alineamiento de 1899–1918, los temas característicos de la combinación arquetípica de Urano y Neptuno pueden observarse en numerosas categorías. En relación con un gran cambio cultural en la visión artística, en pintura y artes visuales, es el período decisivo para Picasso, Braque, Matisse, Mondrian, Duchamp, Kandinsky y Klee, así como el de la influyente obra tardía de Cézanne y Rodin. En literatura, es el período de experimentación y cambio radical para Joyce, Proust, Mann, Rilke, Kafka, Yeats, Pound, T.S. Eliot, D.H. Lawrence, Gertrude Stein, Robert Frost y Wallace Stevens. En la música lo es para Stravinsky, Schönberg y Scriabin, y en la danza, para lsadora Duncan, Nijinsky y Diaghilev. El alineamiento de Urano y Neptuno de este período abarca el multifacético nacimiento del modernismo en la cultura europea y norteamericana.
Esta oposición de Urano y Neptuno se superpuso significativamente a la de Urano y Plutón de 1896–1907, cuya multitud de acontecimientos y tendencias de índole revolucionaria ya hemos analizado. Cuando se producen estas superposiciones de alineamientos planetarios pueden observarse expresiones y síntesis de ambos complejos arquetípicos. En este caso, con dos alineamientos tan largos, una superposición tan sostenida y un mismo planeta (Urano) presente en ambos ciclos, a veces las distinciones pueden ser sutiles, pero no por ello menos discernibles cuando se las observa a la luz de patrones históricos más amplios. Esos elementos y temas compartidos por los dos ciclos – aumento de la creatividad, cambios repentinos y rupturas radicales, transformaciones para emanciparse de estructuras establecidas, despertares repentinos, innovación artística y científica– se asocian al planeta Urano. Por poner la ciencia como ejemplo, el ciclo de Urano–Plutón coincidió sistemáticamente con importantes revoluciones científicas, asociadas a una intensificación del impulso a la innovación intelectual y el poder tecnológico que en el período 1896–1907 supuso el nacimiento de la era nuclear –el descubrimiento de la radiactividad del uranio, el aislamiento del radio y del polonio y la fórmula einsteiniana de la equivalencia entre masa y energía–, así como el desarrollo de la aviación, el automóvil y muchos otros avances tecnológicos. Por el contrario, el ciclo de Urano– Neptuno tiende a coincidir con cambios radicales en la imaginación científica colectiva, pero de dimensión o epistemológica más intangible, que disuelven a tal punto las creencias establecidas en lo tocante a la naturaleza de la realidad, que a menudo trascienden el campo científico en el que habían tenido origen.
A menudo, los alineamientos de Urano y Neptuno coinciden con cambios de visión cosmológica, ya catalizados por nuevos datos astronómicos o por saltos importantes de la imaginación científica que introducen un marco conceptual radicalmente nuevo.
La secuencia de estos dos ciclos mayores, el de Urano–Neptuno y el de Urano–Plutón, a comienzos del siglo XX, coincide con un cambio en los intereses y las actividades de importantes figuras culturales en esa época.
La secuencia de estos dos ciclos mayores, el de Urano–Neptuno y el de Urano–Plutón, a comienzos del siglo XX, coincide con un cambio en los intereses y las actividades de importantes figuras culturales en esa época. Así como el cambio de énfasis que se dio entre Freud y Jung en las etapas iniciales de la psicología profunda coincidió casi exactamente con el paso de la oposición de Urano y Plutón a la de Urano y Neptuno, así ocurrió también con cambios paralelos en la vida y la obra de muchos de sus contemporáneos. Cada uno de estos cambios reflejaba a su manera los motivos característicos de los dos complejos arquetípicos. Por ejemplo, Sri Aurobindo fue un líder activo del movimiento político revolucionario nacionalista contra el imperialismo británico en la India durante la oposición de Urano y Plutón de 1896–1907. Arrestado en 1908, entre este año y el siguiente, mientras se hallaba en la cárcel, pasó por una serie de experiencias místicas transformadoras en coincidencia con la oposición de Urano y Neptuno. Durante el resto del alineamiento, que continuó durante la década siguiente, Aurobindo estableció en 1910 el ashram de Pondicherry y allí dio comienzo a sus obras más importantes de filosofía mística, La vida divina y La síntesis del yoga, que se publicaron por entregas a partir de 1914. Análogamente, durante el período regido por Urano–Plutón, Martín Buber compartía activismo con Theodor Herzl en el movimiento sionista en Viena, de cuyo órgano oficial, Die Welt, asumió en 1901 la jefatura de redacción. El período presidido por Urano– Neptuno coincidió con la posterior dedicación de Buber al estudio intensivo del hasidismo, que comenzó a finales de 1903 y continuó en la publicación de sus primeros libros hasídicos en 1906–1909 y sus influyentes conferencias de Praga sobre judaísmo en 1909– 1911. En 1916 dio comienzo a la redacción de su obra maestra, Yo y tú. Por último, en lo que concierne a nuevas formas de arte y nuevos medios de expresión de la imaginación cultural, y aparte de los movimientos y figuras artísticas revolucionarios ya mencionados (Picasso, Stravinsky, Joyce y otros), este alineamiento de 1899– 1918 presenció también el surgimiento del cine como forma de creación artística de amplia influencia cultural. El cine necesitaba progresos tecnológicos en lo relativo a la producción, la proyección y la difusión (Urano) de sus imágenes, que tienen algo de maya (Neptuno). A partir de este momento, la influencia cultural del cine fue, por un lado, emancipadora, innovadora y rompedora de las relaciones sociales y los modos de expresión establecidos (Urano) y, por otro lado, estímulo de la imaginación, hipnótica, a menudo fuente de evasión, y disolvente de las estructuras convencionales de identidad y realidad (Neptuno). La llamativa fusión de todos estos acontecimientos y todas estas tendencias –en las artes, las ciencias, la filosofía, la psicología, la política y la espiritualidad– que se dio bajo este alineamiento de 1899–1918 precipitó una compleja transformación de la experiencia cultural en muchos frentes, y sembró las semillas de importantes cambios futuros en la psique colectiva, cuyos efectos se perciben aún hoy.

EL CICLO DE URANO–NEPTUNO
Alineamientos axiales desde 600 a.C.
Orbe de 15º
Alineamientos exactos < 1º
584-568 (a.C.)
conjunción
576-575
499-482
oposición
493-488
412-397
conjunción
405-403
328-311
oposición
322-317
240-226
conjunción
234-232
157-140
oposición
150-146
69-55
conjunción
62-61
16-32 (d.C.)
oposición
22-26
104-117
conjunción
110-111
187-203
oposición
193-197
275-288
conjunción
281-282
358-374
oposición
364-368
446-458
conjunción
452-453
529-545
oposición
535-539
617-629
conjunción
622-624
700-716
oposición
706-710
788-800
conjunción
794-795
872-887
oposición
877-882
959-972
conjunción
964-966
1043-1059
oposición
1048-1053
1130-1143
conjunción
1135-1137
1213-1230
oposición
1219-1224
1301-1314
conjunción
1307-1308
1385-1402
oposición
1391-1395
1472-1486
conjunción
1478-1479
1556-1574
oposición
1563-1567
1643-1658
conjunción
1649-1650
1728-1746
oposición
1734-1738
1814-1829
conjunción
1821-1822
1899-1918
oposición
1906-1910
1985-2001
conjunción
1992-1993
El orbe de 20o añade de dos a tres años antes y después de las fechas asignadas a los 15º.

EPIFANÍAS ESPIRITUALES Y EL SURGIMIENTO DE NUEVAS RELIGIONES
Del mismo modo que los otros ciclos de planetas exteriores que ya hemos estudiado, cada uno de los períodos que coinciden con los alineamientos cíclicos mayores de Urano y Neptuno se ramifica en un patrón sincrónico y otro diacrónico, ambos de sorprendente claridad. Por ejemplo, con respecto a los despertares espirituales de nuevas religiones desde el nacimiento del cristianismo, Urano y Neptuno volvían a estar alineados entre 617 y 630, cuando Mahoma fundó el islam.

UTOPÍAS SOCIALES
Durante estos mismos siglos he advertido la presencia de un patrón paralelo de fenómenos históricos que, coincidiendo también con los alineamientos del ciclo de Urano–Neptuno, implica el surgimiento de perspectivas y movimientos sociales de naturaleza utópica. Una vez más, la Gestalt arquetípica subyacente puede reconocerse como síntesis de los dos principios pertinentes: el impulso prometeico al experimento creativo y la innovación, la libertad, la rebelión contra el statu quo y una orientación al futuro, todo ello unido a las características neptunianas de idealismo y esperanza, inspiración espiritual, visión intuitiva, disolución de fronteras y de estructuras convencionales y el sueño de una armonía y unidad en la comunidad humana.
La secuencia de alineamientos axiales del ciclo Urano–Neptuno guarda estrecha relación con los nacimientos de individuos que produjeron obras y visiones utópicas de gran influencia, como el nacimiento de Tomás Moro en 1478, durante una conjunción casi exacta de Urano y Neptuno. Fue la conjunción que tuvo lugar entre 1472 y 1486, el período de la Academia Platónica Florentina y el neoplatonismo, de Ficino, Pico, Botticelli y Leonardo, y que coincidió también con el nacimiento de reformadores visionarios radicales como Lutero y Copérnico. Este patrón continúa en la oposición siguiente, de 1556–1574, que coincidió con el nacimiento de Francis Bacon, cuya La nueva Atlántida, obra explícitamente utópica, junto con sus otros libros importantes –como El avance del saber y Novum Organum– instau-raron la visión de una luminosa sociedad futura en la que ciencia, tecnología y progreso contribuirían a que la humanidad reconquista-se el paraíso perdido en la Caída. En lo esencial, Bacon integró el espíritu optimista y progresista de la revolución científica con una esperanza milenarista renovada por la Reforma protestante. Sobre esta base, profetizó una civilización científica en la que la mejora de las condiciones materiales de la humanidad coincidiría con la llegada del milenio cristiano. Aquí se combinaba el aspecto religioso, redentor, idealista y visionario (Neptuno) con el científico, tecnológico, inventivo y emancipador (Urano). Durante los siglos posteriores a Bacon, estos diversos temas utópicos, que reunían el idealismo visionario y la inspiración espiritual con la emancipación sociopolítica y el avance filosófico– científico, se presentaron repetidamente en estrecha coincidencia con la continuación del ciclo de Urano y Neptuno. Este patrón era claramente visible en la oleada de obras y movimientos utópicos que florecieron en el período correspondiente a la conjunción siguiente, la de 1643 a 1658, durante la Gran Rebelión Inglesa o Revolución puritana.
La secuencia de alineamientos axiales del ciclo Urano–Neptuno guarda estrecha relación con los nacimientos de individuos que produjeron obras y visiones utópicas de gran influencia, como el nacimiento de Tomás Moro en 1478.
Es llamativo constatar hasta qué punto una cualidad de esperanza visionaria e idealismo de luminosidad prácticamente mística puede impregnar los escritos filosóficos y la conciencia de un individuo nacido bajo un alineamiento de Urano y Neptuno y completamente comprometido con un secularismo antirreligioso. La fe utópica de un filósofo no creyente de la Ilustración puede asemejarse a la convicción redentora de un antiguo mártir cristiano bajo la persecución romana. Un testimonio elocuente de ello es el marqués de Condorcet, que nació en 1743, bajo la oposición de Urano y Neptuno que coincidió con el Gran Despertar. A los cincuenta años, Condorcet escribió la declaración más integradora y apasionada de la Ilustración acerca de la de la filosofía progresista de la historia, el Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, «testamento filosófico del siglo XVIII» legado al siglo XIX.
Como hemos visto a lo largo de este libro, los complejos arquetípicos –al margen de las intenciones conscientes de los actores involucrados– parecen expresarse sincrónica y diacrónicamente en diferentes formas que pueden llegar a ser incluso antitéticas entre sí, como en las diversas expresiones seculares y religiosas del impulso utópico, que sin embargo hunden sus raíces en los mismos principios arquetípicos subyacentes. Un patrón semejante de antagonismo que emerge de una unidad subyacente era visible, por ejemplo, en nuestro análisis del terrorismo y la respuesta gubernamental al mismo, durante el ciclo de Saturno–Plutón. También resultaba evidente en la Guerra Fría, con las reacciones conservadoras mutuamente satanizantes por ambos bandos. Ya se trate de la obra y la visión de Platón o de los Apóstoles, de Tomás Moro o de Francis Bacon, de Marx o de Skinner, el impulso utópico, a pesar de la gran variedad de expresiones que adopta, coincide con el ciclo planetario de Urano–Neptuno y despliega síntomas distintivos de su complejo arquetípico subyacente.

ROMANTICISMO, GENIO IMAGINATIVO Y EPIFANÍA CÓSMICA

Pocos movimientos culturales han encarnado más claramente que el Romanticismo el espectro completo de temas arquetípicos característicos del ciclo de Urano–Neptuno. En su conjunción del siglo XIX, la de 1814–1829, el romanticismo estaba en su apogeo. Era la época de Keats, Byron y los Shelley, las epifanías poéticas y míticas de la Oda a una urna griega, Oda a un ruiseñor, Al otoño, Himno a la belleza intelectual, Defensa de la Poesía, Prometeo desencadenado y el compendio filosófico del romanticismo, la Biografía literaria de Coleridge. Fue la época que vio nacer las inspiradas obras maestras finales de Beethoven, Blake y Goethe: la Novena Sinfonía con su invocación al amor universal y la «Oda a la alegría», la Missa solemnis, los últimos cuartetos, El Evangelio eterno, las Ilustraciones al Libro de Job, la finalización del Fausto. Fue una época que declaró la liberación y el despertar de la imaginación creadora del mundo, la elevada vocación espiritual del artista, el poder emancipador del amor y el arte. Afirmó la unidad última, de cuño romántico–platónico, de lo Bueno, lo Verdadero y lo Bello. Produjo la visión de Keats del mundo como «valle hacedor de almas». Era una época que aspiró específicamente a realizar lo trascendente y lo numinoso, el ideal exaltado. Fue la época de Schubert, Pushkin, Scott, Stendhal y Lamartine, y el período de formación de Hugo, Berlioz, Chopin, Schumann y Liszt.
En filosofía vemos otra vez los temas característicos de Urano– Neptuno: es la época de la culminación de la visión hegeliana del mundo, con su articulación del idealismo absoluto y la concepción de la historia como vasto movimiento evolutivo que finalmente integra todos los contrarios –espíritu y naturaleza, humano y divino– en una síntesis superior. Fue también la época de la decisiva gestación del trascendentalismo norteamericano, en que Emerson se embebió de las ideas fundamentales del romanticismo, el platonismo, el idealismo alemán y las tradiciones místicas asiáticas para producir una nueva expresión del Segundo Gran Despertar norteamericano.
Es particularmente rigurosa la correlación que presenta el ciclo de Urano–Neptuno con el nacimiento de individuos que aportaron a la cultura importantes descubrimientos astronómicos. Copérnico nació durante la conjunción de Urano y Neptuno de 1473, Galileo y Kepler nacieron durante la oposición siguiente, en 1564 y 1572, respectivamente, e Isaac Newton nació durante la nueva conjunción, la de Navidad de 1642.112 Todos ellos vivieron un extraordinario despertar cosmológico, una repentina revelación que transformó radicalmente sus fundamentos cósmicos y metafísicos.
Para Kepler, los astrónomos eran «sacerdotes del Dios más elevado en relación con el libro de la naturaleza». En la gran revolución cosmológica de su época, pensó que le había sido asignado el sagrado «honor de guardar, con mi descubrimiento, la puerta del templo de Dios en cuyo interior Copérnico oficia ante el gran altar». Análogamente, Newton estaba tan absorto en los aspectos esotéricos, mágicos y teológicos de su investigación como en lo que en adelante la mente moderna consideraría ciencia. Entre el súbito surgimiento de las innovaciones científicas de su juventud (durante su 626 tránsito de Urano en cuadratura con Urano) y la publicación de los Principia (durante su tránsito de Urano en oposición a Urano), Newton se consagró con tal constancia, día y noche, al estudio de la alquimia y la profecía bíblica, que superó en tiempo y afanes a cualquier otro individuo que se haya dedicado a ello en su tiempo o después. Como observó John Maynard Keynes en un artículo que escribió con motivo del Tricentenario de Newton, debería considerarse a éste no tanto como el «primer representante de la era de la razón» sino como el «último de los magos, el último babilonio y sumerio»: Contemplaba el universo entero y todo lo que hay en él como un enigma, como un secreto que se pudiera leer mediante la aplicación del pensamiento puro a cierta evidencia, a ciertos indicios místicos que Dios hubiera dejado en el mundo para permitir que la hermandad esotérica realizara, por así decir, una especie de caza filosófica del tesoro. Creía que estos indicios serían descubiertos en parte en la evidencia del cielo y en la constitución de los elementos..., pero también en parte en determinados papeles y tradiciones trasmitidos por los hermanos en una cadena que se remontaba sin interrupción hasta la críptica revelación originaria en Babilonia... Leía el enigma en el cielo. Creía que gracias a los mismos poderes de su imaginación introspectiva leería el enigma de la divinidad, el enigma de los acontecimientos pasados y futuros divinamente preordenados, el enigma de los elementos y su constitución a partir de una primera materia indiferenciada, el enigma de la salud y la inmortalidad. Todo le sería revelado únicamente si perseveraba hasta el final...
La correlación del ciclo de Urano y Neptuno con los diversos temas, arquetípicamente coherentes, que hemos encontrado hasta ahora –epifanía cosmológica, descubrimiento asombroso y de naturaleza muchas veces esotérica o espiritual, revelación de una dimensión mítica de la realidad, inspiración y genio imaginativo de naturaleza extraordinariamente poética–, también pueden observarse en la vida y la obra de William Shakespeare. También aquí podemos apreciar un patrón sincrónico y un patrón diacrónico de mayor alcance, a la vez estético y matemático, pues Galileo y Shakespeare nacieron en 1564 con pocas semanas de diferencia, cuando Urano y Neptuno estaban muy cerca de la oposición exacta.

