Hugo Francisco Rivella

MEDITACIÓN DE LA PALABRA

La palabra, entonces, su corazón húmedo en el que late el pez y su secreto,

las rocas vivas de un volcán sin nombre,

y la paz de los huesos del amauta y sus rostro.

En la voz,

la palabra, tienta al ciego que llora,

le grita a la muchacha que pasará a buscarla apenas anochezca, y ella se irá de a poco derritiendo hasta volverse un soplo de ternura.

La voz es miel y estiércol.

El soplo de la forma cuando llega a sus vísceras.

Te amo dulcemente.

En la derrota el miedo respira su chillido.

La palabra no es tal si no es palabra que cale a siete vientos el pasado o le sumerja el cuello a las gaviotas,

o le borre la risa al dios de barro.

Ténme el siglo y la furia del monje,

el arrebato del ladrón y la calle deshecha por el tranco del rengo, sus tangos, el bambuco con su ritmo negro y la caña de azúcar que endulza tus cabellos.

“La palabra se pudre, susurran los dibi, si la boca se abisma en la mentira”

Mi boca se ha cerrado como una flor que muere,

 a la palabra la guardan otros ojos,

un silencio de círculo.

Hugo Francisco Rivella



Ritual de la memoria

                                                             a las Madres y a las Abuelas de Mayo 

Visitar a los muertos.
Indagar la memoria como quien busca olvidos
entre las flores de papel y la luz que el polvo destartala.
Allí­ está mi dolor.
Es una cala redonda y amarilla, una copa con viento de otros mares, azucenas de roca…
Y allí­ están mis muertos
sus ojos que no pesan en las cuencas vací­as
sus costillas de azúcar
que suben a la lluvia lo mismo que palomas de fuegos invisibles,
la cicatriz,
la herida del muerto acuchillado,
la puta que ha comido abismos que dan miedo,
el músico de alambre que sueña en la madera una canción de mimbre y lentejuelas,
el pobre con la panza repleta de gusanos,
el tren de los domingos con fantasmas que cantan
y el pie
que con mi sombra me llaman desde el suelo

Hugo Francisco Rivella



Soneto en cí­rculo 

Estás como dormida, mas no es cierto
huele toda la casa a desamparo,
hay llagas en el pan y no hay reparo
para este corazón que está desierto. 

Del nombre que me llaman no me acuerdo,
no pertenece al hombre que camina
indeciso y que casi ni se anima
a desclavar los ojos del recuerdo. 

El patio es una hoja de cuaderno
que amarillento vuelve a mi memoria
como a la rama una hoja en el invierno

de un árbol viejo soy claro reflejo
mi destino no tiene escapatoria
la muerte me ha atrapado en un espejo.

Hugo Francisco Rivella



Yo, el toro 

Todos me miran cuando salgo al ruedo,
lustroso, ardiendo igual que un refucilo,
yo giro la cabeza y pongo en vilo
en los cuernos al hombre con su miedo. 

Con mis patas traseras piso el suelo
que por última vez mis patas pisan,
y mis pezuñas a la luna trizan
para diseminarla por el cielo. 

Soy  palabra que emigra del planeta
en busca del pintor, con su paleta
hecha de alondras y de flores secas 

una mujer bañándose en la fuente,
un caracol, un pez entre la gente
que en la Plaza de Toros está ciega.

Hugo Francisco Rivella




Yo el toro

Entren en mí­.

Las cadenas del ojo han cercado mis huesos. Las ruinas de papel que me hacen invisible tapan con mi dolor la fuga de mi muerte.

¿En dónde está el espejo?

¿El sueño recurrente que me enfrenta a la espada?

No he aprendido a rezar a tus pies Macarena. Estuve condenado sin razón bajo la luna que gotea torpemente.

Por cada toro muerto hay una estrella. Fueguitos. Ruiseñores. La Ví­a Láctea se duerme en mi frente quebrada, y Cristo, que es un hombre con mirada de agua,

me moja, me penetra, me llueve en la cabeza,

me chorrea como un ángel por el lomo y me salva.

Pero

¿Quién salva al hombre?

¿Quién lo redime?

En la flor del cerezo, en los cedrales que cautivan mis cuernos, en la quietud silente del aljibe, en puntas de pie,

para no despertarme

una ronda de toros se desnuda.

Hugo Francisco Rivella














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