Rubén Darí­o Carrero

“El miedo anula, suprime y aniquila. Cuando se tiene miedo no se puede amar, no se puede pensar, no se puede hablar. Era un ser completamente ausente, solo pensaba en comer porque no podía comer. Obviamente yo la tenía más fácil porque me refugié en la literatura, pero, aun así, un hombre no vive de literatura.”

Rubén Darí­o Carrero



Escasez 

Recuerdo que todo era una puerta
una ventana
un montón de libros sin leer
muros y edificios al sol
escaleras vecinos y palomas
todo el dí­a
sin agua sin luz
el cuerpo
Imbécil porque cierras los ojos en el recuerdo
todo el dí­a cumpleaños feliz
y las velas apagadas
derraman vapor de arroz al mediodí­a
sin agua sin luz
solo corazón del estómago a la boca.

Rubén Darí­o Carrero




“Hay un miedo del corazón, hay un miedo de la cabeza, hay un miedo del pensamiento y hay un miedo en el estómago. El miedo del corazón lo superas cuando te dejas llevar; el miedo en el pensamiento lo superas cuando buscas comprender; el miedo en el estómago yo no lo he superado.”

Rubén Darí­o Carrero



“Hay un verso de Hannah Arendt que me encanta que dice «bienaventurado el que nunca tiene patria porque siempre podrá soñarla» y he vuelto a tener sueños, ahora tengo sueños. Había olvidado qué es tener una meta, qué es tener un sueño, qué es tener un fin; y vuelvo a reencontrarme con esto y eso me ha dado aliento, ánimo, me ha dado espíritu. La extranjeridad (sic) ha sido un alimento para el espíritu. En medio de la extrañeza, en medio de la estrechez, de las limitaciones, he podido hallar en mí una fuerza, un ímpetu, un instinto que no reconocía en mí. Y esto me hace sentir poderoso, hoy me siento como mil hombres. Esa fuerza, ese poder, ese instinto lo he forjado en la soledad, en la reflexión, en el silencio, en el frio, y en el tiempo.”

Rubén Darí­o Carrero



LOS SALTOS DEL TIEMPO

I

La locura son gestos razonables que cualquiera puede imitar.
Estoy sentado frente a estas personas (los pacientes de los días jueves),
dialogando con el presente (el pasado en mi mente) y siempre
es lo mismo:
El futuro sin habitaciones, el silencio y sus opiniones,
el instante o eso que el enemigo ciego llama «coincidencias»,
a tientas, a secas.

Escucho el sonido secreto de lo innombrable, su monotonía,
las trivialidades
y las pausas del tiempo mitad enero, mitad febrero.

El neurólogo aprieta sus labios y llama a mis pensamientos
saltos del tiempo.
¿Dónde va este recuerdo si todo lo que dice la voz sigilosa es cierto?
Mis seres amados dicen que los pensamientos son coincidencias eternas.

II

En el Rincón de los Toros, el edificio azul de ladrillos donde
se conocieron mis padres,
el tiempo es llano hasta el quinto piso rodeado de puertas entreabiertas.
Allí voy a curarme de esta perversa paciencia azuzada
por los recuerdos.
La gente va y viene por los pasillos incólumes y tranquilos mirando
al piso,
la puerta eléctrica funciona si el que entra o sale cuenta una historia
y los pastores de instantes en los ascensores
van y vienen buscando la bisagra de los alrededores.

El consultorio abre sus puertas al mediodía cuando llega
la recepcionista
con su vestido de flores ceñido al cuerpo interrumpiendo
con vehemencia
la incesante imperfección de la espera.

Mientras esperas se puede ver el silencio
agitado por los espejismos de la mirada fija.
Todavía trato de corregir
las consecuencias de mis fantasías.

III

El discurso desaforado de la memoria describe los hechos
sin los adioses al siglo XX.

«Los hechos», así llamas al miedo cuando le hablas al espejo.
Es un hecho que estoy aquí viendo mis manos
en este espejo veloz que es la realidad
y mi cuerpo espera su turno como un aplauso.

Estos son los saltos del tiempo en mis pensamientos.
Todo permanece igual en la sala de espera
y en la boda de la sombra y la persiana.

IV

El niño autista reparte turnos imaginarios entre los pacientes
y como islas o bocinas en el océano de la mano
aparecen, flotando, pedacitos de papel, esbozos de un mapa del tesoro,
pentagramas, segundos, el ritmo y la rima de esta historia,
inicios, garabatos, vocales, dibujos maravillosos, notas musicales,
rayas, peces, estrellas, altares.

El niño autista me mira sonriendo y habla con mis pensamientos:
«Tus gestos tiemblan como conejos».
A manera de cuento, verso o cierto tipo de terapia,
yo cambio la frase del niño para escribir (exactamente lo mismo,
con otro sonido):
«Todos somos un conejo como el color de la máquina del tiempo».

La blancura indecible y tibia es un instante
incesante
y me digo
todos esperan su turno como una metáfora.

V

Mi turno es el turno del recuerdo, la ambigüedad desolada,
la estática de las postergaciones, el color de la alucinación apagada.

Los acompañantes de los pacientes fingen leer revistas del revistero.

Es su turno, dice la recepcionista, y pienso en aquel patio en 1996:
Un grupo de niños persiguiendo una iguana a la hora del recreo
en una escuelita que parece la última palabra de mi vida
en mi lecho de muerte, sin piernas, en África
como el maniquí en las vitrinas de la calle Vargas
y en la realidad de mi mente, en la esquina de la panadería,
el salto elástico del león
al gato de la vecina que ronronea entre mis piernas.