Especialmente características del complejo arquetípico de Urano–Neptuno son la intuición shakespeareana de la vida como una especie de juego divino o exhibición artística, de modo muy parecido a la concepción hindú de maya y lila, y su revelación de esta realidad como una epifanía dramática en sus propias obras. Este tema, que aparece de maneras sutiles e implícitas en toda su producción, resulta explícito en La tempestad, que contiene su autorretrato como mago y fue escrita hacia el final de su trayectoria creativa, precisamente cuando el alineamiento de Urano y Neptuno llegaba a su punto exacto. Aquí vemos la revelación shakespeareana de un misterioso fundamento espiritual–imaginativo subyacente a toda realidad, que disuelve en aire tenue la apariencia literal de todas las cosas para revelar el sueño divino de la vida, el teatro espiritual de la condición humana:
Nuestros divertimientos han dado fin. Estos actores, como había pre-venido, eran espíritus todos y se han disipado en el aire, en el seno del aire impalpable; y a semejanza del edificio sin base de esta visión, las altas torres que tocan las nubes, los suntuosos palacios, los solemnes templos, hasta el inmenso globo, sí, y cuanto en él descansa, se disolverán, y, tal como ocurre en esta vana ficción, desaparecerán sin dejar humo ni estela.
Estamos hechos de la misma materia que los sueños.
[ La Tempestad, 4.4]
Es característico de las épocas dominadas por Urano–Neptuno, y de las principales figuras culturales de esos períodos, que a menudo su legado cultural se vea envuelto de una cierta numinosidad. Esto no ocurre únicamente en los casos de épocas explícitamente religiosas, como la del nacimiento del cristianismo en los tiempos de Jesús y los apóstoles, sino también en las de despertares filosóficos, como la del nacimiento del platonismo en tiempos de Sócrates y Platón, y las grandes épocas de revelación artística, como el Renacimiento italiano de Leonardo, Rafael y Miguel Angel. Lo mismo puede decirse de las figuras reverenciadas por su imaginación creadora en la historia de la literatura. Muchas veces se ha señalado que para el espíritu moderno la obra de Shakespeare es como la revelación de una escritura sagrada, en la que cada palabra o variante ambigua se analiza y se discute meticulosamente como si se tratara de un antiguo texto bíblico y en la que complejos estratos de significado se van revelando a nuevas generaciones.
La elevada cualidad espiritual de las obras de Shakespeare y de Dante es compartida por las grandes novelas de Tolstoi y Dostoievski: Guerra y paz, Ana Karenina, Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov. La profundidad y el poder revelador de sus respectivas visiones imaginativas proporciona una fuente análogamente duradera de penetración espiritual y de ahondamiento interior. Lo mismo cabría decir del Moby Dick de Melville. Llama la atención que estos tres novelistas nacieran durante la conjunción de Urano y Neptuno de 1814–1829, en el apogeo del romanticismo. Este alineamiento coincidió con la oleada de nacimientos de genios de la imaginación que hicieron de la novela del siglo XIX un medio con gran poder de revelación y de visión espiritual –no sólo Dostoievski, Tolstoi y Melville, sino también Flaubert, Turguéniev, las Bronte y George Eliot– y de poetas igualmente reveladores como Whitman y Baudelaire. Dickens nació en la cúspide inicial del alineamiento; Emily Dickinson, en la final.

Es importante observar aquí que muchos de estos novelistas y poetas nacidos durante la conjunción de Urano y Neptuno de la era romántica –Dostoievski, Melville, Flaubert, Baudelaire, George Eliot, Whitman– también nacieron bajo la cuadratura de Urano y Plutón de 1816–1824, que hemos analizado ya. La combinación de estos dos complejos arquetípicos, el de Urano–Neptuno y el de Urano–Plutón, parece haber dado un impulso creativo particularmente dinámico a las principales figuras culturales que trabajaron durante esta configuración triplanetaria y a las de la generación siguiente, la que nació en ese período. Entre las primeras encontramos esta síntesis arquetípica en el Prometeo desencadenado de Shelley de 1818–1819, con su descripción de un Prometeo que es encarnación mítica de una humanidad ideal (Urano–Neptuno), pero a la vez una fuerza titánica de cambio radical y de emancipación respecto de la tiranía (Urano–Plutón).
A veces la combinación de estos dos complejos arquetípicos en uranoneptunianos muy característicos, como la súbita epifanía espiritual con que culmina Canción de Navidad: apariciones sobrenaturales y visiones reveladoras, inesperada influencia de la gracia divina, cambios radicales de conciencia, la experiencia.
Si distinguimos con precisión los tres principios arquetípicos por separado y los matices de sus interacciones, advertimos que todas las cualidades y temas que tanto impregnan las novelas de Dostoievski, reflejan perfectamente la interacción de los tres arquetipos planetarios. Podemos distinguir tres vectores arquetípicos: En primer lugar, podemos apreciar el arquetipo plutoniano de poder titánico, profundidades ctónicas que intensifican y fuerzan tremendamente los cambios de conciencia imprevistos y los súbitos despertares espirituales propios de Urano–Neptuno (Plutón– Urano/Neptuno), revelaciones y cambios de conciencia a los que imprime una potencia volcánica elemental. En segundo lugar, podemos reconocer el tema de la intensidad repentina y a menudo violenta, propio de Urano–Plutón, activado por factores neptunianos como el alcohol, la confusión mental y emocional, la locura y la percepción mística (Neptuno– Urano/Plutón). En tercer lugar, podemos distinguir el principio prometeico asociado a Urano, que despierta repentinamente y cataliza de maneras inesperadas, dando expresión, liberando o perturbando temas propios de Neptuno–Plutón: convulsiones de la conciencia intensos y a veces destructivos, descensos al inframundo, erupciones volcánicas de las profundidades del inconsciente arquetípico, visiones y proyecciones alucinatorias y transformaciones espirituales vividas en profundidad (Urano–Neptuno/Plutón).
Ya la epifanía adopte la forma de los descubrimientos telescópicos de Galileo o de las revelaciones dramáticas de Shakespeare, la visión beatífica de Dante en La divina comedia o la epifanía de Petrarca en la cumbre del Mont Ventoux, el despertar filosófico de Platón a las Ideas trascendentes tras la muerte de Sócrates o el despertar pentecostal del Espíritu tras la muerte de Jesús, en cualquier caso el tema arquetípico del desvelamiento epifánico coincide, con luminosa coherencia, con los alineamientos del ciclo de Urano–Neptuno.

REVELACIONES DE LO NUMINOSO

Como hemos visto, el período de la oposición más reciente de Urano y Neptuno, la de 1899–1918, tuvo un papel catalizador en la historia del siglo XX. Al igual que en otros períodos correspondientes a este mismo alineamiento, la situación intelectual de la época parece haber estimulado respuestas nuevas y creativas a los característicos impulsos arquetípicos de Urano–Neptuno. Dado el predominio de la ciencia moderna en la sensibilidad contemporánea, muchos pensadores cuya formación espiritual data de esa época se sintieron obligados a abordar el fenómeno de la experiencia religiosa de manera tal que satisficiera exigencias de rigor empírico y análisis crítico. Muchas de las figuras que hemos analizado en las páginas anteriores estuvieron comprometidas en esta tarea: William James, Jung, Steiner, Buber, Bergson, Bucke y Royce. A ellas es necesario añadir otros importantes teóricos de la religión cuya obra es precisamente de esa época, como Max Weber y Rudolf Otto.
El concepto de lo numinoso y el análisis de los fenómenos numinosos tal como se desarrollaron en la obra de estos autores – Schleiermacher, Otto, James, Jung– produjo, en esencia, una liberación de la idea de lo sagrado en el discurso moderno, un despertar a una realidad previamente oculta o reprimida por la secularización de la mente moderna. Esta expresión característica del complejo arquetípico de Urano–Neptuno contrasta con la liberación de lo instintivo y el despertar a lo dionisíaco que tuvo lugar a través de la obra de Schopenhauer, Darwin, Nietzsche y Freud, en coincidencia con alineamientos sucesivos de Urano y Plutón. No sólo su efecto cultural e intelectual como idea espiritualmente liberadora, sino la naturaleza misma de lo numinoso tal como la formularon Otto y Jung, encarna las cualidades distintivas de los dos principios arquetípicos del complejo de Urano–Neptuno.
Las cualidades que se exponen a continuación fueron destacadas por el propio James como las que definen la naturaleza mística, y es fácil reconocer en ellas la síntesis de estos dos principios arquetípicos.
Inefabilidad. Los estados místicos presentan típicamente un carácter tan radicalmente diferente de la experiencia ordinaria y las estructuras del lenguaje convencional, que desafían cualquier intento del místico de transmitir adecuadamente a los demás su fuerza o su significado. Están fuera del alcance de la formulación verbal y para comprender y apreciar su significado es preciso tener experiencia directa de ellos.
A quien nunca ha experimentado claramente un sentimiento determinado, nadie puede explicarle en qué consiste. Para conocer el valor de una sinfonía es necesario tener oído musical; y para entender el estado de ánimo de un amante es necesario haber estado enamorado. A falta de corazón o de oído, es imposible interpretar con justicia al músico o al amante, e incluso es probable que se los tenga por débiles mentales o absurdos. El místico considera igualmente incompetente el tratamiento que la mayoría de nosotros otorga a sus experiencias.
Cualidad noética. Estos estados se viven no sólo como estados de sentimiento, sino también como estados de conocimiento. Quienes los han experimentado tienen la sensación de ser receptores de verdades tan profundas que resultan inaccesibles al intelecto ordinario y que transmiten tal poder de convicción que pueden durar toda la vida: «Son iluminaciones, revelaciones, plenas de significado e importancia... llevan consigo, por regla general, un curioso sentido de autoridad para el futuro».
Transitoriedad. Los estados místicos llegan y se van con una evanescencia espontánea, no duran en general más que breves períodos antes de desvanecerse. Sin embargo, en esa súbita apertura de una ventana a otra realidad, como en los fugaces momentos de percepción poética que se tienen bajo los efectos de la embriaguez, esos estados dan testimonio de una intrínseca «facultad mística de la naturaleza humana, por lo general mortalmente anulada por el énfasis en lo fáctico y la árida crítica de las horas de sobriedad».
Pasividad. Aunque a menudo se ven facilitados por acciones preliminares voluntarias, como la meditación o la plegaria, el ayuno, técnicas de respiración especiales o la ingestión de plantas o compuestos químicos psicoactivos, los estados místicos son típicamente experimentados en estado de receptividad pasiva, con la entrega de la voluntad personal en beneficio de la apertura al influjo divino:
«El místico siente como si su propia voluntad estuviera en suspenso, y en realidad a veces como si un poder superior la tuviera cogida y bajo su dominio».
Otras cualidades características de Urano–Neptuno que James especificó como características de estos estados son la repentina presencia de una sensación onírica de misterio y de intemporalidad, veneración indescriptible, disolución del sentido habitual del yo o de la identidad personal y el reconocimiento, a menudo desorientador, de que la conciencia ordinaria sólo muestra una irrealidad fantasmal.
En su estudio James recurre a testimonios de místicos y poetas frecuentemente asociados ellos mismos a alineamientos anteriores de Urano y Neptuno: Meister Eckhart, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila, Jakob Boehme, Whitman. Se menciona a cada uno de ellos como ejemplo de una cualidad o un matiz diferente del espectro místico. La paradoja e inefabilidad de la experiencia mística es ilustrada por Eckhart (que lideró el despertar místico de Renania a comienzos del siglo XIV) y Boehme (cuya Aurora, obra fundacional de la teosofía cristiana, fue publicada en 1612, durante la misma cuadratura que El mensajero de los astros de Galileo). San Juan de la Cruz, cuyo despertar espiritual tuvo lugar durante la oposición de Urano y Neptuno anterior, es mencionado como testimonio de ese estado de elevado éxtasis en la «unión de amor», que escapa al poder de la descripción verbal.
Es una nota que se vuelve a oír una y otra vez en las filosofías místicas, las iluminaciones poéticas y los despertares religiosas asociados a épocas e individuos uranoneptunianos, la experiencia de la repentina reconciliación, la inesperada resolución en una unidad compleja más amplia de lo que parecían principios o fuerzas irrevocablemente opuestas: el mysterium coniuctionis.

