Enrique Jardiel Poncela Amor se escribe sin hache


 
Lector, lectora: algunos autores te ruegan que no prestes sus libros a nadie, porque, prestándolos, pones a tus amigos en condiciones de que no necesiten comprarlos, con lo cual el escritor sale perjudicado en sus intereses. Yo, que tengo los mismos intereses que los demás autores, te ruego todo lo contrario, esto es: que prestes en cuanto lo leas el presente libro. Como la persona a quien se lo dejes no te lo devolverá, tú te apresurarás a comprar otro ejemplar inmediatamente. También ese segundo ejemplar debes prestarlo y adquirir un tercero y prestarlo, y adquirir otro más y prestarlo también… Con tal sistema, a pocos amigos que tengas a quienes acostumbres a prestar libros, yo haré un buen negocio y te quedaré agradecidísimo.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 9
 
 
Siempre es divertido hablar de uno mismo.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 9
 
 
Hablar de uno mismo es tan peligroso como agradable. Hay riesgo de caer en una vanidad estúpida, y hay riesgo de naufragar contra los escollos de la falsa modestia
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 10
 
 
Voy a decir verdades y la verdad solo está separada del cinismo por un tabique de casa moderna.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 10
 
 
En fuerza de convivir con la intelectualidad y con el arte, he aprendido a no concederles importancia.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 12
 
 
Luego, andando el tiempo, cuando he sentido el dolor de cerca, he ido despreciando los motivos dramáticos hasta dar en el humorismo violento que cultivo desde hace años.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 15
 
 
En la actualidad, cada día leo con más cautela.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 16
 
 
… pues el romanticismo no es sino la aleación de la sensualidad con la idea de la muerte.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 19
 
 
Naturalmente que, en el fondo, como todos los románticos y los sentimentales, soy un sensual, pues el romanticismo no es sino la aleación de la sensualidad con la idea de la muerte. Pero eso no quita para que adore las puestas de sol y las noches estrelladas; para que, instintivamente, busque la dulzura en la mujer; para que me guste besarle las manos y los hombros; para que al final de una sesión de amor le haya propuesto el suicidio a más de una; para que ciertas melodías me dejen triste; para que haya llorado sin saber por qué en brazos femeninos y para que haya hecho, en fin —y esté dispuesto a hacer todavía—, muchas de las simplezas inherentes a los románticos y sentimentales. No obstante, lo común es que me haga reír ver llorar a las mujeres. Y que me haga llorar ver reír a mi hija.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 19
 
 
Me gusta tratar bien a los humildes y tratar mal a los que se hallan situados en la parte alta del tobogán de la vida. Odio a los fatuos, y si las leyes no existieran, dedicaría las tardes de los domingos a asesinar a tiros de pistola a todos los fatuos que conozco. También asesinaría a los que ahuecan la voz para hablar. Y a los que hablan alto sin ahuecar la voz. Y a algunos que ni ahuecan la voz ni hablan alto. En resumen: asesinaría bastante gente.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 19
 
 
La opinión ajena me tiene perfectamente sin cuidado; lo que los demás murmuren de mí no me hará variar jamás de conducta. Pero cuando he sabido que una persona me difamaba, la he retirado el saludo de un modo automático. Con este sistema, que recomiendo, me he suprimido el trabajo de hablar con mucho imbécil. Por lo demás, nunca me ha asustado ponerme enfrente de los prejuicios sociales, sobre todo en mis épocas de lo que el Larrañaga, de Pío Baroja, llama «tristanismo».
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 20
 
 
Me gusta charlar, porque la charla es uno de los placeres más arrobadores que nos legaron los griegos; pero procuro charlar poco con grandes artistas para no embrutecerme.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 21
 
 
Respecto a la vida, encuentro que, a semejanza del Mississippi, es demasiado larga. Demasiado larga, porque basta volver la vista atrás para resumir cinco, seis, diez años en un solo instante de placer o de dolor; lo demás se ha esfumado, ha desaparecido, no existe: o —lo que es lo mismo— no necesitaba haber existido nunca. Y es también demasiado triste: tan triste que todo lo agradable de la vida tiende a hacer olvidar que se vive.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 22
 
 
Políticamente pienso que los pueblos solo se merecen un enérgico mastigóforo y, cuanto más enérgico, mejor.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 22
 
 
Voy en rarísimas ocasiones al teatro, pues tengo interés en conservar el perfecto equilibrio de mis nervios, y ese equilibrio se me perturba a la vista de las sandeces abazofiadas que se representan.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 23
 
