Betsimar Sepúlveda

1.

Heme aquí frente a tu misterio
como blanda isla de sangre y espuma
mi carne es una tempestad lenta y giratoria
que se hunde,
se hunde.

Vine a arrojar mi palabra en tu reino de sal
emergeré con la desnudez vegetal
de un hombre entre mis brazos.

Astíllese la luz!
Un día después de revelar su hermosura
sabré dolerme y morir
junto a las demás ballenas
en la orilla de su existencia.

2.

Nádame espuma, emerjo en forma de sed
se disipa mi lengua en el hambre de la noche
y se arrastra
se retuerce la noche en la entraña de mil pájaros de aire.
Me extravío entre la carne y los sueños,
dios de sangre, vuelve tu rostro a mi jardín de serpientes.

3.

Mar,
partir hasta los confines azules del último oleaje
abrir mis venas a la belleza de sus criaturas
quizás salvarme en la ingravidez de su alma.

Hundirme en la insondable luz de sal
ascensión circular de oxígeno
evanescencia de huesos
calma de algas en la garganta
voz anegada de espuma

zozobrar…si más
no tiempo
sólo silencio
hundirse…

…. y siempre el mar.

4. 

De la nervadura abierta de la luz
cae un pájaro herido de cielo
desciende como ruina del viento
trueno rojo en el fin de su vuelo Lloro la belleza de su canto
desperdigado por la tierra
pero la tierra sabe
que de pájaros y poetas
se amasa la hostia
en el hambre de Dios.

Betsimar Sepúlveda





Borges conoció la condescendencia 
en una caricia sobre el lomo arqueado de Beppo
el gato más “remoto que el Ganges o el poniente”.
Stravinsky hizo de la música un pájaro de fuego
para los jardines encantados de Arcadia, su gata egea.
Pierre Bonnard descubrió en el lienzo
que el misterio apacible de la melancolía
tenía forma felina, la sinuosidad erótica de la luz.
Sentada en el filo del balcón está Fermina 
espera en cada atardecer la reverencia del sol
que mansamente se diluye 
entre las hendijas de sus pupilas amarillas.
Como Fermina, deseo no temer a la caída
como mi gata, tendré que alimentarme
de los abismos y la arrogancia de cada corazón
 de pájaro devorado

Betsimar Sepúlveda




El hombre ordenó la luz
y la llamó día
amasó el pan
cebó el cerdo
fermentó el grano para la cerveza

Fatigado 
advirtió que no todo cabía en el lenguaje
-lo inverbalizable-

Precisó entonces, ordenar la oquedad
ese párpado monstruoso cayendo triste sobre el mundo
lo llamó noche
-verbo del misterio-

Desde entonces
al deseo lo llamó flor oscura
a la vendimia del vientre hinchado
lo nombró hijo
a la metáfora de su carne opuesta
torpe y vertiginosa, la llamó Dios 

Y volvió a nacer impuro y colmado sobre la tierra
y aunque no pudo hacer  más bella la rosa
ni más brillante la estrella
vio que era bueno

Betsimar Sepúlveda



En la desnuda redondez de mi hombro
comienza la franja de un nuevo lenguaje.
Un yo de minúsculas selvas
la sustancia de un espléndido animal
fugado al epicentro de tu mano

Betsimar Sepúlveda




Mar,
partir hasta los confines azules del último oleaje
abrir mis venas a la belleza de sus criaturas
quizás salvarme en la ingravidez de su alma.

          Hundirme
    
en la insondable 
      luz de sal
                         ascensión circular de oxígeno

evanescencia de huesos

    c a l m a   d e   a l ga s   e n   l a   g a r g a n t a

voz anegada de espuma

zozobrar… sin más
  
     no tiempo
                        sólo silencio 

hundirse…

    …porsiempreenelmar.

Betsimar Sepúlveda



¿Qué es la espera? 

Un sudario que va y viene
entre los dedos de una mujer de pie
frente al mar de ítaca.

Betsimar Sepúlveda

 


¿Qué es la fe? 

Es Li Po
embriagado y con su mejor vestido
en el fondo del lago
atento al poema que le dicta la luna.

Betsimar Sepúlveda



¿Qué es la lealtad?

Es la tierra abierta
mientras el ojo de Dios alumbra
a la parca de rodillas y hundiendo la semilla
que un dí­a llamaron hombre.

Betsimar Sepúlveda



¿Qué es la pasión?

Seis codornices y una docena de rosas
retozando en los fogones de Tita.

Betsimar Sepúlveda





 Todaví­a hay tiempo para decirle madre, buenas noches,
                                                            He vuelto con una bala en mi corazón.
                                                            Ahí­ está mi almohada, quiero tumbarme y descansar.
                                                            Si la guerra alguna vez llama a la puerta,
                                                            dile que estoy descansando.

                                                            Almohadad Zaqtan.


De seguro te han hablado de las mujeres que entraron a la tumba.
De rodillas hincadas en la tierra,
buscando el cuerpo del hijo, del amado, del hombre.
Con su llanto, abrieron profundos surcos en el sudario.
Las has visto…
Desandando entre la sombra desviada de las flores,
repitiéndose, desdoblándose
en las antí­fonas de un idioma indescifrable. 

Han pasado tres dí­as, tres siglos, de tres en tres
germinan los crisantemos en sus cabellos trenzados.
Sobre sus cabezas,
el vuelo bajo de los pájaros
que hicieron nido
en la boca de los huérfanos. 

De seguro las has visto…
Magdalena y Marí­a, son custodias del réquiem al desencanto,
van por la tierra
buscando los cuerpos que no volverán al lecho.
Cargan con los sudarios,
lo besan, lo huelen, lo sienten,
así­ resguardan lo que la muerte no se pudo llevar.
Hoy de seguro las ves…
Van envueltas en el misterio doloroso,
pisando sobre los derrumbes humanos
“y después de este destierro, muéstranos a nuestro Jesús, el fruto bendito de nuestro vientre.”

Pero el fruto se pudre en el légamo desolado,
condenado por el señor de la guerra,
y el señor de la guerra, es un luto seminal
esparcido por los cuatro puntos
en cuyo centro
se ahoga el acto de contrición de dios
colgado en el garfio de la venganza.

Betsimar Sepúlveda





















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