Enrique Jardiel Poncela El plano astral y otras novelas cortas


—Hay diversidad de temperamentos. —En el hombre, sí; en la mujer existen dos únicamente: el «reposado» y el «agitado».
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 18
 
 
Todo parecía morir bajo aquel firmamento igual, abrumador.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 20
 
 
El espectro balanceaba la cabeza y movía sus labios como si hablase; pero Jack no oía nada, absolutamente nada.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 22
 
 
La compenetración amorosa de los jóvenes fue una cosa rápida, brusca, «ineludible». Fue algo que no tiene más remedio que suceder… Y sucedió.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 32
 
 
Bessie era una pasional extremada; Jack un sensitivo absoluto: su unión, el ayuntamiento de sus dos psicologías, fue una llamarada deslumbradora, un haz de chispas, un doble circuito.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 32
 
 
En Inglaterra, por otra parte, el aburrimiento es una ley. Por lo mismo que la vida está muy bien organizada, las cosas se hacen maquinalmente y se concluye por hallar en todo una esencia de tristeza mortal.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 33
 
 
Gray ya no sentía ilusiones por la vida parlamentaria. Como todos los hombres de lucha, se desengañaba, al iniciarse la vejez. Repasando su vida sentía una suave compasión por las energías y arrestos malgastados en su juventud, desprecio por las faenas llevadas a término en la edad madura y habría querido borrar hasta las palabras pronunciadas en sus últimos tiempos de político.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 34
 
 
Fue a hablar el muchacho y ella le contuvo con un gesto.
Tú me has enseñado, me has inculcado unas ideas hermosas y santas. Tú crees ciegamente en el poder de nuestra alma «aquí» y en su poder «allá». ¿Por qué lloras? Aunque yo muriese, ¿qué te importa? ¿No seguiremos viéndonos? ¿No seguiremos habiéndonos, «a pesar de todo»? ¿No podremos amarnos igual? Contesta.
—Igual, Bessie.
—¿Entonces
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 48
 
 
 
—Responde, Jack —apremió ella—. ¿Por qué llorabas? ¿Por qué te apena mi muerte cuando tú me aseguraste siempre que «nada acababa»?
Jack, torturado, aún permaneció en silencio unos segundos.
—«Nada acaba», Bessie —exclamó por fin—. Tras la muerte sigue el alma el camino que Dios la marcó al dirigirla, porque, al igual que Dios, el alma no nace ni muere…
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 48
 
 
Y, sin más preámbulos, Tom Greenwood comenzó a hablar: —Nos conocemos hace muchos años y siempre todas nuestras actividades, sin dejar por ello de estudiar otros puntos de vista del ocultismo, se han dirigido al problema capital de las ciencias psíquicas: a la relación hablada con los espíritus.» Hombres documentados, investigadores, consecuentes con las ideas nuevas, hemos desdeñado siempre las experiencias del velador por ridículas y por infantiles, que no era cosa compatible con nuestros conocimientos un simple fenómeno de autosugestión inconsciente, como es el citado.» Tampoco nos hemos apoyado para nuestros estudios en las apariciones de espectros, ya que, la mayor parte de las veces, esas apariciones no hablan y si lo hacen es para decir cosas absolutamente personales que en nada afectan a los grandes e intrincados problemas del más allá.» Nosotros hemos juzgado siempre que, consiguiendo una relación hablada con los espíritus que pueblan las invisibles regiones del plano astral, conseguiríamos una revolución ideológica formidable y que el siglo XX sería conocido en la historia como la apoteosis del humano saber.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 54
 
 
» Tras muchas noches de labor reconcentrada, deduje, apoyándome en los estudios ya hechos por Rochas, Waterville, Gramont, Sebatier, Darieux y tantos otros, que las fuerzas astrales o superfísicas llegaban hasta nosotros; pero que, constituidos para una naturaleza esencialmente materialista, no las apreciábamos.» Existían, pues, dos incógnitas; primera: hallar un aparato que “transformase” esas fuerzas, esas energías, invisibles para nosotros, en algo que pudiese ser percibido por nuestros sentidos; y segunda: encontrar un “conductor” que llevase esas fuerzas desde el plano astral hasta el aparato “transformador logrado”.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 56
 
