Alicia Louzao

AÑO 0: LA PATERNIDAD Y LAS MOSCAS
 
El doctor Emetteus no tuvo hijos.

No sabría dónde ponerlos.

Pero un día se encontró con una niña del tamaño de un botón que hablaba poquito y comía menos. Le cabía en la mano, en el cajón tercero de la mesilla de noche, en el bote de aceitunas, en el frasco de pimienta negra y dentro del vaso del cepillo de dientes.

La niña no tenía nombre y el doctor no le dio uno.

Si la llamaba Rosa, olía a la flor. Si la llamaba Augurio, estaba triste.

Nadie debe actuar como si se creyese un Dios.

El doctor Emetteus no tuvo hijos. Y su inexperiencia le empujó a aceptar la presencia de la niña durante exactamente dos años. Hasta que la perdió.

Ya os dije que era pequeñita. Del tamaño de un botón.

El doctor le compró una televisión de pulgar, le hizo una casita con una caja de galletas, le leía sus artículos académicos: el descubrimiento de una nueva facultad de medir las estrellas,

el desplazamiento de los planetas sobre una mesa de trabajo,

el análisis del estómago de un hombre fallecido en Pompeya.

La niña escuchaba la voz grave del doctor. A veces, jugaba montándose sobre las moscas que el doctor cazaba para ella. Como si se tratase del pegaso y de Hércules, cruzaba la casa blanca del sabio Emetteus con el zumbido de la mosca y sus grandes ojos negros. Las alas transparentes.

Ella hubiera preferido otra cosa.

Pero en casa del doctor no entraban las libélulas azules que flotaban allí fuera a través del cristal.

El doctor temía que la niña se perdiera.

Nunca tuvo hijos porque no sabía dónde ponerlos. Eso ya os lo dije.

Y qué se hace con una niña que mide la mitad de los calcetines que lleva un centímetro en invierno.

Nunca supo el color de sus ojos.

Ni tampoco llegó a escuchar su voz.

Era algo tan pequeño que nadie la veía y el doctor temía un día pisarla sin pretenderlo y no enterrar jamás su pequeño cadáver.

Y no poder donarlo a la Ciencia.

Eso era lo más importante.

«Puedes ser producto de una bacteria caprichosa. O puedes ser el ave que se escapó de mi cabeza el otro día que no lograba conciliar el sueño. Conciliar el sueño. Como si se tratase de un pacto con la ONU. Puedes ser una partícula de aire corpórea».

El doctor le daba vueltas a la extrañeza de una niña de ese tamaño en su casa. Y la niña, de diminutos oídos, escuchaba sus discursos, que el doctor profería moviendo mucho la mano derecha y anotando en el aire cifras que solo él entendía.

Realmente su vida no cambió demasiado.

Aceptó a la niña como se acepta un paquete de correos.

Como se acepta el agua que golpea los cristales.

Como se aceptan macarrones con tomate o

como se acepta que ya no quede sal en la cocina.

Con un movimiento de hombros por la mañana al lavarse de los dientes.

Con un suspiro por la noche tras tomar un vaso de vino.

La niña tenía un corazón tan pequeño que habríais pensado que era mentira. Le bombeaba sangre pequeña y respiraba aire pequeño por su nariz. Montada sobre una mosca, a veces dormía en la profundidad de la alfombra de pies del baño.

El doctor Emetteus nunca tuvo hijos.

No sabría cómo convertirles en cosas que se movieran por su cuenta.

Una mañana muy temprano, antes de ir hacia la Universidad a impartir sus clases importantes, cogió dos granos de azúcar y los depositó en la mesa de la cocina.

Llamó a la niña.

«El desayuno, niña».

Pero no escuchó el zumbido de la mosca.

Dio tres vueltas por su casa blanca, mirando manchas en las paredes, el suelo, la mullida alfombra del baño, el tercer cajón, el bote de aceitunas, el vaso para el cepillo de dientes, el frasco de pimienta negra.

Y nada.

Su suspiro fue pequeño como lo hubiera dado la niña.

Yo tampoco fui capaz de escucharlo.

Cogió la cartera y las llaves del coche.

«No podré donar su cuerpo a la ciencia».

Alicia Louzao



"Cuando leemos, no solo cuando escribimos, nos evadimos totalmente de la realidad circundante y exploramos otros mundos. Es una suerte de sueño. Estoy aquí, en este sofá, con un libro en la mano, alrededor hablan, suena la lavadora, incluso pueden llamarme, pero mi cabeza está muy lejos: explorando una casa abandonada o resucitando a los muertos."

