La civilización Ummo que él (se refiere a Don Enrique) sacó
a la luz pública internacional procedía de la estrella Wolf, que se encuentra a
14,6 años luz de la Tierra. No puede ser una coincidencia que el astrofísico
Stephen Hawking afirmara que estaba seguro de que había vida inteligente a 16
años luz de nosotros y que era el lugar al que deberíamos ir a explorar.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 15
No estaba previsto. Ni los ángeles más inteligentes
vaticinaron que un pequeño planeta situado más allá de los confines del
Universo, perdido, olvidado y alejado de las civilizaciones más desarrolladas,
pudiera convertirse, eones de tiempo después, en el mayor enigma de los Cielos.
Un planeta azul usado para depositar los restos inservibles de las batallas
cósmicas, destinado a basurero espiritual. Aquí fueron abandonados los seres
más informes, crueles e inservibles, los rebeldes a la razón y al amor,
castigados a no participar de la vida plena. Aquí arrojaron lo peor de cada
planeta, los monstruos que refieren los textos más antiguos, sin caer en la
cuenta de que un día podría convertirse en un verdadero hogar donde sus
habitantes comprendan y practiquen la ley más sagrada del Cielo: el Amor.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 18
La cuestión más trascendental de la Humanidad es un misterio
velado y secreto. El origen de la raíz de sus culturas, civilizaciones y leyes
se ha perdido en el tiempo. Pero han dejado una serie de huellas que me intriga
poderosamente desde hace años. A lo largo de su Historia, el ser humano siempre
miró al Cielo, tanto material como espiritualmente, y ha dejado pruebas de este
vínculo ancestral en todos los rincones del planeta. El Tao de Confucio es un
manual de instrucciones para encontrar el Camino al Cielo, donde el sabio
explica que un ser es plenamente humano si se mantiene conectado con la esencia
que se le ha dado desde lo Alto. ¿Por qué nunca cesa este anhelo de Cielo?
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 18
El Cosmos nos descubrió a nosotros mucho antes de que la
Humanidad comenzara a explorar el Cielo.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 19
Todas las culturas antiguas están íntimamente unidas al
Cielo, pero ¿cuál es la causa de esta conexión?
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 22
Sin duda, el conocimiento del verdadero origen de la
Humanidad va a causar una profunda impresión en la sociedad, porque nada de lo
que realmente sucedió en los primeros tiempos mantiene una conexión lógica con
la versión oficial de los hechos. Hay quien no está preparado psicológicamente
para afrontar la Verdad. Pero la era actual va a reescribir los principios de
la Historia humana. Todo lo que aprendimos va a saltar por los aires. Como
vaticinó la sibila libia del templo de Zeus Amón en el Oasis de Siwa: «Llegará
el día en el que todo lo que está oculto será revelado».
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 30
Como decimos, la estrella era el ideograma que representaba
el concepto de dios y de Cielo al mismo tiempo. Era la palabra sumeria An. Su
uso se extendió posteriormente para la palabra diĝir, «diosa» y «dios», que
acabó representada con la letra D. Los asiriólogos datan su origen en la Edad
del Bronce, en el Neolítico sumerio, sobre el año 5000 a. C. An Posteriormente,
los acadios la representaron de forma más sintética con una cruz. Desde
entonces, la cruz es un símbolo de poder presente en todas las culturas de la
Tierra. Los acadios conocían los significados antiguos y los usaron para sus
divinidades, que llamaron ilum, la raíz remota del campo semántico del concepto
de luz: iluminar, iluminado, etc. Más tarde, ilum derivó en ‘Ēl, ‘Il y Al إله
árabe, el dios supremo y todopoderoso «padre de todos los dioses». Y, por su
parte, la A de An se convirtió en la primera letra de los protoalfabetos o
abjads semíticos: es el aleph fenicio, el alif árabe, el alef א hebreo, el ALAP
arameo, APIS o la cabeza de buey egipcia y la alfa griega. Representó
originariamente al buey como potencia creadora y fertilizante divina, ya fuera
masculina o femenina, celeste o terrestre. El cuerno es un símbolo que he encontrado
en todas las culturas del planeta. Con la estrella An estamos en el centro del
mundo. Atrás quedaba la prehistoria. Delante estamos nosotros. Partiendo de An,
en el antiguo Oriente Próximo, se daba forma a las creencias contemporáneas y a
las civilizaciones que hoy existen. Todos los pueblos o tribus semíticos
comenzaron a usar la palabra ‘Ēl, ‘Il o Al —dios o deidad—. Hasta la llegada
del rey Sargón, los ugaríticos, los fenicios, los arameos, los hebreos, los
acadios, los cananeos y los mesopotámicos llamaron a su dios supremo ‘Ēl. Era
el nombre propio o título de las deidades principales, pero, sobre todo, se
nombraba para distinguir al dios que sobresalía por encima de los demás, al
jefe supremo y padre de la Humanidad, que en lengua semita antigua era Dumnezeu
(Dios). ‘Ēl es el nombre de la deidad antigua, pero lo impactante es que
derivara posteriormente en la tercera persona masculina del singular, él, de lo
que se deduce que un dios fue el ancestro de los humanos, hechos a imagen y
semejanza de dios. Pero también de ‘Ēl proviene la forma femenina ella, y esto
es aún más revelador porque contiene la letra alpha griega, originada en la
estrella sumeria, que al principio fue femenina. Una vez más, se alude a la
diosa primigenia. Y las mujeres tenemos el honor de llevar siempre con nosotras
el signo divino a como indicador de nuestra naturaleza.
(…)
Además, el plural de ‘Ēl es ‘Ēlîm o ‘Ēlim —dioses—. Diversos
académicos afirman que es el plural mayestático de ‘Ēl. Pero, para mí, no hay
duda de que se refiere al contexto histórico politeísta en el que se escribe la
Biblia. ‘Ēlim aparece cuatro veces en el Tanaj: Asociaos a Yavé, hijos de los
dioses (b ê nê ‘Ēlîm), asociaos a Yavé, gloria y fortaleza (Sal 29, 1 de
entronización del rey David). Porque quién en los cielos puede compararse con
Yavé, quién puede compararse con Yavé entre los hijos de los dioses (b ê nê
‘Ēlîm) (Sal 89, 6-7). ¿Quién es como tú entre los ‘ēlim (dioses), Yavé? (Éx 15,
11). En varios fragmentos del Deuteronomio (Deu 32, 8) se nombra a los setenta
hijos de Dios, que se corresponden en los textos ugaritas con los setenta hijos
de ‘Elyôn, el que está en lo más alto: Cuando el Altísimo dio su herencia a las
naciones, cuando separó a los hijos de los hombres, Él puso las fronteras de los
pueblos según el número de los hijos de Israel. Pero hay otro dato relevante
que habla de nuestro origen celeste, ya intuido por Filón de Biblos (hacia
64-141 d. C.), quien en su relato Sanchuniathon dice que ‘Ēl (a quien también
llama Cronus, su homólogo griego) no es el dios creador o el primer dios, sino
el hijo del Cielo y de la Tierra. Jesús de Nazaret será interrogado por los
sacerdotes judíos respecto de su ascendencia divina: —¿Quién eres, Jesús de
Nazaret? Dicen que eres un dios. ¿Eres tú ‘Ēl? —Tú lo has dicho.0 Aquello fue
considerado una blasfemia. No había mayor pecado para los jefes sacerdotales de
la sinagoga que un hombre se considerase el jefe de los dioses. Pero Jesús no
fue el primero ni el único. Reyes y sacerdotes usurpadores del pasado se
autocalificaron así, merecida o inmerecidamente.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 37-39
Un amuleto —o medalla— fenicio del siglo VII a. C.,
procedente de Arslan Tash[16] (en el noroeste de Siria, la antigua colonia
asiria de Hadattu), cerca de la frontera actual con Turquía, cita estas
antiguas alianzas de los hombres con el dios ‘Olam. La medalla coincide con el
momento en que comienza la redacción del Antiguo Testamento y se encontró cerca
de Biblos, el lugar donde se escribe el libro que luego será sagrado para los
judeocristianos. Dice así: Un vínculo eterno se ha establecido para nosotros.
Ashshur lo ha establecido para nosotros, y para todos los seres divinos y El
mayor del grupo de todos los Santos a través del vínculo del Cielo y la Tierra
para siempre. Otra traducción posterior es esta: El Eterno (‘Olam) ha hecho un
juramento de alianza con nosotros, Asherah ha hecho (un pacto) con nosotros. Y
todos los hijos de ‘Ēl, Y el gran consejo de todos los Santos. Con juramentos
del Cielo y la Tierra Antigua. En el anverso del amuleto aparece un lamassu, la
mítica deidad protectora con forma de león alado y cabeza humana. Bajo sus pies
hay una loba con cola de escorpión (figura demoníaca) que devora a un ser (se
desconoce si es masculino o femenino). En el reverso, un dios con sombrero
asirio tardío porta un hacha o una azada, símbolo real y/o sacerdotal. Según
los estudiosos, el texto completo es un conjuro o encantamiento para alejar a
los demonios. Dice mucho de la mentalidad de la época en la que nacen las
creencias que siglos después serán denominadas religiones. Siento una emoción
enorme al leer este texto antiguo mediante el cual recibimos un mensaje de
nuestros lejanos antepasados. Me invade la seguridad de estar en el centro de
la Historia, donde se revela el origen de la Humanidad.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 41
La era de El Obeid dio lugar, a principios del año 4000 a.
C., a la cultura de Uruk. Esta ciudad fue la más grande del mundo durante el
III milenio a. C., una urbe bulliciosa y muy conocida desde Egipto hasta
Turquía, en una época en la que ya se comerciaba con el Valle del Indo y se
realizaban complejos rituales y sacrificios a los dioses. Era un lugar mítico
y, más allá de sus fronteras, tanto del Cielo como de la Tierra, existía un
universo inmenso y desconocido para sus habitantes, poblado por monstruos,
deidades y espíritus. Los orgullosos ciudadanos presumían de sus logros y
sostenían que lo que les había llevado desde la estepa salvaje hasta la
civilización era la sabiduría, el conocimiento transmitido por sus dioses
—entre los templos de Uruk destacaban el dedicado a An y a la diosa Inanna—.
Aseguraban que habían sido guiados por unos seres brillantes que les enseñaron
a cultivar la tierra y a domesticar el ganado, dejando atrás la vida nómada
para dar paso al sedentarismo. Los sumerios urbanitas afirmaban con orgullo que
aquellos que «no sabían comer el pan» eran seres incivilizados, salvajes, que
se empeñaban en seguir viviendo en la estepa sin orden ni reglas. Y es que
«civilizarse» requería tanto una domesticación de los instintos como la entrega
—voluntaria o no— de una parte, de la libertad individual en pro de un proyecto
común para el cual era necesario aceptar una serie de normas. El legendario rey
Gilgamesh fue el penúltimo monarca de Uruk. En su famoso poema épico, su
antagonista, Enkidu, fue «fabricado» por la diosa Aruru a modo de zikru, es decir,
una «réplica» de An o Anu a partir de la arcilla (tittu), la materia prima
principal de Sumer. La lengua de los sumerios era aglutinante, es decir, las
palabras y los conceptos se formaban a partir de monemas independientes. De
este modo, por ejemplo, se referían a sí mismos como sag-giga, es decir, «el
pueblo de cabezas negras» (el sacerdote e historiador babilonio Beroso los
denomina «extranjeros de cabezas negras»). Fueron sus sucesores, los semitas
acadios, quienes la llamaron Shumeru, por lo que cabe deducir que la bíblica
Shinar, la egipcia Sngr o la hitita Sanhar(a) serían variantes del vocablo
Sumer y de su significado como «el lugar de la salida del Sol». Es decir, el
Sol como sinónimo del gobernante supremo que con la luz de su sabiduría alumbra
a todos sus súbditos.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 62
A principios del IV milenio (3300-3000 a. C.), los sumerios
llamaron Ki al planeta Tierra y la consideraron una diosa madre. Ki era hermana
de An, la diosa del Cielo. Por tanto, las deidades principales eran femeninas.
An y Ki eran hijas de Nammu, la deidad primigenia, creadora del universo y
madre de todo lo que existe en la inmensidad del Cosmos, tanto en el Cielo como
en la Tierra. La diosa Nammu era el «abismo de las aguas» del Océano Cósmico
original, el Apsu a partir del cual se formó todo —¿el equivalente de nuestro
Big Bang? —. Se trata de una diosa muy antigua, considerada madre de muchos
pueblos, pues incluso en Birmania he encontrado aldeas con su nombre. Nammu
engendró dioses en el Cielo y moldeó la arcilla recogida por unos seres
llamados sig-en-sig-du. Posteriormente les dio su hálito divino y así creó a la
raza humana de la Tierra.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 63
Todos los reyes de Sumeria fueron «nutridos por la leche de
Ninḫursaĝ», fuente de fertilidad y camino para abandonar el estado primitivo
del desierto, donde no hay ni luz ni sabiduría. Ninḫursaĝ se corresponde con la
diosa Tiamat de la mitología babilónica. Por su parte, en todos los textos
sumerios que he leído, Nammu me parece, más que una diosa, una representación
«científica» de la Creación. ¿Acaso es Nammu el Big Bang primitivo del que
surgen el Cielo y la Tierra?
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 65
El famoso jarrón ritual de Uruk —robado durante la Guerra de
Irak del Museo de Bagdad— muestra una procesión de seres transportando regalos
para Inanna, entre ellos, un toro, símbolo del poder divino y de la potencia
creadora, varias ovejas y diversos productos agrícolas. La comitiva termina
frente a su sacerdotisa suprema, custodiada por los símbolos principales de la
diosa: dos gavillas de caña, que representan la justicia y la verdad. Inanna es
la patrona, madre y protectora de los habitantes de Uruk. Podríamos decir que
se trata de la «abuela» de la generación de Jesús. Nuestra tatarabuela. También
la llamaron «Primera Hija de la Luna» y «Estrella de la Mañana y de la Tarde»,
identificándola con el planeta Venus. El monte de Venus es el aparato
reproductor femenino, el triángulo sagrado. Y es que ella era la diosa titular
del amor, de la fertilidad y de la guerra. Había viajado al Inframundo para
adquirir los misterios y los poderes de la muerte y del renacimiento, y de allí
volvió convertida en la diosa del Cielo, de la Tierra y del Inframundo. Los
semitas acadios mesopotámicos, ascendientes de los fundadores del Imperio
acadio, la llamaron Ishtar. Miles de años después, los cristianos cantan a la
Virgen María, la madre de Jesús, usando los mismos epítetos que aparecen en los
himnos dedicados a Inanna, como «Reina del Cielo y de la Tierra», «Estrella de
la Mañana» o «Puerta del Cielo». De hecho, Ana es la abuela de Jesús en el
Evangelio apócrifo de Santiago. En sumerio, Ana significa «Cielo» e In,
«señora» o «señor», indicando el rango de quien ostenta el máximo poder del
gobierno de una ciudad o un templo.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 65
La vulva, el Cuerno, el Barco del Cielo de Inanna, es uno de
los símbolos más antiguos que he podido encontrar en mis investigaciones. Está
en todas las culturas y es similar a la media luna, por lo que se ha confundido
con el astro. La Barca Celeste es el vehículo en el que viaja la diosa por el
Cosmos. Ella aparece en forma de triángulo sobre la nave, es decir, como la
Señora de la Montaña Sagrada
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 68
¿Y qué otra cosa puede ser la «arcilla» de la Tierra sino el
homo primitivo, aquel que el consenso científico asegura que fue nuestro
antecesor? Para quien tenga oídos, estos antiguos escritos sumerios nos están
diciendo que el buscado y jamás hallado eslabón perdido vino de las estrellas.
