RAMÓN avanza quitándose los guantes, dato que se apunta como
definitivo para la descripción moral del personaje, porque, como se sabe,
entrar en una habitación quitándose los guantes es lo que hacen siempre los
hombres engreídos.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 17
RAMÓN tiene treinta años. Es inteligente, ingenioso, guapo y
bien construido, y, en el fondo, no cree que la Tierra gire alrededor del Sol,
sino alrededor de sí mismo.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 17
RAMÓN. —¿Es imprescindible dar señales de que una mujer nos
gusta para que nos guste? Esta me gusta aún más que me gustaron las anteriores,
Pedro. Por otra parte, debías ya haberte dado cuenta de que, en mujeres y en
corbatas, tu amo y yo tenemos las mismas preferencias. La mujer y la corbata
que él desea, son siempre la corbata y la mujer que deseo yo. Sólo que yo no tengo
dinero, y él, sí. Y como por poco que cuesten las mujeres y las corbatas,
siempre cuestan algo, tu amo puede darse la satisfacción de tenerlas nuevas, y
yo me veo obligado a aguardar a que me las traspase.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 19
Siempre he creído que uno y otro somos, en el fondo, dos
románticos, cosa que, al fin y al cabo, les sucede a todos los cínicos.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 19
PEDRO. —Sí. Quizá he llegado a ser un cínico. Criado
y todo, siempre he tenido aspiraciones… (RAMÓN vuelve a reír.)
RAMÓN. —Muy bien hecho. No dejes de tener aspiraciones…, ni de agradecer al Destino el ser criado.
PEDRO. —Entonces, ¿el señorito me aconseja que sea criado siempre?
RAMÓN. —No dimitas jamás. Es más cómodo ser pueblo que gobernante, marinero que capitán, enfermo que médico y niño que ama de cría. ¡Seamos criados hasta la muerte, Perico!
PEDRO. —¿Seamos?
RAMÓN. —Seamos, sí; porque yo también soy criado. Yo soy criado de tu amo al quedarme con las corbatas y las mujeres que él desecha; pero ya has visto cómo así obtengo la ventaja de conseguir gratis lo que a él le ha costado el dinero. Un buen cínico, Pedro, no debe ignorar las utilidades de la servidumbre.
PEDRO. —Me encantaría saber qué es lo que el señorito entiende exactamente por ser cínico.
RAMÓN. —Ser cínico es volver a escribir lo que ya habíamos tachado.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 20
RAMÓN. —Pedro, cada guitarrista arranca sonidos distintos a
una misma guitarra, y cada hombre despierta sentimientos distintos en una misma
mujer.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 21
¿Por qué las mujeres estaremos siempre sin nada que ponernos?
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 29
RAMÓN. —Para los amigos de uno, extraordinaria. Y
para uno mismo… Cuando ella, por ejemplo, está en el cuarto de baño y uno llama
a la puerta y ella dice con voz angustiada: «¡No entres! ¡Espera un momento…,
que aún no estoy desnuda del todo!» Pero le aseguro a usted (A ISAAC.)
que esa muchacha, siendo nudista, gasta en ropa el mismo dinero que si no lo
fuese.
ISAAC. —(Con un gesto de asco.) ¡Qué desilusión! Ver que todas gastan lo mismo es lo que le mantiene a uno soltero.
FÉLIX. —Isaac, la única diferencia está en que las que no son nudistas se hacen la ropa para ponérsela, y las nudistas se hacen la ropa para quitársela.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 29
RAMÓN. —Para mí, la realidad está en que, en cuestiones de
amor, la mujer y el hombre somos ferrocarriles de trayecto limitado, y como la
existencia es un viaje muy largo, se ve uno obligado a cambiar varias veces de
tren.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 30
FÉLIX. —Todo aquello que el hombre emprende es un
timo. Amar, el timo de la dicha; trabajar, el timo del tesoro escondido; cazar,
el timo de los perdigones…
RAMÓN. —Y morirse, el timo del entierro.
