Eduardo Díaz Carmona


Solo
 
Cincuenta y tres personas comían en el lugar ese día. Yo miraba a la calle a través de un gran espejo que había en la pared sur del local. Comía solo ese día, como siempre digo, gracias a Dios. Comía solo rodeado de gente que después vi regada por el suelo sangrante y desesperada, quemada e inanimada.
Tres años después, solo queda la sordera del lado izquierdo y alguna que otra cicatriz que poco me importa, pero el recuerdo de aquel 10 de octubre, es tal vez imposible de alejar, imposible de ignorar cada vez que me veo solo, comiendo rodeado de gente en un lugar cualquiera de Barcelona.
No he querido dejar de vivir aquí, aun cuando lo pueda. Es extraño, en otras ocasiones he preferido alejarme de mis recuerdos para que no me atormenten. El secuestro, el incendio, el robo y otras cosas han dejado en mí una huella, pero el salir del pais donde nací me dio un nuevo aliento, una oportunidad de componerme a mí mismo. Ahora, casi veinte años después, no me apetece salir huyendo de mi madriguera. No sé muy bien por qué, aun cuando esa práctica siempre ha tenido buenos resultados para mi interior.
Son casi veinte años, pero aún no tengo la certeza de donde estoy. Sea porque el lugar donde vivo me importa poco, sea porque me relaciono muy poco con la gente, sea porque vivo más dentro que fuera de mí mismo, no lo sé en realidad. Ha pasado mucho tiempo desde que recuerdo, he vivido muchas cosas, tengo dos hijos y aun no sé si contarles todo lo que he visto o, por el contrario, simplemente ser un padre normal.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, página 4
 
 
No es como la imaginaba
 
La muerte respira lenta y angustiosa, con un rumor ronco, grave y de cuando en vez, sibilante. La muerte es flácida y temblorosa, lenta en su andar, en su pensar. La muerte es una mueca que no permite hablar con claridad, es una inflamación que impide vocalizar, es una pena que no permite ni se disculpa.
La muerte no es como la imaginaba, ni su olor ni la grasa que se deja ver lustrosa por toda mi piel. La muerte mía no es la que veo ahora ni la que deseé, la muerte que veo trastorna mi alma y mis ojos y mis fuerzas y mis deseos. Es la muerte de otros y es más dolorosa, más pesada y más indigesta. La muerte de aquellos me duele más y ya no hay más que pueda penar.
Y es maloliente y se escapa y vuelve arrepentida, es amarilla y gris, es parte de mí y ajena a todo, es un momento que huye a cualquier control, es un instante que no pertenece a ningún reloj, a ningún soplo del viento, a ningún rayo de luz. La muerte es como una flor en la oscuridad, como un suspiro en la soledad, mi llanto entre tus brazos, mi empeño en contra de todo. La muerte es como tú y como yo, la muerte es una desconocida que viste bien y bebe vino en vaso, es como una mota suspendida en el aire, es como una idea, una ocurrencia que simplemente está allí y nadie la toma en serio.
La muerte es como el dolor en mis manos, en mi cuello, como la angustia que se anida entre mis pulmones, como la rigidez que impide que tome tu mano, que acaricie tu pelo. La muerte es como el deseo interrumpido por la conciencia, como tu vientre estéril por el tiempo, como un ave rapaz que vuela en picado para comer de mi mano.
Y la muerte es como una revisión mientras camina a nuestro lado, afloran los miedos, las deudas, las excusas. Se desvanece la memoria y los deseos la sustituyen, como si no hubiese pasado nada, como si el dolor no hubiese sido provocado, como si el tiempo exculpase, como si un roce de piel, como si el calor del cariño fuese un hallazgo. La muerte es como unas gotas de agua bendita, como un calor que se hace frío y entumece, como una lengua que degusta lo cáustico, la muerte es como llegar al fondo del pasillo y tomar las escaleras.
Y no existe una muerte digna lejos de una habitación oscura, y no tiene sentido que la muerte nos sorprenda cuando el tiempo es solo un invento maligno, y no puedo ahora dar una explicación al por qué tengo miedo, a por qué la muerte no es mi muerte si la merezco, si soy el culpable, si soy quien soy.
La muerte me ha acompañado y me ha dado una razón para vivir, la muerte siempre ha estado de mi parte, en mis manos en mis ojos. La muerte me atormenta porque soy una buena persona, porque soy ínfimo y no logro tocar sus labios.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, página 5
 