Este eslabón es la principal huella que el Cosmos ha dejado en la Humanidad.
Por este motivo, a los emperadores de China se les llamaba «Hijos del Cielo». Y
es que los dioses han sido el instrumento de la inteligencia cósmica para
impulsar el desarrollo de la Humanidad. Sus conocimientos son la luz que hace
progresar la vida en la Tierra. El reto de investigar el origen de la grandiosa
civilización humana desvela que no hemos avanzado solos, sino que la
intervención de seres procedentes de las estrellas ha sido determinante en
nuestra historia. Cada descubrimiento en esta Era Espacial nos acerca a nuestro
pasado; cada planeta nuevo nos habla de vida; cada posibilidad que vislumbramos
de viajar por el Cosmos nos evoca la idea de que otros aterrizaron en la Tierra
en el pasado. Si nosotros podemos hacerlo, ¿por qué pensar que otros no lo
hicieron antes? Resulta bastante obvio que la totalidad del universo responde a
un orden enredado y cómplice. Los elementos que lo prueban han permanecido en
silencio, ocultos bajo las arenas de las ciudades abandonadas, esperando que la
luz del siglo XXI vaya a rescatarlos y a devolverle su trono en el Cielo de la
Tierra.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 73
Los Misterios nórdicos se daban en nueve cámaras o cavernas
por las cuales el candidato avanzaba en orden de secuencia. Estas cámaras de
iniciación representaban las nueve esferas dentro de las cuales los “Drottars”
dividieron el universo: (1) Asgard, el Mundo Celestial de los Dioses; (2)
Alf-heim , el Mundo de la luz y los Duendes, o Espíritus bellos; (3) Nifl-heim
, el Mundo del Frío y la Oscuridad, localizado al Norte; (4) Jotun-heim, el
Mundo de los Gigantes, localizado al Este; (5) Midgard, el Mundo terrenal de
los seres humanos, localizado al centro o lugar central; (6) Vana-heim , el
Mundo de los “Vanes”, localizado al Oeste; (7) Muspells-heim, el Mundo del
Fuego, localizado al Sur; (8) Svart-alfa-heim, el Mundo de los Duendes oscuros
y traicioneros, que está debajo de la tierra; y (9) Hel-heim , el Mundo del
frío y de la morada de los muertos, localizado en el punto más bajo del
universo. Debemos entender que todos estos mundos son invisibles para los
sentidos del hombre, excepto Midgard, el hogar de las criaturas humanas, pero
durante el proceso de iniciación, el alma del candidato —liberada de su
envoltura terrenal por el poder secreto de los sacerdotes— vaga en medio de los
habitantes de estas diferentes esferas. Sin duda, hay una relación entre los
nueve mundos de los escandinavos y las nueve esferas, o planos, a través de los
cuales los iniciados de los Misterios eleusinos pasaban en su ritual de
regeneración.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 88
Hasta llegar a Moisés, la Humanidad había ido reforzando su
conciencia de sí misma, de su lugar en la Tierra. Ya es la dueña del planeta,
ha conquistado la Tierra, ha nombrado todo lo visible y lo invisible. Ha
aprendido bien de los dioses. También le llegó la hora de tener una madre y un
padre humanos, por lo que comenzó a enterrar a sus muertos para tomar posesión
plena de la Tierra. Y para superar la última fase, los dioses deben
desaparecer. Comienza la hora de la mujer y del hombre terrestres y, en su
nueva iniciación, ya no serán guiados por dioses, sino por ángeles. Saturado de
imágenes, el nuevo culto inaugurado por Moisés las prohíbe y las cambia por las
palabras, lo que provoca un salto intelectual que florecerá de forma inminente
en la Grecia clásica. La Humanidad avanza hacia un esplendoroso futuro con
sacrificio y con dolor. No será fácil cambiar las costumbres y hábitos, pero es
necesario hacerlo. En mitad de un desierto poblado de monstruos y demonios, la
Humanidad abandona la imagen a favor de la palabra y sobre unas tablas de
piedra escribe una nueva Ley. La era de la arcilla y de las estatuas
megalíticas había quedado atrás y ahora reciben directamente del Cielo, palabra
tras palabra, los nuevos mandamientos que todos deben cumplir. Solo la palabra
puede llevarles más lejos y el único camino que hay desde el barro hasta las
estrellas es el del brillo del intelecto, el resplandor que conduce hacia la
Tierra Prometida de la sabiduría y la libertad.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 106
A mediados de 2012, un grupo de militares estadounidenses
descubrió vimanas de 5.000 años de antigüedad en una cueva de Afganistán.
Mientras intentaban sacarlas, ocho soldados norteamericanos desaparecieron.
Para explicar el extraño suceso, los científicos recurrieron al llamado Times
well, un campo gravitacional de radiación electromagnética (Albert Einstein habló
de ello en su «Teoría del campo unificado») en el que los soldados habrían
quedado atrapados. Cuando el suceso salió a la luz pública, numerosos
científicos militares y algunos líderes mundiales, como Barak Obama, David
Cameron, Nicholas Sarkozy o Angela Markel, fueron a Afganistán para observar e
investigar lo que allí había sucedido. La información filtrada por la Fuerza
Aérea de Estados Unidos confirmó la antigüedad (5.000 años) de las vimanas
halladas, aunque poco más trascendió del asombroso hallazgo, tan solo que una
barrera energética impedía el acceso y la extracción de las naves.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 108
Cientos de obras de la antigua India están almacenadas desde
hace siglos en bibliotecas ocultas que nadie —que sepamos— ha logrado
encontrar. Hitler envió expediciones al Tíbet y a Asia con este propósito y, de
hecho, muchos de sus máquinas militares parecen haber sido construidas a partir
de estas fuentes secretas.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 111
Las vimanas descritas en los Vedas hindúes (los textos más
antiguos de la India) tienen diferentes formas y tamaños. En Vaidhika Sukta,
Indra (dios Sol, dios que brilla) y otras divinidades usan máquinas voladoras
tiradas por animales, normalmente caballos o cabras (la potencia del artefacto
depende del animal que se cita), aunque la vimana Gaja, la del motor de
elefante, era la más potente y dinámica. Pero estos artefactos no solo volaban
en la atmósfera terrestre, sino que también lo hacían por el espacio
interestelar y debajo del agua. Destacados científicos indios han afirmado que
los Vedas describen sucesos reales, es decir, guerras cósmicas en las que se
enfrentaron diferentes linajes o clanes.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 111
En los textos sagrados hindúes se menciona también la Tālavṛnta,
concepto que el prestigioso doctor V. Raghava, que en los años cincuenta del
siglo XX dirigió el Departamento de Sánscrito en la Universidad de Madras, ha
sugerido que puede tratarse de un dispositivo para crear una tempestad con la
que desmoralizar y derrotar a los enemigos. Sorprende que esta técnica sea
semejante a las que hoy en día ha desarrollado el ejército, ahora en fase
experimental.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 118
… ¿acaso fueron los yavanas para los antiguos pobladores de
la India lo mismo que los dioses brillantes para los sumerios y los ángeles
para los hebreos? ¿Eran los mismos o procedían de diferentes planetas? ¿Quiénes
eran esos seres de los que se habla en el Mahabharatha y el Ramayana que
guerreaban en los cielos con yantras y rayos? ¿Procedían de Sumeria, la cuna de
la civilización terrestre, o del Cielo?
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 120
Los relatos y las joyas de orfebrería chinas son las huellas
de los Hijos del Cielo que una y otra vez se comunicaron con la Humanidad y han
dejado su impronta en los símbolos que seguimos luciendo en las liturgias,
ritos y fiestas de todos los rincones del planeta. Sorprende encontrar los
mismos en los cuatro puntos cardinales de la Tierra. Serán los cuatro ríos
bíblicos los que los han conducido de un extremo al otro en el interior de sus
Barcas Celestiales.
Cuando en los Cielos de la antigua China aparecía un dragón
de fuego, todos los habitantes sabían que sus oraciones habían sido oídas desde
lo alto. Llegaba la hora de la caída del tirano. Por ello, hoy todos los
habitantes de la nación sacan sus dragones de la buena suerte en los días más
señalados de su calendario. Este antiguo cuento chino que se contaba hacia el
siglo V a. C. es el eco de aquellos seres que una vez vivieron en la Tierra:
A trescientos cincuenta li más hacia el oeste está el monte
Tian, en el que abundan el oro y el jade, y en el que hay rejalgar verde. Es
allí donde nace el río Ying, que luego fluye hacia el sur hasta afluir al
Shang, y donde vive un espíritu llamado Dijiang. Tiene el Dijiang seis patas y
cuatro alas. Su cuerpo es un bulto de forma más bien redondeada. Es amarillo,
pero a veces se pone rojo como el fuego y como el cinabrio. Carece de ojos.
Carece de cabeza. Y en cuanto puede, y porque le encanta, se pone a cantar y a
bailar a solas
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 120
El Kojiki (古事記), la Crónica de los
acontecimientos antiguos, fue dictado en el año 712 al escriba real Ō No
Yasumaro (太 安万侶,
Futo no Yasumari no Ason) por la narradora Hieda no Are. Esta guardiana de la
memoria prehistórica transmitió un relato oral que había pasado de generación
en generación hasta acabar siendo escrito en el siglo VIII, en chino clásico,
aunque algunas grafías contienen el sonido del japonés antiguo (Yamato kotoba).
Ocho años después se redactó el Nihon Shoki (日本書紀) o Crónicas de Japón.
A los dos libros conjuntos se les llama Kiki (記紀). Ki
es la palabra sumeria para Tierra.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 139
En el imaginario de todos los pueblos prehistóricos existe
un punto central donde se unen el Cielo y la Tierra, un espacio que comunica
ambos mundos y donde se producen los encuentros entre seres celestiales y
divinos. Es un encuentro mágico en el que se celebra un intercambio cósmico,
una transmisión de conocimientos, una alianza, un sacrificio o una promesa.
Moisés se encuentra con los ángeles de Yavé en el Monte Sinaí y recibe de ellos
los Diez Mandamientos. Otros puntos sagrados son el Monte Athos, el árbol bajo
el cual Siddhartha recibió la iluminación cósmica y el Camino de Emaús, en el
que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. El templo de las ciudades
primitivas es el eje central de esta interacción celestial con la Tierra. El
Eanna es la Casa del Cielo de la ciudad sumeria de Uruk. É significa «casa» o
«templo», y Ana, «Cielo». Desde la Antigüedad hasta la Edad Moderna, toda la
ciudad se erigía y regía en el templo tutelar. En todas las culturas, el árbol
cósmico, la columna y la montaña sagrada, el espejo o el camino son elementos
que simbolizan la sacralidad cósmica y que se activan en determinados momentos
para poner en comunicación a seres del Cielo con los de la Tierra, y que tiene
como resultado renovar y hacer avanzar a la Humanidad. El árbol tiene
quinientas ramas que representan todas las formas de vida que ha creado en el
universo. Por el mismo motivo, las diosas hindúes tienen miles de brazos.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 148
El nieto de Amaterasu y sobrino nieto de Susanoo es el
celestial Ninigi, que al descender a la Tierra funda la dinastía Tennō
japonesa, la de los gobernantes terrestres que descienden de los dioses del
cielo. Por ello, según las crónicas antiguas, Ninigi es el abuelo del primer
gobernante del antiguo Japón, el emperador Jimmu, 神武天皇,
nombre que significa el «guerrero divino». Es, por tanto, hijo del Cielo y de
la Tierra. Gobernó durante 76 años, desde 660 hasta su muerte en 585 a. C. Como
fundador de Japón, en la fecha de su cumpleaños se celebra el Kigensetsu, Día
Nacional de la Fundación. En el siglo XII empieza a gobernar la nobleza
guerrera samurái, pero cuando en 1867 se restauró el gobierno de los Tennō, se
usó el libro Nihonshoki como modelo y guión para la composición del estado y la
reimplantación de la tradición shintō con sus dioses kami. La expresión Tennō, 天皇
Soberano Celestial, no fue introducida en Japón hasta el siglo VIII por el
sabio Ōmi no Mifune, que creó este término en el reinado del emperador Kanmu
(737-806) para referirse a los gobernantes precedentes. La influencia vino del
título imperial chino Tiān–dì, 天帝, Hijo del Cielo. Antes de este
cambio, los gobernantes habían sido llamados Sumera no mikoto y/o Ōkimi (治天下大王).
Lo impresionante es que en ambas expresiones hay palabras sumerias. En la
primera, sumera remite a Sumer y mikoto significa dios. La traducción sería,
por tanto, «dios de Sumer». Observo que, en la segunda, Ōkimi, aparece el
nombre en sumerio de la Tierra, Ki, y la Ōharía referencia a «toda». Yo lo
traduciría, por tanto, como el gobernante de toda la Tierra, el rey de reyes,
el jefe de los dioses. De hecho, tanto Sumera no mikoto como Ōkimi han sido
traducidos como «Gran Rey que lo gobierna todo bajo el Cielo». En este caso, se
refiere a «toda la Tierra» del antiguo Japón, llamado Yamato. Ōkimi aparece
también como ōkami (a los dioses ancestrales de Japón se les llama kami. Ellos
eran los dioses de la tierra antigua). Los Soberanos Celestiales eran, según la
jerarquía, aquellos que estaban a continuación de los dioses del Cielo, es
decir, los comandantes de las divinidades celestes. Y eran seleccionados entre
los mejores. La historia antigua de Japón está llena de relatos que enfatizan
los vínculos genealógicos entre los dioses kami y los tennō, porque hubo un
tiempo en el que se gestó esta fuerte relación de parentesco de la que hablan
todas las mitologías ancestrales. La Casa Imperial de Japón legitima su trono
como descendiente de los dioses del Cielo, de donde procede el primer
gobernante elegido por designación divina. Ninigi es un nombre muy similar a
Igigi, un grupo de divinidades de Sumer. Los relatos ancestrales de todas las
mitologías están repletos de épicas y batallas, por los viajes y las conquistas
de todo el planeta por los dioses. Que Ninigi sea un nieto celestial explicaría
en lenguaje simbólico antiguo por qué la creación de Yamato fue más tardía
cronológicamente que la de Sumer, y demuestra que quienes elaboraron y
transmitieron estas historias orales conocían el orden cronológico de la
creación de las distintas civilizaciones del planeta.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 155
El Japón ancestral se creó en una era donde el nombre lo
explicaba y lo contenía todo. Los nombres de los gobernantes nos dicen que los
dioses de Japón venían de Sumer, pues no hay duda de que sumera no mikoto es un
topónimo. Algunas historias del shinto son muy semejantes a las de la antigua
Mesopotamia, por lo que podemos afirmar que la casualidad aquí no existe. Los
estudios académicos de vanguardia están demostrando que el mundo antiguo no era
como se había descrito, compuesto por zonas aisladas unas de otras, sino que el
continuo desplazamiento y la mezcla eran la norma habitual. Por ello es tan
importante desgranar el origen de las palabras. Solo acudiendo a la raíz
conocemos qué pasó en las distintas regiones de la Tierra de las eras arcaicas.