FÉLIX. —Pero saber eso no le impide a cada cual buscar la felicidad donde crea encontrarla. Yo he consumido la juventud en amar y en viajar, que, como ha insinuado antes Orellana, son una misma cosa. Cada país, igual que cada mujer, es fascinador cuando no se conoce, y está lleno de interés y de misterio, y se piensa que va uno a habitarlo definitivamente; pero luego, conocido a fondo, se le descubre su semejanza con el anterior, su falta de misterio y de interés, y se dice uno: «Tampoco es ésta la tierra de promisión.» Y así se van conociendo países distintos y mujeres distintas… Al cabo, veinte años de viajes se resumen en la figura borrosa de un empleado de Aduanas, que pide el mismo pasaporte en siete idiomas diferentes, y veinte años de amores se resumen en la figura borrosa de una mujer, que pide siete sombreros diferentes en el mismo idioma. Y entonces, uno se dice: «Ni más países ni más mujeres…».
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 33
ALICIA. —(Con un soplo de voz, como hablando consigo misma.)
¿Y para qué quiero yo la libertad?
FÉLIX. —Para volver a perderla. Todo el mundo quiere la libertad para volver a perderla.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 38
Amar es llevar un brazo en cabestrillo.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 38
Amiga mía, el amor es como una goma elástica que dos seres
mantienen tirante, sujetándola con los dientes; un día, uno de los que tiraban
se cansa, suelta, y la goma le da al otro en las narices.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 41
La vida es una broma de mal gusto.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 43
FÉLIX. —Desde que nacemos, estamos indefensos contra el
Destino y somos impotentes para adivinar las trampas y las desilusiones que ese
Destino nos prepara. Diríase que alguien nos contempla regocijado y se ríe de
nuestros apuros…
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 43
LEONARDO. —La Humanidad sigue siendo tan imbécil como hace
tres mil años. Pero no hablemos de la Humanidad.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 45
Yo adoro a España; su sol, sus mujeres, sus vinos… ¡Y su
descontento eterno!… ¡No hay país igual!
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 46
LEONARDO. —Sí. No puedo estarme quieto. He nacido para la
agitación. Empecé tentando a los hombres por la carne; pero desde que las piscinas
públicas descubrieron lo feo que es el desnudo, les tiento por el espíritu.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 46
LEONARDO. —(Después de reír, como antes.) La
felicidad, en vida… (Ríe.) ¡La felicidad, en vida! ¿La has encontrado
tú?
FÉLIX. —Pero el hombre se dará cuenta un día de que le engañas…
LEONARDO. —Lleva siglos sin darse cuenta. Le ciega el ansia de ser feliz.
FÉLIX. —Si uno conociera de antemano las desgracias que se le avecinan, se podría ser dichoso. (Suenan, más estridentes y prolongadas que nunca, las carcajadas de LEONARDO.)
LEONARDO. —Porque te he oído antes decir eso, es por lo que estoy aquí. Me eres simpático por tu crueldad, por tu cinismo y por lo poco que te ha importado el dolor ajeno cuando se trataba de tu propio placer. ¡Eres de los míos! Voy a proponerte…
FÉLIX. —¿Un pacto?
LEONARDO. —No. Eso ya no lo estilo. No haremos ningún pacto. Te haré… cinco advertencias.
FÉLIX. —¿Cinco advertencias?
LEONARDO. —Voy a advertirte las cinco desgracias más próximas que se ciernen sobre ti…, para… ¡para que las evites! (Suenan de nuevo las carcajadas.) Óyeme… El Destino es inevitable. No está en la mano de los seres ni su felicidad, ni su desdicha. Todo se halla previsto.
FÉLIX. —¿Quieres decir que no podré evitar las cinco desgracias que vas a advertirme?
LEONARDO. —Justamente. Y, por el contrario, al querer evitarlas, las provocarás.
FÉLIX. —Pero ¡entonces tu conducta es infame!
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 46
LEONARDO. —La muerte, los médicos y yo hacemos las visitas
cortas; son tres oficios rápidos. ¡Abur!