 
—Sentado este precedente, comencé a construir el aparato transformador, que es, simplemente, señores, un teléfono sin hilos provisto de una placa receptora tan extraordinariamente sensible que es insensible a cuantos fenómenos acústicos o eléctricos se suceden en nuestro plano físico. Helo aquí.
Y de una alacena, Tom Greenwood sacó un pequeño teléfono receptor.
—Como el plano astral —siguió diciendo— es un plano suprasensible, superfísico, que está por encima del nuestro, era indudable que para establecer comunicación con él se necesitaba un aparato suprasensible, que estuviese por encima de las convulsiones sensoriales del plano físico.
» Y, para terminar, este aparato transformador, al que llamo el “telepsíquico”, se conecta con una antena que he instalado en el último piso de esta quinta. Hasta la antena llegan las ondas que transmiten las energías astrales, ondas a las que he determinado denominar “subliminales”, las cuales actúan sobre la placa sensible del “telepsíquico” y hacen llegar hasta mis oídos cuanto sucede en plano astral.
—¿Ha hecho usted ya la experiencia? —interrogó tembloroso Kurtis.
—Sí —dijo Greenwood—; la he hecho noches pasadas; pero he oído un rumor tan confuso y tan extraño que he abandonado la bocina del «telepsíquico».
—Entonces.
Todos, súbitamente, tuvieron un gesto de decepción.
Greenwood lo atajó sonriendo.
—Les he asegurado, señores, que he triunfado. «Ahora», todavía no puedo comunicarme con los espíritus astrales, porque para lograrlo necesito «allá» el espíritu de un «médium» que, junto a mí, haya seguido mis trabajos; para lograrlo necesitaría que el espíritu de Jack, por ejemplo, habitase el plano astral.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 57
 
 
Pero el inventor siguió hablando: —Y ello es preciso —dijo—, porque con mi invento consigo «oír los espíritus superfísicos», pero «no puedo hacerme escuchar por ellos». Es decir, que ha de ser el espíritu que vaya allá quien hable, quien nos saque de las tinieblas en que vivimos. Nosotros «¡nunca podremos interrogar!». He aquí, señores, cuanto tenía que decirles.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 58
 
 
Tom Greenwood calló y hubo un silencio impresionante. Kurtis rompió la pausa para decir:
—El camino seguido en la investigación me parece admirable; el descubrimiento de las ondas «subliminales», portentoso; el invento del «telepsíquico», genial; creo, tengo la evidencia de que sir Tom Greenwood ha solucionado el magno problema; pero, en nombre de la civilización, pido que se destruya el aparato transformador y que jamás volvamos a reunimos para tratar de semejantes cuestiones.
—¿Por qué? —interrogó asombrado Greenwood.
—Porque es salvaje sacrificar una vida en tal experiencia. No consentiría nunca que Jack muriese por rasgar el velo que nos separa de lo astral.
—¡Esa es una teoría imbécil que nos llevaría al cretinismo!
Todos los rostros se volvieron hacia Kraemer, que era quien así había hablado.
—¡En todas las actividades que han llevado al progreso y a la civilización ha habido víctimas; nada ha evolucionado sin el sacrificio de unos cuantos! ¿Qué significa la vida de un hombre ante el engrandecimiento del mundo? Y nosotros, ¿no buceamos en el más allá, asqueados de la pobreza espiritual de este plano en el que vivimos? ¡Estamos juramentados para dar nuestra existencia, en sí estúpida y vacía, por el triunfo de nuestra causa! Quien retroceda, es un cobarde; quien se rinda, un felón. Ahora, cuando tenemos en nuestras manos el imperio del espíritu, ¿vamos a despreciarlo por unos años más de vida en este medio asfixiante y lóbrego? ¡Jack sabe lo que esperamos de él y sólo duda por un amor que aún le liga al plano físico! ¡Greenwood sacrifica su pasión de padre por la gloriosa conquista que proyectamos! ¡En cuanto Jack se desprenda de ese amor, que es la tierra que le corta las alas, estará dispuesto a brindarnos su vida física! ¡En estas condiciones, quien alegue un sentimentalismo trasnochado, no merece más que el desprecio!
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 58
 
 
—No se moleste. «Aún no está».
Sacó su reloj y lo consultó detenidamente.
—Después de detenerse el corazón —siguió diciendo—, el alma tarda en separarse del cuerpo tres minutos.
—Es cierto —murmuró Kraemer—, lo olvidaba.
Y, como si se tratase de la cosa más natural del mundo, agregó:
—Usted me avisará…
—Conforme.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 64
 