Las palabras son la clave, las llaves que abren las puertas de roca de las
montañas de la Historia, quitando el velo a sus secretos más ocultos. En
aquellos tiempos remotos, las palabras lo eran todo, dieron forma al mundo,
dieron nombres a cada una de las cosas creadas y, lo más importante, eran de
uso exclusivo de los dioses. Ellos fueron quienes nos legaron la palabra al
enseñarnos a hablar y a escribir.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 157
La idea de que los griegos fueron los descubridores de la
ciencia y de la mecánica de los procesos naturales surgió en el Renacimiento y
aún no ha sido desterrada. Sin embargo, los sumerios conocían cómo y por qué se
formaban las nubes, y los hijos de Zeus, no. Por ello, a pesar de que a Grecia
se la considera la raíz de Occidente, las raíces más profundas debemos
situarlas en Sumer. Y allí no habremos hecho más que empezar.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 162
La Biblia nombra a unos seres largamente debatidos, pero aún
desconocidos, como los nefilim, que para algunos exégetas son los gigantes, y
para otros, los caídos. La raza de gigantes aparece en las escrituras sagradas
de todas las civilizaciones antiguas, por lo que los setenta griegos que
tradujeron la Biblia hablaron de ellos con tanta naturalidad que no
consideraron necesario dar explicaciones añadidas a un fenómeno que para los
lectores de su época era de lo más normal: Y había gigantes en la tierra en
aquellos días (Gén 6, 4). Entonces de los ejércitos de los filisteos salió un
campeón llamado Goliat, de Gat, cuya altura era de seis codos y un palmo (1
Samuel 17, 4).
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 165
LA PROGENIE DE GEA Y
URANO
CÍCLOPES: Arges, Brontes y Estéropes.
HECATÓNQUIROS: Coto, Briareo y Giges.
MUSAS MAYORES: Aedea, Meletea y Mnemea.
TITANES: Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto y Crono.
TITÁNIDES: Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis.
DE LA SANGRE DE URANO: Erinias, Gigantes y Melíades.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 167
En Grecia, como en las civilizaciones precedentes, el origen
de la historia humana está en el matrimonio entre el Cielo y la Tierra, Urano y
Gea, Οὐρανός y Γαι̑α. Eran los antiguos An y Ki sumerios, los japoneses In y
Yο̄, o el yin (陰) y el yang (陽) de las culturas agrarias chinas.
Luego los romanos los latinizarán como Caelus y Terra o Tellus Mater. Pero las
relaciones con los seres del Cielo se remontan aún más en el tiempo. Han pasado
5.000 años de las primeras tablillas sumerias, y los griegos, poniendo los pies
sobre el suelo que pisan, otorgan preeminencia absoluta a Gea. De este modo,
tras el Caos primordial nace «la de amplio pecho», madre original que amamantó
no solo a los dioses del Olimpo, sino al propio Urano. De ella surge el Cielo
estrellado para protegerla y cubrirla, para venerarla y servirla. Y de la
sangre de Urano surgirá Ponto, las aguas profundas que todo lo rodean, y el
Tártaro, el inframundo antiguo. La mitología griega tiene una conceptualización
más sofisticada, como el dios Cronos. Él es el tiempo, que avanza desde la
historia antigua para revelarse, como dios terrestre contra los dioses
tutelares celestes. Así es como de la edad de la inocencia de Adán y Eva
pasamos a la edad de la conciencia, dando lugar a una segunda humanidad. El
homo sapiens mantendrá encarnizadas luchas contra sus padres, pues, para él, el
conocimiento es poder y ha de usar el ingenio para alcanzarlo. Pero en la
batida contó con la ayuda de sus hermanos los titanes. En la misma fecha en que
se componían los relatos de Zeus, el tratado bélico El arte de La guerra,
escrito entre los siglos VI y IV a. C. por Sun Tzu, ofrece otro tipo de
lección: «El principal engaño que se valora en las operaciones militares no se
dirige solo a los enemigos, sino que empieza por las propias tropas, para hacer
que le sigan a uno sin saber adónde van». El recurso de la mentira para obtener
beneficios es tan viejo como el mundo. Hacía tiempo que los titanes habían
dejado de confiar en los dioses y decidieron usar su fuerza para ayudar a los
humanos. Fue Prometeo quien, con la intención de que el jefe Zeus dejara de
esclavizar a la Humanidad, le robó el conocimiento y se lo entregó a sus medio
hermanos. Prometeo era hijo del titán Jápeto y de la humana Clymene y el más
inteligente de su generación, pues su conciencia de titán le hacía comprender
que su padre no actuaba correctamente. —Deja de esclavizar a los hombres. Debes
darle el conocimiento. —¿Crees que ellos usarían el conocimiento mejor que yo?
¿Crees que no harían lo mismo con sus hermanos? ¿Piensas que aquel de los
hombres que tenga el fuego no lo usará para abusar de sus semejantes? —Crees
que el hombre es un ser mezquino, pero algún día la Humanidad dominará los
Cielos. Puesto que Prometeo no convenció a su padre, acabó robándole el fuego y
entregándoselo a la humanidad, lo que desató la ira de Zeus al presentir que su
declive estaba cerca. No le faltaba razón. ¿Quién se acuerda hoy de él? ¿Qué
poder le queda?
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 179
Como en el cuento japonés que afirma que los dioses Ame
bajan de vez en cuando para contribuir al desarrollo de la Tierra, en Roma
fueron vistas astronaves y las llamaron clipeus ardiens.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 181
Plinio el Viejo. Debió de impactarle enormemente, pues en su
Historia antigua (libro II,capítulo 25) solo anotó los hechos más destacados de
su tiempo. El rigor de los detalles, así como la autoridad del prestigioso
historiador, suscriben la autenticidad de este suceso extraordinario: «Durante
el consulado de Lucio Valerio y Cayo Mario, un clipeus ardiens —un escudo de
fuego ardiente— atravesó el cielo de oeste a este lanzando centellas a la
puesta del sol». En los capítulos 31 y siguientes dice: «Han sido vistos varios
soles a la vez y también varias lunas. Frecuentemente en cuatro ocasiones
aparecieron en grupos de tres. Solo una vez aparecieron durante el día
permaneciendo en el cielo desde la mañana hasta el anochecer. Desde un punto
brillante en el firmamento se desprendió una estrella fugaz que fue creciendo
en tamaño al acercarse a la tierra hasta llegar a ser tan grande como una luna.
Entonces aparecía una luz como la de un día nublado, después ascendió de nuevo
al cielo convertida en una antorcha».
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 181
LOS MEXICAS
Y LA PIRÁMIDE DE FUEGO EN EL CIELO
Cuando solo resta la redonda cifra de ocho años para
terminar el siglo XV, el almirante Cristóbal Colón, al frente de tres
imponentes carabelas, arriba a un continente desconocido para Europa y Asia.
«¡Tierra a la vista!», gritó el sevillano Rodrigo de Triana creyendo que habían
divisado India. Pero los fenómenos inesperados comenzaron un poco antes. El Diario
de a bordo de Colón es un texto revelador. Lo conocemos por el compendio que
los reyes de Castilla, Isabel y Fernando, encargaron a fray Bartolomé de las
Casas titulado Los cuatro viajes del almirante y su testamento. A punto de
descubrir la existencia de una nueva tierra, Colón anotó en su cuaderno de
bitácora que un día antes de entrar en el mar de los Sargazos había observado
un extraño fuego en el cielo.
Sábado, 15 de septiembre de 1492
Navegó aquel día con su noche veintisiete leguas su
camino al Oueste y algunas más. Y en esta noche, al principio de ella, vieron
caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en la mar, lejos de ellos cuatro o
cinco leguas[107].
La tripulación llevaba un mes y medio navegando a
bordo de las tres legendarias carabelas que arribaron a las costas de
Mesoamérica, la Pinta, la Niña y la Santa María, cuando aparecieron aquellas
luces en el cielo. Después de innumerables turbulencias y discusiones, el
viernes 12 de octubre los intrépidos exploradores alcanzaron la isla de
Wanaham, que Colón renombraría como San Salvador. El domingo siguiente, al
amanecer, el almirante recorrió en barco el lado este de la isla siguiendo
rumbo nordeste. Allí encontraron dos o tres poblaciones y protagonizaron una
escena que los conmovió profundamente.
Domingo, 14 de octubre de 1492
La gente venían todos a la playa llamándonos y dando
gracias a Dios. Los unos nos traían agua; otros, otras cosas de comer; otros,
cuando veían que yo no curaba de ir a tierra, se echaban a la mar nadando y
venían, y entendíamos que nos preguntaban si éramos venidos del cielo. Y vino
uno viejo en el batel dentro, y otros a voces grandes llamaban todos, hombres y
mujeres: «Venid a ver los hombres que vinieron del cielo; traedles de comer y
de beber». Vinieron muchos y muchas mujeres, cada uno con algo, dando gracias a
Dios, echándose al suelo, y levantaban las manos al cielo, y después nos
llamaban que fuésemos a tierra. […] Y para ver todo esto me moví esta mañana,
porque supiese dar de todo relación a Vuestras Altezas.
La isla, a la que Colón describe como un paraíso de
arenas blancas, manantiales de agua y árboles frutales, estaba habitada por los
taíno o lucayos, cuyo idioma es de la familia de las lenguas arawak de
Sudamérica. Comparten algunas tradiciones y creencias de los pueblos mayas de
Guatemala y Yucatán.
Tras explorar Wanaham, Colón arribó a otra de las
islas cercanas, a la que llamó Santa María Concepción, y una semana después
anotó en su diario un suceso similar:
Lunes, 22 de octubre de 1492
Toda esta noche y hoy estuve aquí aguardando si el rey
de aquí u otras personas traerían oro u otra cosa de sustancia, y vinieron
muchos de esta gente, semejantes a los otros de las otras islas, así desnudos y
así pintados, de ellos de blanco, de ellos de colorado, de ellos de prieto y
así de muchas maneras. Traían azagayas y algunos ovillos de algodón a rescatar,
el cual trocaban aquí con algunos marineros por pedazos de vidrio, de tazas
quebradas y por pedazos de escudillas de barro. Algunos de ellos traían algunos
pedazos de oro colgados al nariz, el cual de buena gana daban por un cascabel
de esos de pie de gavilano y por cuentecillas de vidrio: mas es tan poco, que
no es nada que es verdad que cualquiera poca cosa que se les dé. Ellos también
tenían a gran maravilla nuestra venida, y creían que éramos venidos del cielo.
Tres semanas después, el martes 6 de noviembre, volvió
a suceder lo mismo cuando los hombres que el almirante había enviado tierra
adentro encontraron una población de cincuenta casas, habitada por mil vecinos
«porque viven muchos en casas como alfaneques grandísimos. Dijeron que los
habían recibido con gran solemnidad, según su costumbre, y todos los venían a
ver, les tocaban y les besaban las manos y los pies, maravillados porque creían
que venían del cielo».
Los habitantes condujeron a los hombres de Colón hasta
la casa principal del poblado y les ofrecieron dos sillas, donde tomaron
asiento. Los entusiastas anfitriones se sentaron entonces en el suelo alrededor
de ellos mientras les intentaban explicar cómo vivían. Después de este
encuentro les tocó el turno a las mujeres, de modo que salieron todos los
hombres y entraron ellas, quienes repitieron el mismo ritual rodeándolos en el
suelo y comenzaron a besarles las manos y los pies. Y lo más impactante: «Los
tocaban para ver si eran de carne y hueso como ellos». ¡Creían que eran dioses!
Y los palpaban para comprobar de qué material estaban hechos.
Más adelante cuenta Colón:
Visto como no tenían recaudo de ciudades, se
volvieron, y que si quisieran dar lugar a los que con ellos se querían venir,
que más de quinientos hombres y mujeres vinieran con ellos, porque pensaban que
volvían al cielo.
Este relato es fabuloso: ¡más de quinientas personas
deseaban irse con ellos porque pensaban que regresaban al cielo!
… porque yo vi e cognozco —dice el almirante— que esta
gente no tiene secta ninguna ni son idólatras, salvo muy mansos y sin saber qué
sea mal ni matar a otros ni prender, y sin armas y tan temerosos que a una
persona de los nuestros fuyen ciento de ellos, aunque burlen con ellos, y
crédulos y cognocedores que hay Dios en el cielo, e firmes que nosotros habemos
venido del cielo.
EL TEMOR DE DIOS
El lunes 3 de diciembre, Colón y algunos de sus
hombres navegaron el curso de un río para explorar otras zonas de la isla.
Llegados a un punto atracaron las barcas y ascendieron una montaña desde donde
divisaron un hermoso valle sembrado de calabazas alrededor de un poblado. Pero
cuando los habitantes descubrieron a los españoles, salieron huyendo. En su
diario, el almirante no cesa de mostrar su sorpresa y desconcierto al comprobar
cómo estos indios, de gran estatura y fortaleza física, se mostraban
extremadamente acobardados ante su presencia. Dice que temblaban de miedo y que
sus rostros se volvían amarillos.
Jueves, 13 de diciembre de 1492
El indio que llevaban los cristianos corrió tras ellos
dando voces, diciendo que no hobiesen miedo, que los cristianos no eran de
Cariba, mas antes eran del cielo. Vinieron junto de ellos más de dos mil, y
todos venían a los cristianos y les ponían las manos sobre la cabeza, que era
señal de gran reverencia y amistad.