EL GRAN DESPERTAR DE LA ERA AXIAL

Ha llegado la hora de examinar el único período de la historia documentada en que los tres planetas más lejanos –Urano, Neptuno y Plutón– estuvieron en conjunción triple prácticamente exacta. Fue, en varios milenios, el único momento en que una conjunción de Urano y Neptuno estuvo en conjunción exacta también con Plutón.
Sobre la base del gran número de correlaciones que hemos visto hasta ahora, podríamos esperar que este período histórico presentase un interés especial, incluso que sirviera como piedra de toque del enfoque que aquí estamos estudiando.
El hecho es que la larga conjunción triple de Urano, Neptuno y Plutón tuvo lugar en la extraordinaria época, sin precedentes y sin paralelo posterior en la historia, de la primera mitad del siglo VI a.C.
Estas décadas constituyen el núcleo de la gran Era Axial, en cuyo transcurso nacieron muchas de las principales filosofías y tradiciones espirituales del mundo. A pesar de que cuando se trata de acontecimientos y personalidades de una época tan lejana es difícil precisar fechas –en general, lo único que se conoce es la década–, la evidencia de la importancia única de este período resulta abrumadora.
Fue la época de Buda, que dio origen al budismo en India; de Mahavira y del origen del jainismo en India; de Lao Zi y el origen del taoísmo en China, al que una década después sucedió el nacimiento de Confucio, contemporáneo más joven de Lao Zi. Esta misma época coincidió con la repentina oleada de profetas del Israel antiguo –
Jeremías, Ezequiel y el Segundo Isaías– a través de los cuales se forjó una profunda transformación en la imagen judía de lo divino y en la comprensión de la historia humana. En esta misma época se compilaron y redactaron por primera vez las escrituras hebreas. En cuanto a la datación tradicional de Zoroastro y el surgimiento del zoroastrismo en Persia, con su inmensa influencia histórica, hace ya mucho tiempo que se fija en el siglo VI, pese a que todavía no puede precisarse.
En Grecia, el período de la triple conjunción coincidió exactamente con el nacimiento de la filosofía griega, pues entre los años ochenta y sesenta del siglo VI tuvieron su apogeo los primeros filósofos griegos, Tales y Anaximandro, y nació Pitágoras, figura clave de la historia de la filosofía y la ciencia occidental. En la religión griega emergía el orfismo y el oráculo de Delfos se hallaba en su momento de máxima influencia. Durante el mismo período floreció la gran poetisa lírica de la cultura occidental, Safo, cuya creatividad y dominio del arte fueron objeto de tal admiración que los autores clásicos la llamaron la décima Musa. En el mismo período nació Tespis, el padre de la tragedia griega, cuya decisiva innovación de poner en boca de actores individuales versos del diálogo que hasta entonces sólo pronunciaba el coro tradicional se considera el punto de partida del drama.
En otro orden de cosas, estas mismas décadas trajeron las revolucionarias reformas legales y económicas del estadista–poeta Solón en Atenas, que prepararon el camino al desarrollo de la democracia, en coherencia con el ciclo de Urano– Plutón: períodos de cambio radical, reforma política liberal y un renovado impulso hacia el progreso social y cultural. (El Siglo de Pericles ateniense coincidió con la conjunción siguiente de Urano y Plutón, un siglo y medio más tarde, en 443–430.) Durante este período, Solón estableció reglas para la recitación pública de la épica homérica, que llegó a ser la base de la educación griega y la imaginación clásica, reflejando un tema que se repetiría de modo sistemático bajo alineamientos posteriores de Urano y Neptuno, como los de la Antigüedad Romana (Cicerón, Virgilio), el Renacimiento y el Romanticismo.
Las grandes figuras y los importantes acontecimientos, ideas, movimientos, despertares y transformaciones de la conciencia colectiva que se produjeron durante esta época prodigiosa han permeado la evolución posterior de la humanidad. Me parece asombroso que la época que se reconoce universalmente como la más significativa en toda la evolución filosófica y espiritual del mundo coincidiera con la única conjunción triple de Urano, Neptuno y Plutón, los mismos planetas cuyos alineamientos han estado asociados a significados arquetípicos propios de una época de despertar espiritual y transformación cultural tan universales. Después de pasar toda una vida estudiando estos ciclos planetarios, comprobé que las asombrosas coincidencias de esta época con la conjunción triple de los tres planetas más alejados posee en sí misma una cierta numinosidad.
Desde el punto de vista astronómico, fue la única época de la historia documentada en que los ciclos de Urano–Neptuno, Urano–Plutón y Neptuno–Plutón coincidieron en una conjunción triple tan estrecha. Los tres planetas estaban a menos de 2º del alineamiento exacto a mediados del período, es decir, en 577–576 a.C.
Hemos visto ya la combinación de los planetas Urano, Neptuno y Plutón en las configuraciones cuadráticas de los siglos XVI y XIX, al ocuparnos de los complejos choques de poderosas fuerzas detec-tables en las obras de Shakespeare, Galileo y Dostoievski. Ello nos puede proporcionar un atisbo de la sobrecogedora transformación de la conciencia que el Despertar Axial del siglo VI a.C. produjo en un sinnúmero de personas en las civilizaciones del mundo antiguo, de China e India a Persia, Babilonia, Israel y Grecia: la destrucción de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo, cambios sin precedentes en la percepción de la realidad, el poder de las revelaciones que inauguran una época, el despertar de perspectivas religiosas, filosóficas y científicas radicalmente novedosas, en realidad el nacimiento de la filosofía y la ciencia tal como las entendió luego nuestra civilización, y el nacimiento de tradiciones religiosas hasta hoy mismo fundacionales de la comunidad humana. Además, en lo que se refiere al aspecto social de la evolución religiosa, la Era Axial abrió para la humanidad la posibilidad de un compromiso individual directo y mucho más amplio con lo divino por parte de místicos, profetas, filósofos y sabios, cuya experiencia religiosa y autoridad espiritual representa la emancipación de la arcaica jerarquía que hasta entonces había mediado dicha experiencia.
El gran Despertar Axial del período de la triple conjunción fue un fenómeno extremadamente complejo, un fons et origo con múltiples corrientes. Desde el momento de su aparición, todas las religiones y filosofías que nacieron o se transformaron durante esta época tenían una complejidad interna que se desarrolló y se diferenció creativamente en los siglos siguientes. Cada corriente fue objeto de múltiples ramificaciones, divisiones internas y nuevas divergencias.
La nueva autonomía del individuo, la nueva capacidad para una conciencia plenamente reflexiva, la nueva voluntad de poner en tela de juicio lo recibido y lo dado, los retos a las creencias establecidas, la rebeldía profética y filosófica contra los poderes seculares y los valores convencionales, el nuevo papel de místicos y sabios, las nuevas modalidades de expresión artística que sirven de apoyo a una mayor individualidad y a una crítica reflexiva acerca de la condición humana, el emergente impulso general a alejarse de lo local y lo tradicional y acercarse a lo universal y lo nuevo, y por último, aunque no menos importante, el despertar a una realidad trascendente que busca un nuevo tipo de encarnación en el mundo de la historia humana: todas estas características decisivas de la época axial pusieron en movimiento procesos que se desarrollaron dialécticamente en los siglos y milenios posteriores.
Por un lado, podemos reconocer la dinámica arquetípica de la conjunción triple como expresión de un titánico poder de evolución: profundidad e intensidad del principio plutoniano que impulsa y potencia los fenómenos arquetípicos del ciclo de Urano–Neptuno, cuyos alineamientos coinciden de modo sistemático con los nacimientos de nuevas religiones, despertares místicos, renacimientos culturales, revelaciones artísticas, nuevas filosofías, visiones utópicas y epifanías cósmicas (Plutón–Urano–Neptuno). Según este enfoque, los fenómenos básicos de la Era Axial durante la conjunción triple son los que hemos visto como característicos del ciclo de Urano– Neptuno, pero imbuidos de una intensidad trascendental por la presencia de Plutón.
Por otro lado, podemos describir la dirección arquetípica durante el período de conjunción triple como aquella en que el principio de Neptuno espiritualiza y da forma religiosa, metafísica e imaginativa a los fenómenos –característicos del ciclo de Urano–Plutón– de súbito cambio radical y agitación revolucionaria, amplia potenciación de la creatividad y un intensificado impulso colectivo hacia la innovación progresista y la lucha por nuevos horizontes (Neptuno–Urano–Plutón).
Por último, podemos abordar el complejo arquetípico triplanetario durante este período del Despertar Axial como expresión del principio prometeico de Urano en la medida en que libera, despierta y cataliza de manera súbita e imprevista los fenómenos característicos asociados al ciclo de Neptuno–Plutón (Urano–Neptuno–Plutón).
Cuando consideramos el progreso del ciclo de Urano–Neptuno y los patrones diacrónicos de fenómenos culturales arquetípicamente vinculados que se desplegaron durante alineamientos posteriores, como los nacimientos del platonismo y el cristianismo, podemos reconocer que muchas de las grandes religiones y epifanías filosóficas del Despertar Axial se centraban en una transformación profunda y duradera de la experiencia de lo numinoso. Esta transformación adoptó formas radicalmente diversas en las distintas civilizaciones y tradiciones –budista, taoísta, confuciana, jainista, zoroastrista, judía, griega–, que se desarrollaron con orientaciones divergentes de acuerdo con sus respectivas tradiciones. Lo común a estas distintas transformaciones es una nueva y poderosa distinción, que a menudo se convertiría en una dicotomía radicalmente polarizada, entre una realidad espiritual radicalmente superior y una realidad percibida como intrínseca o provisionalmente inferior. Ambas realidades se distinguían y se definían en muchos niveles, a menudo solapadas: el mundo divino de eternidad y el mundo humano de flujo y finitud, el ontológicamente primordial y el derivado, el trascendente y el inmanente, espíritu y materia, bueno y malo, luz y oscuridad, arriba y abajo, perfecto e imperfecto, uno y múltiple, realidad e ilusión, Brahman y maya, nirvana y samsara, el Tao y el mundo convencional, el reino de Dios y el mundo secular, el futuro redimido y el presente pecador, salvación/iluminación y oscura cárcel de la condición humana ordinaria, el filósofo–profeta–místico–sabio y el no iluminado. Toda tradición religiosa desarrolló estas diferenciaciones y luchó de diversas formas por superarlas, con resultados espirituales y filosóficos completamente distintos en Asia y en Occidente. Sobre estas polaridades se estableció el fundamento espiritual e intelectual de una parte de la evolución histórica de la conciencia humana que ha tenido lugar desde entonces, sobre todo en Occidente, donde estas dicotomías han sido particularmente pronunciadas y han tenido consecuencias importantes. Desde un punto de vista hegeliano y junguiano, se podría decir que esta revelación de opuestos metafísicos dinámicamente relacionados en la experiencia humana, de tanta trascendencia histórica, inició un gran proceso evolutivo de tensiones y síntesis dialécticas en el que aún hoy vive nuestra época.

El ciclo de Neptuno–Plutón, con su correspondiente complejo arquetípico, exige por sí mismo un estudio y análisis detallados que expondré en otro lugar. Lo que aquí puede mencionarse brevemente es que, además de las grandes épocas que marcan el comienzo y la caída de civilizaciones, que acabamos de sugerir, los alineamientos mayores del ciclo de Neptuno–Plutón parecen haber coincidido con transformaciones especialmente profundas de la visión cultural y la experiencia colectiva de la realidad, que a menudo se produjeron muy por debajo de la superficie de la conciencia colectiva. Podemos reconocer algunos de sus temas característicos en el gran crisol de destrucción y regeneración metafísicas por las que pasó la cultura occidental durante la última conjunción de Neptuno y Plutón de finales del siglo XIX, ese final de una época y umbral transformador simbolizado por la transvaloración nietzscheana de todos los valores, la agonía de los dioses que habían regido el espíritu occidental durante más de dos milenios, la disolución subterránea de la creencia cristiana convencional y de los presupuestos de la Ilustración, el poderoso surgimiento del «inconsciente» en muchos sentidos (incluida su primera conceptualización), la interpenetración global de las tradiciones religiosas y culturales y la aparición en la cultura occidental de un abanico de fenómenos culturales e impulsos arquetípicos reprimidos y de largo desarrollo, que condujeron al mundo intensamente dinámico del siglo XX.
Tales transformaciones subyacentes de las eras de Neptuno– Plutón tienden a emerger en la superficie de la vida cultural en forma más explícita durante los alineamientos posteriores de Urano y Plutón y de Urano y Neptuno, a menudo como rupturas creativas y súbitos despertares. Hemos visto una oleada de acontecimientos y figuras de este tipo en los cambios revolucionarios y las epifanías culturales que tuvieron lugar durante las oposiciones superpuestas de Urano y Plutón y de Urano y Neptuno, a comienzos del siglo XX. Estos inmensos impulsos transformadores en la psique colectiva profunda produjeron otra eclosión cíclica de creatividad e intenso cambio cultural acentuado durante la conjunción siguiente de Urano y Plutón, en los años sesenta del siglo pasado.

EL CICLO DE URANO–NEPTUNO
Alineamientos axiales desde 60 a.C.
Orbe de 15º
Alineamientos exactos < 1º
590–565 a.C.
conjunción*
579–577
345–315
oposición
333–327
96–71
conjunción
85–82
150–180 d.C.
oposición
162–168
399–424
conjunción
410–413
645–674
oposición
656–662
893–918
conjunción
904–906
1137–1167
oposición
1150–1155
1386–1411
conjunción
1397–1400
1631–1660
oposición
1643–1648
1880–1905
conjunción
1891–1893
El orbe de 20o añade de tres a cinco años antes y después de las fechas asignadas a los 15º.
* Para la triple conjunción de Urano, Neptuno y Plutón correspondiente al siglo VI a.C., orbe de 20º.
Conjunción de Neptuno y Plutón
594–560
Conjunción de Urano y Neptuno
586–566
Conjunción de Urano y Plutón
583–570