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 49
Al sonar la última, se abre de nuevo la vidriera del balcón
y entra CORAL. Es una muchacha de dieciséis o diecisiete años, rubia, tenue,
suave, con no se sabe qué de ingrávido y de imponderable. En ella, la envoltura
física es, más que física, metafísica. No es nada; no es nada más que una
muchacha que acaba de asomarse al mundo, queriendo comprender; pero, en su
misma sencillez y en su mismo no ser nada, lo es todo, y diríase que cuanto
quiere comprender lo trae comprendido ya de otras regiones o de otras vidas. Su
inocencia absoluta está llena de absoluta sabiduría, y sin haber empezado a
vivir, se desprende de ella la emanación de quien ha vivido largamente. Es
profundamente natural, y, como la Naturaleza misma, sabe cumplir sus fines sin
conocerlos. Es, sencillamente, igual que una planta o que una flor; y si toda
ella emana voluptuosidad y atracción, no se da cuenta, como las flores y como
las plantas, ni de su atracción ni de su voluptuosidad. En ella, la sexualidad
y la poesía se confunden, y verla sugiere una sensación primaveral.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 49
La voluntad de uno no es nada frente a esa voluntad
superior.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 61
CORAL. —(Ensimismada.) Es todo tan bonito, que no parece
obra del diablo, sino de Dios.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 64
CORAL. —Conocido o no, el Destino va a arrastrarle… Yo, a lo
único que no le tengo miedo es al Destino.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 65
CORAL. —Sí. Y he hecho semanas enteras de navegación.
Pero navegar en transatlánticos no es navegar. Del mar se desprende un ensueño,
y ¿qué hay de ensueño en viajar con hora fija, jugando al tenis, bailando,
yendo al cine por las tardes y saliendo de un salón para entrar en otro? En los
doce días de mi último viaje por mar no vi más agua que la del cuarto de baño…
No queda en los transatlánticos ni siquiera la sensación del temor al mareo,
pues ya sabe usted que en los grandes transatlánticos no se marea nadie.
FÉLIX. —Nadie, a excepción del capitán.
CORAL. —(Riendo.) ¡Justamente! (Vuelve a reír. Acariciando el barquito de la mesa.) En cambio, navegar en un velero habla al alma de muchas cosas, y cada milla recorrida debe de ser como un descubrimiento. En un velero me hubiera gustado recorrer el mundo. Pero quizá recorrer el mundo es perder el interés por él.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 65
FÉLIX. —¿Por qué imposibles? ¿No es usted rica?
CORAL. —Sí. Y he hecho semanas enteras de navegación. Pero navegar en transatlánticos no es navegar. Del mar se desprende un ensueño, y ¿qué hay de ensueño en viajar con hora fija, jugando al tenis, bailando, yendo al cine por las tardes y saliendo de un salón para entrar en otro? En los doce días de mi último viaje por mar no vi más agua que la del cuarto de baño… No queda en los transatlánticos ni siquiera la sensación del temor al mareo, pues ya sabe usted que en los grandes transatlánticos no se marea nadie.
FÉLIX. —Nadie, a excepción del capitán.
CORAL. —(Riendo.) ¡Justamente! (Vuelve a reír. Acariciando el barquito de la mesa) En cambio, navegar en un velero habla al alma de muchas cosas, y cada milla recorrida debe de ser como un descubrimiento. En un velero me hubiera gustado recorrer el mundo. Pero quizá recorrer el mundo es perder el interés por él.
FÉLIX. —Sin duda. El único atractivo de las cosas y de las personas es no conocerlas.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 65
FÉLIX. —¿Y qué es lo que le gusta a usted?