 
—¿Qué? —interrogó febrilmente Kurtis.
—¿Ya? —preguntó con naturalidad Tylwild.
Greenwood sólo pudo afirmar con la cabeza. Hasta él llegaba un murmullo que decía:
—Padre: Estoy entre vosotros; estáis reunidos junto al telepsíquico y advierto la ansiedad que reflejan vuestras caras. No me veis; no podéis verme, porque todos tenéis atrofiadas las glándulas pineal y pituitaria.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 67
 
 
»Pasan los tres minutos vuestros…, que para nosotros son nada.
«Porque en este plano maravilloso e inconmensurable nada comienza ni acaba; no hay principio ni fin.
»En aquel mismo punto se siente, ¿cómo te diría yo?, como si el alma, que es infinita como el Cosmos y diminuta como un electrón, fuese una flor inconcebiblemente grande que se abriese merced a un impulso, desconocido para todos; para nosotros, divino.
»Cuanto el alma ha sentido en el plano físico no es comparable a lo que desde el primer segundo se siente en el plano astral.
»No “hay” cuerpos, nada se “ve”, nada se “oye”.
»Se “presienten” fuerzas, fluidos en derredor de nosotros.
»Desaparecen las sensaciones de tamaño, distancia y tiempo.
»No hay pasado, futuro ni presente.
»No existe el espacio ni la magnitud.
»No se tiene conciencia de existir.
»Se vive en un foco de luz.
»Dominándolo todo se presiente un fluido, ante cuya magnificencia todo se “borra”, todo se “apaga”.
»Se siente entonces la idea infinita de Dios.
»Una dulzura quintaesenciada nos “invade”; una paz incomprensible nos “seduce”: es como si “muriésemos viviendo”…
»Y en ese estado único, en ese “no ser”, absorbido por una “sensación espiritual” maravillosa, el influjo de “algo” glorioso nos hace ver claramente todo cuanto de malo y de bueno hicimos sobre la Tierra, en el plano físico.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 68
 
 
»Yo “he amado”, comprendo que he amado y que he amado mucho; y en esta región donde el amor es la única doctrina, donde se juzga la bondad de las almas por lo que amaron y por cómo amaron, eso es para mí un consuelo divino. Eso es mi “purgatorio”».
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 69
 
 
»En medio de esa vergüenza de mí mismo, he hallado un oasis dulce, muy dulce. Esto les sucede a otras muchas almas.
»Yo “he amado”, comprendo que he amado y que he amado mucho; y en esta región donde el amor es la única doctrina, donde se juzga la bondad de las almas por lo que amaron y por cómo amaron, eso es para mí un consuelo divino. Eso es mi “purgatorio”».
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 69
 
 
—Para nosotros, para los espíritus que poblamos estas inconcebibles regiones, vuestra vida, la de los hombres aún regidos por la materia, no tiene secretos.
»Como “caminamos” con una velocidad millones de veces superior a la de la luz, nos “trasladamos” a los sitios elegidos en milésimas de segundo y los peligros que vosotros, seres imperfectos, halláis en vuestro camino, son “vistos” por nosotros “antes de ser creados”.
»Es decir, que “dominamos” a la Muerte y a la Vida.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 70
 
 
—Vosotros, pobres humanos, no sabéis lo que es la Muerte ni lo que es la Vida. Representáis a la primera con un esqueleto. ¡Menguado saber el vuestro! El esqueleto es materia y la Muerte nada tiene que ver con la materia.
»Escucha, padre. Para el alma humana todo es, ha sido y será Vida. Las almas las crea el Fluido Infinito que nos gobierna antes de crear al individuo. Cuando el primer átomo de hombre comienza a evolucionar, ya un alma lo rige, y cuando el pobre trozo de carne se descompone en la fosa, sigue el alma su camino incesante e inmortal.
» En este momento yo “veo” cuanto sucede en vuestros cerebros: el pasaje más infinito de vuestra conciencia se me presenta a mí claro y patente.
» Vivo entre vosotros, porque yo, como todas las almas, debo sufrir mi “purgatorio” allí donde pequé.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 70
 
 
De pronto Greenwood lanzó un rugido. —¡No me oye! ¡No me oye! ¡Y yo quiero saber!
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 72
 
 
¡Pobres mujeres las que sólo disfrutan de un amor material y creen poseer el placer supremo!
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El plano astral
El plano astral y otras novelas cortas, página 73
 