 
Trabajo siempre en los cafés, pues para trabajar necesito ruido a mi alrededor, y en ese ruido me aíslo, como el pez en la pecera.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 23
 
 
En amor procedo exactamente igual que los demás hombres, y apenas si me diferencio de ellos en que siempre he huido de pronunciar palabras soeces. Amor —lo que se puede llamar amor— no he tenido más que dos. Pasión —lo que se puede llamar pasión— no he tenido más que una. Las dos veces estuve a pique de casarme. Primero amé a una muchacha encantadora pero logré reaccionar al cabo de siete años y hoy soy feliz pensando en que ella seguramente me habría hecho dichoso. Luego amé a otra mujer, excepcional por su belleza deslumbrante, su inteligencia vivaz y su finura de espíritu. Me hizo tan feliz que también estuve a punto de casarme. Por fortuna, me acordé a tiempo de que ella estaba ya casada, y mi boda no pudo arreglarse, con lo cual todo quedó arreglado.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 25
 
 
Habrá quien piense, después de leer esto, que pretendo parecer un «tenorio»; nada más lejos de la verdad y de mi intención. Al contrario: poseído de mi insignificancia física, convencido de que para las mujeres no hay mérito mejor que tener piernas largas o la nariz grande, está por ver la primera vez que yo me haya dirigido a una de ellas. Y han sido ellas, siempre y en todos los casos, las que se han dirigido a mí. Por eso nunca he sentido el temor de que me engañasen con otro, pues aquello que hemos conquistado por el propio esfuerzo puede huir de nuestras manos, pero lo que ha venido a nuestro poder voluntariamente, no se va si nosotros no nos lo desprendemos con energía y decisión.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 26
 
 
Para ser «distinto de los demás» hace falta bien poco.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 26
 
 
Solo en un aspecto es la mujer inferior al hombre. En el aspecto de que, estando en la obligación de personificar la ternura, la paz, la comprensión, la dulzura, la paciencia; estando en el deber de alegrarle y facilitarle la vida al hombre, se esfuerza en hacer todo lo contrario. (Y, a causa de esto, es digna de las censuras más agrias).
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 28
 
 
No soy un misógino: sin la compañía, sin la presencia de las mujeres no podría vivir; me gustan por encima de la salvación de mi alma. Lo que no hago, al menos por ahora, es entregarles el corazón, porque cada vez que lo entregué me rompieron un pedazo y lo necesito entero para la metódica circulación de mi sangre. (Las mujeres no nos rompen el corazón porque dejen de amarnos, pues difícilmente puede encontrarse un ser que desarrolle la fidelidad pétrea que desarrolla la mujer. Nos rompen el corazón mostrándosenos, de pronto, meridianamente distintas a como las creíamos). Mi conducta es, pues, con respecto a las mujeres igual a las de las amas de casa, que no dejan la vajilla buena en manos de la criada que acaba de llegar del pueblo, porque saben que se la descabalarían. Y en cambio, se la confían sin miedo a una doncella experimentada.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 28
 
 
PRIMERA: Como más me gustan las mujeres es desnudas.
SEGUNDA: Una vez desnudas, como más me gustan las mujeres es de espaldas.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 28
 
 
La providencia se esfuerza en hacemos beber los tragos que más aborrecemos.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 9
 
 
Todos los campos espirituales son infinitos e inconmensurables y no se sabe de ellos, sino que limitan: al Norte, con la muerte; al Sur, con el nacimiento; al Este, con el razonamiento, y al Oeste, con la pasión.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 30
 
 
No definiré el humorismo, no. Pero sí diré que no todo el mundo entiende la literatura humorística. Lo cual es naturalísimo.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 31
 
 
Particularmente la literatura humorística, además de servirme para una porción de cosas que no hace falta denunciar, me sirve para medir la inteligencia de las personas de un golpe y sin equivocarme en un solo caso. Si oigo que me dicen: «¡Bueno, se les ocurren a ustedes unas gansadas tremendas!», pienso: este es un cretino. Si me dicen: «Está bien esa clase de literatura, porque quita las penas», pienso: este es un hombre vulgar. Cuando me advierten: «Es un género admirable y lo encuentro de una dificultad extrema», entonces pienso: este es un hombre discreto. Y por fin, si alguien me declara: «Para mí el humorismo es el padre de todo, puesto que es la esencia concentrada de todo y porque el que hace humorismo piensa, sabe, observa y siente», entonces digo: este es un hombre inteligente.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 31
 
 
—Lo sé —replicó ella, que aborrecía los prólogos inútiles.
 