CORAL. —¡Tantas cosas!… ¡Y tan opuestas!… Me gustan las cajas de música, y me gusta el silencio; me gusta leer, y me gusta cerrar el libro e imaginarme yo el final; me gustan las flores, pero con otros colores de los que tienen…; me gusta encender fuego en la chimenea de mi cuarto y mirar las llamas…; me gusta pensar en que voy a recibir una carta de no sé quién, enviada no sé de dónde, y diciendo no sé el qué… Días enteros he esperado esa carta. A veces vuelvo a casa rápidamente, espoleada por la impaciencia de cogerla, de abrirla, de leerla… Subo febril en el ascensor, llamo al timbre con el corazón palpitante, y pregunto: «¿No ha habido una carta?» Cuando la doncella me dice que no, aún entro mirando si la carta no estaría encima de un mueble esperándome… Y al convencerme de que tampoco aquel día ha llegado la carta, esa carta anhelada, es como si me arrancasen un pedazo de vida… (Cambiando de tono, alegremente.) También me gusta ver las puestas de sol en el campo, y los escaparates en la ciudad. (Cambiando de tono otra vez, voluptuosamente.) Y también me gusta tocar terciopelo…, y darme polvos con una borla de plumas… Y, por la tarde, conducir el coche por una carretera bordeada de árboles frondosos… Y cuando llueve o hay niebla, me gusta callejear envuelta en un impermeable y sintiendo la humedad en la cara y en el pelo… (Cambiando de tono de nuevo. Lentamente.) Y aún hay otra cosa que me gusta sobre todas… Al anochecer, muchos días me refugio aquí, me echo en uno de estos sillones, cierro los ojos y vivo todo lo que quisiera vivir.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 66
CORAL. —Pero el amor, ¿no es una mujer y un hombre que no
están de acuerdo?
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 68
Creo que de niños lo sabemos todo; que al crecer vamos
olvidando, y que de viejos ya no sabemos nada.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 68
La vida hace perder la experiencia.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 68
FÉLIX. —(Condensando lo que ella quiere decir.)
La vida hace perder la experiencia.
CORAL. —¡Exacto! Es lo contrario de lo que dice todo el mundo; pero ¡qué exacto! (Con absoluta naturalidad.) Porque si los viejos poseyeran verdadera experiencia de la vida, no le tendrían el miedo que le tienen a morirse. Lo cierto es que los viejos han perdido con los años la experiencia del vivir, y por eso se aferran a la vida. Y, en tanto, los jóvenes, con su amarga experiencia de la vida, se sienten atraídos por la muerte.
FÉLIX. —(Después de mirarla fijamente, con curiosidad fascinada.) ¿Usted se siente atraída por la muerte?
CORAL. —A ratos, sí. Cuarenta años, cincuenta años de vida, se resisten, sin duda, fácilmente. Y la vejez ya se ve que se soporta aún con mayor facilidad. Pero diecisiete años de vida, ¡cómo pesan, Dios mío! ¿Por qué pesa tanto la juventud, que hay jóvenes que no pueden resistirla? ¿No ha observado usted que el suicidio es más frecuente en la juventud que en la vejez? Los jóvenes, cuanto más jóvenes, con más furia odian la vida, que los agobia. ¿Por qué pesa más la juventud que la vejez?
FÉLIX. —(Deslizándose ya por el plano inclinado del interés personal que de CORAL se desprende.) Porque la juventud está llena de ilusiones y de deseos, y la vejez está absolutamente vacía.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 68
FÉLIX. —Pero usted empieza a vivir, y yo concluyo. Para
usted, el amor, adivinado, puede ser la dicha. Para mí, el amor, no conocido,
es la desgracia.
CORAL. —¡Pero usted no está viejo!
FÉLIX. —Peor: estoy cansado.
CORAL. —¿De querer?
FÉLIX. —De no haber querido.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 69
FÉLIX. —Eso. Porque a las mujeres el pasado de un hombre les
sirve de garantía; pero a los hombres el pasado de una mujer nos sirve de
desesperación. Y es que el pasado de una mujer es siempre el primer amante. CORAL.
—(Dulcemente. Entusiasmada.) Oírle a usted me hace cada vez más feliz.
FÉLIX. —¿Eh?