En esta zona de la isla, Colón descubre que «ellos son
gente como los otros que he hallado y de la misma creencia. Creían que veníamos
del cielo». Tres días después salieron de aquel golfo y vieron a un rey en la
playa.
Domingo, 16 de diciembre de 1492
Todos le hacían acatamiento. Envióle un presente el
Almirante, el cual diz que recibió con mucho estado, y que sería mozo de hasta
veintiún años, y que tenía un ayo viejo y otros consejeros que le aconsejaban y
respondían y él hablaba muy pocas palabras. Uno de los indios que traía el
Almirante habló con él, le dijo que cómo venían los cristianos del cielo y que
andaba en busca de oro y quería ir a la isla de Baneque; y él respondió que
bien era, y que en la dicha isla había mucho oro. […] Después a la tarde vino
el rey a la nao. El Almirante le hizo la honra que debía y le hizo decir cómo
era de los Reyes de Castilla, los cuales eran los mayores príncipes del mundo.
Mas ni los indios que el Almirante traía, que eran los intérpretes, creían
nada, ni el rey tampoco,sino creían que venían del cielo y que los reinos de
los reyes de Castilla eran en el cielo y no en este mundo.
Y el rey decía a sus consejeros: «… que grandes
señores serían Vuestras Altezas, pues de tan lejos y del cielo me habían
enviado hasta aquí sin miedo».
Una de las preguntas más acuciantes es por qué algunos
tenían tanto miedo de aquellos a quienes consideraban dioses. ¿Tanto les habían
castigado en el pasado los seres celestes que tan mal recuerdo guardaban de
ellos? Poco a poco, los temerosos fueron ganando confianza.
Sábado 22 de diciembre de 1492
El Almirante mandó dar al señor algunas cosas, y quedó
él y toda su gente con gran contentamiento, creyendo verdaderamente que había
venido del cielo, y en ver los cristianos se tenían por bienaventurados.
Vinieron este día más de ciento y veinte canoas a los navíos, todas cargadas de
gente, y todos traen algo, especialmente de su pan y pescado y agua en
cantarillos de barro y simientes de muchas que son buenas especias: echaban un
grano en una escudilla de agua y bébenla, y decían los indios que consigo traía
el Almirante que era cosa sanísima.
Se lo daban todo porque no albergaban duda alguna
acerca de la procedencia celestial de Colón y sus marineros. ¿Qué pensarían de
ello los porqueros y los desventurados castellanos que acompañaban al
almirante? Aquellos que habían dejado su mundo casi con lo puesto se hallaron
convertidos en dioses de la noche a la mañana. Aquellos que crecieron oyendo
los sermones del cura de su pueblo, que nunca se cansó de advertirles que no
fueran malos porque irían al infierno, ahora eran dioses.
Este comportamiento de los indios llama la atención
porque es muy similar al de los sumerios. Les daban todo tipo de cosas al
almirante: comida y oro, como las ofrendas que encontramos en los grabados
mesopotámicos, como el vaso de Warsa de la antigua Uruk. La comida y las
riquezas que le entregaban a Colón eran las ofrendas a los dioses. Sin embargo,
el marino nunca llegó a comprender lo que sucedía en las mentes de los
indígenas y creía que lo hacían porque tenían buen corazón. Colón ignoraba el
profundo significado histórico de las palabras de los indios cuando les decían
que venían del cielo.
Cuando el rey dijo a Colón que se lo daría todo y que
le indicaría dónde estaba el oro, el almirante no podía imaginar lo que pasaba
por la mente de aquel monarca que creía tener frente a él a su dios supremo,
por el que estaba dispuesto a entregar no solo lo que tenía, sino la vida si se
la hubiera pedido. En este instante histórico se escenificaba el pasado. Si un
antropólogo lo hubiera presenciado, podría haber descrito con detalle cómo era
la relación entre un rey de Sumeria y su dios. Una escena que se sucedía de
forma paralela en dos instantes de tiempo. Dos escenas iguales en dos épocas distintas.
LA EDAD DEL COBRE
En aquellas islas del Caribe el tiempo se había
detenido en la Edad del Cobre. Dice Colón que allí solo había cobre y oro. Por
lo que desconocían el hierro. Era el año 1492. ¿Por qué esa civilización se
había quedado estancada? El dato es impresionante; la travesía de Colón fue en
realidad un viaje en el tiempo hasta la época en la que la Humanidad solo
trabajaba el barro y el cobre. No habían desarrollado la era de los metales,
quedándose en los prolegómenos. ¿Por qué Oriente Medio tuvo su edad de los
metales y no la hubo en el nuevo continente? ¿Cómo es posible que fueran
capaces de construir pirámides e incapaces de hacer espadas y barcos de gran
tamaño? Me pregunto cómo es posible que conocieran la geometría como para
construir pirámides megalíticas sobre las montañas y no supieran hacer una
simple espada ni una moharra de hierro para sus flechas de madera.
Cuenta Colón que lo que más les gustaba a los indios
eran los cascabeles de los españoles, que insistentemente se las cambiaban por
oro (chup chup, lo llamaban). ¿Acaso era el sonido de la música de los dioses?
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 182
A pesar de los kilómetros de distancia que los separaban,
una misma cosmogonía une a los indígenas de América. La historia de los dioses
del Cielo había pasado de generación en generación hasta que, finalmente, un
día inesperado la promesa se cumplió. Cristóbal Colón y los españoles fueron
confundidos con los dioses, error que les abrió la puerta de una civilización
tan maravillosa como la de Las mil y una noches. Y al otro extremo del mundo
encontramos la misma historia, el mismo anhelo de quienes aún siguen esperando
a su mesías… Pero ¿quiénes eran esos dioses que juraron volver y llevarlos con
ellos al Cielo?
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 189
Los dibujos de las estrellas «humeantes» del Códice
Tellerianus han sido interpretados como un eclipse, un cometa o las Perseidas,
pero, según mis deducciones científicas, estas pinturas hablan de un fenómeno
celeste bien distinto. En realidad, mediantes sus símbolos culturales,
presagian la catástrofe que se avecinaba y que acabaría con el Imperio azteca.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 191
Bernal Díaz del Castillo. Este último, militar, conquistador
y cronista de guerra (Medina del Campo, 1492-Guatemala, 1584), cuenta en su
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España un suceso revelador que
titula «De las señales y planetas que hubo en el cielo en la Nueva España antes
que en ella entrásemos, y pronósticos y declaración que los indios mexicanos
hicieron, diciendo sobre ello: y de una señal que hubo en el Cielo, y otras
cosas que son de traer a la memoria»]. Dijeron los indios mexicanos, que poco
tiempo había antes de que viniésemos a la Nueva-España, que vieron una señal en
el cielo que era como entre verde y colorado y redonda como rueda de carreta y
que junto a la señal venía otra raya y camino de hacia donde sale el sol y se venía
a juntar con la raya colorada: y Montezuma, gran cacique de México, mandó
llamar a sus papas y adivinos para que mirasen aquella cosa y señal, nunca
entre ellos vista ni oída, que tal hubiese, y según pareció, los papas lo
comunicaron con el ídolo Huichilobos, y la respuesta que dio fue que tendrían
muchas guerras y pestilencias, y que habría sacrificación de sangre humana.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 192
El misionero franciscano fray Bernardino de Sahagún
(1499-1590) llegó a América en 1529 desde Salamanca, ocho años después de que Hernán
Cortés finalizara la conquista de México. El fraile rechazó y criticó numerosas
costumbres idolátricas de Mesoamérica, aunque admiró y alabó otras muchas
cualidades de su cultura. Su superior le encargó que estudiara y plasmara por
escrito todo lo relativo a esas extrañas gentes que habían descubierto al otro
lado del mundo. Aquel encuentro propició una auténtica revolución que cambió la
perspectiva de los europeos, los chinos y los americanos para siempre. La
Grecia clásica había transmitido a la escolástica medieval la creencia de que
la Tierra era plana y que estaba rodeada de una infinita inmensidad de agua que
envolvía y daba forma al Universo (concepción que provenía de la diosa sumeria
Ea, el posterior Neptuno griego). Aunque algunos griegos, como Seleuco (c. 190
a. C.), afirmaron que la Tierra era una esfera, esta idea no fructificó hasta
que, en 1522, el proyecto de Fernando de Magallanes —culminado por Juan
Sebastián Elcano— de dar la vuelta al mundo en barco, confirmó la redondez que
había defendido Cristóbal Colón. Era la época de Copérnico y de Galileo, cuyos
descubrimientos abrían nuevos caminos a la explicación de las claves del
Universo. En la década de 1540, Sahagún comenzó investigar aplicando una
metodología precursora de la antropología moderna: usó como fuentes principales
a los propios indígenas (principalmente, recopiló los datos de los ancianos de
varias ciudades de México central, memoria viva del imperio azteca). Sus
colaboradores en esta labor fueron los estudiantes nahuas, antiguos alumnos del
Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, donde Sahagún trabajó. El Códice
Florentino está organizado en dos columnas: a la derecha se halla el texto
original en náhuatl y a la izquierda, la traducción del fraile en español. La
obra contiene, además, 2.468 ilustraciones realizadas por los alumnos, donde se
combinan las características sintácticas y simbólicas de la tradición náhuatl
de pintura-escritura con las del estilo renacentista europeo. En el prólogo del
libro I de este tesoro literario y antropológico, Sahagún asegura que, a pesar
de que los mexicanos eran considerados bárbaros e ignorantes, él mismo comprobó
que en muchos aspectos «eran más avanzados que otras naciones
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 194
Gracias a la rigurosidad de Sahagún y al valor de fray
Rodrigo de Sequera se conservan descritos los extraños sucesos que ocurrieron
en México poco antes de la conquista de los españoles. Pero, entonces, ni los
mexicas ni los hispanos podían entender el alcance y el significado de los
asombrosos fenómenos que se estaban manifestando en los cielos de México.
Únicamente en el contexto contemporáneo de la conquista espacial y sus avances
técnicos podemos descifrar lo que sucedió hace más de quinientos años. Sahagún
incluyó estos extraños relatos, tal vez con la esperanza de que fueran
comprendidos plenamente en el futuro. Y, en efecto, ese futuro al fin se ha
hecho presente. Los prodigios que observaron los sacerdotes y adivinos mexicas,
así como el mismísimo rey Moctezuma, les llevaron a interpretar y anunciar presagios
funestos. Para ellos había llegado la hora del cumplimiento de una antigua
profecía: la del regreso de su dios Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada.
LIBRO XII, CAPÍTULO 1
De las señales y pronósticos que aparecieron antes que los
españoles viniesen a estas tierras ni hubiese noticia de ellos.
Primer presagio
funesto: diez años antes de que viniesen los españoles a esta tierra,
apareció en el cielo una cosa maravillosa y espantosa. Apareció una llama de
fuego muy grande y muy resplandeciente. Parecía que estaba tendida en el mismo
cielo. Era ancha de la parte de abajo y de la parte de arriba aguda. Como
cuando el fuego arde, parecía que la punta de ella llegaba hasta el medio del
cielo.
Aquel fenómeno de forma triangular o piramidal, es decir,
como algunas astronaves que se han visto en nuestra época, aparecía por el Oriente
después de la medianoche, causando un resplandor tan intenso que parecía
hacerse de día. Al llegar la mañana desaparecía de la vista, pero al ponerse el
Sol volvía a verse en el lugar que el astro rey ocupa al mediodía. Es decir,
estaba noche y día, aunque, por el brillo del Sol, no podían verse las luces
que, sin embargo, sí eran visibles por la noche. Así ocurrió todos los días
durante un año. Cuando aparecían cada noche, las gentes gritaban aterradas
creyendo ver una señal inequívoca de algún mal que iba a ceñirse sobre ellos de
forma inminente. Y hay un detalle más en la columna de texto en náhuatl: se
mostraba «como si estuviera goteando, como si estuviera punzando en el cielo».
Esta frase ni siquiera se tradujo al castellano, probablemente porque el autor
no comprendía su significado. Lo que describe, para mí, es la visión de toda
una flotilla de astronaves. Y «cuando se mostraba había alboroto general: se
daban palmadas en los labios las gentes; había un gran azoro; hacían
interminables comentarios».
Segundo presagio
funesto: por su propia cuenta se abrasó en llamas, se prendió en fuego:
nadie tal vez le puso fuego, sino por su espontánea acción ardió la casa de
Huitzilopochtli. Se llamaba su sitio divino, el sitio denominado Tlacateccan
(Casa de mando).
Tercer presagio
funesto: fue herido por un rayo un templo. Solo de paja era: en donde se
llama Tzummulco. El templo de Xiuhtecuhtli. No llovía recio, solo lloviznaba
levemente. Así, se tuvo por presagio; decían de este modo: «No más fue golpe de
Sol». Tampoco se oyó el trueno. Son señales y misterios luminosos: una llama de
fuego en el cielo, un templo que se incendia, un rayo de sol lanzado por un
dios sin mediar tormenta ni truenos…
Cuarto presagio
funesto: cuando había aún sol, cayó un fuego. En tres partes dividido:
salió de donde el Sol se mete: iba derecho viendo a donde sale el Sol: como si
fuera brasa, iba cayendo en lluvia de chispas. Larga se tendió su cauda; lejos
llegó su cola. Y cuando visto fue, hubo gran alboroto: como si estuvieran
tocando cascabeles. La narración de Diego Muñoz dice: «Siendo de día y habiendo
sol, salieron cometas del cielo por el aire y de tres en tres que corrían hasta
Oriente, con toda fuerza y violencia, que iban desechando y desapareciendo de
sí brasas de fuego o centellas». Es decir, estamos ante una flotilla de
astronaves que habían salido de una nave nodriza.
Quinto presagio
funesto: hirvió el agua: el viento la hizo alborotarse hirviendo. Como si
hirviera en furia, como si en pedazos se rompiera al revolverse. Fue su impulso
muy lejos, se levantó muy alto. Llegó a los fundamentos de las casas: y
derruidas las casas, se anegaron en agua. Eso fue en la laguna que está junto a
nosotros. Un suceso similar ocurrió en el lago Titicaca, donde sus relatos narran
que los dioses hacían hervir y cambiar la temperatura del agua. Esto, para mí,
está asociado a las astronaves que numerosos testigos aseguran haber visto
sumergirse y salir de lagos y del mar.