—Y yo, Sylvia, soy un hombre…
 
—Lo sospeché al momento, sir Ranulfo.
 
—Pues bien, Sylvia; cuando un hombre y una mujer se han encontrado solos como nosotros, se han casado. Esto viene ocurriendo desde el tiempo de Adán.
 
—Adán y Eva no se casaron, sir.
 
—Por eso su pecado fue original. Pero tú y yo, que somos más vulgares, debemos casarnos.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 41
 
 
Sylvia tenía entonces dieciocho años; Macaulay tenía setenta y tres. Él se hallaba agotado por la edad y por los disgustos que le producían sus cuatro minas, y ella disfrutaba de un temperamento ígneo entrenado en el largo ejercicio de nueve amantes diferentes.
Sin embargo, Sylvia no engañó a sir Ranulfo Macaulay.
Porque sir Ranulfo Macaulay murió el día mismo de la boda.
Una aplastante angina de pecho sobrevenida al final del almuerzo de esponsales obró el milagro de que Sylvia Brums fuese, en aquel memorable martes 5 de junio, las siguientes cosas:
 
A. De ocho de la mañana a doce del día, SOLTERA
 
B. De doce del día a dos y media de la tarde, CASADA
 
C. De dos y media de la tarde en adelante, VIUDA.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 42
 
 
Y el tiempo pasó al fin; todo acaba por pasar en el mundo: hasta las procesiones de Semana Santa.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 48
 
 
Para los espíritus cultos, un hombre que se va a Australia es un hombre que ha sufrido un desengaño de amor.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 54
 
 
—¿Ves? —musitó Fermín con pena—. Abruma la falta de originalidad de la gente. —Es que si todo el mundo fuera original, no sería original nadie.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 55
 
 
—¿Cómo dijiste? «Si todo el mundo fuese original… —… no sería original nadie». Y puedes añadir: «Solo sería original el que no fuese original». El chauffeur volvió a silbar con admiración creciente y escribió con rapidez las dos frases. Zambombo añadió todavía: —Pero como se supone que todo el mundo sería original, no habría nadie que dejase de serlo.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 56
 
 
Todo hombre se siente débil ante una persona que le recuerda la infancia.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 57
 
 
El pulso, la respiración y la temperatura son las bases en que se apoya la vida humana.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 57
 
 
—Te pido noticia de los episodios más salientes de tu vida.
—Lo más saliente de mi vida es mi nariz —declaró Fermín, que tenía una nariz mezcla de la nariz de Voltaire, de la nariz de Cyrano y del obelisco a los héroes de 1808, en Madrid.
—Pero, si no recuerdo mal, tú tenías cierta afición a la Medicina —observó Zambombo.
—No recuerdas mal. La tuve. Solo que a los quince años me puse enfermo de inapetencia; el doctor me obligó a que durante treinta y seis meses tomase todos los días una medicina hecha con ruibarbo, cuasia, retama, quina y jarabe simple, y al tomar la última cucharada de aquella, mi afición a la Medicina había desaparecido completamente.
—Algo semejante le ocurrió a mi padre. Era un entusiasta de las armas de fuego, y el día que al disparársele una pistola quedó muerto en el acto, su entusiasmo por las armas de fuego se acabó de un modo radical.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 61
 
 
—Eres un hombre de los que viven intensamente.
—¿Y qué es lo que hacen los hombres que viven intensamente? —Se cortan la cara al afeitarse.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 63
 
 
—Debía llamarle a usted estúpido —repuso lady Brums después de una pausa fría—. Pero prefiero demostrarle que lo es.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 97
 
 
—También yo me suicidaría por ti —susurró Zambombo besándole detrás de un oído y con la sinceridad y el entusiasmo amoroso que proporciona el abrazar de prístina intención el torso desnudo y perfumado de una mujer.
—¿De veras? —dijo Sylvia—. Tiempo tendrás de probarme que no mientes. Entretanto, te confesaré que me gusta tu estilo, aunque ya me doy cuenta de que en el primer día de unirse una pareja hay siempre tirantez, falta de costumbre de medir mutuas distancias y, en general, una singular extrañeza… ¡Ay! —suspiró—. Idéntica extrañeza que la que sentimos al ponernos un sombrero nuevo, o una nueva sortija, o al cambiarnos de sostén… Es terrible y cierto que el amor significa tanto en nuestra vida como un sostén, una sortija o un sombrero… Por eso el amor hay que hacérselo o elegirlo a la medida, y por eso te he elegido yo a ti: porque creo que eres «mi número».
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 104
 