CORAL. —Yo no tengo pasado. Mi pasado es mi imaginación. Y en mi imaginación, sin conocerle, usted reinaba ya. He soñado viajes imposibles, que no he realizado porque usted tenía que ser mi compañero en esos viajes. Me he echado aquí, en un sillón, muchas tardes, y he cerrado los ojos… por el ansia de verle. Y esa carta que he esperado tantos días, remitida no sé de dónde, enviada por no sé quién y diciendo no sé el qué, tenía que venir de sus manos, escrita por usted, y diciéndome: «Aquí estoy; yo soy, y te quiero.»
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 70
RAMÓN. —A mí, una vez que estuve enfermo, el médico me mandó
al campo a reponerme, y la verdad es que tuve que esperar a reponerme para
poderme ir al campo.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 78
El sacrificio es una virtud que siempre nos parece
admirable… en los demás.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 85
Venecia tendrá su encanto y su sugestión cuando una mujer la
recorra junto a un hombre querido; cuando no, una nota que, al fin y al cabo,
los canales huelen mal…
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 89
La señorita Silvia Arnal. Profesión, nudista; estado
oficial, novia mía. Todavía espero que me haga feliz un día: el día que nos
separemos.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 90
Soltero es la antesala del matrimonio.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 99
Estoy seguro de que el cinismo de un hombre soltero es la
antesala del matrimonio.
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 99
La juventud es un defecto que se corrige con el tiempo…
Enrique Jardiel Poncela
Las cinco advertencias de satanás, página 100
Las cinco advertencias de satanás, página 17
Las cinco advertencias de satanás, página 17
Las cinco advertencias de satanás, página 19
Las cinco advertencias de satanás, página 19
RAMÓN. —Muy bien hecho. No dejes de tener aspiraciones…, ni de agradecer al Destino el ser criado.
PEDRO. —Entonces, ¿el señorito me aconseja que sea criado siempre?
RAMÓN. —No dimitas jamás. Es más cómodo ser pueblo que gobernante, marinero que capitán, enfermo que médico y niño que ama de cría. ¡Seamos criados hasta la muerte, Perico!
PEDRO. —¿Seamos?
RAMÓN. —Seamos, sí; porque yo también soy criado. Yo soy criado de tu amo al quedarme con las corbatas y las mujeres que él desecha; pero ya has visto cómo así obtengo la ventaja de conseguir gratis lo que a él le ha costado el dinero. Un buen cínico, Pedro, no debe ignorar las utilidades de la servidumbre.
PEDRO. —Me encantaría saber qué es lo que el señorito entiende exactamente por ser cínico.
RAMÓN. —Ser cínico es volver a escribir lo que ya habíamos tachado.
Las cinco advertencias de satanás, página 20
Las cinco advertencias de satanás, página 21
Las cinco advertencias de satanás, página 29
ISAAC. —(Con un gesto de asco.) ¡Qué desilusión! Ver que todas gastan lo mismo es lo que le mantiene a uno soltero.
FÉLIX. —Isaac, la única diferencia está en que las que no son nudistas se hacen la ropa para ponérsela, y las nudistas se hacen la ropa para quitársela.
Las cinco advertencias de satanás, página 29
Las cinco advertencias de satanás, página 30
RAMÓN. —Y morirse, el timo del entierro.
FÉLIX. —Pero saber eso no le impide a cada cual buscar la felicidad donde crea encontrarla. Yo he consumido la juventud en amar y en viajar, que, como ha insinuado antes Orellana, son una misma cosa. Cada país, igual que cada mujer, es fascinador cuando no se conoce, y está lleno de interés y de misterio, y se piensa que va uno a habitarlo definitivamente; pero luego, conocido a fondo, se le descubre su semejanza con el anterior, su falta de misterio y de interés, y se dice uno: «Tampoco es ésta la tierra de promisión.» Y así se van conociendo países distintos y mujeres distintas… Al cabo, veinte años de viajes se resumen en la figura borrosa de un empleado de Aduanas, que pide el mismo pasaporte en siete idiomas diferentes, y veinte años de amores se resumen en la figura borrosa de una mujer, que pide siete sombreros diferentes en el mismo idioma. Y entonces, uno se dice: «Ni más países ni más mujeres…».