En el séptimo
presagio funesto se describe un fenómeno singular: Los laguneros de la
laguna mexicana, nautas y piratas o canoístas cazadores, cazaron una ave parda
a manera de grulla, la cual incontinente la llevaron a Motecuhzoma para que la
viese, el cual estaba en los Palacios de la sala negra habiendo ya declinado el
sol hacia el Poniente, que era de día claro, la cual ave era tan extraña y de
tan gran admiración, que no se puede imaginar ni encarecer su gran extrañeza,
la cual tenía en la cabeza una diadema redonda de la forma de un espejo redondo
muy diáfano, claro y transparente, por la que se veía el cielo y los mastelejos
«y estrellas» que los astrólogos llaman el signo de Géminis; y cuando esto vio
Motecuhzoma le tuvo gran extrañeza y maravilla por gran agüero, prodigio,
abusión y mala señal en ver por aquella diadema de aquel pájaro estrellas del
cielo. Y tornando segunda vez Motecuhzoma a ver y admirar por la diadema y
cabeza del pájaro vio grande número de gentes, que venían marchando desparcidas
y en escuadrones de mucha ordenanza, muy aderezados y a guisa de guerra, y
batallando unos contra otros escaramuceando en figura de venados y otros
animales, y entonces, como viese tantas visiones y tan disformes, mandó llamar
a sus agoreros y adivinos que eran tenidos por sabios. Habiendo venido a su
presencia, les dijo la causa de su admiración. Habéis de saber mis queridos
sabios amigos, cómo yo he visto grandes y extrañas cosas por una diadema de un
pájaro que me han traído por cosa nueva y extraña que jamás otra como ella se
ha visto ni cazado, y por la misma diadema que es transparente como un espejo,
he visto una manera de unas gentes que vienen en ordenanza, y porque los veáis,
vedle vosotros y veréis lo propio que yo he visto. Y queriendo responder a su
señor de lo que les había parecido cosa tan inaudita, para idear sus juicios,
adivinanzas y conjeturas o pronósticos, luego de improviso se desapareció el
pájaro, y así no pudieron dar ningún juicio ni pronóstico cierto y verdadero.
Este presagio es interesantísimo. Pareciera que los hombres de las estrellas
quisieron avisarles de lo que se les venía encima enviándoles imágenes de
guerras mediante una especie de dron contemporáneo, un robot con una pantalla
que ellos describen como un pájaro porque vuela. Los celestiales, preocupados
por lo que se avecinaba, creyeron que de este modo podrían advertir a los
aztecas. A ello se suma que incendiaran el templo del demonio para decirles que
no hicieran más sacrificios humanos, pues cuantos más presagios advertían en
los Cielos más muertes decretaba Moctezuma para calmar a sus dioses.
Octavo presagio
funesto: muchas veces se mostraban a la gente hombres deformes, personas
monstruosas. De dos cabezas, pero un solo cuerpo. Las llevaban a la Casa de lo
Negro; se las mostraban a Motecuhzoma. Cuando las había visto luego desaparecían.
Diego Muñoz Camargo dice que le contaron que estos seres fueron vistos en
muchas ocasiones y que se trataba de dos hombres unidos en un solo cuerpo, o de
dos cabezas procedentes de un solo cuerpo, y que los mexicas los llamaron
Tlacantzolli. Un astronauta en su traje espacial puede ser algo muy parecido a
lo que vieron aquellos días: un hombre con dos cuerpos y dos cabezas. Muñoz
Camargo, en su Historia de Tlaxcala, abunda en datos y detalles, dejando clara
la forma piramidal del objeto que apareció en el cielo y describiendo una gran
cantidad de luces como las que se ven en la actualidad cuando aparece una
flotilla. Diez años antes que los españoles viniesen a esta tierra, hubo una
señal que se tuvo por mala abusión, agüero y extraño prodigio, y fue que
apareció una columna de fuego muy flamígera, muy encendida, de mucha claridad y
resplandor, con unas centellas que centellaba en tanta espesura que parecía
polvoreaba centellas, de tal manera, que la claridad que de ellas salía, hacia
tan gran resplandor, que parecía la aurora de la mañana. La cual columna
parecía estar clavada en el cielo, teniendo su principio desde el suelo de la
tierra de do comenzaba de gran anchor, de suerte que desde el pie iba
adelgazando, haciendo punta que llegaba a tocar el cielo en figura piramidal.
La cual aparecía a la parte del medio día y de media noche para abajo hasta que
amanecía, y era de día claro que con la fuerza del sol y su resplandor y rayos
era vencida. La cual señal duró un año, comenzando desde el principio del año
que cuentan los naturales de doce casas, que verificada en nuestra cuenta castellana,
acaeció el año de 1517. Todas estas señales iban minando poco a poco la moral
de los mexicas, que «andaban tan tristes y despavoridos que no sabían que
juicio sobre esto habían de hacer sobre cosas tan raras, peregrinas, tan nuevas
y nunca vistas y oídas». El temor que se apoderó del Imperio de Moctezuma
desembocó en un incremento de sacrificios humanos con la intención de calmar a
los dioses, quienes, según los sacerdotes mexicas, reclamaban sangre. Y cuando
esta abusión y prodigio se veía, hacían los naturales grandes extremos de
dolor, dando grandes gritos, voces y alaridos en señal de gran espanto y
dándose palmadas en las bocas, como lo suelen hacer. Todos estos llantos y
tristeza iban acompañados de sacrificios de sangre y de cuerpos humanos como
solían hacer en viéndose en alguna calamidad y tribulación, así como era el
tiempo y la ocasión que se les ofrecía, así crecían los géneros de sacrificios
y supersticiones. Con esta tan grande alteración y sobresalto, acuitados de tan
gran temor y espanto, tenían un continuo cuidado e imaginación de lo que podría
significar tan extraña novedad, procuraban saber por adivinos y encantadores
qué podrá significar una señal tan extraña en el mundo jamás vista ni oída.
Hase de considerar que diez años antes de la venida de los españoles,
comenzaron a verse estas señales, más la cuenta que dicen de doce casas fue el
año de 1517, dos años antes que los españoles llegasen a esta tierra. Pero,
según recogió Muñoz Camargo, durante poco más de un año, y antes que, en la
capital, se vieron unas señales en el cielo en la provincia de Tlaxcala, así
como un extraño remolino de polvo que se levantó sobre la sierra homónima. A pesar
de que era un pueblo valiente y guerrero, estas señales hicieron temblar a los
que allí vivían. «No pensaron ni entendieron, sino que eran los dioses que
habían bajado del cielo, y así con tan extraña novedad, voló la nueva por toda
la tierra en poca o en mucha población». Esto explica que recibieran a Colón
como a un dios. Habían visto los fenómenos del cielo e identificaron las
astronaves con los españoles, y a estos, con sus antiguos dioses. Todas las
fuentes coinciden en señalar que, en México, antes y durante la llegada y en el
enfrentamiento con los españoles, se observaron en el cielo unos fenómenos que
los hombres de esa época aseguraban que jamás se habían visto. Una luz extraña
aparecía por el Oriente y brillaba con un blanco resplandor que se agrandaba en
el transcurso de la noche. Moctezuma estaba tan perturbado que llamó a sus
sabios y hechiceros para preguntarles por el significado de estas señales
celestiales. Después, con el fin de calmar su inquietud, envió a sus mensajeros
al encuentro de quienes creyó Quetzalcóatl y otros dioses que volvían, según lo
anunciado en sus códices y tradiciones. UNA BANDERA DE NUBES Estas crónicas de
1509 y 1510 cuentan la visión de una mixpamitl, o «bandera de nubes», una llama
grande y resplandeciente, como cuando el fuego arde, siempre tendida en el
mismo cielo. Tenía la forma de una gran pirámide de fuego. La crónica de
Tezozómoc habla de «un humo que se espesaba y estaba tan blanco que relumbraba
[…], que parecía que venía andando como un gran gigante blanco». También lo
describe como una «nube blanca que echaba humo hasta casi el día claro». Durán
relata la llegada de un «cometa poderoso», Sahagún habla de un «gran cometa» y
una «llama de fuego», y el noble Alvarado Tezozómoc de un «humo espeso y
blanco» y una «nube blanca del cielo». En el Codex Tellerianus-Remensis se usa
la expresión «estandarte de nubes» y una «claridad de noche». Los términos
náhuatl son citlalin popoca y xihuitl, que no significan «cometa».
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 196-200
En los Anales de Cuauhtitlán leemos el término mixpamitl,
mientras que en el Tellerianus aparece mexpanitli, que significa «bandera de
nubes». No pueden ser cometas porque los dibujos no son como los que aparecen
en la sección dedicada a los astros del Códice Florentino ni del Tellerianus.
Tampoco son como los de los primeros Memoriales de Sahagún, donde las estrellas
se representan con la tradicional iconografía indígena compuesta de círculos.
Por ello, pese a la insistencia académica en considerar que se trata de
cometas, estas expresiones nos están diciendo que no lo son. En mi opinión, es
evidente que las expresiones no hablan ni de cometas ni de meteoritos, no solo
por el tipo de dibujo, sino por su significado. Literalmente, citlalin popoca
es «estrella que humea» y citlalin tlamina, «estrella que tira flechas».
Xihuitl ha sido traducido como «gran cometa que parece una esfera» o «gran
llama con una aureola circular». Otro término usado es xihuitl huetzi,
traducido como «caer un cometa». A numerosos académicos les ha resultado obvio
que la iconografía náhuatl solamente puede referirse a los meteoritos, pero me
parece que mi interpretación es científicamente más lógica, porque está en
conexión con los significados y las expresiones náhuatl y con los fenómenos
observados en los cielos. El náhuatl citlalin popoca se corresponde con el maya
yucateco budz ek, y en otomí, o ñañhum es Ifuo ngantzo. Todos estos términos
nos indican que nos hallamos ante culturas que habían observado extraños
objetos en el cielo, algunos con forma piramidal y esférica, lo que anula la
posibilidad de que fueran cometas. La «estrella tira saetas» también nos hace
preguntarnos: ¿en qué mundo las estrellas tiran flechas? Y decían que siempre
que aquella saeta caía sobre una cosa viva, liebre o conejo o cualquier otro
animal, y donde hería luego se criaba un gusano, con lo cual aquel animal no
era de comer. Por esta causa procuraba esta gente de abrigarse de noche porque
la inflamación de la cometa no cayese sobre ellos. Dos fenómenos celestes, el
de 1489 y el de 1528, también fueron observados en China y están representados
por figuras con forma de serpiente. Estos animales, como las águilas y los
dragones, se asocian a los fenómenos celestes en la época antigua. En Europa
también se vieron objetos en los cielos en aquellos años: el astrónomo francés
M. Pingué anotó que en el año 1516 se observó un cometa que brilló durante
muchos días.
ÁGUILAS CELESTES
Fueron muchos los presagios extraordinarios que acompañaron
el desembarco de los castellanos en México, causando un gran temor en el
emperador azteca Moctezuma. Estas señales lo debilitaron y, como consecuencia,
facilitaron la conquista. Las crónicas hablan de la aparición de una mixpamitl
o «bandera de nubes» y el primero que lo vio fue el sacerdote que representaba
la personificación al dios Tezcatlipoca, que vivía en su templo. En mitad de la
noche salió a hacer sus necesidades y quedó aterrado ante la visión del cielo
en llamas. Al día siguiente se lo contó a Moctezuma, que pasó la noche en la
azotea del templo y también lo vio. El fuego celeste se observó durante todo un
año y fueron muchos los testigos que pudieron verlo. ¿Qué tipo de cometa o de
fenómeno atmosférico se comporta de este modo? ¿Qué aurora boreal aparece cada
noche por Oriente? ¿Qué cometa tiene forma de triángulo o de tubo? El
resplandor celeste impactó sobremanera a los indígenas y fue tan determinante
para ellos y para su derrota que hablaron de él con insistencia a los cronistas
españoles. Estos supieron reconocer la gran importancia que había tenido para
los náhuatles en la conquista de México. De no ser así, no lo habrían incluido
en sus libros. Desesperado ante los presagios de los ancianos, los magos y los
adivinos, Moctezuma ordenó que dibujaran y analizaran sin tregua las señales.
Los escribas investigaron entonces si en sus antiguos códices había alguna
profecía al respecto y los sabios de Malinalco hallaron los dibujos de un viejo
códice donde los antepasados habían representado con un único ojo en la frente
a quienes iban a venir a conquistar sus tierras. Los del Marquesado le
mostraron unos dibujos de hombres con cuerpos de pez desde la cintura hacia
abajo. Para los de Cuitláhuac y Mízquic, los extranjeros eran «los hijos de
Quetzalcóatl», que regresaban a por lo suyo. Y entonces, un anciano llamado
Quilaztli, procedente de Xochimilco, llegó a la corte confirmando las aciagas
profecías de los augures y hechiceros. Traía consigo una ilustración muy
antigua en la que él mismo había dibujado «el navío y los hombres vestidos a la
manera que él los tenía pintados». Pero lo más inquietante es que no solo
aparecían barcos y caballeros a caballo, sino otros guerreros «en águilas
volando». El anciano, dotado de capacidades extrasensoriales de precognición,
había visto tanto las carabelas como las astronaves de los cielos. Su pintura
revela una vez más que en la Antigüedad representaban a las astronaves como
águilas. Ya lo hacían así en Mesopotamia, años después de que los dioses se
marcharan, como leímos en el relato del rey Etana. Entonces, una vez que el
brujo le confirmó que las naves interestelares ya habían estado merodeando por
la zona y que se habían ido, Moctezuma le preguntó al anciano si volverían y
este le respondió que lo harían dentro de tres años. Una vez que supo esto, el
rey perdió el miedo, se relajó y volvió a las andadas retomando «el brío
endemoniado que solía tener y a ensoberbecerse de tal manera que ya a los
mismos dioses no temía. Ya así empezó a tiranizar los señoríos de los pueblos y
ciudades y a darles señoríos a sus parientes y quitarlos a los que de derecho
les venían». Las crónicas narran que en varias ocasiones los magos le
advirtieron que estaba enojando al «Señor de lo Creado» y que ese
comportamiento acarrearía su fin inminente por alterar el orden cósmico divino
y el sagrado panteón náhuatl. Fue por su actitud por lo que muchos de sus
pueblos tiranizados se convirtieron en aliados de Cortés y lo ayudaron a
derrotar al corrompido Moctezuma.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 203
A pesar de la enorme distancia que las separa, la literatura
náhuatl es estructuralmente similar a la mesopotámica y a la egipcia en lo que
a sus dioses fundadores se refiere. Los relatos sobre la creación del cosmos y
de la humanidad, así como de las fuerzas naturales divinizadas, responden a un
esquema de ocultación de una verdad bajo varios niveles metafóricos. La
imaginación humana es incapaz de crear un mundo de dioses celestes partiendo de
la más absoluta nada, pero sí puede recurrir a la potencialidad poética de la
metáfora para esconder el conocimiento de ese mundo a los no iniciados. En
todas las civilizaciones de la Humanidad, la sabiduría no se comparte, sino que
está reservada a los elegidos. Por ello, quienes no comprenden su mecanismo
profundo, cuando se encuentran ante los escritos más antiguos, piensan
erróneamente que están ante un montón de invenciones o de construcciones
ficticias.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 210
A principios del siglo XVI, en el
poblado indígena de Quauhcapolca («lugar de las grandes arboledas»), los
primeros conquistadores conversaron con los indígenas náhuatl del istmo de
Rivas. A un día de camino de allí, el capitán Gil González de Ávila se encontró
con el cacique Nicarao. Durante dos o tres días ambos sostuvieron una
conversación sobre lo divino y lo humano. Según Mártir de Anglería, el primero
le hizo al segundo once preguntas (López de Gómara incluye quince en su
crónica), y el cacique,
… que era agudo y sabio en sus ritos y antigüedades,
preguntó si tenían noticia los cristianos del gran diluvio que anegó la tierra,
hombres y animales, y si había de haber otro; si la tierra se había de
trastornar o caer el cielo; cuándo o cómo perderían su claridad y curso el Sol,
la Luna y estrellas; qué tan grandes eran; quién las movía y tenía; qué honra y
gracias se debían al Dios trino de cristianos, que hizo los cielos y Sol, a
quien adoraban por dios en aquellas tierras, la mar, la tierra, el hombre, que
señorea las aves que vuelan y peces que nadan, y todo lo del mundo. Dónde
tenían de estar las almas; y qué habían de hacer salidas del cuerpo, pues
vivían tan poco siendo inmortales. Preguntó asimismo si moría el Santo Padre de
Roma, vicario de Cristo, Dios de cristianos; y cómo Jesús siendo Dios, es
hombre, y su madre, virgen pariendo; y si el emperador y rey de Castilla, de
quien tantas proezas, virtudes y poderío contaban, era mortal; y para qué tan
pocos hombres querían tanto oro como buscaban. Gil González y todos los suyos
estuvieron atentos y maravillados oyendo tales preguntas y palabras a un hombre
medio desnudo, bárbaro y sin letras.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 226
Otro dato llamativo es que para los incas la vida después de
la muerte no era espiritual, sino corporal. De modo que el rey Manco Pacac no
murió físicamente, sino que se «marchó al Cielo», como dijo ante su corte. Así
que estamos ante un inmortal. No sabemos qué transmitió en secreto a sus hijos,
aunque podemos concluirlo por lo que ocurrió en la zona de México.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 227
Garcilaso destaca que los incas carecían del pilar básico de un
pueblo que se considere civilizado: una comunicación sistematizada en un código
o una lengua. O sea, no sabían nombrar entes de que los Hijos del Sol les
enseñaran:
Apenas tienen lengua para entenderse unos con otros dentro en
su misma nación, y así viven como animales de diferentes especies, sin juntarse
ni comunicarse ni tratarse.
