Álvaro Marín

A una vieja estrella 

No encontrarás aquí­ tu vereda azul
ni tu espejo de agua.
Igual vestirás la máscara
o la fronda de un árbol,
tu presencia
nada agrega al silencio de la tarde rota. 

El hombre es un puñado de polvo
en el vagón del tiempo,
y es una vieja estrella que se apaga.

Álvaro Marín




Arcaí­smo 

Para ver en la noche
llevamos piedras incrustadas
en el lugar de los ojos,
y de ofrenda
un collar de caninos.

Álvaro Marín




Conjeturas sobre la falsa creación del hombre 

Después de la caí­da al hombre todaví­a
le quedan alas. Algunas veces las mueve
y todos lo rodeamos; es un rito, siempre
que sus alas se mueven lo observamos atentos,
esperamos el momento de su levitación, pero
vuelve a caer… pesado sobre la dura tierra.
Recae luego insiste, rueda o se desliza hasta
volver a empezar el ascenso. Bordea la cima
y vuelve a caer. Intenta algunas veces
desde la armazón de un pájaro mecánico, y vuelve y cae.
No puede negar su vocación terrestre. 

Es falso que el hombre esté consumado,
con la carcasa de sus huesos no se logra levantar
un refugio para un ser diferenciado. En todo
caso el hombre aún no tiene siquiera
la habilidad del escarabajo, sus alas rotas
le estorban para caminar, su peso muerto
es su pesada y persistente sombra.

Álvaro Marín




Escrito en piedra 

En piedra escribo:
en el principio fue la música, después
vino la muerte.
Lo digo en memoria de los dí­as talados.
En piedra escribo los nombres de la luz.
Con la sombra de mis palabras
dibujo sus manos y sus ojos de angustia.
En las ramas de mi memoria abrazo su música
y sus frutos de electricidad. 

En los desfiladeros se suicidan los dí­as,
y los árboles desde hace ya mucho tiempo
han dejado de dar sus frutos. 

En piedra escribo la vida
como escribe el relámpago el regreso del agua.
Afirmo la vida, la antigua llama que ilumina mi propio abismo.

Álvaro Marín



Olvidos 

Nadie recuerda
cómo se funda un pueblo.
¿Quién traza el lugar de la intemperie,
quién las lí­neas de vuelo de los pájaros?
Y la casa,
la casa que ya es otra, ¿cómo era una casa?
¿Y quién es el doliente de la sangre,
quién su curandero? 

Ya nadie recuerda cómo se prepara el dí­a,
cómo se enciende la luz, cómo es la brasa
del carbón de la noche.
¿Quién estará al cuidado de las tempestades
quién al abrigo del fuego?
¿Y quién pronunciará los conjuros? 

¿Quién despertará la mañana y que sea de verdad
la mañana?
Ya no sabemos cómo convocar la luz y cómo
deshacer las trampas de la muerte,
¿quién irá entre las cosas diferenciando lo venenoso
y lo comestible?
¿Quién será el guardagujas del viento?
¿Y quién entonces fabricará el agua?
¿Alguien recuerda cómo se hace el agua?

Álvaro Marín




Sustituciones 

El tiempo sustituye, el vací­o sustituye,
el abismo avanza.
Este es el reino de las sustituciones,
no hay lugar.
Las piedras, esas hermanas de los huesos, están solas.
Llegamos al fin a nuestro reino.
¿Por qué í­bamos a estar obligados a deslizarnos
por estas laderas de muerte?
Esta es la caí­da, el verdí­n y la muerte.
Esta es la determinación del carbono y el ácido.
Nuestra sombra, mascota sumisa, es un perro
de compañí­a. Ve por la brecha, deslí­zate
por el rí­o, o a campo traviesa, da igual
si el final es el mismo. 

Pero los hombres sin sueño, pero los dioses
sin aliento. Pero los perros de las galerí­as
de la muerte, pero los otros que no están en la
mesa, ni en la santí­sima trinidad de la nada.
Y los que se ocultan, los heridos en el silencio,
los que son sin ser.
Vean ustedes cómo se acomoda la señora muerte,
y todo este viaje sólo para un gesto,
y luego arder.

Álvaro Marín



















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