 
 
Detesto
 
Detesto tu olor, detesto tus gestos, los pliegues que hay en tu piel y esa fina capa de vello que le cubre. Detesto pensar en ti y creer que te quiero, detesto tantas mentiras y ver tus ojos brillar en silencio; detesto tus pies y tus largas piernas alejándose hacia la luz. Detesto verte en la oscuridad de mis pensamientos, en mis fantasías consecutivas y encadenadas; detesto verte escapar. Detesto que me atormentes, que me tomes de la mano, que me mires a través de las rendijas. Detesto poner mis manos sobre ti como un carcelero, como un villano sucio, como un mendigo. Detesto esto y detesto mirarte, detesto pensarte, saberte mía mientras no estás, mientras te alejas, mientras te pierdo entre la multitud. Detesto lo que eres porque lo eres todo para mí.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, página 7
 
 
Todo fue raro y para mí no era malo, ni malo ni bueno, porque tampoco me sentí bien, como suponía, como quería. Hice todo eso para sentirme bien y no lo conseguí, no conseguí nada. Nada de nada como siempre. Supongo que ya no puedo sentir, supongo que estoy como en una vida sin vida, sin sentir nada.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato El perro página 7
 
 
Se oxida
 
Me preguntas si el corazón se oxida y debo contestar que sí, pues claro que sí, pues con dolor sí.
Y se oxida cuando en la soledad se humedece de pena, cuando en la oscuridad el tiempo lo embarra con odio, con el dolor de otros.
Y se puede ver cómo se deshace, claro, cuando se oxida. Y se puede sentir cuando se desvanece, sentir la desesperanza y la rabia, el dolor y la sequía.
Y el corazón se oxida con ese color de nubes al atardecer, y se marchita como el día cuando llega el final.
Y los ríos de sangre se estancan y el agua se aquieta como tus ojos al dormir, como tus manos al no tener a quien tocar. Y se marchita lejos y se oxida solo, y se reseca como las hojas y se pudre como una rosa, como una vida.
Me preguntas si se oxida y te digo que se muere, para algunos muere.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, página 8
 
 
... y entre tus cabellos brillaba el agua mientras reías y por tu piel, lascivas las gotas mientras corrías; y la inmensidad cálida y verde me engullía como una serpiente porque yo seguía tras de ti para quererte, para mostrarte mi mundo, para llevarte lejos.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato El lago página 9
 
 
Todos hablan y ríen, todos tienen recuerdos mientras yo trato de olvidar.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato La vuelta página 14
 
 
Sin ti
 
Amo la soledad que inunda el camino, toda la ausencia que se instala en mi estómago por las noches y la piedad del sueño que me aparta de ti por momentos.
No quiero dormir a tu lado si me odias, si me miras. No quiero verte al despertar si no eres lo que en mis delirios persigo. Las escaleras van abajo y yo sigo mi camino, las sombras largas se marchitan con el paso del tiempo.
Soy silencio, soy soledad, soy la tierra que hierve bajo el sol. Sigo mi camino sin ti.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, página 15
 


Mi muerte
 
Mi muerte se hizo pequeña y oscura, solitaria y callada. Mi muerte se hizo húmeda y del color de la tierra; se hizo fría en invierno y en los demás, se hizo presente.
Mi muerte de lunes fue lo que debía ser y yo la vi como un manto sobre mi cabeza. Mi muerte fue lenta para acostumbrarme y de su paso aprendí lo que es la vida.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, página 15
 