Alicia Louzao



"Decía Leopoldo Mª Panero que en la infancia vivimos, en la madurez sobrevivimos. A mí me cuesta creer que no siga siendo esa niña que fui, a mis 33 años. Hay muchísimas cosas que veo en el mundo con los mismos ojos con los que los miraba de niña. Lo digo de verdad. En la madurez, la infancia es un flotador de supervivencia. Yo fui esto, existieron estas personas que me dieron lo que soy. Y que ahora no están. Pero volver a ellas, a su recuerdo, nos mantiene vivos. Una vez soñé tan fuertemente con mi abuela Alicia que recuerdo despertarme sintiendo su abrazo. Y no somos familia de darse abrazos, pero en el sueño ella estaba viva y me lo dio, yo me iba escurriendo y desperté llena de calor."

Alicia Louzao




EL VIAJE
 
«¡Te atreviste (…) a sacrificar a tantos héroes con ayuda de un solo hombre!»
Ovidio 

Cinco chicos como cinco torres y sus cinco maletas con cinco chicos dentro.

Larga es la noche.

Yo los miré con el cristal en los ojos. Con las manos en el pecho. Con la oración en los labios. La luna como una amenaza sobre los cinco chicos como cinco torres. La luna como un espejo de la luna que los miraba.

Ella también hubiera bajado. Con las manos en el pecho. Con el cristal en los ojos. Con la oración en los labios.

Y el frío que brotaba como vapor de agua en el autobús a Coruña. Diez de la noche. Andén de llegadas. Cinco chicos como cinco serpientes con cazadora negra y cinco maletas con cinco chicos dentro. Una lámpara para el baño. Una bolsa con galletas. Unas piernas que se abrían en la noche y cruzaron la carretera mientras yo continuaba con las manos en los labios. Con la oración en los ojos. Con el cristal en el pecho.

Tenía que suceder algo malo.

Algo así como que los cinco chicos atravesaron la luna y la descolgaron de donde nadie se atreve a llegar. Algo así como que los cinco chicos robaron carteras o se llevaron mis manos.

Podría haber sucedido lo que cuento.

Tú esto no lo viste.

Larga es la noche.

Sus cabezas oscuras y sus pantalones vaqueros. Gomina de carnaval. La fuerza de los héroes clásicos. Tabaco. Y yo que pensaba que tenía que suceder algo malo porque cómo va a ser de otro modo.

Tú esto no entiendes.

Larga es la noche.

Y en mi gabardina oculté los ojos y oculté las manos y oculté la oración en la que yo nombraba a los cinco chicos extraños. Cinco chicos que vinieron de lejos. Cinco chicos cargando maletas.

Y los chicos se volvían de oro.

Se agarraban a mi cuello.

Se quedaban aquí y no llegaban a sus casas de plástico y puertas de madera. No se sonarían los mocos. Tampoco dormirían para siempre. El frío que llegaba a mis manos. A mi pecho. A mis ojos. Y ellos fuera y las cruces sobre la boca.

Tú esto no lo sabes.

Larga es la noche.

Alicia Louzao




La tierra de los fracasados

Las madres arden

y los profetas caen por el peso del mundo.

Ya había sucedido hace muchos años pero nadie se acuerda.

De las cosas tristes nadie se acuerda. Las dejamos colgando de los árboles y las barremos con escobas y les echamos lejía y veneno para cucarachas.

Sin saber que los que no hablan serán los que conquisten el mundo.

Había sucedido hace muchos años.

Y cada jueves o viernes por la noche.

Cuando girabas la cabeza para ver que todo lo que respiraba se había ido para siempre. Que lo que agarrabas con las manos se había ido para siempre.

En la tierra de los fracasados los hermanos son altivos y se están quedando calvos.

Aman a sus mujeres porque es lo único que tienen. Aunque ellas sean de cartulina oscura y tengan poco que decir.

Las madres arden.

Los padres buscan barriles con los que rodar por el suelo.

Y los profetas caen por el peso del mundo.

Ya había sucedido hace muchos años pero nadie se acuerda.

Ya había sucedido en enero cuando se acababa el invierno de la maleta y en la mesa no estaban los ojos que sabían mirarte. Que sabían lo que escondes porque sabían mirarte.

Como un águila sabe mirar a una piedra.