 
Gabriel, ya famoso, ya ilustre, ya en la cima de los cuarenta años, vivía siempre dentro de sí mismo, a pesar de que «alternaba» y de que no faltaba a ningún acontecimiento de arte. Gabriel se aburría; había viajado, había sufrido, había trabajado y comenzaba a sentirse un poquito harto de vivir. Pensaba a veces que la existencia está calculada para una única representación y como él ya había presenciado el desarrollo del espectáculo, notaba el cansancio y el aburrimiento de quien ha visto una misma farsa repetida.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 92
 
 
No; Ernesto no necesitaba dinero; consejos, sí. Y, más que consejos, necesitaba hacer una confidencia a alguien «que le supiese comprender», esto es, que le diera la razón.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 93
 
 
No; Ernesto no necesitaba dinero; consejos, sí. Y, más que consejos, necesitaba hacer una confidencia a alguien «que le supiese comprender», esto es, que le diera la razón.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 94
 
 
La mayor torpeza del mundo es mezclar la literatura con la vida.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 94
 
 
Hasta los veinte años la familia ayuda, favorece; es el todo. Mas corrida esa edad, nos perjudica con sus favores, tira hacia abajo, nos aplasta. Hay que dejar solo al individuo; hay que abandonarle a sus medios para que se endurezca y broten en él la virilidad y el concepto de la personalidad responsable.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 95
 
 
En uno de esos siniestros días en que el ánimo decaído viste de negro el pensamiento, y la voluntad se agota, y la energía huye y el alma parece adquirir sustancia carnal para que la pisotee el sufrimiento, en uno de esos días conocí el amor.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 96
 
 
Entonces pasó junto a mí una mujer y presintiendo sin duda mis lágrimas, me miró. ¡Oh!, apenas me miró un instante, pero dulcemente, muy dulcemente, acariciándome con sus ojos, que eran como dos violetas pensativas. Después quizá se arrepintió de tal mirada y continuó su camino. La seguí; la seguí prendido en súbitas ansias; la seguí viendo en ella un refugio, una voz que acaso me fortaleciese, unas manos que tal vez refrescaran mis sienes ardorosas. Porque el misterioso agente del destino acababa de decirme en secreto: «Ve, corre; es el amor». Era el amor. Mi vida floreció. Donde había plomo nacieron alas. Cayeron sobre mi frente todos los perfumes de todas las primaveras. Era el amor, ese artista inmortal que de las viejas arpas arranca nuevas melodías magníficas. Clavé mis ojos en él, a riesgo de que cegasen y miles de estrellas desconocidas centellearon en la noche obscura de mi espíritu y reventaron en chispas de luz y en polvo de oro. Bebí ávidamente el amor.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 96
 
 
No sabía aún que es un suicidio y una locura colocar la existencia más allá de sus naturales límites, que no hay que mezclar el arte con la vida, sino hacer de nuestra vida un arte.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 100
 
 
Una eternidad de infierno no será castigo bastante para mí.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 101
 
 
El artista tiene una vanidad suprema. Y a los veintiocho años aún se es imbécil. I La hostilidad femenina Aurelia admiraba a Mado.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 104
 
 
El artista tiene una vanidad suprema.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 104
 
 
La meditación y la mujer son conceptos complementarios; quizá por eso Rodin esculpió una cabeza de mujer cuando tuvo que dar forma plástica al pensamiento y esculpió un hombre para representar al pensador.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 107
 
 
Margarita, tu mujer, Ernesto, a la que acabas de dejar en casa llorando, a la que piensas abandonar por un error de perspectiva, es, asimismo, la sencillez fragante, la tuya, la que Dios te ha dado.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La sencillez fragante
El plano astral y otras novelas cortas, página 110
 
 
Cuando no hay mujeres delante, los hombres hablan con más libertad. —En eso —contestó Ramiro, ya repuesto de la quemadura— procedemos igual que las mujeres: también ustedes hablan con más libertad cuando no hay hombres delante.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 112
 
 
—La vida es una feria de hipocresías.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 112
 
 
El matrimonio es un viaje que, por más que se retrase, acaba por hacerse, fatalmente.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 112
 
