Gustavo Solórzano-Alfaro

Enseñanza de la muerte como un segundo idioma 

El dolor depende del idioma.
No es indiferente si uno muere en francés o en alemán.
Hay sí­labas pesadas, que se arrastran como bolsas con cuerpos calcinados.
Hay una gramática bastarda y una pulcra. Una ortografí­a que impone su sello de alacrán sin esperanza.
No es fácil morir en italiano sin escuchar de fondo la popular tonada napolitana de alguna pelí­cula filmada en California.
Pero tampoco es placentero morir en español: una cruz de cenizas te roe el cuerpo eternamente.
Quizá en portugués pueda ser más llevadero: una muerte como un fado en el altar de las luciérnagas.
Pero ¿a quién engañamos? En mandarí­n o en árabe ha de ser mejor.
Lenguas tan lejanas como la punta del sol en el invierno. Registros antiguos que no tienen principio ni final.
Aunque pensándolo bien, ¿cómo será morir en una lengua muerta?
¿Serí­a posible aún el dolor en el griego de Safo? ¿Cómo declinar la muerte en latí­n?
A lo mejor sea necesario quemar las naves y huir por una senda de hierro hacia las montañas de las viudas.
Morir es recorrer la Biblia en sentido inverso: hoy, aquí­ / Babel / Paraí­so.

 Gustavo Solórzano Alfaro



 
Matrimonio 

Me he casado muchas veces, contra la voluntad de mis padres, contra la voluntad de mis maestros, contra la voluntad del alcalde. Me he casado y volveré a hacerlo cuantas veces sea necesario. La solidaridad es una estaca en el pecho del cura que me bautizó. La esperanza arde en las manos de los jueces. Me he casado y me ha dolido, como duelen las enseñanzas terribles, como duele el amor cuando ha sido sometido a largas penas de pan y agua. La última vez ardió una pira, la primera un pozo de aceite hirviendo hizo explosión. Casarse es un mandamiento silencioso, una forma de devolver a la piel su lozaní­a. Después de todas las batallas regresa uno a los brazos de alguien que te observa con los ojos profundos. Entonces sabés que hay un honor más alto, un sacrificio más grande, una ofrenda mayor. Una taza de leche y miel reposa en la mesa. Dos que se han casado la observan. Ambos beberán de ella, el único cáliz ecuménico, la única luz entre la sombras. Me he casado muchas veces. Volveré a hacerlo. Lo hago a diario, con alguien que me sobrepasa y me duele. En el tálamo arden todas las brasas del universo.

Gustavo Solórzano-Alfaro

 

Porno: memorial de Belladonna 

He intentado por todos los medios
convencer al público
de que la intención no cuenta,
de que no es el poeta
quien habla en un poema,
de que esa voz que escuchamos en un cuento
no pertenece a la mano que firma
y que con suerte cobra. 

He intentado convencerme
de esa muerte anunciada por Barthes.
Quizá porque así­ podrí­a decir
“Me acosté con prostitutas y salí ileso”.
Quizá porque entonces nadie en mi familia
me mirarí­a de forma extraña.
Quizá porque es más fácil cuando una confesión
es sincera y verdadera.

Podrí­a decir que veo porno desde muy pequeño
y aún lo veo, y mis manos lo atestiguan:
primero la derecha y luego la izquierda.
Soy ambidiestro,
y aunque en ambos brazos tengo fuerza,
escribo con la izquierda y lanzo con la derecha.
Quizá por eso toco tan mal la guitarra:
nací­ sordo y desde la primera vez
tomé el instrumento con la mano equivocada.
No sé si naturalmente o por una broma.
Si lo hubiera tomado con la izquierda
tal vez hoy no estarí­a escribiendo esto
–quién sabe–
y serí­a feliz.

Podrí­a asegurar que el porno extremo me fascina
en todo el sentido del término,
pero sobre todo en el sentido más carnal.
Y conozco tanto de porno como de libros
o de música o de cine, es decir, muy poco.
Pero hay una devoción que me redime. 

Si ustedes me creyeran
y aceptaran que lo que aquí­ se dice es ficción
y no los apuntes verí­dicos
de una persona cualquiera
podrí­a sentirme más tranquilo
de aceptar lo que acepto,
de confesar lo que confieso,
de decir lo que digo,
de sufrir lo que sufro,
de llorar lo que lloro,
de vivir lo que he vivido. 

No soy yo quien esto firma
ni yo quien esto escribe.
Y aun así­ no es posible evitar
el asombro en los ojos de mi madre
o la decepción en los de mi hermana.
Pero yo no soy yo
ni la imagen de Belladonna
es la imagen de la Belladonna
que nació en Mississippi
y que en sus pelí­culas nos hizo creer
en otras cosas. 

Todos somos fantasmas
que rondan las páginas de poemas irresueltos,
al igual que rondamos las páginas porno
a altas horas de la noche
como un remedio para la vida.
 
Gustavo Solórzano-Alfaro



Voluntad de estilo 

El fracaso y el estilo son una y la misma cosa. Desarrollar un estilo es aceptar de entrada la posibilidad del fracaso. En el destello perfecto del rasgo particular del artista se vislumbra una pérdida irreparable, como todas las pérdidas. Una caí­da, la posibilidad de no ser lo que se es, lo que se cree, lo que se anhela. Eso es. Un gesto impecable, feroz, que encubre una herida; una marca de nacimiento que nos ata, y que pasamos toda nuestra vida intentando borrar.

Gustavo Solórzano-Alfaro











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