Calma me aconseja el neurólogo, deja de tomar café, deja de leer,
regresa a tu cuerpo, busca a esa mujer
(la que siempre aparece en tus radiografías),
la sonrisa en la panadería, y háblale, simpático,
parroquiano, amoroso.
Al amar verás el futuro como abrir y cerrar la mano.
Será el fin de tus cielos apagados.


VI

Paradoja del lenguaje el diagnóstico del neurólogo.
Sus fantasías sobre mis fantasías: Mandarinas apiñadas.
Piensas con las palabras… Saltos del tiempo en las palabras,
dice el neurólogo.

VII

La observación de mi madre: el encierro y eso de hablar solo.
Madre, el encierro viene, pasa, regresa,
pero no es un círculo, es la soledad de la coherencia,
la luz en el cielo, los hechos, las cosas, el tiempo.
Así pasan los días en este siglo XIX que es mi vida.
Mi enfermedad, madre, no son frases hechas.
En todo caso, es el dictado de la casa, el ruido,
la falsificación, el seibó, algunas otras palabras.

¿Será el silencio la contradicción que necesito para curarme, madre?
«No, hijo, no es así, lo que pasa es que piensas con los recuerdos».

Mis pensamientos cesan y una pausa inverosímil abre la última escena.
Lo he visto y siempre lo he sentido: el futuro es otro recuerdo.
Las palabras finales del neurólogo viajan en el tiempo:
—Repite conmigo: Debo pensar menos.
—Debo pensar menos.
—No escucharé conversaciones ajenas.
—No escucharé conversaciones ajenas.
—Acepto el mandato de lo que sucede.
—Acepto el mandato de lo que sucede.
—No todo en el mundo es un niño cruzando la calle.
—Ese niño toma la mano de su padre.

Rubén Darí­o Carrero



“Me gusta Buenos Aires, me gusta la ciudad, me ha hecho mucho bien. Es una ciudad maravillosa, aunque a veces es presuntuosa. Me causa gracia cuando los porteños creen que, por tener una ciudad concebida desde hace más de un siglo y por tener un semblante de ciudad moderna, son modernos y son del primer mundo: no, la verdad es que no lo son, como toda Latinoamérica, pero eso no tiene nada que ver con la gente, eso también tiene que ser parte de la gran derrota de Latinoamérica, de la imposibilidad de entrar en la modernidad.”

Rubén Darí­o Carrero





SUPERSTICIÓN

Todo en la vida es adivinar, imitar o mirar
la terrible ausencia de las cosas
y sus tentativas.
Mejor lo explica la oscuridad y la vigilia:
Todo va a suceder, sin querer.

Es una superstición, eso de caminar
e imaginar
la permanencia, las versiones de lo visible.

Los detalles sin importancia van a triunfar.

Luego sucede, escuchas un himno,
el himno de los accidentes bajo el sol
y el sonido de reja en los pasillos del aire.

Es como un templo abandonado cerca de tu casa.
No es la primera vez que digo cosas insignificantes.
Tiempo al tiempo. Es como la vida, se intensifica con los días.

El silencio fue hecho para esto, para vivir, para caminar.
El andar lento es una manera de callar.
En ese andar, en ese olvido,
luchan el celaje y el recuerdo
confiados en su mimetismo.

Este tipo de superstición solo es un aire intranquilo.
Hablo de ese tipo de hombres que tienen amuletos.

No es igual cuando me paro a contemplar mi estado:

Si intento adivinar con la mirada
o con palabras
(por ejemplo: decir templo en vez de decir palmera)
comienzo a dudar de los días,
de las cosas, de lo habitual (de lo amuletos)
y la realidad invisible y pesada
me ataca (esta es mi superstición diaria)
y puedo ver la crisis de los hechos
arrancada de mi cuerpo.

Despierto sobresaltado de ese sueño
con las sienes enrolladas en el cuello
y mis ojos abiertos, sedientos, naturales,
increíbles,
flotando en la oscuridad preguntona de las cosas,
buscando el borde de la mesita de noche.

Todo va a suceder, sin querer.

Tanteo y busco la nada en el efecto de las pastillas rosadas.

Es como el fin del mundo,
como la lámpara, los lentes y el libro de las horas.
La luz se enciende y el vaso de agua cae
despedazado sobre la baldosa fría de la madrugada.

Rubén Darí­o Carrero




Un paí­s

Yo pienso y creo que amanece. 

Amanece pensando que estoy muerto. 

Sin duda, me muevo,
pero es el Sol, dice el forense. 

Asesinado por cara de caballo,
un hombre, sí­, un hombre, venas,
nervio, mandí­bula, sombra,
bí­pedo
mamí­fero
cristiano,
un violador, un preso,
homicida y libre, con bigote escaso y negro,
franela color arrodí­llate, maldito, perro, quieto. 

El sueño es una morgue como un camaleón por dentro,
y las moscas ya son semanas,
desaparezco.

Despierto, solo, ingenuo,
en la cama que de niño ya era de hombre,
sano, culto, mentiroso, cruel,
era otro sueño,
del que nunca hablé,
sueño que me han enterrado por lo que no tengo,
por lo que no sé.

Rubén Darí­o Carrero




“Venezuela es la ausencia total de paisaje.”

Rubén Darí­o Carrero












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