Como un águila sabe que una piedra no le alimenta. Pero tampoco le hace daño. Tampoco la va a atacar. La dejará volar triste mientras busca algo que realmente se mueva.

Puede que eso fuera nuestro apocalipsis.

Imagino que esto ya había sucedido hace tiempo. Me lo soplaron en el oído con un rumor de cartas aceitosas y cabello ensortijado. Lo supe de inmediato. Los paseos solitarios, las flores en la carretera, el dolor en los labios y en los dientes que muerden los labios.

Los paseos solitarios.

La falta de una voz que preparaba macarrones y preparaba lentejas y el apocalipsis que vino a la cueva donde tú sabías mirarme como el águila sabe mirar a una piedra. Que sabe que no le va a hacer daño. La mueve con el pico o la golpea con las alas para que se vaya caminando hacia el abismo.

Ya había sucedido hace muchos años.

Los hermanos en su armario de juguetes siendo mayores y siendo diabéticos y siendo estúpidos como un sombrero de paja en un espantapájaros al sol. Las madres que arden. Los padres en los barriles y las flores en las carreteras.

Y el paseo solitario en la tierra de los fracasados.

Donde siempre huele a mar y a pescado y a sal. Donde los abuelos se apoyan en las barandillas contando los barcos pesqueros clavados en el agua como un pensamiento y una enfermedad. Los hermanos creciendo dentro de los armarios.

Las calles desiertas.

Lo de siempre.

Y los chicos que prometen una ola pasajera y se suben a una cama y dan saltos hasta por fin desaparecer del mapa con su gato con sus ojos con su pelo en la espalda con su camisa abrochada

con sus miserias.

La tierra de los fracasados tiene mucho que opinar sobre el apocalipsis y sobre la Historia que Estamos Viviendo. Porque los paseos solitarios comenzaron hace años y los cristales rotos en las tiendas y los que no tienen dónde ir.

Esto ya había sucedido hace tiempo. Pero nadie se acuerda

de que es el pan nuestro de cada día.

Los profetas caen con todo el peso del mundo.

Alicia Louzao



LAS COSAS IMPOSIBLES
 
Amores e mais dores privan do sono,/
eu como non os teño, descanso e soño.
Baiuca
 

El niño sobre la luna.

La niña sobre la tierra.

Son cosas imposibles.

Pero viene el ruido fuerte como una montaña que atraviesa.

Que viene el ruido como una ola vacía de agua

porque se dejó el mar por el camino

de venir tan deprisa tan corriendo.

El ruido de los sordos que tienen sed. El ruido de los chicos que se fueron.

Porque se van los chicos como se van los días

y dejan una marquita en la muñeca.

Los chicos que vinieron temprano

o demasiado tarde.

Los que tenían ojos de hierba y de oro y una chica en la cabeza que por supuesto no eras tú.

No era yo.

El niño sobre la luna.

La niña sobre la tierra.

Que pare el ruido que llega a la frente

que se posa en el cráneo

que respira humores de esos medievales

en los que creía la gente que pensamos más incierta.

Pero con la misma sombra que la tuya y la misma sombra que la de esa chica que dormía en su cabeza. Que no era yo.

Mi sombra nunca aparece cuando hay demasiado ruido.

Que pare el ruido.

Se oculta dentro de los cajones partidita en pedazos de mujer con trabajo

de mujer que no se cuida las uñas

de mujer que no mantiene una dieta saludable

y en esos cajones,

blandita,

piensa en la chica que dormía en la otra cabeza.

Que pare el ruido que entra por la ventana

que viste una falda vieja llena de cascabeles

como carnaval que se resiste a la despedida.

El ruido que llega como bocas abiertas

el niño sobre la luna

y la niña sobre la tierra,

pensando en el chico que tenía en los ojos el oro y la hierba fresca

y en cada ojo una rama

y en cada ojo una espina

y en cada ojo la otra chica que no eras tú. Que por supuesto no era yo.

Ese ruido que golpea como la bolsa de Nueva York

que te anuncia los nombres de los chicos que llegaron temprano

o demasiado tarde.

Que se dejaron el nombre colgado en la puerta.

Que pidieron permiso para pasar

toc toc

pero no para marcharse por las escaleras con la bolsa de basura y tu esternón entre las manos.

Lo más bello que puedo ofrecer al chico que tenía otra chica dormida sobre la cabeza. Como una libélula que perdió su río.