Esto es una prueba más —y bastante reveladora— en contra de la
hipótesis de Chomsky, que confirma, según mis conclusiones, que la lengua se
crea y se desarrolla para la comunicación con los otros y no para dar forma al
pensamiento interior. Si la comunicación realmente se hubiera desarrollado para
el pensamiento, como asegura el lingüista, ¿por qué las tribus vírgenes del
Amazonas no han creado un lenguaje complejo como sí lo han hecho otras
civilizaciones? Porque no han tenido la necesidad de comunicarse con extraños y
les basta con un reducido número de signos para entenderse entre sí. El
desarrollo y la creación de nuevas formas de comunicación (la lengua) surgen
del encuentro entre distintas tribus y culturas, que amplían y sintetizan las
suyas propias para engrandecerlas. Y esta es precisamente la clave de este
libro: mostrar cómo se desarrollan unos pueblos en determinados momentos con la
ayuda de personajes concretos que quedan registrados en sus tradiciones y en
sus libros sagrados. Los pueblos que no se cruzan con estos no avanzan. Y hay
unos episodios de la Historia humana en los que, según todas las crónicas de la
Antigüedad, la sabiduría provino del Cielo.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 227
Los antiquísimos símbolos cósmicos de las Madres y Señoras
del Cielo aparecen en todas las culturas de la Tierra. Ellas han sido y son la
cueva, la roca, las puertas a dimensiones veladas, el árbol sagrado, el arco,
la columna, el pilar, el águila (la lechuza, la paloma), la montaña, el dragón,
la serpiente, así como la Reina Celestial soberana del Cielo que elige a un
pastor terrestre o aparece para dar un mensaje en épocas de grandes tensiones.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 229
… la paloma que hoy representa al Espíritu Santo, rodeada de
un círculo de brillantes en su corona, hunde sus raíces en el símbolo que
aparece en toda Mesopotamia coronando a sus dioses, representado en diferentes
versiones, y que en la Persia de Zoroastro fue llamado faravahar o farohar.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 231
Uno de los himnos entonados en la época del dios-rey Marduk
(hacia el III milenio a. C.) a la diosa madre Ṣarpānītu, patrona de Babilonia,
bien podría cantarse a las Madres del Cielo de las culturas contemporáneas.
Ella es poderosa, es divina, es exaltada entre las diosas;
Zarpanit, la más brillante de las estrellas, que mora en
E-ud-ul;
El […] de las diosas vestidas de luz,
quien pasa por los cielos, amontona la tierra.
Entre las diosas no hay nadie como ella.
Ella acusa e intercede,
ella humilla a los ricos y reivindica la causa de los
humildes,
ella derroca al enemigo, el que no venera su divinidad,
ella libera al cautivo y toma la mano de los caídos.
Bendice al siervo que honra tu nombre,
asegura el destino del rey que te teme,
dales vida a los hijos de Babel, tus sirvientes.
Aboga por ellos delante de Marduk, el rey de los dioses,
permíteles glorificarte, que exalten tu reino;
que hablen de tus proezas, glorifiquen tu nombre.
Ten piedad del siervo que te santifica,
coge su mano en la necesidad y el sufrimiento.
En la enfermedad y en la angustia, dale vida,
que disfrute siempre de alegría y gozo,
que cuente tu proeza a todos los pueblos del mundo
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 231
La señal de la tilma (de Guadalupe) es un mensaje para toda
la Humanidad, pues contiene símbolos que están presentes en todas las
civilizaciones de la Tierra: el Cielo, la Madre, el amor, la luz, la unión, la
oración o la comunicación con lo Alto. Y la ciencia de la cosmología. La
Guadalupana pertenece a toda la Humanidad. Su aparición en el Tepeyac en el
instante en el que dos mundos se reencuentran es en sí mismo otro mensaje. A pesar
de las aparentes diferencias, la cultura europea y la azteca tenían algo en
común que no debería dividirlos, sino unirlos: una Madre Celestial.
(…)
Ya han pasado cinco siglos y aquí, en la Tierra, no hemos
sido capaces de desvelar la incógnita de ese «alguien» que, con una tecnología
muy superior a la nuestra, nos envió un mensaje cuya complejidad no hemos
podido desvelar. La señal de la tilma es un mensaje para toda la Humanidad,
pues contiene símbolos que están presentes en todas las civilizaciones de la Tierra:
el Cielo, la Madre, el amor, la luz, la unión, la oración o la comunicación con
lo Alto. Y la ciencia de la cosmología. La Guadalupana pertenece a toda la
Humanidad. Su aparición en el Tepeyac en el instante en el que dos mundos se
reencuentran es en sí mismo otro mensaje. A pesar de las aparentes diferencias,
la cultura europea y la azteca tenían algo en común que no debería dividirlos,
sino unirlos: una Madre Celestial. Las dos civilizaciones comprenderían el
mandato que les enviaba el Cielo. Y para que no quedara lugar a dudas, otros
elementos de la historia lo suscriben.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 239
… el Cielo no ha dejado de enviar su Luz a través de ángeles
y mensajeros cósmicos. Y de la mujer. El arte, como lenguaje y comunicación, lo
ha reflejado desde siempre, como cuando Akenatón recibió el Mandato del Cielo y
cambió toda la organización teológica y sacerdotal de su tiempo. Esto no
significa que siempre sean los mismos seres los que visitan la Tierra. No lo
sabemos. Los textos antiguos hablan de siete, nueve o trece Cielos, dependiendo
de la región y de la época. Los astrónomos actuales hablan de la posible
existencia de miles de millones de galaxias habitadas, por lo que la diversidad
de seres celestes es apabullante. Un dato sorprendente es que la revolución de
Akenatón también afectó al arte en el sentido de que la familia real pasó a ser
representada con cráneos estirados, una tendencia que desapareció con ellos.
¿Quizá era esa la forma de la cabeza de los visitantes celestes que lo
instruyeron para cambiar el rumbo del imperio líder de esa época? Sorprende la
coincidencia con las caravelas de cristal encontradas en Perú y con la extraña
costumbre de la realeza mexica de alargar artificialmente el cráneo de sus
bebés para distinguir su clan gobernante del resto. ¿Quizá de ese modo se
identificaban con los dioses que un día bajaron del Cielo?
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 248
«Sé exactamente dónde empezar a buscar civilizaciones extraterrestres», afirmaba el cosmólogo en la serie documental «Los lugares favoritos de Stephen Hawking». Se refería al exoplaneta Gliese 832c, ubicado a 16 años luz de la Tierra, donde creía muy posible la vida inteligente. Precisamente, el planeta Ummo, del que don Enrique era experto, está situado a 14,6 años luz de la Tierra, según informó la expedición que aterrizó en la Tierra. La coincidencia no es una casualidad.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 261
Josef Allen Hynek acabó desencantado con «Libro Azul» y
criticó duramente al director del proyecto, el comandante de las Fuerzas Aéreas
Héctor Quintanilla: «La bandera de las tonterías y el sinsentido ondulaba en el
punto más alto de su mástil». En sus numerosas declaraciones a la prensa, el
astrofísico agregó que el sargento David Moody, subordinado de Quintanilla, era
«el maestro del posible: el posible globo, el posible avión, los posibles
pájaros… Por eso he discutido violentamente con él en repetidas ocasiones».
Subrayó que Moody «aplicó el método de la convicción antes que la prueba.
Cualquier cosa que no entendiera o no le gustara, la ponía inmediatamente en la
categoría de sucesos psicológicos. Era un sabelotodo». Poco a poco, los
científicos rebeldes que hablaban con la prensa, como Hynek, fueron apartados
de la investigación y las Fuerzas Armadas blindaron a la opinión pública del
fenómeno, construyendo un búnker de información que no compartían con la
sociedad. Se convirtieron en sacerdotes corruptos. Entonces Hynek, padre de la
Ufología científica, fundó el Center for UFO Studies (CUFOS), integrado por
científicos, académicos e investigadores internacionales. De este modo, la
versión oficial fue que el programa «Libro Azul» se clausuró en 1969 porque «ya
no se justificaba por motivos de seguridad nacional ni por interés científico»,
afirmó el entonces secretario de la Fuerza Aérea, Robert C. Seamans Jr. Sin
embargo, mintió. El proyecto sigue activo actualmente. Pero lo más importante
de la iniciativa es que por primera vez se estableció una metodología
científica para el análisis de las astronaves, para lo que Hynek estableció
seis categorías distintas: color, número, duración de la observación,
resplandor, forma y velocidad. El 69 por ciento de los casos fueron explicables
o identificables, y el 9 por ciento carecía de información suficiente. Pero el
22 por ciento se consideraron inexplicables, una cifra muy significativa, lo
suficiente para seguir estudiando el fenómeno. Es decir, antes del supuesto
cierre, el proyecto «Libro Azul» dio a conocer que la mayoría de los
avistamientos eran causados por estrellas, nubes, aeronaves convencionales o
aviones espía. Pero la elevada cifra de 701 episodios quedó sin explicación.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 267
Estamos explorando el Universo. Y nos estamos planteando
grandes preguntas. ¿Estamos solos o hay alguien más ahí fuera? Los estamos
buscando. Las mentes más brillantes de este planeta no han dudado nunca de su
existencia, por lo que las dos grandes incógnitas que hay que descubrir son:
¿cómo es esa forma de vida y dónde está? Pero lo más fascinante es que las
claves para responder a estas preguntas no se hallan únicamente fuera de
nuestras fronteras, sino en el interior de la misma Tierra. Son los libros
sagrados y las tablillas que durante siglos estuvieron en manos de la élite
antigua, de reyes, sacerdotes y escribas. Somos una generación privilegiada por
tenerlos en nuestras manos y poder leer lo que muy pocos sabían. Son documentos
desclasificados por el tiempo. En este libro me he dedicado a conectar datos,
cruzar informaciones, deducir, buscar y reflexionar. ¿Qué sabemos de nosotros
mismos? ¿Qué hemos pasado por alto y qué es urgente volver a mirar? En el siglo
XIX quemamos las Biblias y en el XXI Hawking afirma que la Creación es un
cuento de hadas. Pero la clave está en cambiar la perspectiva y el código con
los que leemos las tradiciones antiguas. ¿Cómo le explicaría una mente como la
de Hawking al jefe de una de los cientos de tribus que viven hoy en el Amazonas
el funcionamiento de un agujero negro? Sería una tarea muy compleja porque ese
líder desconoce la física. ¿Cómo lo haría Hawking? Pues le contaría un cuento
repleto de metáforas en el que los elementos naturales de su mundo tribal funcionarían
como analogías del Cosmos y de la ciencia. De hecho, así es como se expresa el
cosmólogo británico en sus libros de divulgación científica, recurriendo a
metáforas sencillas que puedan comprender aquellos que jamás han tenido
contacto con la Física y la Astronomía. La Biblia y el resto de libros atávicos
tienen una estructura similar. Están llenos de metáforas sencillas para una
Humanidad que vivía en las sabanas y que jamás había oído la palabra átomo.
Eran unos salvajes. ¿Cómo les explicas a unos iletrados que solo piensan en
sobrevivir cómo funciona el Universo? Sin duda, el conocimiento del verdadero
origen de la Humanidad causará una profunda impresión en la sociedad porque
nada de lo que realmente sucedió en los primeros tiempos o en la Edad Antigua
mantiene una conexión lógica con la versión oficial de los hechos.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 282
El mundo de la Edad Antigua, los libros, las creencias y las
leyes sobre las que nuestros ancestros organizaron sus sociedades, su vida
cotidiana, sus teogonías y cosmologías siempre tienen el Cielo como lugar de
origen, de intercambio e interacción entre seres celestes y terrestres. Negar
todo el contenido de las Escrituras o afirmar que son fantasías e invenciones
nos coloca en una situación similar a la que podría suceder en un futuro.
Imaginemos el planeta Tierra dentro de 5.000 años. Muchos de nuestros libros
actuales habrán desaparecido sepultados bajo huracanes y terremotos. Las
bibliotecas digitales habrán sido víctimas de las llamas y el fuego a causa de
una guerra tras otra. La Humanidad comienza de nuevo y miles de años después
sus arqueólogos descubren las ruinas de nuestras ciudades contemporáneas y, en
ellas, los fragmentos de la ciencia del siglo XXI. En ese futuro hipotético,
los variados fenómenos que hoy aún no somos capaces de explicar ya están
desvelados por completo. La física cuántica ha descifrado con sencillez lo que
hoy nos parecen complejos misterios. Los símbolos y términos, las palabras, las
grafías y las cifras matemáticas, los dibujos y los esquemas que hoy usamos
serán paleografía y ciencia primitiva para los habitantes del futuro.