 
Porque el hombre es el ser más ingenuo de la Creación, y donde la mujer pone cálculo, él no pone más que simpleza.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 107
 
 
El tiempo de usted es precioso y el mío encantador, aunque yo no hago nada en todo el día, aparte —claro está— de aburrirme. No obstante, la vida moderna nos obliga a hacerlo todo de prisa, incluso aburrirnos.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 115
 
 
—¿Es posible que no fume usted? Entonces ¿con qué se envenena?
—Con mujeres hermosas.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 116
 
 
El destino es el editor responsable de cuantas barbaridades realizamos los hombres.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 136
 
 
Y Arencibia alargó a Zambombo un papel en el que aparecía escrito lo siguiente:

IDEAS DE PÉREZ SELTZ

IDEAS DE ARENCIBIA

 

LA ILUSIÓN

LA ILUSIÓN

Impulso inmortal de naturaleza desconocida, que nos conduce eternamente en la vida y sin el cual nadie podría vivir, a menos de sentirse extraordinariamente desgraciado.

Fenómeno óptico, hijo unas veces de la ignorancia y otras de la inexperiencia, a cuyo influjo empezamos a vivir y del cual nos desprendemos más tarde con cierto fastidio.

 

EL AMOR

EL AMOR

Sentimiento exquisito inexpresable, absorbente, de naturaleza divina, que nos da la razón de existir, padre de la vida, condensación de toda actividad y de todo goce, luz del mundo, premio, cenit, delicia y tormento del corazón humano por los siglos de los siglos.

Máscara grotesca con que se tapa el rostro el instinto; mentira gigante que utiliza la especie para crear nuevos bípedos, hija de la civilización y del afán que tienen los humanos de parecer superiores, que ha complicado e idiotizado la vida de los hombres.

 

 

LA MUJER

LA MUJER

Criatura maravillosa, extraordinaria, colocada en el lugar donde termina el cielo, representación del amor y de la ternura en la tierra; destinada a enflorecer y a engalanar la vida; sellada con el marchamo augusto y sublime de la maternidad; bella, graciosa y en cuyo regazo el hombre puede descansar su cabeza y dormir confiado, lejos de las turbulencias y sinsabores del vivir.

Criatura vulgar y egoísta, de singular belleza corporal, a quien la bobería de los poetas líricos ha colocado una corona real que le viene ancha. La maternidad no tiene en ella nada de sorprendente, pues da a luz sus hijos y los cría exactamente igual que los demás mamíferos, con la diferencia a favor de estos de que son irracionales. Cuando el hombre duerme en su regazo, sufre pesadillas.

 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 137
 
 
Todo nos fatiga y nos harta cuando lo poseemos, y la mujer no es una excepción.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 142
 
 
Los humanos somos una reunión de bestias que nos pasamos el día metiendo y sacando botones por los ojales de nuestros trajes.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 143
 
 
Y de Versalles, comentó: —Un cromo que da náuseas.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 149
 
 
El amor tiene dos propiedades especialísimas: transforma y congestiona.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 149
 
 
—España es un pueblo de apasionados —opinó Zambombo, por opinar algo. —No. España —dijo Honorio— es, sencillamente, una gran caja de cerillas; la mujer es el raspador, el hombre es el fósforo. El fósforo se acerca al raspador, y como el raspador es áspero, la llama brota; luego, el raspador se niega a arder, y el fósforo, sin haber utilizado su llama, se apaga solo. —Y el hombre se queda negro.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 157
 
 
—¿Crees en la pluralidad de los mundos habitados?
—Mientras las pulgas den saltos tan grandes, ¿por qué no? Las pulgas emigran de planeta a planeta.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 164
 
 
—¿Has oído hablar de la Aurora Boreal? —No leo a ninguna poetisa venezolana.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 165
 
 
¡Oh, Dios mío! ¡Hace falta que la Humanidad sea muy bestia para que siga pronunciando hoy exactamente las mismas palabras que ya pronunciaba hace cuarenta siglos!
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 183
 
 
El humorismo es el zotal de la literatura.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 186
 
 
Sesenta lámparas se distribuían de esta manera: una en el techo y cincuenta y nueve en el delantal del encargado del mostrador.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 189
 
 
—¡Dios sabe si las estrellas no aman también —pensó— y si no sufren celos y traiciones!
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 209
 
 
 