Las cinco advertencias de satanás, página 33
FÉLIX. —Para volver a perderla. Todo el mundo quiere la libertad para volver a perderla.
Las cinco advertencias de satanás, página 38
Las cinco advertencias de satanás, página 38
Las cinco advertencias de satanás, página 41
Las cinco advertencias de satanás, página 43
Las cinco advertencias de satanás, página 43
Las cinco advertencias de satanás, página 45
Las cinco advertencias de satanás, página 46
Las cinco advertencias de satanás, página 46
FÉLIX. —Pero el hombre se dará cuenta un día de que le engañas…
LEONARDO. —Lleva siglos sin darse cuenta. Le ciega el ansia de ser feliz.
FÉLIX. —Si uno conociera de antemano las desgracias que se le avecinan, se podría ser dichoso. (Suenan, más estridentes y prolongadas que nunca, las carcajadas de LEONARDO.)
LEONARDO. —Porque te he oído antes decir eso, es por lo que estoy aquí. Me eres simpático por tu crueldad, por tu cinismo y por lo poco que te ha importado el dolor ajeno cuando se trataba de tu propio placer. ¡Eres de los míos! Voy a proponerte…
FÉLIX. —¿Un pacto?
LEONARDO. —No. Eso ya no lo estilo. No haremos ningún pacto. Te haré… cinco advertencias.
FÉLIX. —¿Cinco advertencias?
LEONARDO. —Voy a advertirte las cinco desgracias más próximas que se ciernen sobre ti…, para… ¡para que las evites! (Suenan de nuevo las carcajadas.) Óyeme… El Destino es inevitable. No está en la mano de los seres ni su felicidad, ni su desdicha. Todo se halla previsto.
FÉLIX. —¿Quieres decir que no podré evitar las cinco desgracias que vas a advertirme?
LEONARDO. —Justamente. Y, por el contrario, al querer evitarlas, las provocarás.
FÉLIX. —Pero ¡entonces tu conducta es infame!
Las cinco advertencias de satanás, página 46
Las cinco advertencias de satanás, página 49
Las cinco advertencias de satanás, página 49
Las cinco advertencias de satanás, página 61
Las cinco advertencias de satanás, página 64
Las cinco advertencias de satanás, página 65
FÉLIX. —Nadie, a excepción del capitán.
CORAL. —(Riendo.) ¡Justamente! (Vuelve a reír. Acariciando el barquito de la mesa.) En cambio, navegar en un velero habla al alma de muchas cosas, y cada milla recorrida debe de ser como un descubrimiento. En un velero me hubiera gustado recorrer el mundo. Pero quizá recorrer el mundo es perder el interés por él.
Las cinco advertencias de satanás, página 65
CORAL. —Sí. Y he hecho semanas enteras de navegación. Pero navegar en transatlánticos no es navegar. Del mar se desprende un ensueño, y ¿qué hay de ensueño en viajar con hora fija, jugando al tenis, bailando, yendo al cine por las tardes y saliendo de un salón para entrar en otro? En los doce días de mi último viaje por mar no vi más agua que la del cuarto de baño… No queda en los transatlánticos ni siquiera la sensación del temor al mareo, pues ya sabe usted que en los grandes transatlánticos no se marea nadie.
FÉLIX. —Nadie, a excepción del capitán.
CORAL. —(Riendo.) ¡Justamente! (Vuelve a reír. Acariciando el barquito de la mesa) En cambio, navegar en un velero habla al alma de muchas cosas, y cada milla recorrida debe de ser como un descubrimiento. En un velero me hubiera gustado recorrer el mundo. Pero quizá recorrer el mundo es perder el interés por él.
FÉLIX. —Sin duda. El único atractivo de las cosas y de las personas es no conocerlas.