¿Afirmarán nuestros descendientes que lo expresado en nuestros libros es simple
literatura fantástica? ¿Asegurarán que éramos mujeres y hombres salvajes e
ignorantes que vivíamos con la idea de conquistar el espacio y que inventábamos
dioses para huir del exasperante vacío existencial que nos acechaba en el siglo
XXI? ¿Qué escribirán sobre nosotros en sus libros? ¿Acaso dirán que somos un
invento de los ancestros salvajes? También existe la posibilidad de que, cuando
el Sol se extinga, tengamos que buscar otro planeta para vivir. De hecho, ya
nos estamos preparando para ese traslado al dar el primer paso en Marte. ¿Quizá
fue ese el motivo por el que ellos vinieron a la Tierra? ¿Se apagó su Sol?
Cuando salgamos al inmenso Cosmos, tal vez nos convirtamos en los dioses de
unas civilizaciones menos avanzadas, y lo primero que sus habitantes verán
desde la superficie de sus planetas será la luz de nuestras naves, que
representarán en el barro como lo hicieron los de Millares. ¿Es la Vía Láctea
lo que aparece bajo las dos luces redondas? Pronto recorreremos esta senda de
estrellas y quizá enseñaremos la escritura, la agricultura y el arte a otras
criaturas primitivas, tal y como nosotros lo aprendimos de los dioses. Cuando
aterricemos en su planeta, lo primero que verán será una nube densa de luz,
producida por el campo electromagnético, que se encargará de anunciarnos con
rayos y truenos, como el sonido de trompetas siderales. Y tras enseñarles y
mezclar nuestros genes con los suyos, ¿nos quedaremos a vivir allí o seguiremos
explorando el Universo? ¿Qué quedará registrado en sus libros de los dioses
sobre aquellos que llegaron desde la remota Tierra? Hoy miramos a la lejanía
del tiempo y del espacio cósmico, donde un resplandeciente futuro aguarda a los
Hijos del Cielo, esos que somos y que siempre fuimos. Dice una antigua profecía
que juzgaremos a los ángeles, pero para ello hemos de conquistar el derecho a
vivir en el Cielo obedeciendo sus mandatos y sus reglas, pues nuestros
iniciadores y guardianes nunca nos permitirán alterar la armonía cósmica. Solo
la luz de la Madre Eterna puede guiar nuestro camino a las estrellas.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 283
Para entender la creación cósmica debemos adquirir el
conocimiento oculto en símbolos paleográficos que explican por qué los humanos
de todos los tiempos jamás hemos cesado de mirar a las estrellas: porque
ansiamos regresar a ellas. Las estrellas son nuestra casa originaria, lo que yo
llamo el «anhelo de Cielo» que muchos sentimos.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 288
Hoy día, la teoría de cuerdas aborda el problema científico
más crucial y difícil de abordar, el de construir la teoría cuántica de la
gravitación, la definitiva Teoría del Todo, a cuya formulación se aspira desde
Einstein y que abarcaría el ámbito en el que se desarrollan todas estas
materias: la teoría de cuerdas, la enigmática energía oscura, la mecánica y la
gravedad cuánticas, y la cosmología.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 288
Los actuales físicos teóricos son muy espirituales y a
menudo entran en el terreno místico. Las respuestas a los misterios más
asombrosos de la vida son huidizas y juegan a las evasivas con los humanos. La
pregunta de la Teoría del Todo dice así: ¿por qué existe un orden en el
universo cuando podría haber prevalecido el caos? De hecho, las imposibles
paradojas cuánticas hicieron exclamar a Hawking: «Einstein estaba doblemente
equivocado… No solo Dios juega a los dados, sino que a veces nos confunde
tirándolos donde no los podemos ver».
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 289
Hay dos clases de dios. Los dioses, en minúscula, son las
criaturas dotadas del brillo de la inteligencia, de la conciencia y del Ser.
Dios en mayúscula es la armonía, el orden, la elegancia y la belleza. Este Dios
del Universo ordenado se impuso ante la probabilidad del Universo caótico, y de
eso nos habla la teoría de cuerdas con sus multiversos. El misterio está en
descifrar por qué eso que llamamos Dios tomó la decisión de crear un universo y
no otro, misterio que la mitología antigua resolvió mediante la enigmática
fórmula del Amor. ¿Qué es el Amor? Y de ese modo comienza la historia de la
Humanidad cosmológica. En los libros antiguos encontramos las respuestas para
saber qué es el Amor. Si Einstein se sitúo en el Big Bang para formular su
teoría de la relatividad, los físicos teóricos contemporáneos quieren ir más
allá, hasta lo que sucedió antes de la explosión. Si nuestro universo es Dios,
la pregunta siguiente es: ¿quién es la Madre de Dios? Es decir, ¿quién es la
Madre del Big Bang? El universo, el Cosmos, es grandioso y ordenado, pero ¿por
qué es así? Según nuestros ancestros, la respuesta es el Amor de la Madre
primigenia, un concepto aún más antiguo y complejo que el Big Bang. En los
textos de la antigua Mesopotamia, a esta Madre original los sumerios la
llamaron Ninḫursaĝ, y los acadios, Tiamat. Los griegos la llamaron Διός
(después Eros) y desglosaron su triple naturaleza o cualidad.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 289
A la pregunta de por qué hay orden cuando pudo prevalecer el
Caos la mitología antigua respondió que esto es así por la existencia del Amor.
Porque el Amor ordena el Caos (recordemos que, para Empédocles, en el siglo IV
a. C. había dos fuerzas cóscimas: el Amor y el Caos). Ahora la ciencia intenta
explicar qué es el Amor, por qué existe y por qué hay personas que, fuera de
toda lógica científica, dan la vida por Amor y no por dinero.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 291
Cuando la necedad humana nos confunde en la Torre de Babel,
nos bloquea y nos corrompe; cuando olvidamos el Camino del Tao y el Evangelio
del Cielo, los valores esenciales vuelven a brillar desde el interior de
nuestras cuevas individuales o desde las grutas más profundas del Cosmos, donde
aparecen luces radiantes y mensajeros celestes que nos inspiran a seguir la
senda de la Luz, de la sapiencia científica, espiritual, material y sagrada. Es
lo que los antiguos llamaron el Camino del Amor y del Orden, en contraposición
al Caos o al desorden de las energías primigenias. La luz del Amor total
refleja lo que siempre fuimos, somos y seremos. A pesar de su apariencia
dispar, las religiones y las filosofías de todos los extremos de la Tierra
manifiestan una verdad única, común a todos los seres terrestres y a los
celestes: todos provenimos de Una y, por tanto, todos somos hermanos cósmicos.
Los acadios representaron esta Totalidad con el signo «GI», leído kullatu. Los
sumerios, anteriores, se sirvieron del símbolo «Ú», que se lee gigurû. Cuando
lo pronunciaban /u/ significaba Antu, la Creadora de todo el Universo. Con este
valor también está Aa, el agua primordial de donde nace todo, un nombre
equivalente a las siguientes deidades: a-un-um, en-líl, EN-ZU, UTU, IM e
Iš-tar. Cuando «Ú» se lee como /umun/, en un desarrollo posterior de Aa,
equivale a «en», es decir, señora y/o señor. Entonces, es igual a bēlu,
be-el-tu y šar-rum. Belu en fenicio-púnico es Ba´al, y para los seleucidas,
Bel. Así Belit–ili, en acadio, es «la Señora de los Dioses». Los egipcios la
llamaron Nut, la «Grande que amamantó a los Dioses», tanto a los celestes como
a los terrestres. El nombre que usaron los habitantes de Uruk (la actual Warka,
en Irak) fue Inanna, la «Señora del Cielo». En el Popol Vuh, los mayas llaman U
Qux Cah al «Corazón del Cielo» y U Qux Uleu al «Corazón de la Tierra», lo que
explica que haya tantos templos en forma de «U» en todo el planeta. Son el
reflejo de la comunicación entre el Cielo y la Tierra. La «U» es el vientre de
la diosa de la Creación.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 293
La palabra dios proviene del griego Διός, que a su vez
proviene de la raíz protoindoeuropea deiwos, que viene del sumerio «D», la
letra con la que se representó posteriormente el signo de la estrella An. Dios
significa «resplandor», «brillo», como la palabra sánscrita deva, que es
«resplandeciente», «ser celestial», «diosa», «dios». El término «dios» hace
referencia al Ser. El brillo te hace ser, es decir, cuando sabes quién eres y
qué eres. «Yo soy el que soy», le respondió Yavé a Moisés. Es la conciencia del
ser. La palabra «dios» en minúscula se utiliza para seres individuales —mujeres
y hombres— y en mayúscula para el Dios Supremo Hacedor del Universo. También se
utilizó el término divino en el ámbito de la creación para todo aquello dotado
de un mecanismo o una inteligencia que lo hace ser: las tormentas, la luz del
Sol, el crecimiento del trigo, el agua que baja de la montaña… Todo lo que
existe en el Universo se halla dentro de la Totalidad, de la inteligencia
suprema. Por ello, el brillo está en todos los sujetos y objetos de la creación
y puede ser explicado mediante fórmulas científicas. O, al menos, eso
intentamos, aunque las cuestiones del alma son esquivas a la explicación
científica humana. Hay una evidencia protoindoeuropea de la existencia de una
lengua madre unitaria en torno al 4500 a. C., tras hallarse importantes
similitudes entre el sánscrito, el indoiranio, el griego clásico, el latín, el
balto-eslavo, el germánico, el anatolio (hititas) y el tocario (en Asia Central,
por donde discurría la Ruta de la Seda). Aunque el chino y el japonés se
consideran lenguas no indoeuropeas, en nuestro análisis hemos encontrado
semejanzas destacables, tanto en conceptos religiosos, filosóficos y
científicos como en la transliteración de su grafía al inglés o al románico. Si
hay una lengua madre es porque hubo una cultura única, ya que solo las
civilizaciones crean comunicaciones. A veces tengo la intuición de que los
relatos antiguos fueron uno solo, y luego las culturas y artistas locales le
fueron imprimiendo su sello.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 294
Plutarco, que estudió la religión egipcia, escribió en su De
Isis y Osiris lo siguiente: «La estatua de la diosa [Isis], en Sais, tenía esta
inscripción enigmática: “Soy todo lo que ha sido, lo que es, todo lo que será,
y ningún mortal —hasta ahora— ha alzado mi velo”». Solo los dioses inmortales
que viajaban por el Cosmos conocían y desvelaban los misterios a los salvajes
que una vez fuimos. Estas enigmáticas palabras demuestran que el estudio de la
fenomenología del Ser comienza en la Edad Antigua y no en el siglo XIX, que es
cuando se retoma a través de la hermenéutica. Es el en siglo XX, cuando el
filósofo Martin Heidegger realiza grandes avances con su teoría del
conocimiento, pero los complejos conceptos que manejaban los mesopotámicos nos
deslumbran y demuestran que la civilización y las culturas humanas son un
continuo aprendizaje, olvido y recuerdo. La religión es el religare, el
constante volver a retomar lo que estaba allí, lo que perdemos por el camino hacia
el futuro. ¿Tuvo Madre el Dios del Universo ordenado que empezamos a formular?
¿Esta Madre tuvo otros hijos? Sobre estas cuestiones, que hoy nos parecen las
más punteras de la física, disertaron nuestros ancestros y las dejaron por
escrito en sus libros sagrados. Todo el conocimiento, todas las respuestas a
las materias más vanguardistas se hallan escritos en la roca. Solo hay que
volver a leer y a reunir todas las piezas. Porque cuando quisimos ser como
dioses antes de tiempo, el universo se enfadó con los humanos y rompió en miles
de trozos el papel en el que estaban las fórmulas que lo explicaban todo. Esos
fragmentos de sabiduría fueron dispersados por el viento, que aleteaba entre
las aguas primordiales, volaron de un extremo a otro del Cosmos y, desde
entonces, hemos estado buscándolos para componer el viejo pergamino, el mapa de
nuestra Historia, esa historia cósmica que nos implica a todos los seres del
Cielo y de la Tierra. Cuando la diosa Nut lo decida, abrirá el arco del Cielo
para que se produzca el encuentro definitivo. Y entonces, desde todos los
extremos cósmicos acudirán las distintas humanidades al Consejo de los Dioses.
Pegarán los trozos desperdigados y nos miraremos como hermanos porque, según
está escrito, todos somos Hijos del Cielo, todos somos hijos de la Señora de la
Montaña Sagrada y todos estamos nadando en la inmensidad ilimitada de su Océano
primordial. Y es que la explosión cósmica que dio lugar a todo es, para las
culturas primitivas, absolutamente femenina. Fue Una la que nos parió a la
Creación. Antes de los dioses masculinos (Enki, Enlil, Zeus, Júpiter, Thor),
hay una Diosa Madre Universal, y uno de sus nombres sumerios es Antu. Ella es
la madre de An, el Cielo, y de Ki, la Tierra. En las listas de nombres divinos
más antiguas, ella aparece como lexema que da diferentes sentidos dependiendo
de los morfemas o de otros lexemas que la acompañan. Así, Umun Antu es la
manifestación de Antu en Umun, es decir, en la Humanidad. Es la manifestación
de la Madre-Universo, la Madre-Creación en el ser humano. Antu es un concepto
teológico, filosófico y psicológico muy complejo, pero los textos antiguos
dejan claro su carácter universal. La exégesis de estos nombres y epítetos
lleva años analizándose en las universidades y ya sabemos que la
masculinización de Ra es tardía. Al principio, Ra fue femenino, como han
demostrado los asiriólogos al estudiar su nomenclatura ancestral: Dingir: Antu:
Iltu = la diosa Ra = la diosa radiante Dingir: di-in-gi-ir / an-tu / il-tu el-l
[et] Dingir = iltu = ellu[199] La persona que conocía estos secretos era el
ummânū mudû, es decir, el sabio, el erudito. Los textos sumerios dicen que
antes del diluvio había siete sabios: los apkallu, genios civilizadores que
enseñaron a la humanidad terrestre la agricultura, la escritura, las técnicas y
las ciencias, y que habían sido enviados por Ea, la Madre Universal y Eterna,
diosa de la Luz del Océano Cósmico. Sus escrituras hablan, además, de eruditos
postdiluvianos: los nueve ummânū mudû, técnicos y consejeros que guiaron y
ayudaron a los reyes y héroes de su época. Los legendarios siete sabios griegos
tienen su origen en estas crónicas. En China los llamaron los Siete Sabios del
Bosque de Bambú.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 297
Los escritores eclesiásticos que han estudiado la etimología
del nombre de María lo relacionan con los términos hebreos myr, vinculado a la
luz, y yam, que se asocia al mar. Si procede de estos vocablos, Miriam sería
«luz en el mar» y explicaría el apelativo latino Stella Maris (Estrella del
Mar) que cantan las letanías. Pero la palabra aramea lo aclara todo. El término
arameo Mâryâ’ solo se usa para Dios. Marcos (Mc 1, 3) habla de la voz que clama
en el desierto: «Preparad la Vía de Él, del Mâryâ’, y allanad sus senderos».