—Yo he nacido en Praga —decía Flagg— durante una huelga general de picapedreros. Pero cuando solo contaba diez o doce segundos de vida, me trasladaron a París, para que pudiera tomar parte en un concurso de belleza infantil organizado por L’Intransigéant. Me criaron con biberón de leche de elefante. —¿Cómo dice? —barbotó Zambombo estupefacto. El doctor Flagg enjugó el sudor de su frente y remachó: —Sí, sí; me he criado con biberón de leche de elefante. Mi padre estaba empleado en el jardín de Aclimatación, y como al nacer yo murió mi madre, y mi nacimiento coincidió con el de un elefantito, aprovecharon esta circunstancia en mi favor. Yo creo que es la leche de elefante la que me ha puesto tan gordo.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 214
 
 
Su figura es abominable, pero sus mentiras son maravillosas.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 221
 
 
El doctor Flagg, que físicamente es grotesco y que para una mujer vulgar resultaría indeseable, para mí es un hombre interesantísimo, un tipo «nuevo», algo que yo no había conocido aún. Su figura es abominable, pero sus mentiras son maravillosas.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 221
 
 
LA PRINCESA EVELIA DE TORRIGTON. Hay personas, Alfredo, que por amor a los animales llenan su casa de bichos.
 
SU MARIDO. ¿Te refieres a estas reuniones que celebra lady Brums?
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 233
 
 
—La vida tiene estas desigualdades —pensó—. A veces, quince años pasan sobre nosotros sin dejar huella, y a veces, bastan quince días para desmoronarnos por fuera y por dentro.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 279
 
 
—¿Cómo se va a esperar amor y felicidad de gentes que pasan al lado de uno respirando esa atmósfera mefítica de la urna de la falsedad y del egoísmo?
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 286
 
 
—Desengáñese, Pérez Seltz; la vida ofrece al hombre de talento dos problemas terribles: el económico y el sexual, y uno y otro se relacionan estrechamente. La vida ofrece estos dos problemas terribles… y hay que resolverlos. ¿Cómo? En esta sencilla pregunta residen la felicidad o la desgracia.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 293
 
 
Llovía mucho. Caían torrentes de agua. —Mucha agua cae, mucha… —gruñó Zambombo—, pero aún no era bastante para limpiar el mundo. (En cambio era suficiente para armar barro).
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 295
 
 
—¿Será bestia la Humanidad? —gruñía Zambombo—. ¿Pero no se han convencido aún de que los ladrones van mejor vestidos que sus víctimas para inspirarles confianza?…
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 298
 
 
Pero hoy ya no dudo. Los tres millones que no me hacen falta, pasarán a tu poder.
 
—Pues, chico, no te doy las gracias, porque me parece inadmisible utilizar esa fórmula, que se emplea cuando le regalan a uno un cigarrillo, para responder al regalo de tres millones de pesetas.
 
—Sí, verdaderamente… Debía de existir otra palabra más importante para estos casos. Digan lo que quieran, el idioma español es pobre, ¿no?
 
—No es que el idioma español sea pobre. Lo que sucede es que hasta ahora no se había dado el caso en España de que un amigo le regalase a otro tres millones de pesetas, y, ¡claro!, no ha hecho falta inventar esa palabra nueva, que exprese el agradecimiento máximo…
 
—¿Y por qué no la inventas tú? Puesto que el caso se ha dado ya, es necesario inventar la palabra.
 
—Espera, a ver…
 
Zambombo estuvo un rato pensativo, mientras el auto corría, remontando la calle de Alcalá.
 
—¿Qué te parece carchofas?
 
—¿Cómo?
 
—Carchofas. En lugar de decir: «¡Muchas gracias!», se diría: «¡Muchas carchofas!». Y en vez de decir: «Te quedo muy agradecido», decir: «Te quedo muy acarchofado…». ¿Te gusta?
 
—Sí. Es bonito. Pero como se lo digas a otro que no sea yo, te rompen una pierna…
 
—Es que nadie en el mundo me volverá a regalar tres millones de pesetas y, por lo tanto, no tendré que decírselo a nadie.
 
—En ese caso…
 
—En ese caso, Fermín —concluyó Zamb algo emocionado—, ¡te doy miles de carchofas por tu gigantesco regalo y te juro solemnemente que mi acarchofamiento será eterno
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 302
 
 
Reír es lo más importante del mundo: y humorismo se escribe con hache…
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 311
 
 
La Casualidad es la décima musa.
 
Enrique Jardiel Poncela
Amor se escribe sin hache, página 327
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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