EL FINAL DEL SIGLO XX Y EL CAMBIO DE MILENIO

Si retrotraemos la mirada a este extraordinario período de finales del siglo XX y el cambio de milenio, podemos reconocer que prácticamente la totalidad de las principales categorías evidentes en las épocas pasadas de Urano–Neptuno desempeñaron un papel dominante en la vida de la comunidad mundial: la amplia renovación espiritual de la época, la asombrosa multiplicidad de caminos y tradiciones originarias de muchas culturas y épocas que se difunden y se mezclan en todo el mundo, el florecimiento de movimientos religiosos en Latinoamérica, África, Rusia y Asia Oriental, el renacimiento del islamismo en Oriente Próximo y en otras regiones, la rápida expansión del pentecostalismo y otras iniciativas misioneras cristianas en muchos continentes. Durante esta conjunción, podemos reconocer los signos familiares al complejo arquetípico de Urano–Neptuno en la penetración y la intensidad del interés que el Occidente contemporáneo mostró por el budismo, el sufismo, el hinduismo y el taoísmo, la meditación y el misticismo, las tradiciones esotéricas y la mitología, la psicología junguiana y arquetipal, la teoría transpersonal y la investigación de la conciencia, el chamanismo y las tradiciones indígenas, el misticismo de la naturaleza, la convergencia entre ciencia y espiritualidad y, por último, el surgimiento de paradigmas holísticos y participativos prácticamente en todos los campos. Sin embargo, esta época ha sido, tanto intelectual como espiritualmente, de una insólita fluidez y una compleja ambigüedad; fluidez y ambigüedad que reflejan la misma Gestalt arquetípica. Otro motivo igualmente característico del ciclo de Urano–Neptuno, evidente durante este alineamiento, es la aparición de la «posmodernidad», que desarrolló y, en muchos sentidos, llevó a su punto culminante impulsos intelectuales y culturales que se habían puesto en movimiento a finales del siglo XIX y comienzos del XX, durante la convergencia de los planetas exteriores que hemos analizado al final del último capítulo. La sensibilidad posmoderna, de creciente peso tanto en la vida y la visión de la cultura académica como de la sociedad en general durante finales de los años ochenta y los noventa, marcó una rápida disolución y deconstrucción de estructuras, fronteras y jerarquías establecidas desde hacía mucho tiempo, así como de muchas certezas, creencias y supuestos otrora inconmovibles, todo al servicio de la emancipación.
Un rasgo esencial de esta época, y reflejo precisamente de la Gestalt arquetípica de Urano–Neptuno, fue la sensación generalizada de que la conciencia colectiva occidental había entrado en un estado liminal entre paradigmas, con una variabilidad, incertidumbre, libertad y confusión epistemológica y metafísica sin precedentes, pero, en virtud de su flexibilidad radicalmente plural, abierto a posibilidades y realidades vedadas en el discurso colectivo convencional de las generaciones anteriores.
Los nuevos impulsos y desarrollos de la Unión Soviética y Europa Oriental durante la segunda mitad de los años ochenta, característicos del complejo de Urano–Neptuno –emancipador, unificador, innovador– provocaron considerable resistencia y lucha. Precisamente en esos años, de 1985 a 1991, Saturno formaba una conjunción triple poco común con Urano y Neptuno, la única del siglo XX. Las tensiones entre el orden antiguo y el nuevo, la quiebra de estructuras y las desestabilizaciones, junto con la creciente pérdida de fe en el sueño comunista (cambio colectivo de conciencia ampliamente catalizado por emisiones televisivas que cruzaban las fronteras y daban a conocer la realidad de la vida detrás del Telón de Acero), todo ello reflejaba temas típicos de estos complejos planetarios en intrincada y tensa interacción.
Precisamente cuando Júpiter entraba en estrecha oposición a esta triple conjunción de Saturno, Urano y Neptuno, del verano de 1989 al verano de 1990, se produjeron las revoluciones de Europa del Este, la liberación de Nelson Mandela y el comienzo del final del apartheid en Sudáfrica. El clima de euforia colectiva en presencia de un cambio radical aparentemente milagroso y repentino, exento casi por completo de violencia, acompañada de una dimensión espiritual (como la expresó Václav Havel, por ejemplo), reflejaba elocuentemente los temas arquetípicos característicos que se asocian a la combinación de Júpiter, Urano y Neptuno. La caída del otrora impenetrable Muro de Berlín y el desmantelamiento de la larga barrera que dividía Alemania Oriental y Alemania Occidental fueron tan vertiginosos que los periodistas y los fotógrafos tuvieron que correr frenéticamente para dejarlos registrados. Como informó Associated Press: «Por dondequiera que el dique se derrumbaba, ríos de alemanes lo atravesaban llorando y gritando de alegría». Vemos aquí típicas metáforas neptunianas –ríos de gente llorando– en combinación con el motivo característico de Saturno–Urano del hundimiento repentino de estructuras, en medio de temas de euforia, cambios de rapidez deslumbrante y súbita victoria de la libertad, propios de Júpiter–Urano.
La época de la conjunción de Urano y Neptuno fue una y otra vez aclamada por científicos y periodistas como la que produjo una «edad de oro» y un «renacimiento» en astronomía.
Un reflejo particularmente ilustrativo de este campo arquetípico es el acercamiento entre, por un lado, la ciencia, y, por otro, la religión, la teología y la espiritualidad, visible en multitud de libros y simposios dedicados a esos temas durante los años noventa. Los diálogos entre científicos occidentales y el Dalai Lama, de amplia difusión, así como el proyecto de investigación sobre la biología y la neurociencia de la meditación, en cooperación con el Dalai Lama y monjes budistas, que se inició en 1992, son expresiones típicas del complejo de Urano–Neptuno constelado en la psique colectiva de esta época. La «neurología de la experiencia religiosa» se convirtió en un notable tema de investigación científica y discusión pública.
Igualmente característica de este impulso arquetípico fue la amplia aspiración de reconciliar las perspectivas religiosas y las teorías evolucionistas, ya fuera mediante síntesis de antiguas ideas místicas asiáticas y la ciencia occidental contemporánea, con teorías de diseño inteligente de acuerdo con principios bíblicos, o mediante el desarrollo de elaboradas concepciones filosóficas y cosmológicas influidas por pensadores como Teilhard de Chardin y Alfred North Whitehead. En esta época, las principales tradiciones religiosas del mundo – cristiana, judía, budista, hindú, islámica, taoísta, las diversas corrientes indígenas y chamánicas de América del Sur y del Norte, África y Australia– adoptaron una fluidez y una apertura radicales. Durante los años de esta conjunción de Urano y Neptuno hubo complejas combinaciones, diálogos y fusiones creativas de estas tradiciones, tanto en el seno de las distintas culturas como en los individuos, a una velocidad y con una profundidad sin precedentes. Se produjeron importantes reformas e incluso desarrollos revolucionarios en estas tradiciones, incluidos cambios creativos en el ritual, la doctrina, las estructuras jerárquicas y las prácticas. En términos más específicos, este período aportó a las diversas tradiciones religiosas un impulso a abrirse para abrazar valores claramente asociados al complejo arquetípico de significados de Urano–Neptuno: a flexibilizar su estructura y su aislamiento, adoptar actitudes más relacionales, más abiertas a la totalidad, más ecológicas y cosmológicas, más integralmente encarnadas, más directamente experienciales, más abiertas a la dimensión mística de la religión, más plurales y proclives al diálogo, más orientadas a la comunidad mundial y, en muchos sentidos de la palabra, más participativas. Todos estos desarrollos sugieren un impulso prometeico que se expresa a través y dentro del dominio de Neptuno: religión y espiritualidad, disolución de fronteras y movimiento hacia la unidad y la interconectividad.
Aparte de estas tendencias más liberalizadoras, esta conjunción coincidió con el auge general de la religiosidad en todo el mundo, tema característico de las épocas presididas por Urano–Neptuno.
En términos más generales, el complejo de Urano–Neptuno parecía evidente en el despertar colectivo de un deseo espiritual y existencial de fundirse con una unidad mayor, de reconectarse con la Tierra y todas las formas de vida en ella, con la comunidad global, con el cosmos, con el fundamento espiritual de la vida, con la comunidad del ser. Este impulso arquetípico es visible también en la nueva conciencia de una invocación al anima mundi, el alma del mundo, la dimensión arquetípica de la vida, y en el amplio llamamiento a un reencantamiento del mundo: el reencantamiento de la naturaleza, la ciencia, el arte, la vida cotidiana. En esta época, la Gestalt arquetípica asociada a Urano–Neptuno se aprecia especialmente en la urgencia prácticamente universal por superar viejas escisiones y dualismos –entre ser humano y naturaleza, espíritu y materia, mente y cuerpo, sujeto y objeto, masculino y femenino, intelecto y alma, cosmos y psique– y descubrir una realidad integral y una conciencia unificadora más profundas.
 Todas estas tendencias pueden entenderse como expresiones del impulso arquetípico asociado a la coniunctio oppositorum, la conjunción de opuestos, y el hieros gamos, el matrimonio sagrado. Este impulso, reflejo de temas místicos herméticos, cabalísticos y cristianos que, como hemos visto, se correlacionan con alineamientos previos de Urano y Neptuno, tuvo su expresión más reciente a través de Jung, en el contexto de la psicología profunda y en coincidencia con la oposición y la cuadratura anteriores de este mismo ciclo, ya analizadas.
En términos más generales, fue evidente una intensificada tendencia psicológica al escapismo y la negación, la pasividad y el narcisismo, la credulidad y el engaño, reforzada por la inmersión colectiva en la realidad artificial de los medios de comunicación de masas. Estas tendencias y patologías reflejan el aspecto sombrío del complejo de Urano–Neptuno, al igual que la saturación de la conciencia colectiva por imágenes tecnológicas, poderosamente estimulantes y vacías de significado. La fascinación hipnótica y adicción a la imagen, la tendencia colectiva a la grave confusión epistemológica –la mezcla de lo real con lo virtual y lo ilusorio, de biografías con historias semificticias, las noticias dramatizadas, emisiones de vídeos gubernamentales camuflados de noticiario, tergiversaciones políticas, docudramas, infoanuncios, reality shows, rumores en Internet, relatos de noticias inventadas y periodismo fraudulento, trabajos de erudición o escolares plagiados, la difusión electrónicamente acelerada de lo insustancial y lo espurio– y la continua exhibición de relativismo posmoderno vulgar que infecta sutilmente a la cultura popular, son expresión cabal de este complejo. Todo esto sugiere el aspecto sombrío de Neptuno (ilusión, disolución desconcertante de fronteras, confusión y mezcla, engaño y autoengaño, fantasía, imagen, pasividad hipnotizada) catalizado por Urano (tecnología electrónica de alta velocidad, innovación, sed de excitación y estimulación, lo novedoso, lo que está en cambio constante).
Estos temas se resumieron en la estética dominante de los vídeos de MTV (canal de música internacional), cuya influencia masiva fue aumentando durante este alineamiento, desde mediados de los ochenta hasta el final del siglo. El cambio rápido de yuxtaposiciones disyuntivas de imágenes impulsadas por ritmos musicales repetitivos produce una forma de entretenimiento hipnótico de masas que contribuye a la disolución de las estructuras de racionalidad narrativa e identidad personal. Estas tendencias culturales se combinan a su vez con una amplia susceptibilidad a la obsesión por toda clase de adicciones –drogas, alcohol, consumismo, televisión, zapeo mecánico, cobertura mediática de personajes famosos, videojuegos, pornografía, Internet–, todo lo cual sugiere el aspecto problemático del principio arquetípico de Neptuno: adictivo, evasivo, narcisista, ilusorio, hipnótico. Estas y otras formas de maya intensificado de la cultura global ponían en peligro el potencial positivo de los otros fenómenos característicos de Urano–Neptuno, como los multimedia electrónicos interactivos, la inteligencia artificial, el desarrollo de efectos especiales espectacularmente creativos en el cine y la realidad virtual.
Como hemos visto en repetidas ocasiones, es frecuente esta combinación de manifestaciones positivas y problemáticas del mismo complejo arquetípico durante un alineamiento planetario. Sin embargo, es en los alineamientos en que se halla involucrado Neptuno donde más parece destacarse una cualidad de irresoluble ambigüedad, fluidez y confusión epistemológica. ¿Dónde se traza la línea divisoria entre lo positivo y lo problemático en muchos de los fenómenos que hemos mencionado? ¿Quién debe trazarla? La perspectiva arquetípica sugiere aquí una especie de metaperspectiva, pues la naturaleza relativa de todos los juicios refleja una posición filosófica –podría llamársela reflexividad posmoderna– que expresa en sí misma precisamente el complejo arquetípico de Urano– Neptuno. Este modo de conciencia se hizo dominante durante los años de conjunción de Urano–Neptuno, con multitud de consecuencias que han sido al mismo tiempo liberadoras y desconcertantes. Finalmente, como en alineamientos anteriores de este ciclo planetario, el resultado fue el surgimiento de una radical fluidez creativa y flexibilidad metafísica en la conciencia colectiva de nuestro tiempo. Muchos de los desarrollos más controvertidos y desafiantes de esta época pueden considerarse expresiones de una orientación característica del complejo de Urano–Neptuno –la disolución de fronteras mediante la tecnología y el cambio, que, en su forma negativa, se traduce en la pérdida de tradiciones culturales, lenguas, religiones y comunidades a través de los medios de comunicación de masas, la globalización, la inmigración y la asimilación, la difusión y la apropiación, con las consiguientes tensiones y reacciones defensivas–.
De la misma manera en que los años sesenta, con su conjunción de Urano y Plutón, desplegaron un poderoso dinamismo creativo y emancipador y liberaron destructivas energías instintivas en casi todas las áreas de la actividad humana, el período de la conjunción más reciente de Urano y Neptuno mostró una expresión claramente ambivalente de los respectivos impulsos arquetípicos, divididos casi por igual entre lo admirable y lo problemático. Sin embargo, adoptaran formas positivas o negativas, durante ambas conjunciones estos fenómenos reflejaron los principios arquetípicos asociados a dichos planetas. En esta indeterminación yace tanto la potencial libertad creativa como la responsabilidad moral del individuo y la comunidad humana para abrazar y encauzar estas fuerzas arquetípicas de la manera más ennoblecedora y vital.
Muchos progresos rápidos realizados en farmacología, virología, microbiología e inmunología guardan relación con estos desarrollos. Durante este alineamiento vio la luz un gran número de nuevos medicamentos para el tratamiento de enfermedades físicas y mentales, desde las del sistema inmunológico como el sida, hasta las perturbaciones como la depresión. Particularmente notables han sido las ramificaciones sociales de productos farmacéuticos como Prozac, Zoloft, Viagra y Botox, que la sociedad contemporánea ha adoptado ampliamente. En estas innovaciones tecnológicas vemos reflejado un conjunto de cualidades características de Urano– Neptuno que, según los casos, alteran la conciencia, liberan psicológicamente y atañen a la imagen externa o la apariencia subjetiva, difuminando las fronteras entre realidad e ilusión. El gran número de individuos, niños, adolescentes y adultos, a quienes en los años noventa se prescribieron drogas psicotrópicas para estados psicológicos tales como la hiperactividad o la depresión y cuya experiencia de la realidad fue significativamente definida mediante tecnologías químicas, sugiere con fuerza la presencia del complejo arquetípico de Urano–Neptuno. Lo mismo ocurre con el uso explosivo de esteroides, hormonas del crecimiento humano, betabloqueadores y otras sustancias estimulantes en actividades atléticas, entre otras. Desde el punto de vista diacrónico, una oleada similar de novedades farmacéuticas y consecuencias sociales tuvo lugar en los años cincuenta, durante la cuadratura anterior de Urano y Neptuno, con el desarrollo de la vacuna antipoliomielítica y los antibióticos, así como de tranquilizantes y medicamentos antipsicóticos, como Thorazine, que desde entonces ocupan un lugar importante en la medicina y la psiquiatría.
También podemos reconocer motivos habituales del complejo de Urano–Neptuno a nivel teórico. La neuroquímica y la investigación del cerebro han disuelto esencialmente la frontera entre la condición bioquímica natural del cerebro y las «drogas», mostrando que algunas de sus variedades son producidas por el propio cerebro. Una situación similar resulta patente en el campo de la investigación genética, donde la sutil interacción entre factores genéticos y ambientales en la conformación de la conducta, la salud y la enfermedad humanas se reconoce hoy de tal complejidad como para poner seriamente en duda cualquier enfoque causal y reduccionista. La manera en que cualquier gen específico se expresará en un individuo dado depende de la acción de otros genes, de sustancias químicas en la célula, de circunstancias biográficas y del medio prenatal. En esta compleja interacción no sólo se ha desdibujado la dicotomía naturaleza–cultura, sino que se ha reconocido también que la voluntad y la actividad humanas son factores decisivos capaces de afectar de un modo imprevisible la ya fluida interacción de genética y medio. En conclusión, los motivos arquetípicos de Urano–Neptuno son visibles en toda la gama de temas mencionados: innovaciones técnicas en ámbitos tales como la neuroquímica y la genética, despertares intelectuales que disuelven fronteras y distinciones que hasta entonces se daban por supuestas, nuevo reconocimiento de la interpenetración de factores concomitantes, indeterminación de una complejidad de gran fluidez interactiva y papel impredecible de la intervención humana en la plasmación del resultado final de esta fluida interacción.
Especialmente característica del complejo de Urano–Neptuno es la emergencia de una cultura de la mezcla en la que los disks jockeys emplean tecnologías de mezcla digital para producir un collage improvisado de géneros musicales, tales como hip– hop, tecno, música ambiental, minimalismo, salmodias y world music, empalmados con muestras de diversos registros y géneros del pasado. Se empieza a desarrollar un arte multimediático que implica la mezcla creativa de cualquier sonido, imagen o texto de toda la memoria colectiva de la humanidad.
Puede percibirse una continuación de este patrón diacrónico en obras importantes de música sacra y de profundidad espiritual en el siglo XX, en las que nuevamente cualidades específicas que reflejan el complejo arquetípico de Urano–Neptuno –numinosidad, espíritu místico, evocación de veneración religiosa– se expresaron en composiciones musicales durante todos los alineamientos cuadráticos.
Igualmente indicativos de la esfera de Urano– Neptuno son el predominio decisivo de los medios televisivos en la conformación de la imaginación colectiva durante esta época, la sustitución de los medios de prensa por la imagen televisada y el desarrollo de un modo hipercinético de comunicación visual y auditiva a través de yuxtaposiciones de imagen y sonido que cambian a gran velocidad. Una consecuencia particularmente problemática de estos progresos ha sido el surgimiento de una forma de conciencia interesada sobre todo en el entretenimiento y el consumo, pasiva y al mismo tiempo siempre inquieta –sobreestimulada, fragmentaria, descontextualizada y ahistórica–, que ha dado lugar a consecuencias tan diversas como el trastorno de déficit de atención y la política exterior norteamericana.
Citemos un último tema: los numerosos ejemplos de individuos que se esfuerzan por lograr el repentino reconocimiento de un patrón subyacente de significado, lo que podría denominarse la experiencia arquetípica de la «piedra de Rosetta». A este respecto se podrían mencionar el gran paso adelante que supuso el desciframiento de los jeroglíficos egipcios de la propia piedra de Rosetta por Champollion; el extático descubrimiento de Kepler de las elegantes leyes matemáticas que resolvieron el antiguo problema platónico de los planetas; el descubrimiento de la estructura de doble hélice del ADN por Watson y Crick; la investigación cabalística y hermética del mago–científico isabelino John Dee con la intención de desvelar el lenguaje sagrado y los misterios ocultos en la naturaleza; el descubrimiento de Pitágoras de las formas matemáticas trascendentes que estructuran el cosmos, desde los sonidos musicales a los movimientos de los planetas; la pasión científica y alquímica de Newton por desentrañar las claves místicas que encierran la llave de la comprensión del mundo y de la historia, y el gran avance de la relatividad de Einstein. Todo esto surgió en individuos y épocas correlacionadas con alineamientos del ciclo de Urano–Neptuno.
Podríamos mencionar también el interés de Gregory Bateson durante toda su vida por las «pautas que conectan»: patrones que revelan una mente inmanente que impregna toda la naturaleza, lo que demuestra «un mundo en el que la identidad personal se funde en todos los procesos de relación en una suerte de vasta ecología o estética de interacción cósmica». (Bateson definió la facultad estética como la «sensibilidad a las pautas que conectan».) A este motivo apunta particularmente el propio concepto junguiano de sincronicidad: patrones espontáneos de coincidencia de acontecimientos que revelan súbitamente significados imprevistos y una unidad subyacente del mundo interior y del exterior. Y más recientemente, Stanislav Grof, en muchas conferencias pronunciadas en los años noventa, se refirió a la astrología arquetipal como una piedra de Rosetta para la comprensión de la psique humana. En todos ellos es evidente un tema arquetípico común: la revelación de un patrón de inteligibilidad oculto desde hacía mucho tiempo, un principio de orden intangible, pero integrador –a menudo con connotaciones numinosas y estéticas, incluso en los contextos más científicos– que unifica lo separado e ininteligible y evoca una súbita sensación de liberación, despertar y repentina iluminación.
Con perspectiva histórica, tal vez estas dos grandes épocas de cambio y creatividad cultural radicales que coincidieron con las dos grandes conjunciones de la segunda mitad del siglo XX, la de Urano y Plutón y la de Urano y Neptuno, puedan entenderse mejor en relación con la enorme transformación histórica que se puso en movimiento durante la conjunción más reciente de Neptuno y Plutón.
Como se analizó en el capítulo anterior, este alineamiento cubrió las últimas décadas del siglo XIX y los comienzos del XX. Históricamente, los alineamientos axiales de Urano –primero con Plutón, luego con Neptuno– posteriores a las conjunciones de Neptuno y Plutón han coincidido con períodos en los que, en forma de repentinas rupturas creativas y oleadas emancipadoras, salieron a la superficie procesos cuyas semillas se habían plantado durante la conjunción de Neptuno y Plutón. En términos más generales, los ciclos de Urano–Plutón y de Urano–Neptuno, que han ocupado una parte sustancial de este libro, parecen asociarse a fenómenos históricos en los que el principio prometeico de creatividad, emancipación y cambio imprevisible impulsa dinámicamente el prolongado despliegue dialéctico de los principios arquetípicos asociados a Plutón y Neptuno, o, para emplear la terminología tradicional, la dialéctica entre «naturaleza y espíritu».
En una época que ha traído por primera vez conciencia global a la humanidad, en la que el planeta Tierra con todos sus habitantes puede verse íntegramente en el espacio cósmico como el singular cuerpo celeste que es, y en la que el universo se ha revelado como una inmensidad creativa en expansión a través de millones de galaxias y miles de millones de años de evolución cósmica desde el Big Bang hasta el presente, la conciencia colectiva emergente reconoce, de un modo antes imposible, que todo participa en una única y gigantesca historia. Al mismo tiempo, esa historia, para la humanidad y la comunidad de la Tierra, ha alcanzado una fase de crisis y de peligro que se está acelerando. Como han afirmado innumerables observadores atentos, el futuro depende de cómo afronte la humanidad este momento de desafío y elección sin precedentes, de cómo administre las tensiones entre unidad y multiplicidad en las naciones y las religiones del mundo, de cómo resuelva la polaridad entre espíritu y naturaleza en la conciencia de una especie humana con un poder tecnológico enormemente acrecentado. La primera Era Axial trajo a la espiritualidad humana una fase decisiva de diferenciación y de individuación: del recién emergido yo individual respecto de lo colectivo, de las nuevas tradiciones religiosas históricas con sus nuevas orientaciones respecto de las religiones arcaicas y chamánicas primordiales, y de la nueva conciencia humana respecto de la matriz primordial de la naturaleza, la Tierra y el cosmos. Nuestra época parece representar un momento crítico en el que los desarrollos evolutivos que se pusieron en marcha en aquel momento, hace dos milenios y medio, se acercan a un clímax y tal vez a una nueva etapa de evolución cultural de mayor complejidad dialógica y participativa en todos los aspectos."