 
—Bueno; vamos donde quieras —exclamó de un modo resuelto—, pero vamos a algún sitio. No puedo resistir las indecisiones.
—Por mi parte —repuso Ramiro—, no sé de nada tan encantador como el placer de no decidirse a nada. Esto me ha salvado de perder mi fortuna en el juego. Siempre que he entrado en la «sala del crimen» del Casino y frente a los tapetes verdes de las mesas, he sentido plantearse dentro de mí el mismo problema insoluble. ¿Juego a encarnado o juego a negro? ¿A qué número de los treinta y siete diferentes de la ruleta pongo mis billetes? Y jamás me decidí por ninguno. ¿No es magnífico? El hombre decidido no tiene ninguna de mis simpatías; es el huracán que lo desgaja todo en la dirección que sopla. Mientras que el hombre indeciso es la brisa encantadora, esa brisa que parece fluctuar y que viene de un lado y de otro, sin que sepamos a ciencia cierta de qué lado viene. En esto hay un misterio atrayente; en lo primero hay una certidumbre fría y sin sabor. Además, el día que todos los hombres fuesen decididos, el mundo resultaría tan aburrido como una partida de billar entre campeones de los que hacen diez carambolas de una sola tacada. No, no. ¡Viva la indecisión!
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 116
 
 
¡Sólo los hombres que hablan mucho por teléfono pueden ufanarse de vivir intensamente!
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 118
 
 
La felicidad de los demás es un hermoso espectáculo.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 118
 
 
Lo único trascendental e importante de la vida es el esfuerzo realizado para construir.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 119
 
 
Marín, que cuando discutía lo hacía sólo por el placer de llevar a alguien la contraria…
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 119
 
 
Ramiro quedó mirando a su amigo, el rostro iluminado por esa admirable expresión de estupidez con que nos enmascaran las cosas incomprensibles.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 120
 
 
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 119
 
 
Sofía indagó detalles por esa intensísima curiosidad que sienten todas las mujeres por saber lo que no les interesa.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 124
 
 
Andaba yo muy enfrascado en mis negocios y en mi amor naciente para ocuparme de vidas ajenas. Además, he sido siempre un hombre rectilíneo, que he ido al fin propuesto sin perder el tiempo en contemplar las laderas del camino. —Sí —aseguró Ramiro interrumpiéndole—. No has sabido vivir jamás. Porque el verdadero gusto de la vida reside precisamente en eso que tú desdeñas: en las laderas del camino, en lo que no tiene importancia al parecer. Créeme: tu mujer y todas las mujeres proceden como personas sabias al sentir curiosidad por aquello que no les importa. No olvides la frase del gran poeta alemán cuando le preguntaban cierto día por qué estaba tan contento: «¡Oh! Es que me he encontrado a Hans y hemos hablado de muchas cosas que no nos importaban a ninguno de los dos».
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 124
 
 
¿No lo has considerado tú nunca? Una escalera de madrugada es la concreción de todos los enigmas. Tras las puertas, mudas y discretas, palpitan cien pasiones distintas, cien problemas diferentes, mundos enteros de sentimientos, de ideas, de ilusiones, de engaños; las cosas más nobles y las más abyectas, lo digno y lo inconfesable, el amor y el dolor, la alegría y la tristeza, el desprendimiento y el egoísmo, la timidez y la audacia…; todo vive, aletea, gime, ruge, suspira y descansa tras aquellas puertas, cuyos metales fulgen a la luz temblorosa de la cerilla.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 124
 
 
Dentro del portal, la cerilla en la mano izquierda y el llavín de mi cuarto prevenido en la diestra, me puse a considerar lo interesante que es una escalera de madrugada. ¿No lo has considerado tú nunca? Una escalera de madrugada es la concreción de todos los enigmas. Tras las puertas, mudas y discretas, palpitan cien pasiones distintas, cien problemas diferentes, mundos enteros de sentimientos, de ideas, de ilusiones, de engaños; las cosas más nobles y las más abyectas, lo digno y lo inconfesable, el amor y el dolor, la alegría y la tristeza, el desprendimiento y el egoísmo, la timidez y la audacia…; todo vive, aletea, gime, ruge, suspira y descansa tras aquellas puertas, cuyos metales fulgen a la luz temblorosa de la cerilla. El que sube se nota mirado y analizado por muchas pupilas ansiosas e invisibles y una agitación de temor y de recelo recorre su espalda.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 127
 
