Santiago Rodas

Autorretratos

Veo mis camisetas
colgadas en el armario
como en una fila de copias mías,
repetidas,
decapitadas.

Santiago Rodas





Bolsas de plástico

Bolsas de plástico,
vacías,
negras,

giran

entre remolinos invisibles
en la calle.

Una de mis tías
me explica cuándo
vendrán por ella
los extraterrestres.

Pienso
cómo será todo esto
cuando esté muerto.

La misma tía a la que le
asesinaron
un hijo de 15 años.

Recorro
barberías de raperos,
remontadoras de calzado,
pollerías,
cajeros de Bancolombia,
discotecas de reggaetón.

En mi barrio
se regó el rumor de que
alguien descubrió un millón de pesos
en la basura.
Ahora casi todos miran,
con disimulo,
entre las bolsas.

Dicen que, buscando dinero así,
uno se encontró una cabeza,
sin su cuerpo.

Las bolsas siguen
girando
en la noche, por el viento.

Y la noche,
entre las bolsas,
gira
también.

Santiago Rodas




Cenizas

En la región de Juan Frío,
en el municipio de Villa del Rosario,
a orillas de río Táchira
construyeron un horno crematorio
para desaparecer los cadáveres
de Cúcuta y los Llanos.

Las prácticas de antes eran rudimentarias:
quemaban los cuerpos en cualquier parte
con llantas de camiones y gasolina,
pero en el monte
quedaban restos
que la Fiscalía podría reconocer.

“Yo recibo órdenes, de políticos y militares
para no aumentar las cifras de homicidios del país”.

Explica en una audiencia Armando Rafael Mejía, alias Hernán.

El horno lo pensó Carlos Castaño y lo concretó un hombre apodado Gonzalo.

Pregunta de la Fiscalía: “¿Y los restos que no se incineraban,
como la mandíbula, los dientes o las prótesis?”

Respuesta de alias Hernán: “Se quemaba totalmente todo. Doctor,
a eso se le echaba un balde o tres de agua y
eso se volvía nada”.

“Pero yo no me ponía a mirar porque eso es duro, doctor,
eso de incinerar y desaparecer gente”.

Ya no necesitaban llantas,
tenían nuevas y más eficientes técnicas,
una infraestructura,
para no dejar pistas,
para que en vez de cuerpos
no hubiera nada.

Sin embargo, después de cada quemazón
casi siempre quedaba un polvillo negro
que ya no se calcinaba más.

Se procedía, entonces, a
enterrar las cenizas cerca de los árboles
que, después de un tiempo,
florecían
o daban frutos dulces y sabrosos.

Santiago Rodas




El secreto 

Lo hací­amos en la manga
detrás del solar de Tere,
una manga que ya no existe,
donde ahora hay una casa de dos
pisos con terraza.
Yo le decí­a o ella me decí­a
vamos allí­, vamos allí­
y nos metí­amos entre la yerba alta
y nos fijábamos que no viniera nadie
y cuando nadie vení­a
cerrábamos los ojos,
apretábamos las manos,
y nos acercábamos hasta darnos un beso,
un pico, porque era solo con los labios,
pero se sentí­a tan peligroso
que era más que un beso
por lo prohibido,
por lo animal,
porque luego
cuando jugábamos escondidijo
y todos nos veí­an,
sólo nosotros sabí­amos el secreto
y más aún
sabí­amos que compartí­amos la misma sensación
de tener un secreto
ocultos ante la vista de todos,
y esa era una mejor sensación
que la que nos dejaba el beso,
o quién sabe.
Lo más probable es que
no sintiéramos nada
y fingiéramos sentir cosas
todo por serle fieles al secreto compartido. 

No recuerdo por qué dejó de pasar,
sólo sé que ahora ella es una cajera en un banco
y hace años perdí­ su rastro. 

Seguramente besa otras bocas
de deportistas o de ingenieros informáticos,
y yo beso bocas de poetas inéditas
y de escritoras promesas.
Espero que algún dí­a, quizá en una fila de un banco
nos reconozcamos
y luego no miremos a los ojos
y no digamos absolutamente nada.

Santiago Rodas




Las luces de la autopista 

Mi amigo me lleva a casa en su carro,
su novia va de copiloto
y hablan de algo que no escucho.
Solo estoy concentrado en una canción
de The Police, que suena en el radio,
y en las luces de la autopista
que se pierden mientras el carro avanza.
por la calle mojada. 

Esta sensación de no pertenecer a nada,
de estar sentado en la banca de atrás
sin interferir en el mundo
dejando que la realidad se aquiete
adentro y afuera,
me hace querer estar
aquí­
para siempre.

Santiago Rodas



Nocturno

Cada noche una piedra diferente se vuelve catedral

N. Hardem

Los colores de la noche
me invitan a dar una vuelta
y camino
como si no hubiera un lugar
al cual ir,
al cual llegar.
Y pienso y también dejo de pensar.
Me acoplo al ritmo de cada cosa
cada vibración magnética, vegetal,
pienso en el diablo, en la palabra naturaleza,
en los costales que se le aparecían a mi tía
Ninfa Rosa de Jesús Quintero,
en las manos de mi madre con vitíligo.
Cuento las veces que he transitado por esta calle.
Veo grafitis en las rejas, carros que pasan,
lámparas que parpadean, gente que camina con bolsas en las manos,
me dan ganas de llorar, pero no lo logro.
Respiro el humo que arrojan los buses,
escucho los pregones de los vendedores de fruta.
Voy al Guanábano,
saludo a Márgara.
Todo está bien, me digo.
Todo está bien, insisto.
Agarro un taxi, miro el centro de esta ciudad
como si estuviera en una película de Víctor Gaviria.
La Playa, La Oriental, el Parque de San Antonio.
Las luces amarillas las cambian por luces blancas
como si quisieran limpiar la luz sucia, tradicional
como si frotaran todo con un trapo
empapado de desinfectante para aclarar las cosas.
Esto es un simulacro, una mímesis, una repetición.
Me bajo en cualquier lugar.
Recuerdo el VHS de mi primera comunión,
la pregunta de mi padre luego de la ceremonia: ¿Cómo te sientes?
Puro, le respondí.
Vuelvo al ritmo negro, ajusto mis pasos al afán que exige el paisaje.
Me concentro en la luz, en su ausencia,
Imagino el montículo de la totalidad de monedas
que alguna vez pasaron por mis manos.
Sigo el camino que me indica
el silencio
que se destila a esta hora
en esta ciudad.

Santiago Rodas



"Pienso que ahora, en Colombia, se está escribiendo una literatura muy blanca, como muy limpiecita, un poco lo que dice Ángel Rama en La ciudad letrada donde hay un “yo” que pretende verlo todo y a mí me parece, más bien, que la poesía es una duda constante y siento, además, que en nuestra literatura hay mucho “monocultivo”, más que nada en la poesía. Me refiero a que hay muchos productos iguales entre sí, empaquetados, que dicen cosas como: “Hoy estoy alegre, me gusta mucho mi ropa, abraza al prójimo”, que venden porque tienen 10 mil o 20 mil seguidores en las redes sociales y los publican y ganan premios."

Santiago Rodas


















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