Por lo que Mâryâ’ es Dios. Poco después (Mc 11, 9) dice que los que le seguían
fueron gritando y diciendo: «Hosanna, bendito es el que viene en el nombre del
Mâryâ’». De nuevo, Mâryâ’ es Dios. En el mismo Evangelio (Mc 12, 29), Jesús
dice: «El primero de todos los mandamientos (es): “Escucha, Israel, El Mâryâ’,
nuestro Dios, es el Señor-Uno”». Una vez más se confirma que Mâryâ’ es Dios. Y,
para la tradición cristiana, María es el nombre de la Madre de Dios. Esta
deducción coincide con la física más vanguardista del siglo XXI. El Amor de
Mâryâ’ ordena el caos de energía desordenada del Big Bang.
(…)
El conocimiento más profundo permanece oculto porque solo
acceden a él aquellos que están con Mâryâ’, que pertenecen a Mâryâ’, que se
comunican con ese núcleo original del que habló Nikola Tesla. Se trata de los
sencillos: «Te alabo, Mâryâ’ porque ocultaste estas cosas a los que se creen
sabios y entendidos, y las revelaste a los niños» (Mt 11, 25).
Aquellos humanos terrestres que crean que pueden salir al
espacio a imponer sus reglas se equivocan. Mâryâ’, la suprema inteligencia
cósmica, universal y eterna, ha demostrado que no lo permitirá. Hemos
conquistado el paraíso terrenal, pero aún no hemos conquistado el corazón de
Mâryâ’. El Cosmos tiene unas reglas y unos guardianes. Como está escrito, hay
querubines con espadas de fuego custodiando la entrada al Paraíso celestial.
Ocultan el conocimiento para acceder al Cosmos y atacan las bases militares y
nucleares porque no confían en nosotros. El conocimiento y las puertas de
entrada permanecerán ocultos hasta que demostremos ser dignos de acceder al
Cielo. Podemos construir hoteles en nuestra órbita, en el espacio. Podemos
construir una colonia en Marte, pero aún no se nos permite la entrada al
Paraíso celestial. El universo tiene unas reglas que el corazón del hombre aún
no ha comprendido ni está preparado para asimilar.
Y es que, según las antiguas escrituras y tradiciones, los
comportamientos y, aún más, los pensamientos de los habitantes de la Tierra
afectan a todo el Cosmos. Los dioses les hicieron tomar conciencia de su
protagonismo y de la repercusión de sus actos en lo que llamaron «armonía
cósmica». La física cuántica está demostrando que hay una conexión interna
entre todo lo creado.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 300-301
Las estrellas seguirán instruyéndonos para lograr la
transformación del alma colectiva terrestre.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 301
Si la revelación mística provoca el conocimiento de los
conceptos más complejos del Universo, de la Creación, de la existencia de una
inteligencia cósmica superior y de quiénes somos realmente los humanos, sin
duda, Mâryâ’ se sirve de sus criaturas para facilitar su revelación. Es como si
los secretos corriesen de boca en boca por todo el Cosmos. Es la inspiración
divina la que impulsa a sus criaturas a salir al Océano de las aguas para que
las unas se encuentren con las otras.
La Tierra ya no es la frontera. Nunca lo fue, pero no
encontramos el Camino al Cielo. El espacio infinito es la gran senda de
estrellas que anhelamos recorrer. Pero sin olvidar que en la Tierra se unen el
pasado de seres procedentes del Cielo y de seres terrestres. Tenemos una
historia común y está representada en unos símbolos: el círculo, el triángulo,
la estrella.
Se trata de la antigua estrella sobre la montaña sagrada,
signos enmarcados por el círculo del Cielo. Es el símbolo de la Madre
Universal. Ella es la unión del Cielo y de la Tierra. Porque a través de su
vientre, de su Océano cósmico, de su Montaña Sagrada, sale a la luz la vida en
todos los rincones del Universo. En su gruta mistérica nacen los Hijos del
Cielo y de la Tierra. El mayor secreto de la Humanidad, oculto en las líneas y
grafías de todos los libros sagrados que guardan como el mayor de sus tesoros
todas las civilizaciones y culturas de la Tierra, es que el eslabón perdido
proviene y es del Cielo.
Los libros, la roca, las piedras y el barro nos cuentan que
la historia de la Tierra es la de las bestias transformándose en dioses. Pero
la mutación no ha sido colectiva, sino individual. No todos los humanos
comprenden el mensaje de las estrellas, y por ello una de las últimas profecías
de Jesús de Nazaret habla de nuevas revelaciones: «Yo soy, y veréis al Hijo del
Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo en las nubes del Cielo» (Mc
11, 62).
Las estrellas seguirán instruyéndonos para lograr la
transformación del alma colectiva terrestre. Entonces todos seremos seres puros
de luz y amor, y solo así podremos ascender las escaleras al Cielo.
Ya estamos en el sendero para lograrlo. Somos hijos de la
Tierra, pero también del Cielo. Estamos hechos de barro y también de la luz de
las estrellas.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 303
El mayor secreto de la Humanidad, oculto en las líneas y
grafías de todos los libros sagrados que guardan como el mayor de sus tesoros
todas las civilizaciones y culturas de la Tierra, es que el eslabón perdido
proviene y es del Cielo.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 303
Siempre fuimos Hijos del Cielo.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 304
Ha comenzado el tiempo de la Humanidad. La Era de la Tierra.
Estamos llamados a gobernar el Cosmos y a mantener la armonía celeste que el
monstruo amenaza con destruir. La Madre nos envía sus luces y sus mensajeros.
De vez en cuando baja a la Tierra y nos invita a seguir sus pasos. Una gran
señal apareció en el Cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza (Ap 12, 1). Nuestro viaje ha
comenzado. Ella nos espera. El tiempo de Mâryâ’, de Amaterasu, de Inanna o de
Nut no es el tiempo con el que la Humanidad mide. Su tiempo es el del Amor. Y
el Amor siempre fue, es y será. El Amor no tiene tiempo. El Amor tiene Luz.
Cristina Martín Jiménez
Hijos del cielo, página 304
CRONOLOGÍA
BIBLIOGRÁFICA
Fecha
|
Autor/es
|
Título
|
Contenido
|
3252 a. C. (transcripción al español en 1558)
|
—
|
La leyenda de los Soles
|
Extenso poema náhuatl fundamental para entender la
historia de la Humanidad de manera simbólica.
|
2500-2000 a. C.
|
—
|
Poema de Gilgamesh
|
Tablillas escritas en sumerio. Se considera la obra
épica más antigua.
|
—
|
—
|
Lista Real Sumeria
|
Documento entre mitológico e histórico dejado por
los escribas de Mesopotamia y escrito en sumerio.
|
1760 a. C.
|
—
|
Código de Hammurabi
|
Estela donde se hallan grabadas las 282 leyes del
Código de Hammurabi. Uno de los conjuntos de leyes más antiguos encontrados.
|
1550 a. C.
|
—
|
Libro de los muertos
|
Texto constituido por una larga serie de sortilegios
destinados a ayudar a los difuntos a superar el juicio de Osiris.
|
1200 a. C.
|
—
|
Enüma Elish
|
Poema babilónico, escrito en lengua acadia, que
narra el origen del mundo. Recogido en tablillas.
|
Siglo XIII a. C.
|
—
|
I Ching (Libro de las mutaciones)
|
Libro oracular chino que forma parte de los Cinco
Clásicos confucianos.
|
1400-110 a. C.
|
—
|
Rigveda
|
Colección de himnos compuestos en sánscrito védico
(dedicados a los dioses).
|
1353-1336 a. C.
|
Akenatón
|
Cantar a Atón
|
Poema dedicado al dios Atón y que provocó en el
Antiguo Egipto un cisma religioso de gran calado.
|
900 a. C.-100 d. C.
|
—
|
Biblia
|
Conjunto de libros canónicos del judaísmo y el
cristianismo escritos originalmente en hebreo, arameo y griego.
|
Siglo VIII a. C.
|
Hesíodo
|
Teogonía (Origen de los dioses)
|
Contiene una de las versiones más antiguas del
origen del Cosmos y el linaje de los dioses de la mitología griega.
|
410 a. C.
|
Eurípiedes
|
Las fenicias
|
Tragedia griega sobre la importancia del oráculo de
Delfos en el origen de la ciudad de Tebas.
|
Se conserva un fragmento del siglo VII a. C.
|
—
|
Relato del rey Etana
|
Cuenta la historia del rey sumerio Etana, de la
ciudad de Kish, que asciende al Cielo para pedirle a los dioses la planta de
la vida que le permita tener un hijo.
|
Siglo VI a. C.
|
—
|
Bhagavatha
|
Texto sagrado de la cultura india dedicado al dios
Visnú mediante los consejos del dios pastor Khrisna.
|
Siglo IV a. C.
|
Sun Tzu
|
El arte de la guerra
|
Libro clave de la cultura china que trata sobre
tácticas y estrategias militares.
|
Siglo IV a. C.
|
Zhougongdán
|
Shujing (Clásico de historia)
|
Texto que documenta la historia antigua china y que
forma parte de los Cinco Clásicos confucianos.
|
Siglo III a. C.
|
Beroso el Caldeo
|
Babilionaka (Historia de Babilonia)
|
Obra compuesta de tres libros escritos en griego del
que solo se conservan citas.
|
Siglo III a. C.
|
—
|
Mahabharatha
|
Texto épico y mitológico que forma parte de los
libros sagrados indios.
|
Siglos II-IV a. C.
|
Kautilia
|
Arthashastra
|
Tratado indio acerca del arte de gobernar, la
política económica y la estrategia militar.
|
Siglo III a. C.
|
Valmiki
|
Ramayana
|
Epopeya clave en la cultura y en la literatura
indias. Forma parte de los textos sagrados smrti (tradición oral).
|
Siglo I a. C.
|
Plinio el Viejo
|
Historia Naturalis (Historia natural)
|
Enciclopedia latina que pretendía abarcar todo el
conocimiento acumulado hasta la época del Imperio romano.
|
111
|
Ban Biao, Ban Zhao, Ban Gu
|
Libro de Han (Historia de la antigua dinastía Han)
|
Texto clásico de la historia china que cubre el periodo
que va del año 206 a. C. al 25 d. C.
|
150
|
Apóstol Santiago
|
Evangelio Apócrifo de Santiago
|
Se centra en la infancia de la Virgen de María y en
el nacimiento de Jesús. Recoge leyendas sí admitidas por algunas Iglesias
cristianas.
|
200-500
|
Budhasvamin
|
Bṛhatkathāślokasaṃgraha (El emperador de los
hechiceros)
|
Obra en sánscrito dedicada a la descripción de los
míticos vehículos aéreos de la cultura hindú.
|
Siglo VII
|
Dandin
|
Dasakumaracarita
|
Texto en sánscrito dedicado a los dioses y
semidioses hindúes.
|
712
|
—
|
Kojiki (Crónica de los acontecimientos antiguos)
|
Libro histórico, escrito en chino clásico, el más
antiguo de la historia de Japón.
|
720
|
—
|
Nihon Shoki (Crónicas de Japón)
|
Segundo libro más antiguo de Japón.
|
1000-1055
|
Bhojadeva Viraticham
|
Samarangana Sutradhara
|
Obra enciclopédica acerca de la arquitectura clásica
hindú y la construcción de vimanas.
|
1211
|
Gervasio de Tilburi
|
Otia Imperialia
|
Miscelánea enciclopédica de maravillas (mirabilia)
que se ajusta al propósito de enseñar deleitando.
|
1492-1504
|
Bartolomé de las Casas
|
Los cuatro viajes del Almirante y su testamento
|
Obra emblemática del Renacimiento que cuenta las
vicisitudes y múltiples aventuras de Colón durante su primer viaje a América.
|
Siglo XVI
|
—
|
Códice Tellerianus-Remensis
|
Manuscrito de contenido ritual, calendárico e
histórico producido por los mexicas del siglo XVI.
|
1540-1585
|
Bernardino de Sahagún
|
Códice Florentino (Historia general de las cosas de
Nueva España)
|
Libro sobre la conquista de México por parte de los
españoles en el que aparecen encuentros y conversaciones con los indios
mexicas.
|
1543
|
Nicolás Copérnico
|
De revolutionibus orbium coelestium (Sobre los giros
de las estrellas celestes)
|
Obra fundamental del astrónomo donde expone su
teoría heliocéntrica.
|
1552
|
Francisco López de Gómara
|
Historia general de las Indias
|
Obra en la que se relatan los acontecimientos
sucedidos en la Nueva España.
|
1568
|
Bernal Díaz del Castillo
|
Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España
|
Obra sobre la conquista de América por los españoles
en la que se narran multitud de sucesos ordinarios y extraordinarios.
|
Segunda mitad del siglo XVI
|
Diego Durán
|
Historia de las Indias de Nueva España e Islas de
Tierra Firme (Códice Durán)
|
Texto que recoge la historia de los mexicas que
tiene como propósito exponer los motivos tanto de la grandeza como del
declive de los indígenas mexicas.
|
Segunda mitad del siglo XVI
|
Diego Muñoz Camargo
|
Historia prehistórica de Tlaxcala
|
Relato histórico sobre los tlaxcalas, un pueblo
indígena que habitó México durante varios siglos sin llegar a ser sometidos
por los aztecas.
|
1609
|
El Inca Garcilaso de la Vega
|
Comentarios Reales de los Incas
|
Obra en la que se narra la historia, la cultura y
las costumbres de los Incas y otros pueblos del antiguo Perú.
|
1610
|
Galileo Galilei
|
Sidereus nuncius (El mensajero de las estrellas)
|
Obra clave de la investigación occidental en la que
el gran científico italiano plasma sus observaciones estelares.
|
1649
|
Antonio Valeriano
|
Nican mopohua
|
Relato en náhuatl sobre las apariciones de la Virgen
de Guadalupe en México.
|
1919-1923
|
Subbaraya Shastry
|
Vymanika Shastra
|
Texto místico que trata sobre la construcción de
vimanas (automóviles míticos aéreos).
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario