Daniel Matul

El adiós 

La niña que agita sus manos desde el puerto, aún no lo sabe. Ignora los adioses que ha puesto con sus ojitos en la orilla de los muelles. Mueve sus manos como una canción lenta que me conduce por el mundo. La niña está en el umbral, sin pasaporte y no lo sabe. Quizá nunca sepa que me dijo adiós y entró como una desconocida a mi corazón y a mis papeles en blanco. La niña de Los Sábalos dijo adiós desde la orilla de una palabra que un dí­a arrojó mientras la miraba en silencio y compartí­amos la tarde desde el mismo muelle.

Daniel Matul




La garza 

Nada sustituye al vuelo de la garza. Nada sustituye tampoco al miau del gato que ahora camina entre la casa. Cada gota de lluvia cae por si misma sin pretender sustituir a las demás. La larga trasparencia del lago no sustituye a la espuma cuando tropieza con la tierra. Somos el milagro reunido de tu presencia, tu mano, tu pie, tus heridas o tu rostro. Somos la leve oscuridad de la noche, la luz de una hoja y por tanto irremplazables, aunque a veces el mercado insista en que todo lo que crece en el lago se sustituye por precio o calidad del servicio.


Daniel Matul


La barca 

La barca está llena de instantes que arden en un pasado todaví­a reciente. Viajo sobre la proa con una sonrisa dulce, permanente y desconocida. El lago toca mis manos y una garza vuela sobre mi alma creyendo que soy el lago. Cada hora me pertenece y los muelles están vací­os sin las cuerdas que atan la barca y el lago se llena con el paso de los balseros. Aquí­ va la barca, quemando los instantes que viajan como nubes al pasado.

Daniel Matul


La mesa 

Emparentada con el bosque, la mesa extraña su pasado. Espera un ave y lo que le alcanzo es un vaso. Recuerda sus nidos y lo que le acerco es un naipe, una reina de bastos. Ella, que un dí­a fue bosque, sueña con su pedacito de tierra, sus nidos colgados y la noche entre sus ramas.

Daniel Matul




La nacionalidad 

Un paí­s vive en mi corazón. Sus rí­os me recorren las venas y los recuerdos. Sus autobuses me suben por la sangre y sus idiomas cantan como aves de madera que cuelgan sus nidos en una marimba. Mi nacionalidad no está en el pasaporte o en mi partida de nacimiento, sino en sus lagos y volcanes. A veces en mi corazón la gente baila y salen a las montañas para hablar con el fuego. Me vive un paí­s, que es una flor, un árbol o un fuego que arde en lo que nadie ve.

Daniel Matul



La patria 

Como lámparas del alumbrado público, la patria enciende sus monumentos y oficinas cada quince de septiembre. Algunos colgamos banderas y esperanzas; mientras otros cuelgan sus rencores, sus huelgas o su desengaño. La patria es lo que queda en la calle después de las marchas y los desfiles. La bandera en un cuarto, los redoblantes sin músicos, los vasitos de cerveza flo­tando en el lago.

Daniel Matul



Los enviados

Fuimos enviados al lago para cumplir la hermosa tarea de descubrir el mundo y nombrarlo. No servimos para otra cosa. No hacemos pan, no hacemos casas, no tomamos el poder. Somos parte de un pueblo que encuentra respuestas en el fuego y su origen en el agua. Somos la sombra de un árbol que crece y recibe aves y niños y también motosierras. No somos mensajeros. No traemos noticias, no entregamos tarjetas postales. No llevamos recados. Somos seres que descubren cosas a través de la palabra. Somos palabras que descubren seres a través de las cosas. Vemos cosas, usamos palabras, nombramos a los seres.

Daniel Matul




Medioqueso 

Vamos a suponer que la lluvia volverá a vos como una verdad que rodea tu casa. Vamos a suponer que hay rí­os tenaces que apagan y encienden oscuridades en tu alma; muelles que están indefensos ante el incierto vuelo del pasado. Vamos a suponer que habrá aguaceros que recojan tus verdades, que volverán a ti, que rodearán tu casa y traerán recuerdos como una luz que se derrama entre las hojas.

Daniel Matul
















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