Mery Yolanda Sánchez

Canción de cuna

Papá mezcla la tierra y dice que cubra   mi pecho.
Lunas nuevas diseñarán la medida de la   ropa,
el no me contará historias y tendré   llenos mis
bolsillos de   dudas.
Aprenderé con mis juguetes
qué tan cerca está la vejez en la luz   del espejo. 

Mi padre me enseña a cernir la arena,
a mostrarme el principio de una casa
y el camino donde los sueños se sientan   a beber
agua.

En la tarde, mi padre abre troncos de   madera con
un hacha
y recuerda las tantas veces en que
fue llevado hasta el río,
–tu madre me salvó– dice, mientras
su mano fría cae sobre mi cuerpo.

Mery Yolanda Sánchez



Cascada

Eras la confusión y la magia, la marioneta y los dedos. De golpe la vida tartamudea y te inquietas por los mutilados, si sueñan en los trajes que alargan sus pasos, si sostienen el cosquilleo del lamento. Bailas con los lisiados y la imagen que guardan en el zapato que les estorba.

Mery Yolanda Sánchez



En qué pensaste 

Qué pensaste cuando al cerrar los ojos dejaste la carga de tu silencio en mil cuerpos. Cuando descargaste tus ví­sceras en el baño y te sentiste liviano y liberado de las quejas que eructa la tierra. En tu rostro quedaron señales, miradas pasadas y ajenas. Habrá crecido en ti la cicatriz que resalta la arruga pedazos del juego en la mitad del poniente. Ya ni siquiera eres un hombre común, ni sabrás nunca de los que se han ido después de ti. No imaginarás las cartas que mordemos detrás del muro, ni cómo aprendemos a separar consonantes y evitar adjetivos, porque en los labios de los muertos, la verdad es un error más.

Mery Yolanda Sánchez





Foto fija 

Ayer la escena congelada
repetida y ampliada en esquinas de ciudad.
Hoy tienen instrumentos, cantan y bailan
un cara y sello en el asombro de los niños. 

¿Quién detrás de esta familia
espera las monedas para permitirles
que cojan el paso hacia la vida? 

¿Quién pone el precio a los pies de la mujer
que perdió los zapatos entre el arroz
al querer huir con una semilla
y ahora danza en calles sin tierra?

Mery Yolanda Sánchez



La carta

Puedo darte últimas noticias,
contarte cuántas curaciones
en la canción de la guerra.
Puedo mostrarte una luz fuerte
que cruza el mediodía de los muertos,
pero no puedo hablarte del último
vestido de las mariposas,
y de esta necesidad de verte.

Mery Yolanda Sánchez




La frontera 

Preguntan y no esperan las respuestas. Lloran en las calles, frente a las obras de arte lloran. Lloran de perfil ante las listas de los desaparecidos. Están aquí­ y allá. Después del horror pendulan un halo del abismo en diagonal a la razón. Ya no firman las crónicas ni registran sus pertenencias. Son de aire sus pasos y de salsa parece su vaivén.

 Mery Yolanda Sánchez





La inocencia del amanecer 

Pedazos de zas debajo de las puertas, trampas en las alcantarillas donde se cuida una sonrisa. Un piano sin vida y una copa de vino servida, partituras del discurso de la mañana prometida. Una mujer vocifera en un patio con ortigas. Una moneda cae para saber quién primero a la horca. En las paredes el dibujo de una niña plena en su llanto. En las cortinas se parte en dos la noche de la espera. 

Sigue el ruido en la mitad de las cosas, busca en las bufandas de los desaparecidos, tropieza con los vecinos de cera y olvida no tirar la puerta. Los habitantes del barrio se acostumbran a las presencias, se sabe de alguien que escucha en los asientos vací­os.

Mery Yolanda Sánchez




La loca 

Quita almohadas y se sienta en la boca que la sueña
hace homenajes a las ruinas que duermen de pie.
No tiene perfil ni lugar para una sonrisa. 

El otro dí­a llegó de rojo
y entró a los besos del baile.
Está en casa y aprende
de los abrazos en su torso.
Duerme y se anuda en los calambres del ciclista
que hace malabares en mil rostros frí­os. 

La loca descansa en casa
para que los niños
puedan correr sin lluvia de barro en sus bocas vací­as.

Mery Yolanda Sánchez





La visita 

La mujer alista el jarrón para la sed de los pasos nuevos en su casa,
alguien ha entrado a cambiar la hora del café.
Desde la hamaca observa la fragilidad entre sábanas,
podrí­a ser un cuerpo en la mitad de la calle,
un cuerpo sin nadie que lo recoja, un cuerpo sin las maneras de la risa.
Ella deja sobre el envoltorio un jabón que nadie se atreve a usar
y regresa a su cama con una ciudad de más
que le recuerda el tatuaje de su cuello
y el giro a la noche del otro lado del mar.

Mery Yolanda Sánchez




Los otros

No alcanzaron a sentir miedo. Cuando los cortaron el dolor llegó primero, la boca de la bota en la cara. Pronto el susurro de la sierra fue lejano. Un pajarito almorzó los pecados de las vísceras.
Sus sombras siguen y recogen los sombreros que atajó el viento.
Las mujeres orinan cualquier lugar.
Los niños se volvieron ancianos amarrados a los alambres de púa.
Tres territorios debajo de las carcajadas de los asesinos.
Y sus sombras también son perseguidas, señaladas y marcadas desde los pájaros metálicos, dueños del cielo.

Mery Yolanda Sánchez




“No tengo un puerto seguro, por eso construyo embarcaciones.”

Mery Yolanda Sánchez




Primera piel 

Has vuelto a la individualidad de las cosas. Miras tu taza de café y ya no está el camino por donde pensabas correr. Sabes que no es necesario cambiar las manecillas del reloj, los ruidos tendrán el mismo sentido en cualquier lugar de hora exacta. Recordarás que no podrás dejar hilos sueltos ni calcetines por remendar, allá no encontrarás otras madres. No volverás a las teorí­as del duelo. Tratarás de recuperar la historia de tu primera piel, pero tu calendario tendrá errores antiguos, donde los pies escriben el miedo en la brújula de las multitudes. Reconocerás que son muchos los que andan sin sombra y al son de una larga duda porque no hay quién repita sus pasos ni devuelva las caricias.

Mery Yolanda Sánchez




Señales particulares

Ocultas tus palabras en peces que penan en las frases del río. Avisan a incendio en las gotas de tus canciones que ruedan en la garganta de la ciudad. Los caballos de luces en las crines se han marchado, cansados, ya los hijos no se comen a sus padres para ver morir a sus madres. En eso pensabas cuando te saludó el hombre que escupe mariposas.

Mery Yolanda Sánchez
















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