El niño sobre la luna

y la niña sobre la tierra,

ahí donde hace demasiado frío como para recomponerse. Ahí donde florece el padre con una cadena entre las manos. Donde el crucifijo. Donde los cajones de sombra que es la mía porque nadie necesita algo tan áspero y tan oscuro. Y donde el rosario bendito.

Y porque piden permiso para pasar

toc toc

pero no para marcharse por las escaleras llenos de cereales de leche sin lactosa de olor a suavizante y con restos del humo que dejan las cosas que fueron demasiado fugaces.

El niño sobre la luna

y la niña sobre la tierra.

Son cosas imposibles.

Mientras suena el ruido como los jinetes de Bonanza llegando hambrientos a la pradera. El ruido de las bocas abiertas

y en las bocas el ruido de cascabeles

así,

en la frente.

Como la radiofrecuencia.

Y los chicos corriendo por las escaleras con las lenguas mojadas de leche sin lactosa y los abrazos necesarios que dan las chicas como yo a la gente que quiere irse.

Ese tipo de abrazos. De esos que se empapan del humo que dejan las cosas que fueron demasiado fugaces.

De esos que inventó el fuego.

Mientras suena el ruido en la cabeza y la chica duerme como las libélulas y absolutamente nadie piensa en mí. Aquí. Manta sobre manta y sombra en cajones de correctora sintáctica. De la Galicia sin nieve. Bombones lindt y Spotify.

Absolutamente nadie.

Pero el humo.

El niño sobre la luna.

La niña sobre la tierra.

Son cosas imposibles.

Alicia Louzao




LOS HIJOS DE LA TIERRA
 
Los hijos que descansan bajo los almendros y sobre la harina.

Las manos que los hicieron. La harina en la mesa y las perlitas blancas de los restos.

Los hijos y el olivo.

Y aquí tranquilos.

Células transparentes. Corazón de cigüeña. Pero nosotros sabemos la historia de la harina y los metales. Las manos blancas que los hicieron. Las perlitas de los restos.

Los hijos y el olivo.

Y aquí tranquilos,

como si nunca fuera a pasarles nada.

Como si todos los años que vienen fueran el mismo.

El baúl de los tesoros.

Las naves de extraterrestres.

Y el ruido.

Vienen los hijos.

Corazones transparentes. Manos de harina. Ellos duermen con esa respiración de los que no tienen nada que temer. Diminutos. Huesos que no conocen las matemáticas ni el infierno. Tienen todos los nombres en los ojos. Boca azul y boca abierta. Huelen a Nenuco. No es todavía la hora de la leche.

Los hijos y el olivo.

La madre que camina dando zancadas de plata. Tiene un hijo y lo elige entre los otros doce que respiran sobre la tierra. O la tierra respira debajo de ellos. Y ellos se mueven.

Y aquí tranquilos.

El agua en la montaña y los hijos pequeños como el ave roja dentro de una cabeza de espiga buscando el agua en la montaña.

La mano que llega en la madre dando zancadas y se mueve la tierra y se mueven los hijos de la tierra. Descansan bajo los almendros.

Las perlitas blancas. Células transparentes.

Caben en un puño de plata.

Pero nosotros sabemos la historia de la harina y los metales. Las manos blancas que los hicieron. Las perlitas de los restos. Duermen como hijos de la tierra.

Los hijos y el olivo.

Células transparentes.

Los hijos y el olivo y las manos blancas que los crearon

como las cosas bellas

que jamás serán quemadas.

Alicia Louzao



"Me encanta dibujar y los poemas no dejan de ser brochazos de una imagen."

Alicia Louzao




"Todo el libro es un viaje onírico, como afirmas, y me alegra mucho que lo hayas percibido. Mi escritura se basa muchísimo en los sueños. Por ejemplo, un poema sobre la capilla de los pecados fue tal cual un sueño que tuve, que no podía sacarme de la cabeza. Un grupo de chicos que íbamos corriendo por una calle y llegábamos a un cementerio oculto en un nicho pequeñísimo. Parecía de juguete. Y el agua nos iba llegando a los cuellos. La capacidad que tenemos de evadirnos cuando dormimos y crear mundos totalmente perfectos, sólidos, me desconcierta. ¿Cómo es posible que visite lugares que ya no existen, hable con gente que ha fallecido, de manera tan real cuando estoy dormida? Imagina un día quedarnos atrapados en ese sueño."

Alicia Louzao









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