 
¿Qué tienen las muertas jóvenes que así atraen nuestros pensamientos más dulces y nuestras ideas más nobles? Hay un fluido especial que se desprende de las muertas jóvenes que nos hacen volver a Dios los ojos, que nos lleva a pensar con angustia que la tierra húmeda y negra va a caer sobre esos despojos delicados. Y sentimos el ansia irrefrenable de repetir las palabras del epitafio: «¡Oh, tierra madre! Sé leve para ella. ¡Ha pesado tan poco sobre ti!».
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 129
 
 
 
Todas las personas inteligentes mueren sonriendo. En vano he pretendido que alguien me explicase el fenómeno y, por último, yo mismo me lo he explicado. Se trata, sencillamente, de que, al borde mismo del estanque podrido de la muerte, esos seres comprenden la gran vacuidad de la vida, lo intrascendente y lo necio de nuestros afanes y al marcharse, al dejarnos debatiéndonos en el círculo de esas pobres quimeras, sonríen con una sonrisa de lástima y de piedad.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato La puerta franqueada
El plano astral y otras novelas cortas, página 134
 
 
Soy un temperamento nervioso y al cabo de los años he podido comprobar que esas fuerzas ocultas, que unos llaman telepatía y otros llaman presentimientos, ejercen sobre mis nervios decisiva influencia.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato Jack el Destripador (Novela verídica)
El plano astral y otras novelas cortas, página 148
 
 
—¡Peste de Policía, que ha de estar siempre mezclada en lo que no entiende!
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato Jack el Destripador (Novela verídica)
El plano astral y otras novelas cortas, página 151
 
 
—¿Un sadista?
—Precisamente. Un sadista. Me agrada verle a usted tan enterado. A Jack el Destripador, el asesinato le reporta indudablemente un placer sexual y este placer es en él tan poderoso, que contrarresta, al menos por el momento, toda repugnancia por la crueldad; esto es lo que se llama sadismo: el placer que contrarresta la crueldad; no la crueldad por el placer, como pretenden algunos literatos de la Medicina.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato Jack el Destripador (Novela verídica)
El plano astral y otras novelas cortas, página 158
 
 
El invierno y la primavera de 1889 pasaron sin noticias de Jack. La fiera dormía aletargada y en las gentes renacía la confianza.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato Jack el Destripador (Novela verídica)
El plano astral y otras novelas cortas, página 164
 
 
 
—¡Los peligros del mar!… Ríase usted de lo que la gente llama «los peligros del mar». ¿Quiere que yo le diga la verdad? Pues la verdad es que a bordo de un buque sólo existen dos peligros graves: uno, la niebla, y otro, que el capitán se emborrache.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El naufragio del “Mistinguett”
El plano astral y otras novelas cortas, página 169
 
 
El cigarrillo, que era excelente, y mi propósito de demostrar que un español hace todo lo que sea capaz de hacer un inglés, consumiendo, además, mucha menos mantequilla, acabaron de serenarme y, desde aquel instante, asistí al naufragio con la benevolencia sonriente con que se asiste a la proyección de una película «del Oeste».
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El naufragio del “Mistinguett”
El plano astral y otras novelas cortas, página 172
 
 
Uno de ellos, que viajaba con dos tías carnales, decía, mientras se ahogaban sus tías y poco antes de ahogarse él mismo: El mar, padre y abuelo de Anfitrita, con sus fauces acuáticas se engulle todo navío que en sus ondas bulle en un hambre de barcos infinita… Y a ése le aplaudimos.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El naufragio del “Mistinguett”
El plano astral y otras novelas cortas, página 173
 
 
Los españoles fueron, como siempre, la nota original: en un grupo de cuatro o cinco buscaron al capitán del Mistinguett, culpable del naufragio; se hartaron de darle bofetadas por turno riguroso y declararon: —¡Nosotros hasta que no nos desahoguemos no nos ahogamos!
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El naufragio del “Mistinguett”
El plano astral y otras novelas cortas, página 173
 
 
En los primeros días de navegación había yo creído que el barco iba lleno de chinos, pues en todos los rincones me topaba con alguno; hasta que, al fin, me enteré de que a bordo no viajaba otro chino que Tom Gubbins; y es que con los chinos nunca es posible saber si se ha visto a varios una sola vez, o si se ha visto a uno solo varias veces.
 
Enrique Jardiel Poncela
Del relato El naufragio del “Mistinguett”
El plano astral y otras novelas cortas, página 174
 
 
 

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