Luis Miguel Varela

Tomates


El amanecer te sorprende mirando los tomates
que se dan bien en tu ventana. 

Un par de veces al día,
los riegas en pequeñas cantidades. 

Eliminas las hojas más cercanas al suelo
porque son propensas a lesiones pardas. 

Yo sé por lo que estás pasando.
Lo que habita tu pecho
le da gravedad, equilibrio,
a esta tenue y aún inestable madrugada. 

No tienes la misma edad
de tus tristezas. 

Algunas se hunden y se extravían
en la oscuridad de la tierra
de tu pequeño cultivo de tomates.   

A las demás
les da el sol. 

II 

Parto el tomate en rodajas,
espero que se disipe la ansiedad
y dejo el cuchillo en la tabla para picar. 

Has venido hasta acá para hablarme de la luz
reposada de ese vaso de agua en la sala de espera
del consultorio psiquiátrico.

Te empecinas en que escuche
el hundimiento de la vida
mientras los pacientes ojean
una revista de salud ocupacional 

mira sus caras,
observa bien sus pechos,
descifra qué animal
toma de esa agua oscura.

III

A un lado de la mesa
cada vez más grande y peligrosa
dices que es tiempo de dar frutos. 

Pero las tomateras
cuando no pueden hacerlo
florecen. 

Tratan de dispersar
sus semillas
y con suerte
encontrar lugar
en otra terraza.

Luis Miguel Varela



Que brillen sus manos 

Mi madre llamó para contarme
que se había soñado en una fiesta. 

Una voz le dijo
que mi abuelo estaba achantado,
pero no supo decirle
dónde estaba. 

Este domingo ofrecerán una misa por él. 

Mi abuelo nos llevaba los miércoles 
a comer pescado
con la mano. 

Despacio, y en silencio, le quitábamos
las espinas, las juntábamos en un mismo plato
como si estuviéramos acumulando,
con cuidado,
el dolor. 

Hoy te lo digo, amá,
donde sea que esté mi abuelo
espero que brillen sus manos
como si hubiera comido pescado.

Luis Miguel Varela























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