COMPRENDER EL PASADO, CREAR EL FUTURO

Antes de abordar la cuestión de los alineamientos planetarios futuros a la luz de los datos examinados hasta ahora, hemos de comprender las limitaciones del presente estudio. En aras de la sencillez y la claridad de este examen inicial, he restringido el enfoque de este libro casi por entero a las correlaciones arquetípicas de un corto número de ciclos de los planetas exteriores. Sin embargo, el cuadro astrológico general es mucho más rico y complejo, con muchas más variables entrelazadas. De las tres formas principales de correspondencia descritas en este libro –cartas natales, tránsitos personales y tránsitos mundiales–, me he centrado principalmente en las últimas. En esa categoría he reducido la exposición únicamente a cuatro combinaciones planetarias, y en esos ciclos sólo a los alineamientos cuadráticos, es decir, a las conjunciones, oposiciones y cuadraturas. No he incluido los alineamientos de otro carácter, como el trígono y el sextil. He mencionado sólo brevemente ciclos planetarios tan importantes como los de Neptuno–Plutón y Saturno–Urano, mientras que he omitido por completo el análisis de otros, como el de Saturno–Neptuno. Estas limitaciones han determinado que abordara ciertos temas y características dominantes de los períodos examinados y que ignorara o pusiera entre paréntesis otros motivos significativos sobre los que, en un contexto distinto, habría llamado la atención. Análogamente, estas limitaciones han hecho que me detuviera pormenorizadamente en ciertos períodos históricos y apenas mencionara otros. Por ejemplo, no se exploró la última parte de los años setenta del siglo XX ni la sección central de los años veinte, aunque a esos períodos se asocian muchos fenómenos culturales importantes y los alineamientos planetarios respectivos son tan dignos de atención y tan esclarecedores como los que hemos examinado. Toda época tiene su propia importancia, su propia nobleza, su propio y complejo drama, cada una su configuración única de alineamientos planetarios y su respectiva dinámica arquetípica.
Los grandes trígonos entre tres planetas cualesquiera coinciden de modo característico con una armoniosa activación e interpenetración de los tres principios arquetípicos implicados.
En mi caso, la evidencia era de dos tipos, astronómica e histórico–biográfica, y era preciso analizarlas cuidadosamente y compararlas con precisión para determinar la presencia de correspondencias significativas. Por tanto, la tarea requería atención disciplinada a pistas sutiles de configuración de auténticos patrones, pero también a los riesgos de la proyección distorsionante y el conocimiento insuficiente. Como Escila y Caribdis para Ulises, las dos direcciones tienen peligros: por un lado, el de acorazarse hasta el extremo del escepticismo, dando la espalda a toda posible realidad de correlaciones que cuestionen la visión moderna del mundo; por otro lado, el de aceptar acríticamente un enorme conjunto de teorías astrológicas heredadas que encontraran indiscriminadamente patrones en todas partes. Al fin y al cabo, la evaluación adecuada de las correlaciones parecía implicar la interacción continua de «inteligencias múltiples», para emplear la útil fórmula de Howard Gardner. Para mantener la atención tanto a patrones como a proyecciones potenciales, resultaba decisivo el ejercicio de la razón crítica normal. Pero también era necesaria una especie de autoconciencia psicológica, con una voluntad decidida a desafiar propias ideas acerca de la realidad y los propios supuestos. La tarea parecía requerir no sólo capacidad intelectual, sino también capacidad emocional para tolerar la ausencia de conocimiento, para abstenerse de conclusiones prematuras –ya escépticas, ya afirmativas– que sólo sirvieran para apuntalar la sensación de seguridad existencial a expensas del descubrimiento de lo desconocido. Igualmente decisivo fue el papel de la comprensión estética e imaginativa, sin la cual las formas y las configuraciones arquetípicas en el seno mismo de los fenómenos serían completamente invisibles (o inaudibles, como si las formas arquetípicas fuesen una lengua en la que el cosmos hablara sólo a quienes tienen oídos para oír). No menos importante fue la capacidad de penetración empática en el carácter subyacente de distintas épocas históricas y diversos personajes culturales. Esto, a su vez, había que combinarlo con un sólido sentido histórico para determinar qué acontecimientos e individuos eran significativos en un ámbito particular, de qué maneras y con qué interconexiones y líneas de influencia. Pero siempre era preciso respetar los indicios: la vida misma con toda su complejidad, su particularidad y su autonomía soberana. Lo que trataba de explorar y entender parecía exigir el compromiso de todo mi ser para abrir sus patrones y significados más profundos, su inteligibilidad. El largo viaje de investigación no se diferenciaba mucho de un camino espiritual.
Al volver la mirada a las tres últimas décadas, reconozco que después de llegar a un umbral crítico, tanto en lo tocante a las correlaciones cuantitativas como a las cualitativas, mi actitud inicial experimentó una transformación esencial de perspectiva, parecida a la descrita en el capítulo «Dos pretendientes»: en lugar de dar por supuesta una aleatoriedad cósmica general, como sería usual, y luego comprobar con escepticismo la existencia de coincidencias de explicación altamente improbable que amenazaban contradecir el orden convencional, comencé a suponer, de manera flexible pero con cierto grado de confianza, un orden subyacente. Cuando encontraba un acontecimiento o fenómeno cultural para el que no hubiera evidencia inmediata de correlaciones planetarias convincentes, continuaba la investigación manteniendo abierta la posibilidad de que, con el tiempo, cuando mi conocimiento fuera mayor, se presentara un patrón correlativo de significado. Esto fue lo que ocurrió en la gran mayoría de los casos. Si miro hacia atrás, compruebo que la atención rigurosa a anomalías resistentes a la comprensión resultó ser un factor importante de la investigación. Semejante enfoque terminó por producir valiosos avances conceptuales, a veces muchos años después de mi primer encuentro con el problema. Sin embargo, sin la actitud inicial de apertura metodológica, es decir, a la vez libre de la coraza impenetrable y de la aceptación ingenua, lo más probable es que los patrones más profundos y convincentes no llegaran a hacerse visibles porque la estructura inicial de mis supuestos, con su impaciencia, les habría impedido mostrarse. He comprobado que el supuesto convencional moderno, según el cual el cosmos y sus procesos son intrínsecamente aleatorios y carecen de sentido, constituía una barrera extraordinariamente eficaz contra un nuevo conocimiento. Y también lo era la aceptación acrítica de muchas doctrinas astrológicas convencionales. Encontrar el sendero intermedio entre estos dos obstáculos se convirtió en un factor esencial para desbrozar el camino del descubrimiento que, de otro modo, no se habría presentado por sí mismo. Al continuar la investigación de esta manera y con este espíritu, la inteligibilidad del registro histórico se fue desplegando año tras año. Tal vez en los capítulos anteriores el lector haya observado un proceso similar. Tanto para el investigador como para el lector, el éxito de ese despliegue parece requerir una combinación plástica de cuestionamiento crítico, liberación del escepticismo cerrado y paciencia. Cualquier análisis de alineamientos futuros, sea de tránsitos mundiales o de tránsitos personales, presenta extraordinarios retos y responsabilidades al investigador astrológico. Puesto que hemos comprobado la notable coherencia entre configuraciones planetarias y fenómenos arquetípicos, y puesto que podemos determinar matemáticamente y con gran precisión los alineamientos futuros, podría decirse que, en cierto sentido, sabemos algo acerca del futuro. Pero en otro sentido no es así. Creo que la medida en que hayamos adoptado esta humildad epistemológica es también la medida decisiva del valor potencial o de la perniciosidad de nuestro análisis. La diferencia entre predicción concreta y predicción arquetipal es semejante a la diferencia entre destino y libre albedrío. Para decirlo con más precisión: es la diferencia entre una afirmación inevitablemente constrictiva y probablemente mal entendida de un futuro dado de antemano, y el dar apoyo a un yo cocreador que participa conscientemente en el despliegue arquetípicamente estructurado de la vida en un universo abierto. Podría decirse con razón que todo el desarrollo moderno y posmoderno de la autonomía humana y la autoconciencia crítica nos ha preparado para caminar mejor por la cuerda floja que nos presenta la astrología arquetipal contemporánea; nos ha aporta-do, en particular, el conocimiento de la existencia de planetas exteriores y sus correspondientes principios arquetípicos, el conocimiento retrospectivo de las correlaciones históricas y el conocimiento de alineamientos planetarios futuros.
En la gran mayoría de los casos en los que he contemplado la probabilidad de acontecimientos coincidentes con alineamientos futuros, ya fuera en mi vida personal, en la de otros individuos o en la vida de la comunidad humana, me he visto sorprendido por la multitud de maneras en que los complejos arquetípicos pertinentes se manifestaban realmente, más allá de lo que yo había imaginado, y también por las maneras en que no se manifestaban como hubiera podido pensar o temer. En cambio, en incontables ejemplos, recibí una nueva lección en la creatividad infinita del cosmos, que desplegaba de modo imprevisible sus procesos y acontecimientos en correlación arquetípicamente configurada y de extraordinaria coherencia con los movimientos planetarios. Por tanto, me interesa mucho más emplear la lente astrológica arquetípica para entender mejor el presente y el pasado que para predecir el futuro. Es una lente verdaderamente poderosa, con un campo que ahora abarca los planetas transaturnianos y una profundidad que hoy registra más plenamente el carácter multidimensional de los principios arquetípicos implicados. En cierto sentido, al mismo tiempo que hemos desarrollado telescopios espaciales extraordinariamente poderosos para captar el inmenso cosmos físico, nos ha sido dado un poderoso telescopio arquetipal para un vasto cosmos arquetípico. Ambos tipos de instrumentos, cada uno a su manera, expanden inmensamente nuestro universo. Pero, aunque permiten una comprensión sin precedentes del presente y del pasado, su valor para entender el futuro es considerablemente más limitado y sutil. La verdadera naturaleza de esta forma de comprensión arquetípica en relación con las particularidades concretas de la vida requiere un conocimiento de tales particularidades concretas y también de los alineamientos planetarios pertinentes para que las dos categorías se expliquen recíprocamente. Lo particular es iluminado por lo arquetípico en el mismo momento en que éste se encarna en lo particular.
Antes de ese momento, lo arquetípico es una potencialidad estructural, una campana de Gauss de probabilidades, un recipiente de posibilidades a la espera de realización. No sólo el conocimiento de lo arquetípico ilumina lo particular (arquetípico–particular), sino que, a la inversa, el conocimiento de lo particular puede arrojar nueva luz sobre lo arquetípico (particular–arquetípico), como cuando nuestro examen de acontecimientos y de figuras históricos y culturales nos proporciona una comprensión más profunda de los principios arquetípicos que ellos encarnan y ejemplifican. Adquirimos una nueva comprensión de Prometeo y de Dioniso mediante el reconocimiento de la naturaleza precisa de su presencia e interacción en los años sesenta del siglo XX. Entendemos mejor el complejo de Saturno–Plutón cuando hemos estudiado las particularidades de su expresión en la vida y la obra de Kafka, Melville, Marx, Calvino y Agustín, o en la pintura de Frida Kahlo, el Monumento Conmemorativo de Vietnam de Maya Lin, las tragedias de Shakespeare, la Inquisición, los acontecimientos del 11 de septiembre y sus secuelas. Cada particularidad concreta nos da un nuevo conocimiento del modo de manifestarse del complejo arquetípico dado. Cada acontecimiento, personaje u obra de arte profundiza nuestra comprensión de las costumbres de esos dioses del panteón planetario. Por el contrario, si conocemos los alineamientos planetarios, pero no la encarnación particular, sólo tenemos una información general a un nivel muy alto de abstracción: la campana de Gauss arquetípica antes de ser realizada concretamente, particularizada, modificada y creativamente representada. Por tanto, las percepciones de los patrones dinámicos de la experiencia humana que la astrología arquetipal hace retrospectivamente posibles pueden ser precisas, matizadas y mucho más reveladoras que los intentos siempre problemáticos y a menudo ineptos de predicción concreta por parte de una astrología literalista orientada al futuro.
El mismo contraste es cierto con respecto a las pruebas estadísticas de astrología predictiva. Mientras que tal investigación es indudablemente útil a corto plazo para estimular el diálogo científico sobre astrología, incluso los resultados positivos más importantes desde el punto de vista estadístico, como el efecto Marte u otras correlaciones de los experimentos de los Gauquelin, han arrojado escaso conocimiento para mejorar la comprensión de las complejidades de la experiencia humana. Han proporcionado un motivo de discusión sin límites a los escépticos y los científicos desconcertados por la existencia de datos anómalos tan asombrosamente incompatibles con sus creencias cosmológicas. Sin embargo, en comparación con el enfoque arquetipal, la metodología de la investigación estadística, obstaculizada por supuestos epistemológicos simplistas inherentes a ese modo de investigación, parece fundamentalmente inadecuada para el examen del alcance y la complejidad reales de las correlaciones astrológicas. Tales pruebas son incapaces de registrar la polivalencia arquetípica y resultan ciegas a la necesidad de compromiso pleno y participativo en el acto de cognición. Lo que es cierto de las sincronicidades en general es cierto también de las correlaciones astrológicas; la evaluación de tales coincidencias depende profundamente de una percepción sensible al contexto, al matiz y a múltiples niveles del significado. La configuración sugerente y la precisión sutil del detalle, características de tales fenómenos, escapan sin duda a la red de experimentos cuantitativos y evaluaciones objetivables. Es una tarea más apropiada para Sherlock Holmes que para Scotland Yard.
La convicción de que la investigación estadística debe ser el árbitro último de todo conocimiento positivo del mundo se apoya en el supuesto, ya insostenible, de que en última instancia sólo se puede conocer el mundo como un objeto aislado, mecanicista y cuantificable, y no como un campo relacional multidimensional que se despliega de manera compleja y en el que participamos con todas nuestras facultades humanas. Esta presunción de que es posible dominar el mundo mediante el cálculo fue precisamente lo que Weber definió como la esencia del desencantamiento. Es evidente que la estadística puede tener un valor inestimable en determinados ámbitos de investigación, como en la comprobación de la eficacia de un fármaco para un objetivo médico particular. Pero la astrología representa una realidad mucho más compleja: presenta un desafío epistemológico que trasciende la competencia de la comprobación cuantitativa. Varias décadas de experimentos estadísticos en astrología, a pesar del servicio que puedan prestar como elementos de perturbación de los supuestos científicos, han contribuido muy poco al progreso hacia una profunda comprensión histórica, cultural o psicológica. Dada la disparidad entre el modo de investigación y los fenómenos investigados, no es probable que esa situación se modifique. Sin embargo, todo esto deja sin respuesta la cuestión del análisis astrológico de alineamientos planetarios futuros. Vivimos en una era excepcionalmente precaria de la historia del mundo, en la que los problemas de la comunidad terrestre se profundizan y se aceleran. En tales circunstancias, nos sentimos naturalmente inclinados a consultar cualquier fuente de información y de percepción capaz de incrementar nuestra autocomprensión y la efectividad de nuestras estrategias actuales. En este contexto y con esta motivación, el conocimiento de los principales alineamientos futuros de los planetas exteriores y sus correspondientes complejos arquetípicos podrían ser realmente útiles, de la misma manera en que lo es el conocimiento del parte meteorológico antes de salir a practicar surf sobre grandes olas con vientos de muchas direcciones. Nuestro desafío, en consecuencia, estriba en mantener una vigilancia permanente para evitar las múltiples y generalizadas trampas en este tipo de análisis, principalmente la proyección de temores o deseos, la extracción de conclusiones definitivas sobre la base de datos limitados y el afán de controlar la vida antes que de participar en ella.
Hay otra cuestión que cabe mencionar en relación con el valor y la limitación de este tipo de estudios. Todo individuo tiene su carta natal con su conjunto particular de configuraciones planetarias y sus tránsitos personales, con el despliegue de un único drama específico a esa persona y sólo a ella. Las generalizaciones acerca de épocas históricas y ciclos planetarios deben ser siempre consideradas en relación con las particularidades infinitamente variadas de las vidas individuales. No obstante, también podemos reconocer que el drama de la vida individual siempre tiene lugar en el marco del drama mayor de la comunidad humana, de la misma manera en que nuestra psique y nuestro inconsciente personal están siempre insertos en la psique y el inconsciente colectivo. Con estos matices y prevenciones, los principales alineamientos de tránsito mundial de los ciclos de planetas exteriores son, a mi juicio, los datos principales que hoy poseemos para comprender la dinámica arquetípica de los próximos años. La medida en que seamos conscientes de esa dinámica y participemos consciente y valientemente en su despliegue podría desempeñar un papel sustancial en el futuro que estamos a punto de crear.