Las cinco advertencias de satanás, página 65
CORAL. —¡Tantas cosas!… ¡Y tan opuestas!… Me gustan las cajas de música, y me gusta el silencio; me gusta leer, y me gusta cerrar el libro e imaginarme yo el final; me gustan las flores, pero con otros colores de los que tienen…; me gusta encender fuego en la chimenea de mi cuarto y mirar las llamas…; me gusta pensar en que voy a recibir una carta de no sé quién, enviada no sé de dónde, y diciendo no sé el qué… Días enteros he esperado esa carta. A veces vuelvo a casa rápidamente, espoleada por la impaciencia de cogerla, de abrirla, de leerla… Subo febril en el ascensor, llamo al timbre con el corazón palpitante, y pregunto: «¿No ha habido una carta?» Cuando la doncella me dice que no, aún entro mirando si la carta no estaría encima de un mueble esperándome… Y al convencerme de que tampoco aquel día ha llegado la carta, esa carta anhelada, es como si me arrancasen un pedazo de vida… (Cambiando de tono, alegremente.) También me gusta ver las puestas de sol en el campo, y los escaparates en la ciudad. (Cambiando de tono otra vez, voluptuosamente.) Y también me gusta tocar terciopelo…, y darme polvos con una borla de plumas… Y, por la tarde, conducir el coche por una carretera bordeada de árboles frondosos… Y cuando llueve o hay niebla, me gusta callejear envuelta en un impermeable y sintiendo la humedad en la cara y en el pelo… (Cambiando de tono de nuevo. Lentamente.) Y aún hay otra cosa que me gusta sobre todas… Al anochecer, muchos días me refugio aquí, me echo en uno de estos sillones, cierro los ojos y vivo todo lo que quisiera vivir.
Las cinco advertencias de satanás, página 66
Las cinco advertencias de satanás, página 68
Las cinco advertencias de satanás, página 68
Las cinco advertencias de satanás, página 68
CORAL. —¡Exacto! Es lo contrario de lo que dice todo el mundo; pero ¡qué exacto! (Con absoluta naturalidad.) Porque si los viejos poseyeran verdadera experiencia de la vida, no le tendrían el miedo que le tienen a morirse. Lo cierto es que los viejos han perdido con los años la experiencia del vivir, y por eso se aferran a la vida. Y, en tanto, los jóvenes, con su amarga experiencia de la vida, se sienten atraídos por la muerte.
FÉLIX. —(Después de mirarla fijamente, con curiosidad fascinada.) ¿Usted se siente atraída por la muerte?
CORAL. —A ratos, sí. Cuarenta años, cincuenta años de vida, se resisten, sin duda, fácilmente. Y la vejez ya se ve que se soporta aún con mayor facilidad. Pero diecisiete años de vida, ¡cómo pesan, Dios mío! ¿Por qué pesa tanto la juventud, que hay jóvenes que no pueden resistirla? ¿No ha observado usted que el suicidio es más frecuente en la juventud que en la vejez? Los jóvenes, cuanto más jóvenes, con más furia odian la vida, que los agobia. ¿Por qué pesa más la juventud que la vejez?
FÉLIX. —(Deslizándose ya por el plano inclinado del interés personal que de CORAL se desprende.) Porque la juventud está llena de ilusiones y de deseos, y la vejez está absolutamente vacía.
Las cinco advertencias de satanás, página 68
CORAL. —¡Pero usted no está viejo!
FÉLIX. —Peor: estoy cansado.
CORAL. —¿De querer?
FÉLIX. —De no haber querido.
Las cinco advertencias de satanás, página 69
FÉLIX. —¿Eh?
CORAL. —Yo no tengo pasado. Mi pasado es mi imaginación. Y en mi imaginación, sin conocerle, usted reinaba ya. He soñado viajes imposibles, que no he realizado porque usted tenía que ser mi compañero en esos viajes. Me he echado aquí, en un sillón, muchas tardes, y he cerrado los ojos… por el ansia de verle. Y esa carta que he esperado tantos días, remitida no sé de dónde, enviada por no sé quién y diciendo no sé el qué, tenía que venir de sus manos, escrita por usted, y diciéndome: «Aquí estoy; yo soy, y te quiero.»
Las cinco advertencias de satanás, página 70
Las cinco advertencias de satanás, página 78
Las cinco advertencias de satanás, página 85
Las cinco advertencias de satanás, página 89
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