 
Quiero vivir de ella hasta que el veneno destruya mis entrañas.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos,del relato Su pecado  página 16
 
 
Ya no importa a quien querías, ya no importa como marcabas las cartas, como tus manos mentían y escondían tu sonrisa.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato Te recuerdo página 19
 
 
Mientras te amé fui feliz, mientras cegaste mi mirada fui tuyo, ahora nada importa, ahora nada queda ya más que mis sueños, ahora estoy solo, ahora yo estoy muerto.
Pero, ¿qué puedo decir sobre mi muerte si no ha sucedido? Qué puedo decir sobre tu muerte que no acaba. Dejé la vida para seguirte, para entenderte, dejé la vida toda ella sin sentido por tenerte a ti. Qué puedo hacer por mi muerte que no haya hecho ya, qué puedo decir; qué más quiere Dios que piense si solo tú llenas el cuenco de donde bebo, el aire en el cual me muevo. Solo tú eres vida y ya no estás. Vuelve tus ojos a mí y muéstrame ya el camino para dejar la maldita soledad.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato Te recuerdo página 19
 
 
Escena
 
Quiero dejar de odiarte, quiero dejar de hablarte, quiero que tus manos ya jamás vuelvan a tocarme, jamás vuelvan a olvidarme.
No te quiero, no te exijo, no te tengo nada y de tu mirada solo quiero el precipicio, solo quiero un mismo aliento, un mismo desatino.
Lejos de ti mis ojos se hunden en el mar y mi alma vacía vaga para perdonar. Aquí apartada y humillada, mis venas se derraman, te reprochan, te idolatran. Aquí entre la niebla mis pasos se ven poco, se sienten poco. Aquí en la soledad todo se parece a tu ausencia, todo al olor de tu muerte.
Vuelta a empezar y tus gritos bajo el agua se esconden, vuelta a empezar y mi piel se agrieta como la tierra y como el dolor. Quiero tu cuerpo y te quiero lejos, grito y siento cómo un puñal destroza mi alma, me destroza como la luz, como la esperanza.
Tú no estás y no quiero que estés, tú no vives y no quiero que lo hagas más. No soporto tus palabras amor mío, no las bofetadas, no tu carne, no tus besos. No te quiero herido, no te quiero mudo, no tu dolor ni tu respiración.
Estoy sola y tú a mi lado, estoy esperando que me encuentren, esperando que alguien me odie y me consuele; espero que alguien vea mi rostro y me delate.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, página 20
 
 
… no sé qué hacer más que buscar lo que no encuentro; no sé más que hacer que cerrar los ojos y correr hacia la luz como un poseso sin freno.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato Lo dijo página 21
 
 
He cruzado fronteras escapando de mí mismo, he corrido para dejar atrás quien soy, sin éxito, sin recompensa.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato El río página 24
 
 
He cruzado fronteras escapando de mí mismo, he corrido para dejar atrás quien soy, sin éxito, sin recompensa.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato El río página 24
 
 
El cielo sigue roto y nadie nos ha explicado el por qué.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato El Agujero página 31
 
 
Ella tomaba un café con chocolate, yo, pequeños sorbos de la luz que desprendía su mirada.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, del relato A, página 31
 
 
S
 
El día está lluvioso, como lo estuvo ayer, y como supongo lo estará mañana cuando piense en ella. Sus manos suaves bailarán con el viento tan lejos de mí como está la claridad del día, la fortuna, la libertad. Ella abrirá sus alas y volará tan lejos como sea posible, lejos de mí y de mis cosas, ella partirá y se alejará hasta que sus fuerzas se desvanezcan por completo. Y entonces, como por un error, ella se verá reflejada en mis ojos, que como un manantial en medio de la nada, le esperarán para ofrecerle de beber. Ella volverá cuando el cielo deje de llover, ella volverá cuando mis manos dejen de llorar.
 
Eduardo Díaz Carmona
Sobre la muerte y otros relatos, página 41
 
 


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