OBSERVACIONES ACERCA DE FUTUROS ALINEAMIENTOS PLANETARIOS

Los alineamientos no se encienden y se apagan como accionados por un interruptor. Las tendencias históricas y los impulsos culturales que se iniciaron y florecieron durante estos alineamientos continuarán desplegándose en los próximos meses y años, a menudo llevando a la conciencia pública desarrollos ahora desconocidos o aparentemente periféricos. Los patrones arquetípicos muestran una indeterminación esencial –tanto en su ritmo específico como en la imprevisible diversidad de su expresión– que recuerda los patrones ondulatorios de la física cuántica. Además, es a menudo en las últimas etapas de un alineamiento axial de los planetas exteriores, durante el período de penumbra entre los 15º y los 20º de separación, cuando emerge el resultado acumulativo de desarrollos arquetípicos de ese alineamiento. El espíritu prometeico y dionisíaco de la conjunción de Urano y Plutón de los años sesenta, por ejemplo, fue en general mucho más evidente en su período final de 1972–1974 que, en sus etapas iniciales, de 1958 a 1960. Este fenómeno de poniente parece ser particularmente pronunciado cuando a un alineamiento largo de dos planetas exteriores se une en sus fases finales un tercer planeta, como en el caso presente de la unión de Júpiter a la conjunción de Urano y Neptuno, formando una configuración triplanetaria (Júpiter en oposición a Neptuno y Urano en sucesión estrechamente superpuesta) desde el verano de 2002 al verano de 2004.
La multitud de fenómenos que reflejan la larga conjunción de Urano y Neptuno ha saturado de tal manera nuestra experiencia colectiva durante las dos últimas décadas que resulta difícil percibir esta época desde fuera de su dominio arquetípico. Es como un gran mar que lo baña todo y en el que hemos estado profundamente sumergidos durante muchos años: el medio posmoderno de pluralismo interpenetrante y cambio continuo, la conciencia fluida y la incertidumbre epistemológica, la acelerada innovación cultural y tecnológica, los impulsos místico–esotérico–míticos, las tendencias utópicas, el elevado nivel de idealismo y religiosidad, la disolución de muchos tipos de fronteras, la multiplicidad de influencias globalizadoras, la ubicuidad de las tecnologías de la comunicación como los teléfonos móviles e Internet, la constante interconectividad universal, la seducción de las masas por los medios de comunicación dominados por las corporaciones y los creadores de imagen de la política, seducciones tecnológicas que modelan la conciencia colectiva, el interés por los paradigmas múltiples, realidades virtuales, estados no ordinarios de conciencia, nuevas visiones cósmicas, y las manipulaciones de la realidad y la experiencia producidas por los ordenadores, los fármacos y la biotecnología. Tal vez podamos en este caso reconocer más directa y claramente la medida en que los impulsos y las cualidades del arquetipo del Zeitgeist siguen aún desplegándose después de la finalización del alineamiento.
En términos generales, las épocas presididas por Urano–Plutón han tendido a catalizar fuerzas poderosas en muchas formas, a despertar una poderosa voluntad que puede ser constructiva o destructiva, y a una palpable intensificación y aceleración de la experiencia humana.
Sin embargo, nunca se puede asegurar de qué modo se encarnarán concretamente estas fuerzas arquetípicas, sino únicamente que tenderán a hacerlo de manera coherente con su carácter y sobre la base del contexto cultural en desarrollo.
Júpiter siempre tiene su sombra perturbadora y Saturno sus dones ganados con esfuerzo.
Los diversos alineamientos futuros que implican a Júpiter o Saturno son más breves y tienen sus propias direcciones arquetípicas características: los alineamientos en que interviene Júpiter tienden a la elevación y la expansión, mientras que aquellos con presencia de Saturno tienden a lo problemático y restrictivo. Aunque de modo más sutil, lo inverso también es cierto: Júpiter siempre tiene su sombra perturbadora y Saturno sus dones ganados con esfuerzo.
Hay una tendencia humana natural a esperar que las perspectivas para el futuro inmediato serán completamente positivas. Sin embargo, conocer de antemano una realidad potencialmente difícil, afrontarla abiertamente, prepararse para ella y reconocer sus señales y motivos característicos, sus peligros y su potencial positivo una vez asimilada y representada conscientemente, tiene sus ventajas. A la vez puede ser psicológicamente apaciguador y espiritualmente fortalecedor reconocer que tales períodos representan el despliegue de ciclos más amplios de desarrollo arquetípico en un contexto que, más que arbitrario, aleatorio y carente de significado, es cósmico, sutilmente ordenado e inteligible.
En muchos sentidos, el complejo de Saturno–Neptuno puede compararse con el de Saturno–Plutón, pues los temas y la atmósfera que en ambos predominan son inequívocamente saturnianos.
En muchos sentidos, el complejo de Saturno–Neptuno puede compararse con el de Saturno–Plutón, pues los temas y la atmósfera que en ambos predominan son inequívocamente saturnianos. La gran diferencia entre ellos es que la cualidad que impregna esta impronta general saturniana es ahora neptuniana y no plutónica. El complejo de Saturno–Neptuno también puede compararse con el de Urano–Neptuno, pero en lugar del impulso prometeico en interacción con Neptuno tenemos a Saturno. La tendencia dominante no es, por tanto, al despertar y la liberación de la dimensión neptuniana, sino al establecimiento de dicotomías y tensiones en ella, oponiéndose a ella enfatizando sus cualidades problemáticas; o bien una tendencia a disciplinarlas, estructurarlas, darles fundamento y madurez, es decir, dar expresión concreta a la dimensión neptuniana.
Un motivo característico de las épocas regidas por Saturno– Neptuno es el recrudecimiento de la tensión entre ideales, esperanzas y creencias, por un lado, y las duras realidades de la vida por otro. El mismo complejo puede expresarse como intensificación de los conflictos entre religión y secularidad, en los que, para cada la-do, el otro vive en estado de autoengaño. El escepticismo secular intensificado en lo relativo a todo tipo de creencias religiosas tiende a constelarse al mismo tiempo que el compromiso intensificado con la religiosidad conservadora, que a menudo se basa en interpretaciones literalistas.
Hay también en las épocas presididas por Saturno–Neptuno una tendencia a experimentar un oscurecimiento sutil de la conciencia colectiva, a veces como un difuso malestar social de difícil diagnóstico, otras veces como una respuesta directa a acontecimientos profundamente desalentadores o trágicos. Tales épocas están frecuentemente marcadas por experiencias colectivas de pérdidas trágicas, la frustración de ideales y aspiraciones, la muerte de un sueño, acompañadas de una honda aflicción.
Uno de los temas históricamente más frecuentes de las correlaciones Saturno–Neptuno ha sido la sensación de descontento y de pérdida de confianza que invade el ambiente social y político.
En tiempos bélicos, los alineamientos de Saturno y Neptuno coinciden muchas veces con las fases finales de una guerra, en las que predomina una sensación colectiva de agotamiento físico y espiritual, desilusión y baja moral –a menudo en ambos bandos–.
Una de las reacciones más características de los períodos imbuidos de este complejo arquetípico es la aguda ironía, el humor sarcástico o amargo, una conciencia profunda de lo absurdo y demencial de la vida. El humor negro es una respuesta al sufrimiento y la desesperanza con la que de alguna manera se trata de evitar caer en la locura o sucumbir ante la desesperación. Para mencionar un ejemplo representativo, la película MASH se basaba en las experiencias de un cirujano que en 1951 y 1952, durante la conjunción de Saturno y Neptuno, prestaba servicio en una unidad médica militar de Corea y trataba de hacer frente a las interminables bajas y el horror de la guerra.
Es frecuente que a nivel espiritual en las épocas presididas por Saturno–Neptuno se den noches oscuras del alma y severos desafíos a la fe religiosa, como el anuncio de Nietzsche de la «muerte de Dios» durante la conjunción de Saturno y Neptuno de 1881–1882, o la canción de John Lennon Dios a finales de los años setenta («Dios es un concepto con el que medimos nuestro dolor»), así como su amargo epitafio para la década de los sesenta durante el mismo alineamiento de 1970–1973: «Se acabó el sueño». En estos períodos es frecuente que los individuos cuestionen la existencia de un Dios todo amor que permite acontecimientos trágicos e inmensos sufrimientos humanos, como expresaron muchas personas tras el tsunami de Asia en el invierno de 2004–2005, o como experimentaron otras muchas en 1943–1945, durante el período de mayor horror y angustia en los campos de concentración. Una forma más específica de esta sensación de tragedia colectiva tuvo lugar durante la cuadratura de Saturno y Neptuno de 1963, con la tristeza y el masivo ritual de duelo en todo el mundo tras el asesinato de John F. Kennedy. Sin embargo, el impulso a mantener la fe y la esperanza en plena oscuridad, como en «He tenido un sueño», el valiente e inspirado discurso que Martin Luther King Jr. pronunció ante el Lincoln Memorial en 1963 durante el mismo alineamiento de Saturno y Neptuno, o Imagine, la influyente canción de Lennon de 1971, durante el alineamiento siguiente, son expresiones igualmente vigorosas de los arquetipos de Saturno y Neptuno combinados.
Paradójicamente, como hemos visto tantas veces en otros ciclos, tales períodos tienden a coincidir con expresiones colectivas de aspectos opuestos del mismo complejo: pérdida de confianza y desilusión, pero también la forja de una fe más profunda ante realidades duras o trágicas. Esta segunda respuesta puede adoptar muchas formas: búsqueda de un fundamento de esperanza en una realidad más amplia, aunque todavía invisible, retiro del mundo y toma de contacto con recursos e ideales espirituales interiores, fortalecimiento del compromiso con la religión tradicional, orientación a la disciplina y la práctica espirituales, el ritual, la oración y la meditación. El mismo complejo arquetípico puede encarnarse también en un impulso individual o colectivo a relacionarse con el mundo de un modo espiritual y a la vez pragmático, a dedicarse a superar la disparidad entre lo ideal y lo real mediante el servicio y la acción de inspiración espiritual. Aquí la síntesis de Saturno y Neptuno se expresa a través del agotador esfuerzo por plasmar valores espirituales e ideales de compasión en realidades concretas. Se siente un fuerte llamamiento al servicio y al sacrificio.
El Dalai Lama, que nació con Saturno y Neptuno en oposición, es un ejemplo paradigmático de ello. Con frecuencia, padecer el sufrimiento o ser testigo del mismo sirve para disolver fronteras rígidas y enemistades del pasado y para convocar impulsos sanadores de unión y compasión (como se pudo comprobar en muchos casos en Sri Lanka, por ejemplo, tras la estela del tsunami).
No obstante, lo mismo que ocurre en la multitud de aspectos duros de Saturno y Plutón que hemos analizado, los alineamientos de Saturno y Neptuno presentan en general un importante desafío al espíritu colectivo de una época. Son frecuentes la anomia social y el malestar espiritual, a veces intensificados al extremo de una profunda alienación.
En su expresión más suave, estas tendencias pueden adoptar la forma de un subyacente estado anímico de confusión, duda, incertidumbre y ambivalencia. Muchos síntomas psicológicos tienden a ser más evidentes: vaga ansiedad, narcisismo, inercia apática, escapismo y negación, aturdimiento psíquico, disociación, introversión autista, tendencia a diversos tipos de adicción y de dependencia, insomnio y perturbaciones del sueño, cansancio físico y espiritual, hastío del mundo, desgana y debilidad de la voluntad, preocupación por enfermedades crónicas y debilitantes, como gripe, malaria u otras enfermedades infecciosas, virus y vacunas, estrés postraumático, «enfermedades fantasma» y estados mentales y físicos difíciles de diagnosticar (como en el caso del síndrome de fatiga crónica y el síndrome de la Guerra del Golfo, que se presentaron durante la última conjunción de Saturno y Neptuno en 1987–1991).
También podríamos mencionar aquí efectos secundarios y abusos de drogas de todo tipo, con o sin prescripción médica, y mayor conciencia pública de estos problemas, a menudo como resultado de nuevos datos que desvelan una oscura realidad oculta detrás de una imagen cuidadosamente manipulada, como en la tergiversación empresarial de los protocolos de pruebas y la supresión de datos negativos.
El tema del envenenamiento, la contaminación, los efectos químicos tóxicos y la sutil intoxicación de la opinión pública o el medio político, propio de Saturno–Neptuno, puede adoptar una notable variedad de formas: en sentido literal, como el envenenamiento por dioxina del candidato a presidente de Ucrania, Viktor Yushchenko, o, en sentido menos literal pero con efectos igualmente tóxicos, como la maquiavélica publicidad política, deliberadamente engañosa, del «Swift Boat Veterans for Truth» de la campaña presidencial de Bush, temas que, en ambos casos, se hicieron evidentes en coincidencia con los primeros meses de la oposición de 2004 de Saturno y Neptuno. (El propio Maquiavelo nació con Saturno y Neptuno en estrecha oposición.) El original anuncio publicitario de «Willie Horton» que sirvió de modelo a esta forma política de engaño vio la luz precisamente en coincidencia con la conjunción de Saturno y Neptuno de 1988, durante la campaña presidencial de Bush padre. Tanto en 1988 como en 2004, los anuncios engañosos, ampliamente difundidos, con sus imágenes oscuras e inductoras de miedo, desempeñaron un papel decisivo en la derrota del otro candidato presidencial.
En su constelación negativa, este complejo no sólo tiene una expresión característica en el engaño, sino también en el autoengaño. El engaño acerca de la propia situación real en el mundo se mantiene cuidadosamente filtrando y negando toda información que pueda poner en duda la validez del sistema personal de creencias rígidamente protegido, lo que crea un cerrado bucle de retroalimentación. Tales tendencias abarcan desde un estado individual de enfermedad mental que requiere tratamiento, hasta un engaño colectivo más invasor, como cuando el grupo que dirige una nación se encapsula en una burbuja impenetrable de negación y autoafirmación, a menudo teñida de temas religiosos y fantasías, absolutamente reñidas con la realidad que percibe el resto del mundo. Evitar la reflexión crítica, junto con el apoyo de seguidores ingenuos u oportunistas, contribuye a impedir, al menos por un tiempo, la intrusión de realidades que pudieran perturbar la ilusión tan minuciosamente protegida. Sin embargo, el mismo complejo arquetípico fomenta también un fuerte impulso a desenmascarar el engaño, a revelar la ilusión, a superar la negación, a afrontar la realidad que se oculta tras la imagen superficial. Una visión más penetrante de la sombra tiende a desarrollarse en la visión cultural colectiva, para culminar en una sensación más aguda de ironía (a veces de una ironía más amarga, como en el caso de Jonathan Swift y Mark Twain, ambos nacidos con Saturno y Neptuno en aspecto duro), con renovadas tendencias al distanciamiento irónico y el escepticismo ante a la retórica política, las creencias convencionales, la ingenuidad, la hipocresía y el engaño.
Por debajo de muchas de las tendencias que se acaban de mencionar, y como nexo unificador de todas ellas, se halla el tema central del desencantamiento y el desengaño, tanto en el sentido negativo como en el positivo y en el conjunto de significados de estos términos. Entre ellos no sólo están la pérdida de fe, el desaliento, la alienación social y la sensación de carencia de significado existencial, sino también el nuevo poder que emerge del hecho de desprenderse de una fe que ya no es viable, despertar como de un sueño, reconocer con lucidez una locura compartida, mostrar como falsa la versión de la realidad que nos ha sido dada, como ocurrió con la desilusión colectiva con el comunismo que se difundió rápidamente por los pueblos de Europa Oriental y la Unión Soviética durante la conjunción de Saturno y Neptuno de 1987–1991, en triple conjunción con Urano. Una sutil disolución de estructuras de opresión puede tener lugar a muchos niveles y afectar a estructuras de creencia tanto como a institucionales. Sin embargo, otra forma importante que puede adoptar este motivo es la dicotomía entre reduccionismo materialista (Saturno) y visión imaginativa (Neptuno), entre materia y espíritu, y entre desencantamiento cósmico y universo con alma. Aquí resulta particularmente relevante la cuestión de juzgar qué es verdad y qué es ilusión, característica de Saturno–Neptuno, pues cada lado considera que el otro está atrapado en una ilusión. La posibilidad de que el desencantamiento moderno, en el sentido weberiano, sea a nivel más profundo una nueva forma de encantamiento ilusorio, un estado cerrado de conciencia alienada ciega a las dimensiones espirituales 756 de la existencia, ofrece una nueva amplificación de estos temas característicos de Saturno–Neptuno.
En líneas generales, la dicotomía entre el eje imaginativo–espiritual–religioso de Neptuno y el eje literalista–escéptico–científico de Saturno, característica de épocas e individuos influidos por este complejo, puede adoptar tres formas distintas. En primer lugar, encontramos una fuerte tendencia al escepticismo metafísico: un impulso a dudar de la existencia de realidades trascendentes o espirituales y a considerar la imaginación como fuente de distorsión subjetiva. Las dimensiones metafísica, espiritual, mística e imaginativa de la existencia son firmemente negadas en favor de un severo racionalismo crítico comprometido con el mundo empírico concreto.
Esta negación adopta a menudo la forma de un fuerte impulso a mostrar las creencias religiosas como causa principal de opresión y de ilusión en la vida humana. Aquí encontramos figuras nacidas bajo aspectos de Saturno–Neptuno como David Hume, el escéptico paradigmático y agudo crítico de la religión (Sobre los milagros, Diálogos sobre religión natural); Bertrand Russell, que desempeñó el mismo papel en la filosofía del siglo XX (Por qué no soy cristiano); y Freud, para quien toda religión era un residuo psicológico de necesidades y proyecciones infantiles de omnipotencia paterna (El porvenir de una ilusión).
La segunda forma posible de esta dicotomía refleja una tendencia exactamente contraria, en la que un firme compromiso con la superioridad de la imaginación poética y espiritual se opone directamente a las limitaciones distorsionantes de la percepción convencional y el materialismo científico. William Blake, que nació bajo Saturno y Neptuno en estrecha oposición.
Una expresión igualmente frecuente de la polaridad Saturno– Neptuno es una especie de existencialismo romántico en el que las aspiraciones espirituales e imaginativas se enfrentan a la realidad de un mundo trágico o desencantado, lo que deriva en un sentimiento de pérdida melancólica, nostalgia y desilusión. Aquí, la preferencia estética se inclina de modo característico hacia las elegías, los adagio, los nocturnos, los réquiem, las pietà, los lamentos o los blues, reflejando así el conmovedor choque entre el temperamento poético y espiritualmente sensible y los aspectos trágicos, opresivos y tristes de la existencia (como se expresa, por ejemplo, en el representativo Adagio para cuerdas de Samuel Barber, compositor y composición nacidos bajo alineamientos de Saturno y Neptuno; en Both Sides Now y Blue, de Joni Mitchell, que también nació con Saturno y Neptuno alineados; o en Sad–Eyed Lady of the Lowlands, de Dylan, compuesta durante un tránsito personal de Saturno–Neptuno). La atmósfera dominante es de patetismo, hastío del mundo y resignación espiritual, anhelo insaciable del alma, o un estado de profundo desconocimiento, de melancólica ambigüedad, un punto muerto entre dos universos inconmensurables: interior y exterior, subjetivo y objetivo, sensibilidad poética y lógica inflexible, las grandes aspiraciones del alma y las crudas realidades de la vida. Los alineamientos de Saturno y Neptuno tienden a estar entre las épocas más exigentes desde los puntos de vista psicológico y espiritual, así como las que con más probabilidad convocan la auténtica nobleza de espíritu y profundidad de visión. Pueden engendrar un modelo más oscuro para la imaginación, pero también una espiritualidad más realista. Tal vez en su forma más admirable, el complejo de Saturno–Neptuno parece asociarse al valor para afrontar una realidad difícil, y a menudo trágica, sin vanas ilusiones y manteniendo no obstante la fidelidad a los ideales y sueños de un mundo mejor. En lugar de provocar desesperación o pasividad, la penosa brecha entre el ideal y la realidad empuja a emprender todas las acciones necesarias para transformar las estructuras del mundo (políticas, económicas, religiosas, filosóficas) al servicio de las más altas intuiciones espirituales.
Por último, una personalidad histórica paradigmática a este respecto es la de Abraham Lincoln, que nació en 1809, con Saturno y Neptuno en conjunción. La intensidad de la depresión y la tristeza que le afligió toda la vida, los numerosos fallecimientos y pérdidas trágicas que marcaron su existencia, su lucha espiritual con lo irreversible de la muerte, su escepticismo respecto de las creencias religiosas ortodoxas, su profundo sentido de la resignación y su pronunciada capacidad de ironía, todo ello refleja claramente esta combinación arquetípica. Lo mismo ocurre con su compromiso compasivo con los oprimidos, los heridos, las viudas y los huérfanos, su respeto a los muertos, su perdón del enemigo, su vacilación y humildad espirituales. Lincoln fue, esencial y conmovedoramente, un «hombre de tristeza y de reconciliación» (tristeza como expresión de Saturno, reconciliación como expresión de Neptuno). Podemos reconocer esta síntesis arquetípica en la capacidad de Lincoln para percibir, en el sufrimiento y la muerte de tantas personas –incluido él mismo– sacrificadas en aras de un ideal superior, el misterioso funcionamiento de un propósito espiritual que actúa en las luchas mortales de la historia humana y a través de ellas. Esto está muy cerca del núcleo del complejo de Saturno y Neptuno y su potencial coniunctio oppositorum: el reconocimiento del espíritu en la materia, de lo universal en lo particular, de lo arquetípico en lo concreto, el brillo redentor del alma eterna en el cuerpo mortal del mundo empírico. Tal como se refleja de manera icónica en la Pietà de Miguel Ángel (1499), los tránsitos de Saturno– Neptuno tienden a coincidir con períodos de profunda pérdida y contracción espiritual, en los numerosos sentidos ya sugeridos, pero también con períodos de profunda creación espiritual, de forja del alma, de materialización redentora del espíritu, que reflejan la lucha y la síntesis superior de la encarnación. Ningún alineamiento, como la oposición de Saturno y Neptuno que acabamos de analizar, tiene lugar en el vacío como único factor pertinente a la hora de comprender la dinámica arquetípica de un período. Como hemos visto en esta investigación, en cualquier momento dado está en orbe una multitud de alineamientos planetarios que se solapan mutuamente, con la correspondiente interacción de múltiples fuerzas arquetípicas. A menudo estas diferentes combinaciones arquetípicas son de naturaleza divergente, influyen en el clima cultural de modos muy distintos y, a veces, se interpenetran con consecuencias extraordinariamente imprevistas. Por ejemplo, difícilmente las cualidades asociadas al alineamiento de Urano y Plutón que se ha iniciado recientemente podrían diferenciarse más de las asociadas a la oposición de Saturno y Neptuno. Unicamente una «teoría de la complejidad» adecuada a interacciones arquetípicas tan intrincadas podría servirnos para evaluar el despliegue del conti-nuum de la historia. Huelga decir que toda la perspectiva que aquí se expresa tiene como base el reconocimiento fundamental de la indeterminación y la impredecibilidad.
Históricamente, como hemos visto, la dinámica arquetípica de épocas en las que estos tres planetas (Saturno Urano y Plutón) estuvieron en semejante configuración fue particularmente poderosa y transformadora. Las fuer-761 zas implicadas parecen exigir, y al mismo tiempo posibilitar, una capacidad más profunda para la resolución creativa de tensiones entre fuerzas intensamente opuestas: lo viejo y lo nuevo, el pasado y el futuro, el orden y el cambio, la tradición y la innovación, la estabilidad y la libertad. Es típica una atmósfera general de lucha por el poder. Tienden a exacerbarse las tensiones subyacentes entre autoridad social establecida e impulsos contraculturales de reciente cuño. Lo mismo ocurre con las tensiones generacionales entre viejos y jóvenes y las políticas entre conservadores y progresistas. En la psique colectiva suele darse una maduración acelerada. Los supuestos y expectativas arraigados se enfrentan con lo imprevisible y lo subversivo. Que el resultado sea un choque destructivo entre fuerzas de cambio revolucionario y rígidas fuerzas reaccionarias o una síntesis pragmática de innovación creativa y firme disciplina depende de factores que escapan a nuestro enfoque. Tales períodos han sido marcados en general por acontecimientos y fenómenos culturales que culminan y catalizan procesos a más largo plazo. Las tensiones internacionales y las divisiones geopolíticas pueden intensificarse, de modo que para resolver antiguos antagonismos y conflictos de valores se requieren enfoques radicalmente nuevos. Los problemas que rodean las imprevistas consecuencias del desarrollo tecnológico tienden a hacerse presentes en la conciencia pública.
Más que reforzar la sensación de estar atados a un destino definitivo, el conocimiento de los tránsitos futuros, como el conocimiento de los tránsitos personales y la carta natal, puede abrirnos la posibilidad de una respuesta mejor informada y más creativa a las fuerzas operantes en cualquier momento dado. Son muchos e imprevisibles los factores que constituirán conjuntamente los acontecimientos del futuro: las tendencias históricas de desarrollo a largo plazo, y todavía cambiantes y flexibles, las respuestas sociales y políticas espontáneas a las condiciones que vayan surgiendo, el estado de conciencia moral colectiva, la medida en que las energías consteladas determinen inconsciente y ciegamente las acciones humanas o bien sean asimiladas conscientemente, además, sin duda, de muchos otros factores transempíricos fuera de nuestro alcance, como, tal vez, el karma y la gracia.
Incluso en términos astrológicos, la indeterminación y la impredictibilidad creativa son manifestaciones esenciales del principio de Urano–Prometeo. Todos los períodos que implican alineamientos mayores de Urano tienden a constelar estos temas en acontecimientos concretos, cada ciclo de maneras diferentes según cuál sea el segundo planeta implicado.
Durante los años de la cuadratura en T y los siguientes desempeñará un papel decisivo la llegada al poder de la generación nacida durante la conjunción de Urano y Plutón de los años sesenta. Lo mismo ocurrirá con la llegada a la mayoría de edad de la generación de niños nacidos durante la conjunción de Urano y Neptuno que acaba de terminar. Además, la prolongada influencia en la psique colectiva de los impulsos culturales idealistas, las visiones creativas y los despertares espirituales que hicieron su aparición durante la larga era de Urano–Neptuno seguirá desplegando sus consecuencias por muchos años todavía, a menudo en formas nuevas que no podemos predecir. Sin embargo, el mero conocimiento de la poderosa dinámica arquetípica implicada –el conocimiento anticipado de los alineamientos planetarios, su ritmo y su significado potencial– puede proporcionarnos un importante nivel adicional de comprensión y autoconciencia que nos permita atravesar mejor esta transición crítica en la historia mundial.
Hemos analizado los alineamientos de aspecto duro de los ciclos de los planetas exteriores. Nos quedan aún los trígonos y los sextiles de estos ciclos. De ellos, el más importante es indiscutiblemente el sextil de Neptuno y Plutón de un siglo de duración, que comenzó a mediados del siglo XX y continuará hasta cerca de mediados del XXI. Este largo sextil tiene lugar una vez cada quinientos años en el ciclo de Neptuno–Plutón y se inicia alrededor de medio siglo después de la conjunción. Su insólita duración es consecuencia de la órbita excéntrica de 248 años de Plutón, que por dos veces en cada ciclo de Neptuno–Plutón se acerca mucho a la órbita de Neptuno y, brevemente, incluso entra en ella, la primera vez como sextil y la segunda como trígono. Históricamente, tales alineamientos prolongados de sextil o de trígono de Neptuno y Plutón han coincidido con largos períodos en los que una cierta evolución profunda de la conciencia parece impulsada y sostenida en un despliegue gradual y armonioso, que se mueve por debajo y a través de las fluctuaciones y crisis que pudieran ocurrir en un nivel empírico más inmediato.
Estas épocas de un siglo de duración parecen en general promover la experiencia colectiva de una relación más convergente entre naturaleza y espíritu, las fuerzas evolutivas e instintivas (Plutón) y los recursos espirituales y las aspiraciones idealistas que impregnan la visión cultural (Neptuno). Esta dinámica arquetípica proporciona un permanente impulso estabilizador en un nivel casi subterráneo de la psique colectiva.

ABRIRSE AL COSMOS

Si nuestra autoconciencia intelectual requiere hoy una nueva evolución, quizá el primer paso sea reconocer que nuestro compromiso con el universo produciría frutos de mayor calado si se pareciera más a un auténtico diálogo. Cuando se da por supuesto que el cosmos es fundamentalmente incapaz de comunicación intencional, de profundidad y complejidad de significado, es imposible cualquier comunicación en ese nivel. Semejante comunicación se ve excluida desde el principio.
Nuestra mejor filosofía de la ciencia, al igual que nuestras más agudas reflexiones sobre nosotros mismos, nos han enseñado que nuestros supuestos influyen de modo fundamental en la configuración y la creación de nuestro mundo. No sólo la razón y el empirismo, sino también la profundidad de la honestidad consigo mismo, la receptividad interior, la riqueza de la imaginación, la apertura a la belleza, la firmeza de la pasión, la fe, la esperanza, la aspiración espiritual, todo desempeña un papel importante en la constelación de la realidad que queremos conocer, y lo mismo ocurre con el miedo, el prejuicio, la desconfianza, la obstinación, el egocentrismo, la codicia, la impaciencia, la falta de imaginación, la ausencia de empatía. Y tal vez sea éste el mensaje subyacente al inesperado oscurecimiento del ilustrado mundo moderno: en el corazón oculto de la cognición hay una dimensión moral. Como sabían los griegos, la búsqueda de lo verdadero no puede separarse de la búsqueda de lo bueno. Ni tampoco la búsqueda de lo verdadero y lo bueno puede en última instancia estar separada de nuestra búsqueda de lo bello. La cosmovisión moderna reconoce la belleza cósmica únicamente como accidente, como arbitraria coincidencia de la percepción subjetiva humana y la apariencia superficial. Sin embargo, la belleza inspira secretamente a todos los cosmólogos, incluso en sus intentos de explicar la totalidad del cosmos en una abstracta «teoría de todo» que resulta tan deficiente ante la rica complejidad, el misterio y las profundidades interiores del mundo. Un problema fundamental, aunque prácticamente no examinado en la cosmología de hoy, es la cuestión de si toda belleza del universo es mero producto aleatorio de la evolución ciega y nuestras circunstancias subjetivas o si, por el contrario, esa belleza es en algún sentido significativa e intencional, expresión de algo con más alma, más profundo, más inteligentemente relacional, más misterioso.
Fueran cuales fuesen sus motivaciones conscientes, los científicos se han sentido siempre compelidos por la superioridad estética de una teoría. Sin embargo, tal vez nuestra manera de entender la superioridad estética de una teoría cosmológica debe ser fundamentalmente ampliada, más allá de la mera elegancia matemática (como en la ciencia contemporánea), para abarcar también lo que podrían ser dimensiones infinitamente más profundas de la realidad estética del universo. Tal vez lo que consideramos un enfoque rigurosamente «científico» del cosmos deba extenderse y desarrollarse radicalmente para integrar la imaginación intelectual, estética y moral de los científicos–filósofos del futuro. Es posible que las verdades más profundas no sólo de nuestra vida espiritual, sino también del cosmos mismo, requieran un compromiso esencialmente estético y moral con su ser y su inteligencia, y se resistan continuamente al juicio meramente reduccionista, escéptico y objetivador emanado de una sola facultad, orgullosa pero limitada, la «razón», estrechamente definida y rígidamente aislada de la plenitud de nuestro ser.
El escepticismo fundamental de la mente moderna y posmoderna, su castidad que otrora sirviera a un propósito más amplio, se ha convertido en un fin permanente encerrado en sí mismo, un estado blindado de reserva intelectual e insatisfacción espiritual. La estrategia de distanciamiento escéptico en relación con el mundo ha impulsado y modelado el yo moderno: lo ha diferenciado y potenciado, pero aislándolo finalmente de tal manera que ha terminado por vivir encerrado en la prisión solipsista de sus propios supuestos. Peor aún, en su vanidad y creciente desesperación maníaca, la civilización poseída por esta actitud objetivadora se ha convertido en una fuerza centrífuga de destrucción y de autodestrucción, en un mundo demasiado íntimamente interconectado como para albergar un monstruo de dimensiones tan titánicas y tan ajeno al equilibrio con el todo.
Demasiado a menudo se ha descrito el «progreso del conocimiento» y la «evolución de la conciencia» de la humanidad como si nuestra tarea consistiera en subir una larga escalera cognitiva cuyos escalones jerárquicos representan etapas sucesivas en las que vamos resolviendo enigmas mentales cada vez más difíciles, como si se tratara de problemas de un examen de posgrado de bioquímica o de lógica. Pero para entender mejor la vida y el cosmos tal vez necesitemos transformar no sólo muestra mente, sino también nuestro corazón. Necesitamos la totalidad de nuestro ser, cuerpo y alma, mente y espíritu. Quizá no sólo tengamos que ir hacia arriba y lejos, sino también hacia abajo y en profundidad. Nuestra visión del mundo y del cosmos, que define el contexto de todo lo demás, se verá profundamente afectada por el grado en que todas nuestras facultades –intelectuales, imaginativas, estéticas, morales, emocionales, somáticas, espirituales, relacionales– se integren en el proceso de nuestro conocer. La manera en que abordemos al «otro» y en que nos relacionemos unos con otros moldeará todo, incluso nuestra propia evolución personal y el cosmos en el que participamos. No sólo nuestra vida personal, sino la naturaleza misma del universo puede que nos exija ahora una nueva capacidad de autotrascendencia, tanto intelectual como moral, a fin de poder vivir la experiencia de una nueva dimensión de la belleza y la inteligencia en el mundo, que no sea ya una proyección de nuestro deseo de belleza y de dominio intelectual, sino un encuentro con la belleza y la inteligencia del todo, que se despliegan de modo imprevisible. Creo que nuestra búsqueda intelectual de la verdad nunca puede separarse del cultivo de nuestra imaginación moral y estética.
Sólo seremos capaces de comprender si nos abrimos a la posibilidad de que lo que tratamos de entender nos transforme y nos expanda.

FUENTES DEL ORDEN DEL MUNDO

En todo ámbito de investigación, un paradigma adecuado revela patrones de relaciones coherentes allí donde de otro modo sólo habría coincidencias inexplicables debidas al azar. Según la famosa observación del físico y filósofo de la ciencia P.W. Bridgman, las «coincidencias» son lo que queda después de aplicar una mala teoría. En el curso de las tres décadas durante las cuales he examinado correlaciones entre movimientos planetarios y patrones de actividades humanas he comprobado que esas «coincidencias», evidentes en los datos, eran demasiado numerosas, demasiado sistemáticamente coherentes con los principios arquetípicos correspondientes y demasiado sugerentes del funcionamiento de alguna forma de compleja inteligencia creativa, como para dar por supuesto que se trataba de anomalías casuales carentes de significado. Las palabras de Platón en su último diálogo, Las leyes, cuando critica la desencantada cosmología mecanicista de los físicos y los filósofos sofistas del siglo anterior, me parecen ahora misteriosamente proféticas.
La verdad es exactamente lo contrario de la opinión otrora predominante entre los hombres, según la cual el sol y las estrellas no tienen alma... Con semejante cortedad de visión, todos los elementos móviles del cielo les parecían meramente piedras, tierra y otros cuerpos sin alma, aunque son los que proveen las fuentes del orden del mundo.
Sin embargo, los datos de que hoy disponemos sugieren que lo que Platón llamaba «orden del mundo» es un tipo especial de orden.
Los indicios señalan un principio de ordenamiento cósmico cuya combinación de cocreatividad participativa, complejidad polivalente e indeterminación dinámica no era del todo comprensible para la visión antigua, ni siquiera para una visión tan compleja y penetrante como la de Platón. La relación entre el despliegue de las realidades de la vida humana y un orden arquetípico dinámico que se refleja en los movimientos planetarios parece más fluida y compleja, más creativamente imprevisible y más sensible a la intención y las cualidades de la conciencia o inconsciencia humanas que la que se expresaba en la tradición clásica. Una tarea importante que tenemos por delante es, por tanto, comprender el largo desarrollo que media entre la visión platónica de un cosmos arquetípico participativo y la nuestra. Otra es la de captar de qué manera la cosmología astrológica de la Antigüedad Clásica, que impregnaba prácticamente todo, tras haber ejercido una profunda influencia en la imaginación medieval y renacentista, fue perdiendo importancia cultural y legitimidad intelectual hasta parecer completamente insostenible en el mundo moderno. Una tercera tarea es tratar de comprender por qué ha resurgido en nuestro tiempo, radicalmente transfigurada. Creo que todas estas cuestiones son atravesadas por el gran misterio del despliegue de la evolución copernicana, que parece haber desempeñado el papel de continente cosmológico y mediador de un vasto proceso iniciático en la evolución del yo moderno.
Esto, el examen al que ahora damos fin en este libro ha puesto sobre el tapete muchos otros problemas y cuestiones que requieren atención y respuesta cuidadosa, de orden histórico, filosófico, psicológico y metodológico. Pero también reclaman análisis de importantes personalidades y acontecimientos culturales que todavía no han sido tratados, factores de complicación en los ya estudiados y problemas metafísicos y cosmológicos más amplios que hoy asoman.
… hasta ahora hemos examinado un abanico y un volumen de datos lo suficientemente amplios como para considerar, al menos provisionalmente, sus implicaciones principales. Teniendo en cuenta el conjunto de pruebas que aquí hemos expuesto y el amplio volumen de investigaciones que he realizado hasta ahora, más los hallazgos de otros investigadores en este campo, resumiría brevemente mis propias conclusiones provisionales de la siguiente manera. El cuerpo actual de datos acumulados hace difícil mantener el supuesto moderno según el cual el universo se entiende mejor como un fenómeno ciego y mecánico de procesos en última instancia atribuibles al azar, fundamentalmente incoherentes con la conciencia humana y en los que la Tierra y los seres humanos son periféricos e insignificantes. Lo que las pruebas sugieren es más bien que el cosmos es intrínsecamente significativo para la conciencia humana y coherente con ella; que la Tierra es un punto focal importante de este significado, un centro móvil de significado cósmico en un mundo en evolución, lo mismo que cada ser humano; que el tiempo no es sólo de carácter cuantitativo, sino también cualitativo, con lo que períodos diferentes de tiempo están marcados por dinámicas arquetípicas sensiblemente distintas; y, por último, que el cosmos como totalidad viva parece estar configurado por algún tipo de inteligencia creativa y omnipresente, una inteligencia de poder, complejidad y sutileza estética apenas concebibles, pero que está íntimamente conectada con la inteligencia humana y en la que podemos participar conscientemente. Creo que la comprensión del papel que en la vida individual y en los procesos históricos corresponde a la dinámica arquetípica, poderosa, aunque en general inconsciente, en coincidencia con ciclos y alineamientos planetarios, puede desempeñar un papel decisivo en el desarrollo positivo de nuestro futuro común.
Como puedo atestiguar por mi propio encuentro inicial con esta evidencia, hay muchas razones para que una persona educada en el siglo XX y en el marco de referencia de los supuestos cosmológicos modernos encuentre difícil aceptar la más remota posibilidad de correspondencias de significado entre los movimientos de los planetas y los patrones de experiencia humana. Creo que, históricamente, algunas de esas razones tienen una justificación real, y he tratado de referirme a ellas. Pero también creo que la evidencia ahora disponible, cuando se la explora con mente y corazón abiertos, es por sí misma más elocuente que cualquier defensa que intentara yo formular. He comprobado que la perspectiva astrológica arquetípica, bien entendida, tiene una capacidad única para esclarecer la dinámica interna tanto de la historia cultural como de la biografía personal. Proporciona una extraordinaria penetración en los patrones cambiantes y más profundos de la psique humana individual y colectiva, así como en la compleja naturaleza participativa de la realidad humana. Coloca la mente y el yo modernos bajo una luz completamente nueva al recontextualizar radicalmente el proyecto moderno. Pero tal vez lo más importante sea su promesa de contribuir al surgimiento de una nueva visión del mundo auténticamente integral que, manteniendo las insustituibles intuiciones y logros del desarrollo moderno y posmoderno, pueda reunir lo humano y lo cósmico y restaurar el sentido trascendente de uno y otro.

EPÍLOGO

Por mucho tiempo la mente moderna ha dado por supuesto que hay pocas cosas más categóricamente distantes entre sí que el «cosmos» y la «psique». ¿Qué puede ser más exterior que el cosmos? ¿Qué puede ser más interior que la psique? Pero hoy estamos obligados a reconocer que tal vez psique y cosmos sean las categorías cuyo entrelazamiento es más prometedor, las más profundamente interdependientes. Nuestra comprensión del universo afecta a todos los aspectos de nuestra vida interior, desde las más elevadas convicciones espirituales hasta los detalles más pequeños de nuestra experiencia cotidiana. A la inversa, las profundas disposiciones y el carácter de nuestra vida interior impregnan y configuran por completo nuestra comprensión del cosmos entero. La relación de psique y cosmos es un matrimonio misterioso que se sigue desplegando, una interpenetración y al mismo tiempo una fértil tensión de opuestos.
En una medida decisiva, la naturaleza del universo depende de nosotros.



















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